Relato erótico

El patito no era tan feo

Charo
24 de octubre del 2018

No se siente guapa y siempre ha pensado que le costaría gustar a los demás. Aunque tiene novio, tiene sus dudas. Conoció a una chica en un chat y al poco rato, le dijo que le gustaba mucho. No se lo podía creer.

Patricia – BARCELONA
Nunca me podía imaginar que llegaría a gustarle a alguien siendo como soy, sí, soy maja a veces y puedo llegar a ser incluso divertida, pero de ahí a atraer a alguien va mucho. ¿Qué como soy? Para las personas que no me conozcan se lo diré. Mido 1,70 más o menos y de peso no sé, porque hace mucho que olvidé la báscula, pero peso bastante más que mi peso ideal, morena de pelo y de piel. Que esté gorda no quiere decir que no cuide mi imagen, me gusta llevar el pelo extremadamente liso o rizado, nada de términos medios. Pero me extrañó que Verónica dijera que sentía atracción por mí. Al principio pensé que bromeaba, ya que es heterosexual y bueno, aunque fuera lesbiana, ella es una chica diez, modelo, todo lo contrario a mi, alta, delgada, estilizada… todo lo que un hombre quisiera para él, ya que era muy morbosa.
Nos conocimos en un chat, de la forma más tonta y surgió la química, a las dos nos gustaba tratar temas de sexo y contar nuestras experiencias, lo típico: dónde lo hiciste la primera vez, el sitio más extraño, nuestras fantasías… La verdad que nos calentamos bastante. Ella me enseñó fotos de su book, las primeras normales, pero luego iban subiendo de tono, en ropa interior, en poses provocativas y yo me estaba excitando viendo a una mujer. ¡No podía ser posible, tenía unas ganas increíbles de masturbarme viendo aquella perfección hecha mujer! Tenía algo de envidia también, ¿por qué negarlo?
Un día me dijo que quería verme en movimiento, que en fotos no era lo mismo, así que pusimos nuestras web-cam para ver nuestras reacciones al hablar e ir conociéndonos un poquito más. A mi me daba miedo, porque pensaba que al verme se asustaría al ser yo gorda en comparación con ella, pero sin embargo su reacción fue de sorpresa. Yo estaba descuidada total, con una camiseta de tirantes, un pantalón corto, y el pelo recogido. Ella con un vestido de botones, muy ajustado, que le quedaba como un guante. ¡Que envidia de cuerpo! Pero lo que yo no sabía, aunque me lo dijo ella, es que también tenía envidia de mí, envidiaba mis gordos pechos, claro, ella es delgada y tendrá una talla 85, talla que yo en mi vida creo haber usado pues yo todo lo tengo en abundancia, y el pecho no iba a ser menos.
Desde entonces nos gustaba vernos y dar paseítos, ella me aconsejaba como posar y conseguir provocar. Como nos gustaba tanto probar cosas nuevas, queríamos quedar, ya que a las dos nos atraía el probar con una chica pero para que no fuera tan violento, dijimos de ir a cenar las dos y un amigo. Como yo tengo novio decidimos ir él y yo a casa de Verónica. Yo mandé fotos de mi novio que tiene 30 años, pero aparenta solo unos pocos más que nosotras que tenemos 20. A ella también le gustó Javier, que es un chico alto, moreno y normalito, pero bastante atractivo. Lo que no se veía era como andaba de tamaño de polla, que eso solo lo sabía yo, pero ya me encargué de que Verónica lo supiera.
Los tres nos preparamos a conciencia para ese día, ropa adecuada, perfume adecuado, depilación integral y eso que solo íbamos a cenar. Pero nunca se sabe lo que podía pasar. Verónica y yo queríamos que Javier disfrutara, pero sobre todo disfrutar nosotras, nadie mejor que una mujer conoce el cuerpo de otra mujer y cuando ella me explicó que tenía una lengua juguetona, solo de pensar en ello yo ya perdía el norte.

El que no se lo podía creer era Javier, dos chicas solo para él, haciéndole gozar y viéndolas disfrutar entre ellas. Y Verónica vería cumplida su fantasía de estar con otra chica. Todos estábamos deseando llegar el día pues iba a ser una experiencia única.
– Patricia, quedamos en la estación de tren y así vamos a mi casa – la voz de Verónica era muy seductora y tal vez lo hiciera para provocarme, le gustaba excitar a la gente, estar dominando el tema, llevar la batuta.
Hablando de batuta, Javier ya estaba en mi portal esperando para ir juntos a la estación. Allí estábamos, con una botella de vino cada uno y muchos nervios. Estaba más guapo que nunca, se había puesto unos pantalones vaqueros que me encantaba como le quedaban y una camisa negra. ¿Qué ropa interior llevaría?
Aunque se le notaba nervioso, nunca ha sido mucho de experimentar cosas, pero esto era diferente, es el sueño que siempre quería ver cumplido. Yo me había rizado el pelo, ya que me dijo Verónica que me daba un aspecto más agresivo, como salvaje, me había puesto una camiseta de tirantes roja de las que le gustaban tanto a Verónica como a Javier, y un pantalón negro, sin tacones, porque tampoco ella es tan alta. Lo que sí hice fue comprarme ropa interior para la ocasión, un conjunto rojo, no quería ponerme tanga, pero Verónica decía que le encantaba ver mi culo, enfundado en uno de ellos. A ella sí que le quedaban bien, en ese cuerpo de escándalo.
Ahí venía ella, con su melenita por los hombros y las gafas, que por alguna extraña razón, hacían que me excitara más. Llevaba también tirantes, pero blancos y una falda vaquera dejando ver sus largas piernas. Una sonrisa iluminaba su cara de diablilla, sabía lo que hacía y sabía que todos la miraban y eso le gustaba.
Hice las presentaciones y nos fuimos a su casa a descorchar la botella de vino. Lo excitante sería después de la cena, era una forma de romper el hielo. Brindamos por una noche de placer y por una buena cena. Verónica fue a por la cena, que ella misma había preparado. Javier y yo nos dirigimos al salón, pero no había mesa de comedor, solo un sofá y un carrito. Allí apareció con dos recipientes con comida. Debía ser algo frío porque no se veía humo.
– Es una ensalada de frutas, seguro que os gusta – dijo triunfante – Ahora traigo más cosas pero no empecéis sin mi – dijo y entonces se llevó el vino y trajo una botella de cava – Esto subirá más rápido y se nos quitará la vergüenza, pero ahora tenéis que dejarme que me siente en medio y yo os daré de cenar. No tengáis miedo, seguro que os gusta.
Se sentó entre nosotros y dejó el carrito a su derecha, donde estaba yo, de tal forma que cuando se acercó a por un recipiente se tenía que tumbar prácticamente encima de mí y se reía de esa forma tan picara. Con una cuchara iba a dar de comer a Javier, pero al final se arrepintió, y se la metió ella en la boca. Buscó una pieza de fruta con sus delgados dedos y la dirigió hacia la boca de Javier. Una de las normas era que ninguno nos podíamos mover del sofá, es decir levantarnos.

Pasó por sus labios el trozo de melocotón y luego por los de Javier, para finalmente, meterlo delicadamente en la boca de él, dejando sus deditos en la boca de mi novio y él aprovechó para pasar su lengua entre ellos.
Yo también quería, estaba ansiosa por saborear sus dedos, y el resto de su cuerpo. ¿Sería por efecto del alcohol o por su forma de provocarnos? Estaba de rodillas en el sofá, poniendo su culito a la altura de mi cara y lo movía a los lados y yo imaginaba uno de esos tangas que solía llevar casi inapreciables. Al final se sentó, y dijo:
– Ahora vas a comer tú.
Se puso un trozo de pera en el cuello, un trozo de manzana en el hombro y un cachito de plátano en el escote. Fui al cuello y con mis labios quité el trozo de pera de su cuello, pero pasando mi lengua también, seguí por la manzana sin levantar mis labios de su piel, era tan suave, solo me faltaba el plátano, podía haber puesto más frutas…. ¡que hambre tenía! Me dirigí despacito hacia la última pieza, besando por el camino, y de reojo miraba a mi chico que no perdía detalle. Cuando ya había comido el plátano, ella cogió mi cabeza entre sus manos y me subió a la altura de su cara dándome un beso que me hizo estremecer. ¡Que bien besaba! Hizo que mis pezones lucharan contra la tela de mi sujetador.
– ¡Seguro que tienes sed, porque yo sí! – exclamó.
Se abalanzó sobre mi otra vez, dejando a la vista de Javier su culo perfecto, para alcanzar la botella de cava.
– Creo que se te han olvidado las copas – dijo Javier
– ¡Que va, acércate, tú también vas a beber! – le dijo.
Se quitó las gafas, me bajó los tirantes y la camiseta, quedándome solo en sujetador y se le abrieron los ojos pues, aunque ya me había visto así muchas veces, yo sabía que le encantaba mi pecho. Deslizó los tirantes rojos y liberó mis pechos, que ansiaban ser tocados y besados por aquella diosa. Abrió la botella y ella se arrodilló una vez más en el sofá. Entonces vi el cielo, derramó el cava helado por mis pechos, inundándome, haciendo que mis pezones estuvieran cada vez más duros a causa de la excitación y de ese frío. Entonces, cuando iba a caer al suelo, ella acercó su boca a mi pezón derecho y empezó a lamer, a sorber, incluso mordisquearlo. Yo estaba en la gloria. Tenía una lengua que sabía lo que hacía. Javier estaba allí mirando, con los ojos fuera de las órbitas. Entonces Verónica le dio la otra botella para que hiciera lo mismo con el otro pecho. Solo con estar ellos dos bebiendo de mi pecho, hacía que creciera mi excitación al doble de velocidad. Lastima que el cava se estaba acabando.
Javier quería seguir con mi pecho, pero Verónica dijo que no, yo ya sabía que me había dicho que ella llevaría las riendas, así que me dejaba hacer y guiar. Me iba a vestir, pero ella dijo que no, que no iba a ser necesario, mientras se desnudaba lentamente, mirándome a los ojos. Le excitaba sentirse mirada, atravesada por nuestros ojos, que no perdían detalle.

Primero la camiseta, después la faldita hasta que se quedó solo con el mini tanga azul. Yo ardía en deseos de ella, no podía evitarlo, y seguramente Javier igual.
– Ponte cómodo, guapo – le dijo a Javier sentándolo en el sofá mientras con una mano hábil le desabrochaba la camisa y con la otra su pantalón.
Yo solo miraba, pero me gustaba lo que veía. Cuando Javier solo estaba con los calzoncillos naranjas, Verónica apoyó sus brazos en las piernas de él y se acercó despacio hacia su boca, pero no le besó, se separó, solo rozando sus labios. Le hizo recostarse en el sofá y pasó sus manos por su pecho. La cara de Javier era un poema. Ella simplemente bajó hacia el cuello y se dedicó a besarlo por ahí, luego se dirigió al pecho firme y depilado.
Yo también quería jugar, ella lo sabía y cuando se levantó yo fui a donde mi novio con ganas de sentir un cuerpo. Aún con mis pantalones puestos me senté sobre él y le besé desesperadamente mientras él no hacía más que tocarme. Al final me quité los pantalones para sentirlo más cerca de mi. Estábamos muy excitados ambos y como la simple tela de nuestra ropa interior separaba nuestros sexos, eso hacía que nos excitáramos cada vez más. Yo movía mis caderas para apretarme más a él, estaba frenética. Verónica sabía cómo excitar a un hombre y a una mujer. Nos tenía completamente a su merced y además nos estaba grabando. En esos momentos me daba igual todo.
– Era para que nos grabaras a Patricia y a mí, pero ya veo que no habéis podido aguantar sin hacer nada – dijo divertida.
Luego se acercó al sofá, le entregó a la cámara a Javier y mientras yo seguía subida, ella volvió a besarme mientras pellizcaba mis pezones, que seguían tan duros como al principio. Javier solo podía usar una mano y era para investigar el cuerpo de Verónica. Tocó su escaso pecho, pero ella quería algo más y llevó su mano hacia su tanga para que le acariciara el coño por encima. Ella hacía lo mismo conmigo y yo intentaba quitarle el calzoncillo a Javier. Quería tener su excitado miembro en mi mano.
– ¡No, no, es nuestro momento, que él solo grabe! – exclamó Verónica.
Me hizo levantarme de donde estaba y estando ella sentada junto a Javier, se deshizo de mi tanga sin usar las manos. Sentir sus labios bajar desde mi cadera hasta los pies, hizo aumentar mi humedad. Luego ella se levantó y con una maestría impecable se despojó de la única prenda que le restaba. Entonces fui yo la que empecé a explorar su cuerpo.
Nos volvimos a besar, esta vez, juntando nuestros cuerpos. Era delicioso sentir sus pezoncitos contra mi cuerpo y yo me apretaba contra ella, rozando nuestros pechos entre sí. Mi mano derecha apartaba su pelo de la cara y con la otra recorría su espalda. ¡Que culo más hermoso tenía! Ella apretaba el mío a su vez, mientras con la otra mano sobaba mis pechos. Parecía que la volvía loca juguetear con mis pezones.

Entonces noté que una mano bajaba por mi ombligo hacia el monte de Venus. Simplemente pasaba la mano, sin tocarme el clítoris, simplemente lo rodeaba, sin tocarlo. Su mano se movía ágilmente gracias a que yo estaba bien lubricada debido a mi excitación. Abrí un poco mis piernas para que me tocara de una vez por todas. Sabía como hacerme sufrir. Yo dejé atrás todos mis reparos y llevé mi boca hacia su pecho. Ella también estaba excitada porque su pecho estaba firme, mirando los pezones al cielo, Debía gustarle como usaba mi lengua porque emitía unos gemidos que me volvían loca y a Javier también, porque cuando miré hacia el sofá estaba con una mano en la cámara y con la otra acariciándose.
– No te voy a tocar – dijo Verónica de repente – va a ser algo mejor, túmbate delante de Javier y abre las piernas.
Eso fue lo que hice. Quería disfrutar y gozar de aquellas manos y de su lengua, era insoportable tanto placer. Ella se puso de rodillas a mis pies con el culo en pompa hacia Javier.
– Tú no te cortes, no solo vas a hacer de cámara – le dijo otra vez con esa risa pícara.
Ella se tumbó encima de mí y deslizándose fue bajando hasta que tuvo su boca a un centímetro de mi clítoris y me dijo:
– ¿Quieres gozar, Patricia? Pues ahora verás lo que es gozar.
Cerré los ojos para dejarme llevar por lo que fuera a hacer. Noté su lengua pasando por los labios de mi coño, despacio, acercándose a mi clítoris una y otra vez. Con un dedo se adentraba en mi vagina, totalmente inundada por mis fluidos. Lo metía delicadamente, casi ni lo notaba, pero me encantaba, y noté que añadía otro dedo, hasta que al fin rozó con su lengua el clítoris, lo besaba, apretaba con sus labios y presionaba con su lengua. Lo hacía de una forma deliciosa mientras seguía introduciendo sus deditos de una forma magistral, cada vez de una forma más enérgica. Cuando abrí uno de mis ojos vi a Javier penetrando a Verónica. El pobre no aguantaba más, ella estaba cada vez más excitada, y por lo tanto hacía movimientos más rápidos en mi vagina. Pronto sentí que iba a explotar de placer, pero quería aguantar un poco más aquella maravilla aunque no pude evitarlo porque su boca y su mano eran expertas y mi cuerpo empezó a agitarse y descargué sobre su boca. Ella se limitó a pasar su lengua como para no perder un rincón de sabor.
– Cariño, descansa un poco, que quiero gozar de ti yo también, ven aquí – le dije a mi novio.
El vino sin queja alguna para besarme, pero yo no quería sus besos, quería saborear los fluidos de Verónica que quedaban en su endurecido pene. Yo juraría que ella había tenido ya dos orgasmos, debía de estar muy excitada por la situación. Primero le masajeé los testículos, acariciando su culo a la vez, mientras Verónica seguía entregada a darme placer, pero viendo que yo estaba cegada en la erección de mi novio, me dijo:

– ¿Lo compartirás, no?
Yo me limité a mirarla y lamer de arriba a abajo el miembro de mi novio. Ella se dedicó a los testículos, dejando así mis manos libres. Con una la acariciaba a ella. Me encantaba que fuera tan suave y estaba muy mojada, al igual que yo. Con la otra mano buscaba el ano de Javier pues le encantaba que le penetrara con mi pulgar y sabía que esa combinación sería mortal, tardaría unos segundos en bañar nuestras caras con su semen. Y así fue, mientras las dos saboreábamos su pene salpicó nuestras caras. Magnífico. Le limpiamos a fondo, a pesar de que íbamos a ducharnos. Una vez duchados, nos vestimos, recogimos todo y nos dimos un último beso Verónica y yo.
– Te dije que lo íbamos a pasar bien, a ver cuando quedamos las dos solas – dijo y me brindó uno de esos guiños.
Yo me sonrojé, a pesar de que habíamos disfrutado de nuestros cuerpos hacía unos minutos. Cogí a Javier de la mano y volvimos a nuestra casa. Esa noche yo no quería dormir, me sentía deseada y no le di ni un respiro a mi chico.
Besos.

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