Relato erótico
El placer de la sumisión
En la primera parte de este testimonio, Carlota nos contaba que tras la fachada de una seria y formal mujer casada se ocultaba una sexualidad exacerbada y una entrega total a todos los placeres sexuales. Tenía una Ama y su marido ni se lo imaginaba.
Carlota – SAN SEBASTIAN
Vuelvo a ser Carlota de San Sebastián, la mujer casada más zorra que las gallinas que una cara anterior, te contaba mis andanzas por el mundo del sexo.
Te recuerdo que tengo 35 años, morena, 1,65 de estatura, cuerpo bien conservado, tetas más grandes de lo que a mi me gustaría y ya algo caídas por el peso, pero muy atractivas al decir de mis folladores. Mi culo es muy respingón y mis piernas largas y bien torneadas, con los muslos bien macizos.
Tras contarte mi encuentro en el club de intercambio y de haber gozado como una cerda, te decía que a las diez de la mañana siguiente, todavía sin reponerme de la extraordinaria noche anterior, recibí una llamada de mi jefe.
Estaba de viaje y me pedía que a las cinco de la tarde me presentase en un determinado hotel, habitación 69, para exponer a una comisión de cinco clientes de una empresa el proyecto que habíamos confeccionado para su implantación en nuestro país, que se habían presentado imprevistamente o que había fallado un fax de anuncio de la visita, que uno de ellos ya me conocía de las conversaciones preliminares y que exigía volver a tratar conmigo. Los demás componentes de la comisión estaban de acuerdo.
Después de que estos clientes me habían desnudado y jugado con mi cuerpo, se dieron un descanso para tomar algunos aperitivos y bebidas mientras contemplaban como jugaba conmigo la mujer negra con todos los artilugios de sex shop que tenía a mano. En un momento dado me introdujo un enorme pene artificial en el ano que ya de por sí me causó cierto malestar. Pero el hecho es que tenía truco y era que, mediante un tornillo giratorio, el formidable pene fue ensanchándose haciéndome temer un desgarramiento de mi esfínter. Sin embargo la negra paraba de vez en cuando para dejarme habituar al grosor y, mientras me daba solícita aperitivos y bebidas para hacerme olvidar mi empalamiento. Volvía a girar el tornillo y otra vez permitía que mi esfínter se acostumbrase. Los hombres ya habían dejado de comer y observaban el espectáculo. Uno de ellos tomaba fotos con una cámara digital.
Cuando creí que sin duda terminaría en el hospital, la negra redujo rápidamente el diámetro del pene, me lo extrajo y metió una mano dentro con extrema facilidad. Yo fui a comprobar la dilatación y también me encontré con la mano dentro. La saqué asombrada por el calibre que debía tener mi otrora estrecho y delicioso agujerito. Seguidamente los hombres se orinaron en aquella tremenda fosa por turnos y la negra procedió a taponarla con un descomunal tapón anal, de los que creí siempre que no tenían otra función que atemorizar, ya que no concebía que ninguna mujer pudiese alojar semejante volumen.
Seguidamente me dio la vuelta y metiendo en mi vagina un tubo, me vaciaron dentro una botella de champagne y me taponaron ese orificio al igual que estaba el otro. Después me puso en pié y me ordenó ir al trote hacia el baño seguida por todos. Noté en mi interior la reacción del espumoso vino ante aquella agitación. En el baño me extrajo el tapón del coño ante los cuatro hombres arrodillados ante mi, quienes se deleitaron bebiendo el chorro que salió a presión de mi conejito.
Cuando se hubo vaciado mi cavidad anterior le tocó a la posterior. Esta vez fue la negra quien se bebió las orinas de sus amigos albergadas en mis intestinos. Yo también tuve oportunidad de saciar mi sed ya que la negra meó sobre mi abierta boca, mis pechos y mi barriga.
Nos duchamos por turnos de a dos y descansamos haciendo una siesta de una hora en la enorme cama, al cabo de la cual volvieron a follarme los cuatro hombres como despedida, aunque no hubo más remedio que forzar sus orgasmos a base de mamadas con la colaboración de la negra, ya que mis todavía expandidos agujeros estaban inservibles para proporcionar la presión que sus pollas merecían.
Me despidieron con grandes elogios, a lo que respondí agradeciendo los interminables orgasmos que me habían proporcionado. Ni qué decir tiene que llevaba conmigo firmado con aprobación el proyecto presentado por mi empresa que supondría un sustancioso contrato.
En el taxi de regreso noté la gran irritación de mis partes bajas y un considerable dolor en los pechos. Al no poder dominar el cierre de mis agujeros dejé un buen charco en el asiento, así que me apeé del taxi algo antes de mi casa para no recibir reclamaciones con factura de tapicero incluida.
Aquella noche, mi marido me riño por mi excesiva dedicación a la empresa mientras aliviaba mis males extendiendo una crema por mis partes pudendas. No pudo reprimirse de meter su puño en mi culo para comprobar personalmente el indescriptible grado de dilatación que le conté había alcanzado.
Dormí hasta cerca de las doce en que me levanté para dar un paseo con mi marido. Me resultó penoso caminar, sobre todo los primeros metros, pero a eso de la media hora, sentí vibrar el teléfono móvil y al responder la llamada, era de mi Ama, que me comunicaba que ella estaba caliente y también su mayordomo y que debía acudir esa tarde a calmarles. Creo que mi Ama debió oír mi gemido, pues se me cayó el alma a los pies al considerar que no podría cumplir adecuadamente mis deberes con mi querida dueña. No obstante quedé en acudir a su espléndida mansión esa misma tarde.
Mi marido no puso más inconveniente a mi ausencia, bajo la disculpa de resolver un problema de última hora con los clientes de la tarde anterior, que recomendarme no follar habida cuenta del estado de mis agujeros. Antes de salir volvió a recordarme que no hiciese esfuerzos.
A mi marido no le he contado nada sobre mi Ama. Es la única relación que le oculto porque sé que no la entendería. No entendería que amase a una mujer por encima de él y además hasta el extremo de ser voluntariamente su esclava sumisa. Y menos entendería que mi Ama tuviese 50 años.
Antes de salir repasé el depilado de mi pubis, no lo había hecho desde el viernes y a mi Ama le gusta que esté perfectamente suave. Me puse los aros que ella me había regalado, que son más gruesos que los que uso habitualmente y por consiguiente me resultan un poco incómodos ya que dilatan las perforaciones de mis pezones y clítoris más de lo acostumbrado. Me puse el collar y pulseras de acero con las que debo presentarme ante ella y el ancho anillo de esclava con su nombre y el mío. Con cualquier cosa de ropa me monté en el coche y partí para su casa. No utilicé taxi porque en sus extensos jardines sobra aparcamiento.
Después de aparcar me quité la ropa y me acerqué a la puerta de entrada totalmente desnuda salvo por mis zapatos de alto tacón como ella quiere que llame a su puerta siempre. Todo ello, claro, al amparo de las tapias de 4 m de altura que rodean su mansión. Sabía que me estaría observando por el circuito cerrado de vigilancia, pero no salió a abrirme ella. Como siempre, me recibió su mayordomo, quien siguió el familiar protocolo. Me enganchó una cadena al collar, me trabó las pulseras de acero a la espalda, me unió los aros de los pechos con una pesada cadena y colgó una plomada de inclemente lastre del aro, más bien argolla, de mi clítoris. Me llevó a presencia del Ama tirando de la cadena del cuello.
Cuando llegué ante ella me arrodillé sumisamente esperando sus órdenes. No hubo ningún saludo ni orden. Me inspeccionó cuidadosamente percibiendo de inmediato al abuso de mis agujeros.
– Zorra pervertida. ¿Gastando mi propiedad, eh?
– Ama, no he tenido otro remedio, bien sabes que mi marido no gana suficiente dinero para nuestro estilo de vida.
– Si, estilo de vida de puta. Cuando seas del todo mía sabrás comportarte.
– Si Ama, perdóname.
– Vamos a lo que viniste. Después te castigaré.
El Ama me desenganchó la cadena del collar y me la colocó en el anillo del clítoris. Me colocó a cuatro patas sobre el cojín de perra con el culo levantado y ordenó a su mayordomo que me diera a mamar su enorme polla mientras ella me estimulaba amasando mis pechos, toqueteando mi clítoris y metiendo sus dedos en mis agujeros, cosa fácil habida cuenta de su distensión.
Tras un buen rato de jugueteo, cuando el mayordomo ya estaba al límite, mi Ama condujo la polla del hombre a mi vagina, la dejó penetrar totalmente dándole libertad absoluta y colocó su preciosa raja ante mi boca para que se la comiese mientras el hombre disponía de mi a su antojo. Ella entretanto tironeaba de la cadena de mi clítoris y de la de los pezones. Ante la insoportable molestia que me producía el pene del mayordomo en mi más que lastimada vagina, el Ama tiraba más y más fuerte de las cadenas con ánimo de que ese dolor superase el de mi agujero. Lo consiguió y me olvidé del hombre, quien me inundó completamente de semen mientras yo obtenía un prolongado orgasmo producto de la sensación cálida en mi interior y del dolor de los pezones y del clítoris.
O mando besos con el permiso de mi Ama.
El castigo de mi Ama no fue severo. Nunca suelen serlo ya que no debo mostrar a mi esposo ningún síntoma de mi condición de esclava. Normalmente se limita a prolongadas sesiones de bondage y a algún castigo en mis genitales cuya huella pueda ser achacada a un exceso en mi trabajo. Esta vez se limitó a extender vinagre sobre mis erosionados genitales, cosa que me obligó a regresar a casa absolutamente espatarrada sin importarme quien pudiese notarlo.
Estoy deseando abandonar mi familia y mi trabajo y entregarme totalmente a ella. Solamente así podrá disponer a su antojo de mi cuerpo y yo entregarme totalmente a mi gran amor.
Besos en tu coño, querida Charo.