Relato erótico
El kiosquero cachondo
Su vida sexual era normal, o sea rutinaria. Un día cuando fue a los aseos de la empresa se encontró una revista Clima y empezó a mirar las fotos y a leer los testimonios, se calentó como nunca le había pasado. Desde aquel día se la compró todas las semanas e hizo amistad con el chico del kiosco.
Aurora – Teruel
Me llamo Aurora, nací en Teruel pero desde los siete años vivo en Sabadell, donde se trasladaron mis padres en busca de una situación mejor. Tengo 39 años y estoy casada con Paco, de 40. Trabajo en un taller de confección desde los 20 y mi marido de encargado en una gasolinera. Nuestra vida ha sido siempre de lo más normal. Sexualmente nunca me he considerado una súper hembra así que, con el polvo semanal, me daba por más que satisfecha. Nunca me masturbé ni mamé una polla. Y mucho menos mi marido me chupó el coño. La verdad es que tampoco sabía que esto se hiciera hasta que, en el taller y por casualidad, una compañera se dejó olvidada una revista Clima. La hojeé y acabé por llevármela al lavabo, interesada por los temas que exponía. Por primera vez en mi vida y leyendo las experiencias que cuentan los lectores, supe lo que era masturbarse, pelársela, chupar, mamar, correrse en la boca de una y todo eso.
También que a algunas mujeres les gusta que se la metan por el culo. Salí hecha un lío del lavabo, pero también caliente como nunca lo había estado. Bueno, en realidad no había estado nunca caliente. Me ponía sólo cuando mi marido empezaba a acariciarme. Desde este día empecé a comprarme revistas.
Al principio me daba mucha vergüenza, pero pronto me acostumbré ya que, el chico del kiosco, parecía no darle ninguna importancia a que una mujer comprara una revista erótica. Incluso alguna que otra vez, me comentaba algún testimonio o me mostraba alguna foto de una chica retratada en la sección de contactos. Rafa, el chico del kiosco, no tendrá más de 20 años. No es muy alto, atractivo de cara, pero es muy amable. Yo tampoco soy alta, mi cuerpo está bien formado, sin estridencias, pechos normales, culo pequeño aunque respingón y cintura estrecha. Nada para llamar la atención. Pero desnuda si tengo algo para llamar la atención.
Una mañana Rafa, al no haber otros clientes, me mostró la foto de una mujer que pedía contacto con hombres. Estaba retratada de medio cuerpo para abajo, muy abierta de piernas y con una gran pelambrera rodeándole el coño.
– Eso es lo que a mí me gusta – confesó el chico – Mucho pelo aquí.
Noté que me ponía colorada como un pimiento morrón. Eso es lo que yo tengo para llamar la atención. La mata de pelo que cubre mi sexo es enorme y no sólo me cubre toda la zona del coño sino que me sube por delante hasta el ombligo, por detrás se mete por la raja de mi culo, cubriéndome el ano, y se expande por mis inglés hasta el inicio de mis muslos. A mi marido le encanta y sólo deja que me afeite un poco cuando, en verano, vamos a la playa. El chico notó mi azoramiento y me miró, entre sorprendido y divertido. Luego se atrevió a preguntarme:
-¿No me diga que a usted le ocurre algo parecido? – y en tono jocoso, añadió – Si es así voy a intentar conquistarla.
-No digas tonterías – repliqué recobrado ya mi aplomo – ¿Qué ibas a hacer tú con una vieja como yo?
-Usted de vieja no tiene nada y además si lo fuera no me importaría ya que a mí me van más las maduras que las crías de mi edad – dijo ya muy lanzado.
Pensé que la conversación tomaba unos derroteros que no me gustaban nada, pagué la revista y poniéndomela en el bolso, me fui al trabajo. Estuve toda la mañana pensando en aquel muchachito y de vez en cuando se me escapaba una sonrisa al recordar sus palabras y su atrevimiento. A decir verdad era la primera vez que, aunque fuera en broma, alguien se fijaba en mí. No volví al kiosco hasta el martes siguiente por si había llegado la revista. Allí estaba, la cogí y pagué pero cuando me iba a marchar, Rafa me dijo:
-Si viene esta tarde, sobre las ocho que es cuando cierro el kiosco, le voy a enseñar algo que le gustará.
No hubo manera de que me dijera de que se trataba. Pensé que sería alguna tontería suya pero, cuando salí del trabajo y llena de curiosidad, me fui directa al kiosco. Rafa estaba cerrado la barraca, como decía él, y al acabar me hizo pasar al habitáculo, largo y estrecho que tienen los modernos kioscos. Allí sacó un voluminoso álbum que colocó sobre un estante. Nada más pasar la primera hoja los colores volvieron a mi cara. Era una colección de fotos reales o recortadas de revistas. Todas eran de mujeres con enormes pelambreras en sus coños.
-Esto es para que vea que no le mentí en mi pasión por los coños muy peludos – dijo pasando páginas lentamente -Y ahora me gustaría pedirle un favor pero sin que se enfade – me temí lo peor pero no dije nada -Si de verdad usted lo tiene así, ¿podría darme una foto para mi colección?
-¡Tú estás loco! – exclamé enfadada – ¿Cómo te atreves?
-Sin que se le vea la cara… – insistió él.
– ¡Sabrás que soy yo y con esto basta! – grité.
Salí del kiosco verdaderamente enfurecida. ¡Que se había creído aquel mocoso! Llegué a casa, escondí la revista ya que no quiero que mi marido sepa que la compro y preparé la cena. Llegó Paco, cenamos y como hace siempre se fue a la cama mientras yo lavaba los platos y luego miraba un poco la televisión hasta que me viniera el sueño.
A la mañana siguiente, en el trabajo, me sorprendí preguntando a mis compañeras si alguna tenía un polaroid para prestarme. Mi petición fue motivo de muchos comentarios jocosos.
-¿Quieres retratarte mientras follas? – me preguntaba una – ¿Tienes un
amante y te ha pedido un recuerdo? – decía otra.
Al final una de ellas me dijo que tenía una y al día siguiente me la traería. Así lo hizo indicándome, además, que estaba cargada. Llegué a casa sin tener aún muy claro si me atrevería a retratarme el potorro. Pero el azar jugaba a mi favor. Mi marido me telefoneó diciéndome que uno de los empleados de noche se había puesto enfermo y él ocuparía su puesto. Añadió que no lo esperara hasta al día siguiente. Estuve trajinando en la casa completamente desnuda. Quería ponerme cachonda como la noche anterior.
Cené y al acabar encendí todas las luces del comedor y coloqué una lámpara de pie que iluminara el sillón. Me senté y coloqué la cámara sobre unos libros, dándole la altura adecuada, y até un cordel en la palanquita del disparador. Cuando pensé que todo estaba preparado, me senté el sillón, coloqué las piernas sobre los apoyabrazos y dejé todo mi coño, o mejor toda la pelambrera, frente a la cámara. Tiré del hilo. Al poco rato salía una foto. Cambié algo de postura y tiré otra. Así cuatro veces.
Esperé que todas se vieran claras y me felicité por el éxito. Puse una dentro de un sobre, que cerré, y la otra en mi bolso. Tendida en la cama me masturbé hasta orgasmar de una manera tan brutal que, con los últimos estertores del placer, me quedé dormida como un tronco. Cuando desperté seguía desnuda en la cama. Me levanté, duché y antes de irme al trabajo pasé por el kiosco. En silencio le di el sobre a Rafa y me fui casi corriendo.
Durante el día me arrepentí más de mil veces haberle dado la foto, pero lo hecho, hecho está. Estuve otra semana sin pasar por el kiosco. La verdad es que me moría de vergüenza pero al siguiente martes fui a por mí revista. Cuando Rafa me vio, me dijo:
– Gracias. Me ha hecho usted muy feliz y vaya maravilla tiene. Me gustaría enseñarle donde la he puesto. ¿Puede pasar esta noche?
– No sé, ya veremos – contesté saliendo disparada con la revista ya en el bolso. No quería ir, pero fui.
Rafa, indirectamente, me había hecho descubrir el morbo sexual y eso me gustaba. El kiosco ya estaba cerrado pero él me esperaba fuera. Entramos. Pensé que me iba a enseñar el álbum pero en vez de eso echó mano a la cartera y me mostró la foto.
– Es la mejor de mi colección – me dijo – La llevo aquí, al lado del corazón, la contemplo de vez en cuando y no sabe usted las veces que me la he pelado mirándola.
No supe que contestarle. Estaba cortada. Un hombre me contaba que se había masturbado por mí y yo no sabía que decirle.
– ¡Me gustaría tanto vérselo! – añadió entonces en voz muy baja – ¡Sólo vérselo!.
Yo estaba muy nerviosa pero eso también aumentaba mi excitación. Por primera vez en mi vida me sentía una auténtica hembra. Un hombre, por joven que fuera, me estaba deseando. No me lo pensé. Ya que me lo había visto en foto podía vérmelo al natural. Me levanté la falda hasta la cintura y me bajé la braga hasta medio muslo. Rafa abrió los ojos como platos y se cogió la entrepierna con una mano. Yo permanecía quieta, acalorada y sintiendo como mi coño se humedecía. Rafa alargó la otra mano con intención de tocarme. Reaccioné en el acto y me bajé la falda.
– Me has pedido verlo y ya lo has hecho – le dije.
– ¡Pero mira como me has puesto! – exclamó – ¡La tengo más dura que nunca… no hagas que me la pele otra vez por ti!
– Si quieres te lo hago yo pero sólo eso – me oí decirle – Prométeme que luego te olvidarás de todo.
Antes de que terminara de hablar, se la había sacado del pantalón y me la había metido en una mano. Era la segunda que tocaba en mi vida. Era casi el doble de la de mi esposo y mucho más gorda. Me acordé de las de la revista y nada tenía que envidiarles. La toqué disfrutando de su dureza y de su calor. Luego empecé a mover la mano. Rafa gemía sin moverse hasta que, alargando la mano, me tocó una teta. No protesté. También lo estaba necesitando. Con dedos temblorosos me desabrochó el vestido y volvió a acariciar mis pechos por encima del sujetador. Sin darme cuenta aumenté el movimiento de mi mano sobre su polla. Rafa logró meter la mano bajo mi sujetador y levantándolo, me sacó los pechos al aire. Me sentí perdida y por eso solamente suspiré cuando, con la otra mano, volvió a levantarme la falda y me tocó el peludo coño. Rafa, sin dejar de masajearme esos dos lugares tan sensibles, se inclinó y cogiéndome un pezón entre sus labios, comenzó a chupar. Al mismo tiempo los dedos del chico habían entrado en mi raja y me estaba follando con ellos. Noté como me abría de piernas para que la penetración se hiciera más profunda. Gemí y me entregué cuando me tocó el clítoris.
No sé como desapareció mi braga, ni como me encontré tendida de espaldas sobre un montón de revistas pero si cuando algo muy gordo y duro se metía lentamente en mi caliente coño. Rafa no paró de empujar hasta que toda su polla estuvo dentro de mí y yo, como una tonta, me corrí antes de que el capullo chocara con lo más profundo de mis entrañas. Ya suya por completo, habiendo obtenido mi placer, Rafa me cogió por el culo y apretándome a él empezó a follarme, primero lentamente y luego a más velocidad. De nuevo me corrí ante mi sorpresa y una tercera vez cuando toda la eyaculación de Rafa entró con fuerza en mis entrañas dejándomelas llenas de su abundante y joven leche.
Estuvo un rato encima de mí, besándome y diciéndome lo que había disfrutado, hasta que su polla, arrugada, salió de mi coño. Me sentía bien, muy bien y feliz. Por fin mi cuerpo había descargado y por tres veces, todas las tensiones sexuales contenidas desde hacía años. Ahora fui yo la que besé a Rafa en la boca.
-Gracias -le dije- No sabes cuánto tiempo llevaba sin disfrutar así… bueno, la verdad es que nunca disfruté de esta manera.
– Dime que podremos repetirlo -me contestó Rafa con ojos brillantes –
Eres el sueño de mi vida.
-Si, cariño, lo haremos siempre que tú quieras, o mejor, en vez de venir los martes por la mañana a comprarte la revista, vendré por la noche y así estaremos un rato juntos.
Me abrazó emocionado y así lo hemos hecho. Los dos somos muy felices y cuando me folla mi marido me importa muy poco que me haga correr o no. De eso se encarga todos los martes y varias veces, mi Rafa.