Relato erótico

El mejor cumpleaños de mi vida

Charo
14 de octubre del 2019

Estaba buscando una habitación en la ciudad y por fin encontró una en casa de una pareja joven con dos niños. Una ayuda en su economía les iría bien y a él le gustó la idea.

Eduardo – Zamora
Mi nombre es Eduardo, tengo 22 años, soy de un pueblecito y estudio en la ciudad. Como no tenemos parientes aquí, tuve que buscar alojamiento. Después de visitar varios lugares que no me gustaban o no podía pagar, llegué a una dirección que saqué de un diario. Resultó ser un bonito apartamento donde vivían un matrimonio y sus dos hijos pequeños. Como el lugar tenía tres dormitorios y les sobraba uno, habían decidido poner el anuncio para ayudarse económicamente.
Me parecieron muy simpáticos, además que era la primera vez para ellos, por lo que fueron muy amables y se comprometieron con mi madre, que me acompañaba, a cuidar a su “niño”. Una vez hecho el trato, mi madre volvió al pueblo, triste pero tranquila. Yo me instalé de inmediato. Álvaro, el dueño de la casa, tendría unos 30 años, es ingeniero y estaba haciendo una sustitución en una fábrica, pero buscaba empleo estable. Me explicó un par de cosas de mates que no entendía, y en general se interesaba por mis estudios. Ella, Carmen, de 26 años, era simpática, además de estar buenísima era muy agradable.
Se preocupaba de mí como de un hijo o hermano pequeño; me abrigaba, que no llegara tarde, que me alimentara bien, en fin, creo que mi madre le había encargado cuidarme y se lo había tomado en serio. Me integraron como uno más de la familia. De repente preparaban algo bueno para la noche y me invitaban, o los fines de semana ponían películas y las veíamos comiendo golosinas y bebiendo, aunque a mí me servían suave porque era muy pequeño, decían riendo.
Pasaron unos cuantos meses y una tarde me llamaron al comedor para conversar, estaban bastante serios. Me contaron que a Álvaro le habían ofrecido un trabajo en otra ciudad, y eso significaba que tendrían que mudarse, pero como primero Álvaro debía hacer un periodo de aprendizaje, Carmen y los niños se iban a quedar un par de meses. Ello me daba plazo para buscar con calma otro alojamiento, aunque Álvaro me pidió que no me mudara hasta el último momento para hacer compañía a Carmen y los chicos. Me dijeron que lo lamentaban, que tenían que buscar su conveniencia, yo les dije que lo sentía, pero comprendía y me alegraba por ellos.

A los pocos días marchó Álvaro. Como pasaban los días yo intentaba acompañarlos todo lo que mis estudios me permitían. Los fines de semana eran más pesados, jugábamos a las cartas toda la tarde, le ayudaba a preparar la cena… Me encantaba la risa de Carmen, en realidad todo lo de ella me gustaba. Empezó a crecer en mí un fuerte deseo por ella, no me perdía detalle cuando iba con minifalda, habría dado cualquier cosa por verle, aunque sea las braguitas. Cuando se iba a acostar, me daba por salir en silencio y a oscuras al baño o a la cocina. Ella siempre cerraba la puerta, pero tenía la esperanza de que alguna vez se le quedara entreabierta. Ya en mi habitación la imaginaba acostada, con un pequeño camisón sola, tal vez añorando sexo. No imagináis la cantidad de pajas que me hice, yo era completamente virgen, ni siquiera había visto una mujer desnuda, mucho menos tocarla.
Pasaron dos meses y Álvaro todavía no recibía la casa porque el otro ingeniero aún no se iba, avisó que pasaría otro mes. Carmen se entristeció mucho, los niños y ella lo echaban mucho de menos.
Esa noche era viernes, Carmen me dijo de tomar un trago para pasar la pena. Acostó a los niños y nos servimos unos tragos conversando y fumando. Estuvimos bebiendo bastante, ella se olvidó de la pena y se reía con ganas de cualquier cosa. Ya tarde decidimos acostarnos, me dio un tierno beso en la mejilla y me deseó buenas noches. Me puse rápido el pijama y como cada noche hacía, salí a oscuras al baño. Me quedé paralizado cuando vi su puerta abierta, estaba de pie junto a la cama solo con ropa interior, la suave luz de su mesita estaba encendida por lo que se apreciaba todo su exquisito cuerpo. De pronto levantó la vista y distinguió mi figura en el pasillo oscuro, juro que ocurrió así, mirándome y con un movimiento excesivamente lento apagó la luz. Oí su voz diciéndome “buenas noches”. Fui en silencio a mi habitación con una verdadera roca bajo mi pijama. Tuve que hacerme una paja antes de poder dormirme. Al día siguiente no podía sacar la imagen de mi mente, analizaba cada cosa que ocurrió, repasaba cada segundo en mi mente, sus formas las tenía grabadas en la retina.
Ella actuaba como de costumbre, no dijo nada acerca de lo ocurrido, llegué a pensar “tal vez ni se acuerda”. A medida que se acercaba la noche, me ponía más nervioso, me dio la impresión que ella también lo estaba. Miramos la tele en el salón, callados. Yo fingía estar concentrado en la tele pero ni supe lo que estaban dando. A medianoche se despidió y se fue a acostar, hice lo mismo. Esa noche no me atreví a salir al pasillo. A oscuras entreabrí mi puerta un poco y vi el reflejo de luz que indicaba que tenía su puerta abierta.

Afiné el oído, oí claramente cuando se quitó los zapatos, cuando bajó el cierre de su pantalón… Dios, se estaba desnudando con la puerta abierta de nuevo. Debía estar de pie junto a la cama. Aun no se acostaba porque al hacerlo su cama sonaba de un modo peculiar. Pasó un rato largo en silencio, después de varios minutos apagó la luz y la escuché acostarse. Por un instante pasó una idea loca por mi cabeza; ¿y si estuvo esperando que yo saliera? ¿Y si le gustó exhibirse ante mí? ¡No podía ser! “La mente juega malas pasadas”, me dije, y me acosté.
Llegó el lunes, vuelta a la rutina. Durante la semana no tenía mucho tiempo libre, el miércoles por la noche llegó con los niños y los acostó. Yo miraba las noticias en la tele, apareció después de un rato con una falda hasta un poco más arriba de las rodillas diciéndome que la había comprado en oferta, si me gustaba. Respondí afirmativamente con la cabeza.
– Tengo que acortarla un poco, me queda larga, ¿no te parece?
Después se tomó el borde de la falda y lo subió excesivamente, mostrándome generosamente sus largas piernas, casi hasta las braguitas. Me miró preguntándome con voz inocente:
– ¿Será mucho hasta aquí?
– Ahí está perfecto. Tienes unas piernas preciosas -dije comiéndome sus piernas con la vista.
– Vamos a acostarnos – dijo bajándose la falda y se fue dejándome ahí con una gran erección.
El resto de esa semana me la pasé estudiando. Pasó la semana y por fin llegó el viernes de mi cumpleaños. Pasé todo el día en la universidad. Esa noche llegué tarde, Carmen ya estaba en su habitación con la puerta cerrada, yo me acosté y me quedé a oscuras escuchando algo de música a volumen bajo, para no molestar. De pronto escuché pasos en el pasillo. Se abrió mi puerta y escuche su voz que me dijo entrando:
– Te estaba esperando, ¿cómo pasaste tu cumpleaños?
Me levanté y encendí mi lámpara, iba con una bata de seda blanca larga, sus piernas se asomaron cuando se sentó en la cama junto a mí. Se me puso la polla dura, yo intentaba actuar de forma normal, no me atrevía a mirarle las piernas, aunque se me iban los ojos. Estuvimos hablando de como había ido, que me habían regalado, etc. De repente me dijo:

– ¿Te puedo hacer una pregunta indiscreta?
Afirmé con la cabeza.
– Me dijiste una vez que nunca habías tenido relaciones.
Bajé la mirada avergonzado y negué con la cabeza.
– ¿Y has visto un cuerpo de mujer por lo menos, o eso tampoco?
– Tampoco, solo en películas o fotos -le dije poniéndome más colorado.
– Como no te compré nada, se me ocurrió darte un regalo por tu cumpleaños, 10 segundos de luna.
No entendía. Me pidió que apagara la lámpara, lo hice, no se veía nada. Seguía sin entender…
– Muy simple, esta noche hay una luna llena preciosa, la estaba mirando en mi habitación cuando se me ocurrió. Me voy a poner junto a la ventana, voy a abrir la cortina para que, entre la luz de la luna, voy a sacarme la ropa y a contar hasta 10, después voy a cerrar la cortina. Pensé que te gustaría, como dijiste que te gustaba mi cuerpo.
– ¿Estás bromeando? ¡No es cierto! -respondí, no podía creerlo.
– Estoy hablando en serio.
Dijo y se puso de pie. No se veía nada, de pronto se abrió la gruesa cortina y una suave luz azul inundó la habitación. Ahí estaba ella, a un metro y medio de distancia, junto a la ventana. Empezó a contar y a desatar el cinturón de la bata, dejó caer la bata, debajo llevaba puesto un camisón cortito y escotado, solo con tirantes en los hombros. Deslizó los tirantes por sus hombros, giró dándome la espalda, la pequeña prenda comenzó a bajar, yo temblaba, su camisón cayó al suelo, llevaba un pequeñísimo tanga metido en su culo hermoso y redondo. Gira lentamente hacia mí, sus manos tapan sus pechos, me miró fijo a los ojos y bajó las manos, ¡vi sus tetas claramente, grandes y blancas, sus pezones, su cuerpo entero bañado de luz azul…
– ¿Te gusta? -me dijo con una voz seductora increíble.
– Eres exquisita -respondí hirviendo.
Ella dijo “¡tiempo!”, y cerró la cortina. Yo estaba temblando cuando la oí salir de la habitación, me quedé aturdido y mojado en transpiración. Después de unos minutos me dirigí a tomar un poco de agua. Me levanté y salí a oscuras hacia la cocina.

Ya en el pasillo no pude evitar mirar hacia su puerta, estaba entreabierta y su habitación iluminada por la luna. Me acerqué hasta la puerta y al mirar para adentro la vi con toda claridad, estaba tendida sobre su cama, ¡completamente desnuda! Su camisón en el suelo y su pequeño tanga junto a ella. Tenía las piernas ligeramente separadas y se acariciaba frenéticamente el coñito con una mano, mientras que con la otra amasaba alternadamente sus senos. Podía oírla gemir suavemente. No me vio, tenía los ojos cerrados. Permanecí allí, inmóvil, mirándola a la luz de la luna. Luego, llevado por un deseo incontrolable, fui acercándome lentamente hasta llegar junto a su cama, seguía sin percatarse de mi presencia. Desde mi nueva posición podía ver claramente como sus dedos se perdían desesperados en su interior.
No aguanté y puse mi mano sobre una de sus tetas al tiempo que le daba un beso en los labios. Ella reaccionó sobresaltada y sorprendida, intentó sacar mi mano. Yo comencé a chupar uno de sus exquisitos pezones, lo lamía fuerte al tiempo que mi mano se deslizaba a su entrepierna. Ella cerró las piernas, con su mano se tapaba, me decía con voz entrecortada:
– Déjame, suéltame, por favor.
Otro beso en la boca, esta vez su boca se abrió ligeramente, rocé su lengua con la mía. Con una de mis manos saqué la suya que me cerraba el paso y con mi otra mano comencé a acariciarla, primero sus pelitos, eran solo un mechón, increíblemente suaves. Lentamente separó un poco las piernas y apartó su mano deslizando la mía mano hacia su coñito, abriendo totalmente sus piernas. Comencé a jugar con su chocho, era tan suave, húmedo. Se lo abrí y metí suavemente un dedo. Dentro era tibio; ella permanecía quieta, abandonada, parecía entregada, solo gemía. Era la primera vez que tocaba un chocho vagina, y más encima de la mujer que me tenía loco. Acerqué mi cara y besé sus pelitos, su olor era enloquecedor, me coloqué entre sus piernas y le di un beso en la entrada de su coño, estaba depilada completamente en esa parte. Ella con sus manos se lo abrió, se lo miré, era tan apetitoso, rosado, húmedo, ofreciéndose para mí… Le pasé la lengua por todos lados, a ratos se la metía hasta dentro, sentía su sabor, más me enloquecía y más se la lamía.
Ella me cogió de los hombros llevándome hacia arriba, me dio el beso más caliente que me han dado en mi vida, largo, refregando su lengua como loca con la mía. Mientras lo hacía extendió su mano hacia abajo, me cogió la polla y se la colocó en la entrada de su coño. Después, abrazándome por la espalda, me empujó y se la metí hasta adentro. Era maravilloso sentirla como me lo apretaba todo, como me besaba mientras se movía. Yo comencé a moverme acompasadamente con ella, era un ritmo que iba aumentando, llegaba hasta dentro de ella, luego la sacaba hasta dejar solo la cabeza atrapada en ese coñito que ahora era todo mío. Sentí que me iba a correr, ella lo hizo al mismo tiempo entre jadeos y gemidos ahogados. Nos quedamos inmóviles, abrazados, yo todavía dentro de ella. Acarició mi pelo y me dijo al oído:
– ¡Feliz cumpleaños!
Después de un rato, me separé de ella y me tendí a su lado en silencio. Ella cogió su tanga, apoyó su cabeza en mi vientre y comenzó a limpiarme la polla con la prenda. Luego se arrodilló entre mis piernas y siguió secándomela, la cogía con sus suaves manos y la acariciaba dulcemente. Yo la miraba y no podía creerlo, ella, la mujer más deliciosa que había conocido, allí desnuda, arrodillada entre mis piernas acariciándome la polla a la luz de la luna. Todo ello lógicamente me hizo reaccionar de nuevo y paulatinamente se me fue poniendo de nuevo dura. Ella comenzó a pajearme cada vez más fuerte y me lo miraba como hipnotizada. De pronto le dio un pequeño beso en la hinchada cabeza, después sacó su lengua y la recorrió desde las pelotas hasta la punta. Al llegar allí, abrió su boca y se la metió en ella; podía verlo todo gracias a la luna, sentía como su lengua frotaba mi verga.

Repitió el recorrido varias veces, cada vez con más ganas, yo estaba como loco. Pasó un siglo en ello, después subió y se sentó sobre mi miembro, tragándoselo hasta el fondo.
Sentía mis bolas en contacto con su culo, comenzó a moverse, arriba y abajo, en círculo, a ratos se inclinaba y me ponía las tetas en la cara, mi boca buscaba sus pezones. Otras veces, se enderezaba, se quedaba quieta con la polla perdida dentro, y mirándome fijamente se acariciaba las tetas, se pellizcaba los pezones, se las amasaba, como haciéndome un show. Comencé a quejarme, iba a acabar, ella saltó rápido de encima y bajó, me empezó a pajear hasta que mi semen comenzó a saltar. Parte cayó en mi abdomen, otro sobre la cama, otro poco resbalaba por la punta y por su mano, que no la soltaba, yendo a dar a mis pelotas. Comenzó a lamerme las pelotas y el vientre diciendo:
– Tenía tantas ganas de probar tu leche…
Yo la miré y le sonreí tímidamente. Después de descansar y besarnos un buen rato, me dijo que fuera a mi cama, que los niños se despiertan temprano e iba a amanecer.
Me pidió que no pensara mal de ella, que se sentía sola y que desde que se dio cuenta que yo la miraba no podía sacarse la idea de que pasara algo, que el deseo nos hace comportarnos como locos, que la recordara con cariño, como me recordaría ella toda su vida.
Al día siguiente me despedí y partí con mis cosas a mi nueva casa, empecé una nueva etapa de mi vida, pero aquel cumpleaños y lo vivido con Carmen, estarán siempre en mi corazón. Desde entonces, siempre que hay luna llena pienso en ella.
Besos

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