Relato erótico

El mejor regalo

Charo
2 de junio del 2020

Tenía que ir a la universidad y buscar alojamiento en la ciudad. Encontró una habitación en casa de un matrimonio joven. Eran muy simpáticos y lo recibieron muy bien.

Jaime – Valladolid

Mi nombre es Jaime, tengo 19 años. Soy de un pueblecito donde no hay cerca universidad, por lo que, al terminar bachillerato, me desplacé a la ciudad para seguir con mis estudios. Antes tuve que buscar alojamiento y después de visitar varios lugares que o no me gustaban o no podía pagar, llegué a una dirección que saqué de un periódico. Resultó ser un bonito piso donde vivían un matrimonio y sus dos hijos. Como el lugar tenía tres dormitorios y les sobraba uno, habían decidido poner el anuncio para ayudarse económicamente.
Me parecieron muy simpáticos, fueron muy amables y se comprometieron con mi madre, que me acompañaba, a cuidar a su “niño”. Una vez hecho el trato, al día siguiente mi madre volvió al pueblo y yo me instalé. Todo fue bien, Rober, el dueño de casa, tendría unos 30 años, es Ingeniero recién titulado y estaba haciendo un reemplazo en una fábrica, pero buscaba empleo estable. Tuvo buena onda conmigo, me explicó un par de cosas de mates que yo no entendía y en general se interesaba por mis estudios.
Ella, Elena, de 26 años, era simpática, bonita, alta, ni delgada ni gorda, bonita, de ojos verdes, se preocupaba de mí como de un hijo o hermano; que me abrigara, que no llegara tarde, que me alimentara bien, en fin, yo creo que mi madre le había encargado cuidarme y se lo había tomado en serio. Me integraron como uno más de la familia; preparaban algo especial y me invitaban, o los fines de semana veíamos películas comiendo golosinas o un traguito.
Pasaron unos cuantos meses y una tarde me llamaron al comedor para conversar, estaban bastante serios. Me contaron que a Rober le había salido un trabajo lejos de la ciudad y que tendrían de mudarse allí. Me dijeron, que como iba a hacer un periodo de aprendizaje y todavía no tenían la casa que les ofrecía la empresa, Elena y los niños se quedaban un par de meses. Ello me daba plazo para buscar con calma otro alojamiento, aunque Rober me pidió que no me mudara hasta el último momento para acompañar a Elena y los chicos. A los pocos días partió Rober.
Pasaban los días y yo intentaba acompañarlos tanto como mis estudios me lo permitían, los fines de semana eran más pesados, jugábamos a cartas toda la tarde, yo le ayudaba a preparar la cena… Me encantaba la risa de Elena, en realidad todo lo de ella me gustaba. Empezó a crecer en mí un fuerte deseo por ella, no me perdía detalle cuando iba con minifalda, habría dado cualquier cosa por verle, aunque sea las bragas. Cuando se iba a acostar me daba por salir en silencio y a oscuras, al baño o la cocina, ella siempre cerraba la puerta, pero tenía la esperanza de que alguna vez se le quedara entreabierta.
Ya en mi cama la imaginaba acostada con un pequeño camisón, sola y tal vez añorando sexo. No imagináis la cantidad de pajas que me hice. Yo era completamente virgen, ni siquiera había visto una mujer desnuda (mucho menos tocarla). Pasaron dos meses y Rober todavía no recibía la casa porque el otro ingeniero aún no se iba, avisó que pasaría otro mes. Elena se entristeció mucho, los niños y ella lo echaban mucho de menos. Esa noche era viernes, Elena me dijo:

– Nos vamos a tomar algo para quitarme las penas.
Acostó a los niños y nos servimos unos tragos conversando y fumando. Repetimos dos veces, ella estaba bastante mareada, se olvidó de la pena y se reía con ganas de cualquier cosa. Como a las dos de la madrugada me dijo:
– ¡El tiempo se pasó volando, mejor nos vamos a acostar porque después no voy a poder levantarme!
Me dio un tierno beso en la mejilla y fuimos cada uno a su dormitorio. Me puse rápido el pijama y como cada noche venía haciendo, salí a oscuras al baño. Me quedé paralizado cuando vi su puerta completamente abierta, ella estaba de pie junto a la cama, solo con el sujetador ya desabrochado y unas pequeñas braguitas. La suave luz de su lamparita estaba encendida, por lo que se apreciaba todo su exquisito cuerpo. De pronto, levantó la vista y distinguió mi figura en el pasillo oscuro, juro que ocurrió así, mirándome y con un movimiento excesivamente lento, tomó el interruptor y apagó la luz. Oí su voz diciéndome…”buenas noches”.
Yo me dirigí en silencio a mi cama, con una verdadera erección bajo mi pijama. Tuve que hacerme una paja antes de poder dormirme. Al día siguiente no podía sacar la imagen de mi mente, analizaba cada cosa que ocurrió, repasaba cada segundo en mi mente, sus formas las tenía grabadas en la retina. Ella actuaba como de costumbre, no dijo nada acerca de lo ocurrido, llegué a pensar “tal vez ni se acuerda”.
A medida que se acercaba la noche, me ponía más nervioso, me dio la impresión que ella también lo estaba. Miramos la tele, ambos callados, yo fingía estar concentrado en la tele, pero ni supe lo que estaban dando. Al rato dijo que se iba a acostar, dándome las buenas noches, yo hice lo mismo. Esa noche no me atreví a salir al pasillo. A oscuras entreabrí mi puerta un poco y vi el reflejo de luz que me indicaba que tenía su puerta abierta, afiné el oído y oí cuando se sacó los zapatos, cuando bajaba la cremallera de su pantalón… ¡Dios, se estaba desnudando con la puerta abierta de nuevo! Pasó un rato en silencio, después apagó la luz y la escuché acostarse. Por un instante pensé: “¿y si estuvo esperando que yo saliera? ¿Y si le gustó exhibirse ante mí? ¡No puede ser! La mente juega malas pasadas, me dije y me acosté. Llegó el lunes, vuelta a la rutina, durante la semana no tenía mucho tiempo libre, el miércoles por la noche llegó con los niños y unas bolsas de la compra. Dio la cena a los niños y los acostó, yo veía las noticias en la tele, apareció después de un rato con una falda hasta un poco más arriba de las rodillas.
– ¿Te gusta? Estaba de oferta.
Respondí afirmativamente con la cabeza.
– Eso sí, tengo que acortarla un poco, me queda larga, ¿no te parece?
Después se cogió el borde de la falda y lo subió excesivamente mostrándome generosamente sus piernas, casi hasta las braguitas. Me miró preguntándome con voz inocente:

– ¿Será mucho hasta aquí?
– Está perfecto, tienes unas bonitas piernas -contesté.
– Ya, vamos a acostarnos.
Dijo bajándose la falda y se fue dejándome con una gran dureza. El resto de esa semana me la pasé estudiando y ese fin de semana viajé a mi casa a ver a mi gente. Me tenían regalos porque la semana siguiente era mi 18 cumpleaños y lo iba a pasar estudiando. Pasó la semana y por fin llegó el viernes de mi cumpleaños, pasé todo el día en la universidad. Esa noche llegué tarde, Elena ya estaba en su habitación, me acosté y me quedé a oscuras escuchando algo de música a bajo volumen, para no molestar. De pronto escuché pasos en el pasillo. Se abrió mi puerta y escuché su voz:
– ¡Hola, te estaba esperando! ¿Cómo pasaste tu cumpleaños?
Me levanté y encendí mi lámpara, iba con una bata de seda blanca larga, sus piernas se asomaron cuando se sentó en la cama junto a mí. Ya me puse a cien, pero intentaba actuar normal, no me atrevía a mirarle las piernas, aunque se me iban los ojos. Hablamos de cómo me había ido.
– ¿Te puedo hacer una pregunta indiscreta?
Afirmé con la cabeza.
– ¿Has visto alguna vez un cuerpo desnudo de mujer?
– No, solo en películas o fotos.
– Como no compré nada, se me ocurrió regalarte 10 segundos de luna.
Me pidió que apagara la lámpara, lo hice, no se veía nada.
– Esta noche hay una luna llena preciosa, la estaba mirando cuando se me ocurrió. Me voy a poner junto en la ventana, voy a abrir la cortina y entre la luz de la luna, voy a sacarme la ropa y a contar hasta 10, después voy a cerrar la cortina.
– ¡Estás bromeando! ¿No es cierto? – no podía creerlo.
Se puso de pie, no se veía nada, de pronto abrió la cortina y una suave luz azul inundó la habitación. Allí estaba ella a un metro y medio, junto a la ventana. Empezó a contar y a desatar el cinturón de la bata, dejó caer la bata, debajo llevaba un camisón cortito y escotado, solo con tirantes en los hombros, que piernas… Seguía contando y deslizando los tirantes por sus hombros, se giró dándome la espalda, la pequeña prenda empezó a bajar, yo temblaba, su camisón cayó al suelo, llevaba un tanga metido en su culo hermoso y redondo, seguía contando… giró lentamente hacia mí, sus manos tapaban sus pechos, me miró a los ojos y bajó las manos, ¡vi sus tetas, grandes y blancas! Su cuerpo bañado de luz azul…
– ¿Te gusta? -dijo con una voz seductora.
– Eres exquisita -respondí hirviendo.
– ¡Se acabó el tiempo! -dijo y cerró la cortina.

Salió y me quedé aturdido y sudado, después de unos minutos me levanté a por agua. Salí a oscuras hacia la cocina, en el pasillo no pude evitar mirar hacia su puerta, estaba entreabierta y su cama estaba iluminada por la luna. Me acerqué y la vi con toda claridad, estaba tendida sobre su cama, ¡completamente desnuda! Tenía las piernas separadas y se acariciaba frenéticamente la vagina con una mano, mientras con la otra amasaba sus tetas, podía oírla gemir. No me vio, tenía los ojos cerrados. Permanecí inmóvil, mirándola. Luego, llevado por un deseo incontrolable, me acerqué lentamente hasta quedar junto a su cama. Seguía sin percatarse de mi presencia, desde mi nueva posición podía ver claramente como sus dedos se perdían desesperados en su interior. No aguanté y puse mi mano sobre una de sus tetas, al tiempo que le daba un beso en los labios. Ella reaccionó sobresaltada y sorprendida, intentó sacar mi mano, comencé a chupar uno de sus exquisitos pezones, lo lamía fuerte al tiempo que mi mano se deslizaba hasta su entrepierna. Ella cerró las piernas, con su mano se tapaba sin dejarme tocársela, me decía con voz entrecortada:
– ¡Déjame, suéltame por favor!
Otro beso en la boca, esta vez se abrió ligeramente, rocé su lengua con la mía. Con una de mis manos saqué la suya y con mi otra mano comencé a acariciarla. Primero sus pelitos, eran solo un mechón, increíblemente suaves, lentamente separó un poco las piernas y apartó su mano cogió la mía y la deslizó hasta su coño. Comencé a jugar con su vagina, era tan suave, húmeda… Se la abrí y metí suavemente un dedo, ella permanecía quieta, abandonada, parecía entregada, solo gemía. Era la primera vez que tocaba un coñito. Acerqué mi cara y besé sus pelitos, su olor era enloquecedor, me coloqué entre sus piernas y le di un beso en la entrada, estaba depilada completamente en esa parte. Ella con sus manos se la abrió, se la miré, era tan rica, rosada, mojadita, ofreciéndose abierta para mí… Le pasé la lengua por todos lados, a ratos la metía hasta dentro, sentía su sabor, ella se retorcía.
Me cogió de los hombros llevándome hacia arriba, me dio el beso más caliente que me han dado en mi vida, largo, refregando su lengua como loca con la mía, mientras llevó su mano hacia abajo, me cogió la polla y se la colocó en la entrada de su coño, después abrazándome por la espalda me empujó y se lo metí hasta el fondo. Era maravilloso sentirla como me lo apretaba todo, como me besaba mientras se movía. Empecé a moverme acompasadamente con ella, era un ritmo que iba aumentando, llegaba hasta dentro y luego la sacaba hasta dejar solo la cabeza atrapada en ese hoyito. Sentí que me iba y ella lo hizo al mismo tiempo entre jadeos y gemidos ahogados. Nos quedamos inmóviles, abrazados. Acarició mi pelo y me dijo al oído:
– ¡Feliz cumpleaños!
Después de un rato, me tendí a su lado en silencio. Ella apoyó su cabeza en mi vientre y comenzó a limpiarme la polla con su lengua.

Luego, se arrodilló entre mis piernas y siguió lamiendo, lo cogía con sus suaves manos y lo acariciaba dulcemente, yo la miraba y no podía creerlo, ella, la mujer más deliciosa que había conocido, allí, desnuda, arrodillada entre mis piernas chupándome la polla a la luz de la luna. Repitió el recorrido varias veces, cada vez con más ganas, yo estaba como loco. Pasó un siglo en ello, después subió y se sentó sobre mi miembro tragándoselo hasta el fondo, sentía mis bolas en contacto con su culo, comenzó a moverse, arriba y abajo, en círculo, se inclinaba y me ponía las tetas en la cara, mi boca buscaba sus pezones. Otras veces, se enderezaba, se quedaba quieta con la polla dentro, y mirándome fijamente se acariciaba las tetas, se pellizcaba los pezones, se las amasaba, como haciéndome un show. Iba a acabar, ella saltó rápido y bajó, me empezó a pajear hasta que mi semen comenzó a saltar, parte cayó en mi abdomen, otro sobre la cama, otro poco resbalaba por mi polla y por su mano que no la soltaba. Comenzó a lamerme las pelotas y el vientre diciendo:
– ¡Tenía tantas ganas de probar tu leche!
Yo la miré y le sonreí tímidamente. Después de descansar y besarnos un buen rato, volví a mi cama. Al día siguiente me despedí, cogí mis cosas y me dirigí a mi nuevo hogar. Empecé una nueva etapa de mi vida, pero aquel cumpleaños y lo vivido con Elena, estarán siempre en mi corazón. Desde entonces, siempre que hay luna llena pienso en ella…

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