Relato erótico

El “otro” regalo

Charo
4 de mayo del 2019

Habían viajado a Madrid para cerrar un negocio y les salió perfecto. Estaban contentos y decidieron ir a celebrarlo al hotel. Su marido le dijo que se pusiera un conjunto de lencería que le había regalado. Lo que no esperaba ella era el “otro regalo”

Carmen – Cantabria
En realidad el momento era especial, veníamos de regreso de Madrid, de cerrar un trato muy importante con unos clientes, y habíamos decidido pasar la noche en esta ciudad, que no conocíamos y nos apetecía visitar.
-¡Bebamos otro trago! -dijo Alberto, mi marido, y agregó -estamos de celebración en esta ciudad tan hermosa, solos tú y yo, luego volveremos al hotel.
Así que acepté el trago, a pesar de que por mi poca costumbre, me sentiría algo mareada después de beber varias copas, pero pensé que valía la pena, ya que era una celebración importante y única. Somos una pareja madurita y llevamos una vida muy tranquila en nuestra pequeña ciudad del norte. Alberto, por ser un antiguo comerciante, es bastante conocido y respetado, además pertenece a cierto grupo social donde ambos colaboramos en las actividades de gente de nuestra edad (yo tengo 42 años y él 47).
Yo soy conocida por mi seriedad, nuestros amigos siempre me lo critican medio en broma, no lo sé, soy así, tal vez por haberme criado a la antigua. En la intimidad somos diferentes, nos gusta fantasear y nos encantan los juegos eróticos; lo que más le ha gustado siempre a él, es que me ponga ropa muy sexy, le pone muy cachondo. En Madrid, había aprovechado para comprarme conjuntitos de ropa íntima, muy sexy. Siempre me la compra él, ya que a mí me da mucha vergüenza y no me atrevo. Cuando Alberto llegó con la ropita, me dijo:
– Que te parece si esta noche te la pones… Me muero de ganas de verte con ella.
– Alberto, ya no soy tan joven y hasta estoy un poco gordita, ¿crees que me veré sexy?- le comenté.
– Para mí estás igual de guapa que hace unos años, tal vez mejor porque ahora sabes disfrutar más del sexo, además a mí me calientas mucho, y creo que a cualquiera… – agregó.
Ya en el hotel, pusimos una música suave, me di una ducha refrescante y me puse un conjunto de la ropita que me trajo, era realmente atrevida. Cuando salí me miró diciéndome:
– ¡Simplemente perfecto! Esta noche deseo jugar como tú sabes…
Yo ya conocía el juego, me ataba las manos a la cabecera de la cama y luego me hacía el amor a su antojo. En realidad me gustaba, me ponía muy caliente, aunque al principio me avergonzaba un poco.

Me hizo sentar en la cama y me ató fuertemente, cuando me tuvo así, me vendó los ojos con un pañuelo de gasa rojo, eso era nuevo. Yo no veía nada, estaba esperando que empezara cuando se acercó y me dijo al oído:
– Voy a bajar un segundito a comprar cigarrillos, vengo ahora mismo, no te muevas.
Me tapó con las sabanas y salió por la puerta. No sirvió de nada que le dijera que me soltara, se fue rápidamente y ni me escuchó. Me quedé allí inmóvil, pensando. No sé cuánto tiempo pasaría, pero no mucho, de pronto sentí la llave y la puerta se abrió:
– ¡Ya estoy aquí cariño, traje cigarros y una sorpresa! -dijo entusiasmado.
– ¿Qué sorpresa?- le pregunté curiosa.
– Un amigo que quiere conocerte…
– Es broma, ¿no?- le dije sonriendo.
Casi me muero cuando escuché una voz desconocida y muy varonil que dijo, “Hola”.
– ¡Suéltame en seguida! – le ordené enfadada.
Entonces sentí su voz que susurraba cerca de mi oído…
-Cariño, tranquilízate y disfruta de este nuevo jueguecito, seguro que te va a encantar, confía en mí.
El corazón se me salía, no sabía qué hacer, era desesperante. Alberto comenzó a tirar la ropa de la cama hacia abajo lentamente, empecé a quedar destapada, me sentía avergonzada, llevaba puesta la famosa ropita, un camisón especial rojo lleno de encajes y transparencias, con pequeños lazos que lo cerraban por delante, era corto hasta los muslos. Tenía además un pequeño tanga del mismo color, era tan minúsculo que en esos momentos agradecí ir totalmente rasurada, sino se hubieran visto todos los pelitos. Yo atada no podía hacer nada, solo le repetía una y otra vez a Alberto que por favor parara. El visitante no decía nada. Quedé descubierta y entonces oí a Alberto que comentaba:
– ¿Verdad que tiene bonitas piernas?
Yo quería morirme de la vergüenza, me imaginaba allí tendida, expuesta para aquel hombre, ¡era una sensación tan extraña! Escuché de nuevo la voz de Alberto junto a mí en la cama, comenzó a acariciarme una pierna diciendo:
– Es tan suave su piel, tócala para que la sientas…
– ¡Por Dios Alberto! ¿Qué haces? ¡Detente ya, por favor!- le supliqué.
Entonces sentí un fuerte escalofrío cuando una mano desconocida empezó suavemente a subir desde mi tobillo hasta la rodilla por mi otra pierna. Mi marido deslizó su mano y cogiendo mi camisón lo empezó a subir, mientras yo le suplicaba que dejara ya el juego, haciendo caso omiso a mis palabras. Me lo subió hasta la cintura, dejando mi pequeño tanga a la vista. Mi sexo apenas cubierto por una pequeña prenda, y aquel hombre mirando… Con su mano seguía recorriendo mi pierna de abajo hacia arriba, ahora llegaba hasta el muslo, yo sentía como electricidad al paso de su mano.
-¿Veámosle las tetitas? -dijo Alberto y empezó a desatarme el lazo del camisón.
– ¡No, basta, déjame Alberto!
Lo abrió completamente y le propuso:
– Lámele los pezones y vas a ver como se le ponen…
Entonces sentí una lengua que rozaba suavemente mi pezón, me estremecí toda y al momento le pedí que me dejara.

Aquel sujeto me lamía las tetas como nadie, con tantas ganas y tan bien que me estaba excitando, mis pezones se habían erizado. Entonces sentí una mano que llegaba lentamente hasta mi tanga, empezando a acariciarme por encima de la prenda. Yo cerraba las piernas resistiéndome, entonces mi marido me dijo que estuviera quieta, que me iba a sacar el tanga para que viera lo espectacular que estaba desnuda al completo.
Era inútil resistirme, me estaba dando cuenta que no servía de nada. Me quitó el tanga suavemente y me quedé sin nada. Imaginé la visión de mi coño completamente rasurado… ¡Era tan humillante y a la vez tan erótico el momento que estaba viviendo! El desconocido, ya sintiéndose con más confianza, comenzó a pellizcarme los pezones y a masajearme los pechos, mientras mi marido también me acariciaba al tiempo que me decía:
– ¿Ves cariño? Tenías miedo y vergüenza de tu cuerpo, ¿recuerdas que yo te decía que eres deseable? No sabes lo buena que llegas a estar…
Luego cogió mis piernas, las besaba y haciendo una suave presión me pidió que las abriera.
– Muéstrale tu rico y apetitoso coño, recuerda que siempre hemos dicho que a las visitas hay que darles lo mejor…
Pareció que mis piernas obedecían más a él que a mí, las separé completamente mostrando todo mi chocho, sin oponer resistencia. De inmediato sentí la mano del visitante en mi coño, lo tenía totalmente mojado y semi abierto, él me metía los dedos con suavidad.
A ratos yo aún balbuceaba quejándome, aunque mis súplicas se oían ya como un susurro de placer y excitación. Hasta ese momento yo estaba segura de que no podría calentarme con otro hombre, y además que no era posible que algún hombre se calentara conmigo. Sin embargo, yo estaba excitadísima, me estaba poniendo como nunca, y él también, lo sentía en sus manos ágiles y calientes que recorrían todo mi cuerpo, también lo sentía en su respiración agitada.
De pronto un pensamiento me estremeció, pensé en si me iba a follar, si mi marido se lo iba a permitir, pues él sabía que siempre he sido muy escrupulosa al respecto, sabía que nunca había estado con otro, solo habíamos fantaseado alguna vez, pero siempre le había dicho que llegado el momento no me atrevería.
Mientras, sus dedos se perdían en mi interior… En ese momento, el hombre se metió entre mis piernas abiertas y empezó a lamerme, sentí su lengua por mis piernas, lamía mi culo, desde ahí subía lentamente con su lengua por mis labios vaginales depilados y terminaba refregando su húmeda lengua por mi clítoris.

Me tenía caliente al máximo, era todo un experto con la lengua. A ratos me abría todo el coño con sus manos, separando mis labios y me metía la lengua hasta lo más profundo que le era posible. Ahora yo ya no protestaba, solo emitía sonidos de inmenso placer, estaba disfrutando como nunca. Mi marido se acercó al oído y me dijo:
– ¿Quieres chupársela?
Mi primera reacción fue darle un NO rotundo y él siguió susurrándome:
– Solo rózala con tus labios para que sepas que se siente, dame el gusto, quiero verte…
Accedí a su propuesta. Me quedé quieta, respirando agitada, esperando nerviosa, nunca había tenido otra polla cerca, ¿cómo sería? ¿Y si no me gustaba? Lo sentí arrodillarse a mi lado, primero fue un suave roce en mi mejilla, yo no me atrevía a mover la cara. Luego empezó a pasármelo por la frente, bajó por mi cara y se detuvo sobre mis labios, yo respiraba cada vez más agitada, ese olor inconfundible a polla entraba por mi nariz invadiéndome toda, sentí como la señora respetable que había sido hasta ese momento se esfumaba dejando solo a una hembra hambrienta de sexo y muy caliente. Nunca pensé que me atrevería, pero entreabrí mis labios y le di un tímido beso, luego asomé mi lengua y recorrí su tronco, me pareció tan grueso y grande, su piel era muy suave y estaba muy caliente. Como llevada por una fuerza superior a mí, alcancé su cabeza, la lamí por todo su contorno y me la metí en la boca. Se notaba inmensa, con que ganas se la chupaba, ahora era él quien se quejaba de caliente, estaba disfrutando de un pollón como una loca. Mientras disfrutaba de esa polla en mi boca, quería hacerme una idea de cómo sería el dueño de tremenda polla, ¿de dónde lo habría sacado Alberto? ¿Sería joven o mayor? ¿Un humilde obrero que pasaba por la calle? ¿Alguien del bar donde estuvimos? La verdad, no me importaba mucho, en esos momentos lo importante era su polla deliciosa y yo la chupaba como una obsesa, disfrutándolo a tope. Me puso sus pelotas en la cara, noté que estaba todo depilado, no me lo pensé y las lamí con dedicación, recorriéndolas por todos lados.
Mientras, los dos me chupaban las tetas y me metían sus dedos en el coño, estaba tan abierta y mojada que sentía los dedos de ambos removiéndose sin parar en mi interior ¡los de ambos al mismo tiempo! Sentía un inmenso placer, con tantas manos, las lenguas y dos pollas a mi disposición. En esos momentos estaba expuesta a todo lo que me pidieran y fue entonces cuando mi marido me preguntó:
– ¿Qué es lo que quiere ahora mi mujercita caliente? Apuesto que lo sé…
Yo seguía chupando como una posesa. Saqué su polla de la boca y le rogué:
– ¡Seas quien seas, fóllame por favor, métemela, la quiero toda dentro de mí… Por favor!
Abrí al máximo mis piernas, ofreciéndole desvergonzadamente mi sexo. Noté que se ponía en posición, pude sentir como iba entrando, la sentía enorme, me dilataba la vagina abriéndose paso. Sentía un placer inmenso, ya no había nada que me parara.

– ¡Asiiii!- decía yo gimiendo de placer, abierta de par en par.
Como estaba atada de manos, lo abracé con mis piernas, lo apretaba contra mí haciendo que me la metiera toda, hasta el fondo. No podía creerlo, yo, la seria y tranquila señora, desnuda sobre aquella cama de hotel con un tremendo pollón desconocido metido hasta el fondo de mi coño.
La escena era tan degenerada; amarrada, con los ojos vendados, siendo follada (muy bien, por cierto) por un desconocido y mi marido mirando la escena y participando. Fue demasiado para mí, tuve un orgasmo bestial. Yo y mi amante desconocido frotábamos nuestras lenguas, nuestras salivas se juntaban bañándonos los labios, en su boca sentí el olor de mi coño mezclado con olor a cerveza, alrededor de mi boca se mezclaba mi perfume francés con el olor de su polla.
De pronto empujó hasta el fondo y comenzó a jadear, se estaba corriendo, ya me gustaban hasta sus gemidos. Después se quedó quieto sobre mí, jadeando ambos, yo le apretaba el miembro con mi vagina. Cuando la tuvo blanda me lo sacó y se levantó.
Lo oí vestirse sin decir palabra, después se marchó, mi marido lo acompañó a la puerta, hablaron algo, yo todavía seguía atada, permanecía con las piernas abiertas, desde mi vagina sentía correr un hilo de semen hasta mi culo. No me sentía sucia ni nada, me sentía viva, una mujer plena. A partir de ese día, tuve claro lo que quería y lo que me tendría que ofrecer Alberto a menudo para satisfacer toda mi calentura; dos buenas pollas. Besos

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