Relato erótico

El maduro me da morbo

Charo
26 de enero del 2018

Está estudiando en Sevilla y su padre le alquiló un apartamento que tenía un amigo suyo de la infancia. El propietario era de la edad de su padre, con una barriga cervecera y la miraba con ojos de deseo.

Marta – SEVILLA
Esto que voy a contar me ocurrió hace unas semanas y es la primera vez que escribo a la revista, pero confieso que me encantan los testimonios de sus páginas. Mi nombre es Marta, tengo 20 años y soy estudiante de arquitectura, mi aspecto físico es más bien normal aunque la verdad es que no paso desapercibida para los hombres, no me considero una reina de belleza pero me cuido en el gimnasio y me siento orgullosa de mi trasero y mis tetas, que por lo demás le fascinan a mi novio, que no pierde ocasión para disfrutar de ellos, mejor dicho yo también lo dejo que me manosee porque me encanta. Mi familia es de clase media, nunca nos ha faltado nada pero tampoco sobra el dinero, es por eso que mi padre alquiló un apartamento para mí, para mi época de universidad. Es un estudio, pequeño pero cómodo y muy independiente, cosa que me conviene para disfrutar con plenitud el sexo con mi novio, sin que nadie nos importune. Bueno, no os aburro más con mi historia y cuento lo que me pasó.
El apartamento en el que vivo lo alquiló mi padre a un amigo suyo de la época del colegio, un tal Jaime, un señor de mas o menos 50 años, bajito, medio calvo, con prominente barriga, pero eso sí, siempre muy elegante y muy respetuoso. El viene siempre durante los primeros 10 días de cada mes a cobrar el alquiler, algunas veces solo otras con su mujer o con algún amigo que le acompaña y siempre he notado la forma en que me mira. Con disimulo se queda mirándome el culo y como lo muevo al caminar o al servirle un cafecito, parece que quisiera traspasar el escote de mi blusa y ni que decir cuando con la excusa de revisar el estado del apartamento se queda mirando mis tangas y mis sujetadores colgados en el sitio de lavar la ropa. Aunque nunca me había dicho nada siempre se sonroja cuando yo me quedo mirándolo, cosa rara en un hombre tan mayor.
En fin, durante los tres últimos meses me he retrasado unos días en el pago del alquiler ya que mi padre se atrasa en el envío del giro, cosa que le ha molestado mucho a Jaime ya que cada vez se exaspera más y más al venir a cobrar y por esta razón la semana pasada cuando vino a mi apartamento se disgusto mucho y hasta amenazó con sacarme si al día siguiente no le pagaba. Esa noche, un sábado, como a las siete, vino con uno de sus amigos que no hacía mas que mirarme descaradamente riéndose entre dientes y diciendo que las cosas se podían arreglar de otra forma, que era solo cuestión de negociar, por lo que al final rompí a llorar y por primera vez.

Jaime me acarició la cara secándome las lagrimas y pidiéndome disculpas por su rudeza, aunque la verdad no retiraba su mirada de mis pechos que estaban más expuestos, ya que mi blusa se había abierto un botón de más.
Una vez se hubo marchado, inexplicablemente empecé a pensar qué se sentiría haciendo el amor con un hombre viejo y gordo y como mi novio había salido de viaje con la universidad por dos semanas, las cosas estaban casi a pedir de boca. Pero al momento descarté la idea ya que él era amigo de mi padre. Ya más calmada, me metí en la ducha y no pude evitar masturbarme pensando en la posible situación. Estás loca, pensé para mis adentros. Después me coloqué el pijama, una simple camiseta de algodón, suelta y escotada, y unos pantaloncitos de algodón muy cortitos, y me metí en la cama para ver la televisión y para pensar en otras cosas, aunque confieso que la idea me perseguía.
Como a las once, cuando ya me había quedado dormida, sonó el timbre de la puerta, sacándome de la cama, como un resorte y al mirar por la mirilla, para mí asombro, allí enfrente de la puerta estaba Jaime con las manos en los costados, nervioso como un chiquillo. Confieso que mi excitación pasó de cero a mil. ¿Qué, iba a hacer ahora? El tipo con el que yo había fantaseado hacía menos de tres horas estaba parado fuera de mi puerta. En fin, hice de tripas corazón y sin pensar en mi vestimenta le abrí la puerta diciéndole:
– Señor Jaime, ¿le ha pasado algo?
No me creeríais la cara de idiota que puso al verme vestida así, no me quitaba la mirada de encima y no se decidía entre mirarme las tetas o los muslos.
– No Marta, es que me sentí muy mal por haberte hecho llorar hace unas horas y pensé en venir a pedirte disculpas, espero no haberte despertado, – Pues ya estaba dormida, pero no se preocupe, por favor entre y se toma un cafecito.
– No mi niña, para este frío mejor te invito a un traguito, mira he traído una botellita de whisky, ¿quieres?
En fin, lo hice pasar y decidí ver hasta donde era capaz de llegar. Nos sentamos en la sala, uno enfrente al otro, y cuando le servía su bebida me agachaba más de lo necesario para que me pudiera ver la tetas por el escote y como el pantaloncito era bien suelto, me las arreglé para que viera mas mi tanga, haciéndome la tonta, como si el whisky me estuviera alterando cada vez más.

Él estaba muy nervioso y me decía que su vida era aburrida, que amaba mucho a su esposa pero que ya no era lo mismo de hace años, que las cosas le iban bien en el negocio, y en fin cualquier cantidad de tonterías sin sentido. Entonces me di cuenta que las cortinas de la sala estaban abiertas y me levanté para cerrarlas dejando que me mirara por detrás y mientras cerraba las cortinas sentí su aliento en mi cuello y como por arte de magia mis pezones se pusieron duros sin poder evitarlo y ni que decir de mi rajita, que ya hacía rato estaba húmeda y caliente de pensar en toda esta situación.
Se me había acercado y pude sentir su barriga en mi espalda y sus manos sobre mis brazos, su aliento a alcohol. Yo me quedé quieta como una estatua sin poder moverme ni un milímetro, y me dijo:
– Martita no te asustes, es que me tienes loco, mi niña, no sabes como me excitas desde que te conocí, eres la mujercita más guapa sobre la tierra, y esta noche estás espectacular, dime si quieres que siga, dame la oportunidad de hacerte sentir como una mujer.
– Señor Jaime, espere por favor, usted esta equivocado, por favor pare, no siga.
Pero en vez de detenerse era como si mis palabras lo excitaran más, me abrazó por detrás con más fuerza y pude sentir el paquete de su verga sobre mi culo, cerré los ojos y me dejé llevar por el momento, y entonces sus manos atraparon mis tetas.
– ¡Como las tienes de hermosas, grandes y duras! – exclamaba mientras me las manoseaba con firmeza, pellizcándome los pezones – ¿Me dejas mordértelas? Ven, déjame quitarte esta camiseta y el pantaloncito.
En ese momento me dio la vuelta y nos fundimos en un beso mientras me empujaba contra la silla, haciéndome sentar con las piernas abiertas y los pies sobre su espalda, y me comía la boca con fuerza, con desespero como si no hubiera estado con una mujer en años, succionaba mis labios, mordiéndolos con pasión. Luego, metiendo su mano en mi coño, jugueteaba con mi clítoris como un experto, hasta que llevó allí su boca. Yo seguía con los ojos cerrados, pero ya no podía controlar mis gemidos ni el vaivén de mi sexo sobre su boca, la verdad no se cuantos orgasmos habré tenido pero cuando abrí los ojos para mirarlo, su cara brillaba con mis fluidos, movía su cara de arriba hacia abajo en el sentido de mi raja y cuando ponía su lengua sobre mi clítoris movía la cabeza de un lado al otro estaba como loco.
– ¿Te gusta? – me decía – Por la forma como te mojaste no creo que te lo hayan hecho así antes ¿verdad?
Yo solo atinaba a mirarlo sin decir nada, el corazón parecía que quería salirse de mi pecho, sentía mi boca reseca y me quedé como adormilada por un momento, como si las cosas pasaran enfrente de mí como en una película y él aprovechó para levantarse y empezar a desnudarse.

Se quitó la camisa dejando al descubierto su barriga prominente, que ya no me causaba desagrado, y después con mucho afán se bajó los pantalones, se quitó los calzoncillos y los calcetines, mirándome como pidiendo mi aprobación que ya se había ganado con la chupada que me pegó.
Nunca había visto a un hombre tan mayor ni tan gordo, desnudo y confieso que no me disgustó, ahora quería tenerlo para mí, devolverle las caricias que me había dado. El se quedó frente a la silla y solo me miraba esperando, yo lo miré de arriba hacia abajo y por primera vez en mi vida vi un sexo tan grande en vivo y en directo a menos de 30 cm de mi cara. Olía a macho, a sexo, su verga es mucho mas larga y gruesa que la de mi novio, su glande, cubierto aún por el prepucio seguido por un cuerpo moreno y lleno de venas palpitantes, y en la base los testículos más grandes que había visto en mi vida. Esta visión me calentó más de lo que ya estaba. Me quedé como una tonta mirando su sexo mientras él cogía mi cabeza entre sus manos y empezaba a acariciarme el cabello acercándome a su verga.
– ¿Que pasa cariño, nunca has probado uno de estos? Dale, no seas tímida, yo te iré enseñando, ahora hazme a mí lo que yo te hice a ti.
No sé como describir lo que sentí, ese olor a macho, a verga, le tiré el prepucio hacia atrás y dejé al aire su glande rojo brillante, le cogí la verga con mis manos y la empecé a acariciar de arriba hacia abajo con suavidad. Apretaba y soltaba su glande como si fuera una pelota de caucho, luego cogí sus pelotas entre mis manos y las sopesé, la piel de la base es suavecita, sin pelos y allí le di el primer beso a lo que respondió con un respingo y más presión sobre mi cabeza con sus manos. Subí con la punta de mi lengua por sus pelotas y después sobre el cuerpo de su verga disfrutando cada milímetro de ella y cuando alcancé su glande le pasé la lengua por la base por el borde inflamado y brotó de la punta un líquido transparente que no me pude resistir a probar y por fin metí esa cabeza entre mi boca saboreándola y luego, como pude, me la metí casi toda hasta que me llegó a la garganta.
Estaba otra vez como un loco, respirando como un toro, y con sus manos me fijó la cadencia de la mamada diciéndome:
– Que buena eres, mi mujer no hace esto hace años.
Sus piernas y todo su cuerpo estaban temblando, y no sé cuanto tiempo duro esta operación pero de repente se empinó sobre la punta de los pies y apretó mi cabeza contra su vientre empezando a correrse en mi garganta, por lo que no tuve más remedio que tragarme todo aquella catarata de semen.

Ya más tranquilos, me lo llevé a mi habitación y cuando llegamos al cuarto, lo acosté sobre la cama y me dediqué nuevamente a su verga y sus pelotas, lamiendo, mordiendo, chupando como una loca disfrutando de sus suspiros y gemidos hasta que me apartó haciéndome acostar ahora a mí dedicándose a comerme a besos y caricias desde mi cara hasta mis pies, chupándome dedo por dedo de los pies. ¡Que sensación tan deliciosa! Después me hizo doblar las rodillas dejando mi sexo a su disposición, lo que aprovechó para lamerme y meterme los dedos entre mi raja enloqueciéndome y por primera vez sentí la lengua de un macho en mi culito, al principio como por accidente pero después se dedicó a lamerlo y a penetrarlo con su lengua hasta que me corrí nuevamente y ya no aguanté más y le pedí que me penetrara.
– ¡Quiero sentir esa verga entre mi raja! – le dije – ¡Quiero que me la claves hasta el fondo, que me hagas tu mujer de una vez, tu puta, lo que tú quieras!
Me acostó boca arriba, poniendo una almohada a la altura de mi cintura, coloco mis pies sobre sus hombros y situó su verga en mi raja penetrándome poco a poco, despacio, hasta el final para sacarla después de la misma forma, muy lentamente. Así lo hizo como cuatro veces hasta que de repente me embistió como un loco y no pude evitar un grito, pero no de dolor si no de placer. Lo abracé con mis piernas y nos fundimos en un ritmo endemoniado, luego me la sacó y me hizo acostar boca abajo para penetrarme nuevamente. No sé cuanto tiempo estuvimos ni cuantos orgasmos tuve, pero la verdad nunca había tenido sexo de esta forma. Al final al lado de la cama, había tres condones usados con semen derramado por la alfombra.
Cuando miré nuevamente la hora, eran las tres de la madrugada, me costó trabajo levantarme para ir al baño a orinar y a asearme un poco, mi cara en el espejo fue un desastre, pálida y ojerosa, pero nunca me había sentido tan satisfecha.

Cuando salí del cuarto Jaime se estaba vistiendo porque era muy tarde y en su casa le iban a reñir, pero antes de irse se arrodilló frente a mí, me besó en la rajita, después en los pechos y por último en la boca, y se fue.
Aunque siento remordimientos por mi novio, la verdad no me arrepiento de esa noche.
Un beso.

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