Relato erótico

El mejor regalo

Charo
15 de octubre del 2018

Nuestro buen amigo José de Pamplona nos envía otro relato de sus experiencias de cornudo consentido. Como siempre el vicio está garantizado.

José – PAMPLONA
Amiga Charo, estábamos celebrando el aniversario de mi mujer, Silvia, con un amigo común. Ella me aplicaba de nuevo la boca, comiéndome la polla mientras yo le magreaba los pechos delante del invitado y ella solo levantó su cabecita una vez cuando la polla de Ernesto se le metió en el culo y por la cara que puso era evidente que sentía mucho placer.
Un instante más tarde estaba mamándomela de nuevo, ahora con más energía emitiendo una serie de gemidos guturales de auténtica zorra, mientras su amante le aferraba las caderas y le perforaba el trasero sin apartar la mirada de la enorme polla que iba y venía.
Silvia pronto me excitó sorbiendo y mordisqueándome el glande congestionado, frotándomelo en ocasiones con su inquisitiva naricita respingona. Ernesto levantó los ojos, me miró y dijo sonriendo:
– ¡Como la tengo de gorda!. ¿Te mola…?.
– Mucho – dije – A mí también me encanta tamaña grandeza.
Silvia tenía la boca llena, de lo contrario habría dicho que sentía lo mismo, pero de momento solo se aplicaba a hacerme una de la mamadas más excitantes que me había hecho nunca y cada vez que Ernesto hundía mas adentro su estoque, Silvia me chupaba con más vigor mi cipote recalentado.
Fui el primero en correrme levantando las rodillas hasta los pechos de Silvia mientras ella daba buena cuenta de todo lo que me salía por la explosiva polla.
Entonces le tocó a Ernesto y tuve el sumo placer de verle la cara de golfo que puso cuando estalló como un volcán dentro del angosto recto de mi mujer. Ella se corrió a continuación, bombeando con todo el culo atacado, contra la polla sodomita del amigo para aprovechar hasta los últimos estertores y restos de la placentera corrida.

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Por un instante nadie se movió, los tres estábamos conectados en la amplia cama matrimonial.
– No se la saques todavía – le dije a Ernesto.
– ¿No… por qué…? – preguntó intrigado.
– Quiero verla – añadí.
Ernesto se rió entre dientes y no se movió de donde estaba. Silvia tenía la mirada perdida cuando saqué de su boca mi cipote morcillón y bajé de la cama para ponerme al lado de Ernesto.
– ¡Ahora! – le dije inquisitivo.
Un estremecimiento me recorrió el cuerpo mientras miraba como aquel culebrón salía del dilatado agujero del ojete de Silvia y aunque había soltado su carga aquella herramienta de campeón era todavía suficientemente gruesa como para resultar más que formidable. Cuando salió finalmente el glande como un puño, el agrandado recto de mi mujer pareció latir con movimientos espasmódicos. Ernesto se exprimió la polla con dos dedos, el índice y el pulgar, me sonrió y me guiñó el ojo con complicidad diciéndome:
– ¡Ahí queda eso, para que aprendas, cabrón!.
Lo que yo quería entonces era a Silvia para mi y creo que me comprendió cuando volví a subir a la cama y empecé a besarle la entrepierna, pasándole una mano por el redondo culete y luego metiéndosela en el coño diciéndole:
– Ponte boca arriba y te chupo.
Hizo un sonido de felicidad mientras se giraba para que yo pudiera acomodarme y cubriéndose a duras penas las tetas con las manos, levantó las rodillas y me mostró la velluda entrepierna toda mojada.
– ¡Chúpamelo, cariño, me encanta que me lo chupes! – exclamó.
Su coño es carnoso y sexy, con toda la hendidura enrojecida inundada de jugos, y el ojete se veía claro, perfectamente abierto. Su vello púbico es una maravilla, tupido, negro y rizado, y le crece por el lado izquierdo de los muslos completamente hirsuto, bajándole por toda la raja hermosa de su culo.
Se relamió, lo mismo que yo, de excitación lujuriosa mientras yo seguía mirándola. Entonces, usando todos los dedos de sus manos sacó todavía más su tieso clítoris y lo dirigió hacia mí.
– Mi pequeñito pompón – me dijo.

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– No tan chiquito, amor mío – le respondí.
Ernesto estaba ahora sentado en una silla cerca de la cama, sonriéndonos y manoseándose la polla mientras nos miraba y trempaba como un auténtico berraco.
Volví mi atención al pringado y carnoso coño de Silvia y sin nada de preliminares incliné mi cabeza para saboreárselo. Ella levantó las piernas todo lo que pudo para facilitarme la operación mientras yo la lamía con gula entre los gruesos y peludos labios. El jugo era copioso y cuando se lo estaba mamando, Silvia se corrió del placer.
Entonces Ernesto dejó la silla y vino por detrás a acariciar a Silvia. Sabía qué era lo que quería y pensé que ahora ella estaba preparada. Levanté la cara del coño de mi mujer y miré a su querido por encima del hombro, más con agradecimiento que con chulería.
– Necesitará un momento de descanso – dije – No puedes entrar otra vez ahí tan seguido.
Ernesto me sonrió. Tenía el rabo amenazador y tremendo.
– No te preocupes… – replicó.
Entonces él se la clavó pero por delante esta vez y yo volví al banquete del húmedo y ahora repleto conejo de Silvia. Por mucho que le gustase a ella tener una polla como la de Ernesto allí metida, no tenía ninguna intención ni miedo de que él la fuese a rasgar con aquella tan enorme herramienta, todo lo contrario. Quizá Silvia también podía acomodarla sin lubricación, pero yo estaba seguro de que a mi me resultaría placentero colaborar para que fuese un acople perfecto y acogedor besando, lamiendo y dando chupetones tanto a la polla ocupante como en todos los aledaños del coño.
Silvia se apretó las tetas con las manos pellizcándose los pezones y yo disfruté con que Ernesto zarandease bien todo aquel badajo.

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– Chúpanos bien a los dos, querido – me dijo Silvia, soltando una risita y comenzando a correrse.
Era el primer orgasmo de la serie y aquello no había hecho más que empezar. Su vientre se estremecía, trémulo y saltarín, cada vez que le frotaba la vulva con el pollón a cada tarascada. Entonces sentí en mis labios que Ernesto le atizaba más fuerte, pasando el glande engrasado de lefa por toda la raja de su coño.
Noté el glande algo congestionado, la vara, las pelotas descomunales, toda su carne masculina apretada contra mi cara. Entonces, por fin, la punta del pollón se me apoyó debajo de mi nariz, mis labios se estremecieron al sentir que los taladraba entrando en mi boca golosa. El coño de Silvia ayudaba y en un momento Ernesto gruñó llenándome la garganta con su estupenda polla y toda su carga.
Volví a la entrepierna de Silvia y le enterré allí mi cara, casi avergonzado, tirando con mis labios sus gruesos labios del coño. Todo aquel bosque de vello me hacía cosquillas en la nariz, en el paladar y en el mentón mientras mordisqueaba y chupaba el carnoso conejo.
Ernesto me demostró que también era un experto follando coños, pero eso por supuesto, no me pareció raro después de ver como se lo hacia a mi mujer en el culo. Se movió también al ritmo justo, hundiendo la polla solo a tres cuartos de las pelotas para no reventarla, pero dándole con ellas en el clítoris.
Mis labios y mi lengua facilitaron deliciosamente las cosas, y yo no tenía ningún sentimiento de cabrón o de mamporrero, solo la maravillosa sensación de estar llenada mi boca del todo por una carne ardiente de polla y conejo, anidando juntos en el amor. Todo eso, combinado con el sabroso recto de Silvia en mi boca, bastaba para mantenerme en la cúspide paradisíaca del éxtasis.
El ritmo de Ernesto no tardó en acelerarse y su glande iba y venía por todo el chocho de Silvia como la cabeza de un pistón de fórmula uno. Yo chupaba con más fuerza el culo de mi mujer y lo busqué todo con mis labios y lengua en un trabajo desaforado, dándome cuenta de que pronto volvería a correrse Ernesto. Le apretaba los tabiques de la vagina Silvia de tal manera que me echaba a mí fuera, gruñendo, con sus tarascadas.
Por fin volvió a llegarles el clímax, empujando para llenarse los genitales de semen ardiente. Así se corrieron como posesos mientras yo mordía el clítoris de Silvia que gritó e inmediatamente llegó otra vez al orgasmo, y apretándome la cara con sus cojones, me metió la polla en un ojo mientras se terminaba de correr.
Saludos.

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