Relato erótico

El calor, el sol, y…

Charo
20 de marzo del 2020

Las dos parejas eran amigos y, a pesar de la diferencia de edad, se llevaban muy bien. Los invitaron a ir un fin de semana a una pequeña casa que tenían en la playa y, el calor, el sol y unas cuantas copas, hicieron el efecto que no esperaban.

Enrique – Gerona
Lo que voy a contar, amiga Charo, sucedió el verano pasado. En realidad fue fortuito, no fue buscado por mí, pero ocurrió y es lo que cuenta. Soy un hombre de 33 años casado, mi mujer tiene 31. Nuestro matrimonio es normal y nos llevamos muy bien en todos los aspectos.
El verano pasado un matrimonio amigo nos invitó a pasar un fin de semana en su casita de la playa. Llegamos y nos instalamos, aunque la casa es pequeñita, cuenta con un solo dormitorio con tres camas, tiene un living comedor espacioso y cómodo y está muy bien arreglada. En la noche del primer día, preparamos unas copas y algo para picar para celebrar y comenzar a pasarlo bien. Pusimos música y empezamos a bailar, cada uno con su pareja.
Los amigos, Lucas de unos 57 años y Lola de 49, son muy alegres y buenos para bailar, de modo que comenzamos a pasarlo muy bien. Después de varios bailes, saqué a bailar a Lola. Ella es una mujer no muy alta, de 1,60 más o menos, algo rellenita, de pelo corto y muy alegre, tiene unas grandes y hermosas tetas que le gusta lucir con escotes pronunciados o blusas ajustadas y un trasero, que sin ser fabuloso, le hace juego con su cuerpo, de nalgas sobresalientes y caderas redondas y abundantes, con una cintura que le permite diferenciar éstas.
Bailamos una cumbia. Al rato, las copas estaban haciendo efecto y nuevamente bailé con ella otro baile tropical y entre balanceo y movimientos, rocé involuntariamente con el dorso de mis manos sus grandes tetas, notándolas duras. Ella solo me miró y sonrió. Yo me atreví y nuevamente, ya no tan casualmente, volví a rozarle sus tetas por más tiempo. Ella volvió a sonreír mirándome pícaramente.
– ¿Te gustan? – me preguntó en un susurro.
– ¡Me encantan! – le respondí.
Seguimos bailando y yo me atreví a más y ahora giré mis manos y le agarré las tetas por breves segundos, pero con una mano en cada una.
– ¿Te gustan las tetas de tu amiga? – volvió a preguntarme con mirada de caliente.
Sorprendiéndome yo mismo de la inesperada situación, le dije:
– ¡Me enloquecen! – le respondí – ¡Son tan gordas…
– Ten cuidado – murmuró – no nos vayan a pillar.
Luego bailamos un bolero y allí sí la pude abrazar, pero tenía que disimular al máximo, pues alguien se podía dar cuenta, pero tuve la oportunidad de rozar con mis piernas sus muslos y ella al pegarse notó el bulto de mi polla.
Ya tarde, nos fuimos a acostar. Todos dormíamos en la misma habitación. Yo sabía que a pocos centímetros estaba Lola. En la oscuridad estiré la mano hacia su cama y me topé con su brazo, ella me cogió la mano y comenzó a acariciármela. De pronto ella me la llevó a su pecho, poniéndola sobre una de sus tetas desnudas. La había sacado del camisón y me la daba para que yo la acariciara. Mi verga se levantó y comencé a acariciar esa grande y hermosa teta. Su pezón estaba erguido y duro, era una situación electrizante. Lola gemía silenciosamente y hasta me pareció que se acariciaba la entrepierna con su otra mano.
De pronto mi mujer me abrazó, pidiéndome que la abrazara y tuve que dejar esa rica teta con un último apretón de despedida y abracé a mi mujer. Ella, al notar mi erección, me dijo en voz baja:
– Cariño, cálmate, ahora no podemos, pero mañana nos arreglaremos. Ahora duérmete.
Al día siguiente me levanté el último. Lucas había bajado a la caleta a comprar mariscos y mi mujer y Lola charlaban en el jardín. Salí de la ducha y vi a Lola en la cocina, preparando el almuerzo. Me acerqué por detrás, la cogí por las caderas y acercando mi cuerpo al de ella, la besé en la mejilla.
– Hola, cariñín – la saludé – ¿Cómo has dormido?
– Hola – me respondió girando la cara para devolverme el beso – ¡Dormí medio inquieta y ya sabes por qué!
Acerqué mi miembro, que se estaba poniendo duro, y lo apoyé en su trasero, entre sus grandes nalgas. Ella iba vestida con un short blanco y blusa roja escotada. Al sentir mi polla en sus nalgas, ella empujó su culo hacia mí refregándose un poquito y lanzando un suspiro. Entonces yo besé su cuello y subí mis manos hasta sus grandes tetas y… ¡oh sorpresa! ¡No llevaba sujetador!
– ¿Así querías tenerlas, sin sujetador? – me preguntó con voz caliente.
– Así, así… ¡son tan hermosas!
– ¿Te gustan mis tetas… las tetas de esta vieja? –preguntó.
– Ya te dije que me fascinan, son súper hermosas y me tienen súper caliente – repliqué.
– Y tú a mí – respondió- Ya está bien, me tienes demasiado caliente, pero no nos vayan a pillar y lo echaríamos todo a rodar.
– ¡Que lástima, estaba gozando tanto!
– Ya tendremos tiempo – me dijo – Ahora vete, que no se den cuenta.
El día transcurrió entre coqueteos y agarrones con Lola, hasta que llegó la hora de la partida. En la capital la vida comenzó nuevamente su rutina. Yo en el trabajo, mi mujer también, Lucas en su negocio, y Lola sola en la casa. Eso me tenía inquieto y no hallaba las horas de verla nuevamente. Por fin un día la llamé por teléfono y tuvimos una conversación erótica para una mujer de su edad. Le pregunté cómo iba vestida, que estaba con la polla tiesa.
Al día siguiente, miércoles, la llamé de nuevo, y le dije que la iba ir a ver.
– Espérame sin sujetador y bien sexy.
– Pero ¿no será una imprudencia? – respondió asustada – Inventemos algo…. a ver… ¡ya! Voy a llamar a tu mujer por la noche y le pediré si tú me puedes ayudar mañana con un trámite que tengo que hacer. Tú pedirás permiso un ratito y me acompañarás, pero vendrás aquí y yo te esperaré como deseas.
– Estupendo – respondí entusiasmado – ya veo que las mujeres saben hacer las cosas cuando quieren algo.
Esa noche sucedió lo planeado y mi mujer me pidió que por favor acompañara a su amiga. Yo me mostré algo molesto, pero disimulando a regañadientes accedí.
Ya en su casa, nos sentamos en el sofá y después de un brindis, comenzamos a besarnos y a acariciarnos hasta que le abrí la blusa y dejé sus hermosas tetas al aire sin sacarle la prenda. Se las besé y lamí sus pezones duros, chupándoselos mientras ella lanzaba gemidos y suspiros, tratando con sus manos liberar mi polla.
Yo me enderecé un poco y bajé mis pantalones y slip, dejando libre mi gran verga totalmente tiesa.
– ¡Oooh… que grande… que hermosa… es…. preciosa…! – exclamó y comenzó a acariciarla con sus manos – ¡tu mujer come de lo mejor!
Continué con mis caricias, la falda la tenía a medio muslo, acaricié sus piernas y subí su falda y comprobé que no se había puesto bragas.
Yo me agaché y comencé a besar sus muslos, hasta que llegue a su chocho, encontré, su clítoris, comenzó a gritar que cada vez más alto. Gritaba y se movía como loca, como escapando de esa lengua que perseguía su clítoris y su goce. Estaba gozando.
Había tenido como tres o cuatro orgasmos. Mi cara estaba empapada y mi polla a tope, así que me levanté y se la acerqué a la boca, ella la abrió y se tragó media verga empezando a mamármela mientras yo comencé a pajearla al ritmo de su mamada. De pronto ya no aguanté más y comencé a lanzarle chorros de leche. Ella tosió, se atragantó pues, según supe después, era su primera mamada, pero le gustó demasiado, ya que no soltó mi polla por nada del mundo y continuó chupando y tragando la leche hasta dejarla seca.
– ¡Lola, la chupas de maravilla! Parece imposible que nunca hubieses mamado una polla. ¿Te ha gustado?
– Es lo más excitante que he hecho en mi vida –respondió – ¡Tantos años sin haber probado ese manjar! Claro que el viejo es tan puritano que nunca me lo pidió.
De allí nos fuimos a su dormitorio y ya ambos desnudos, en la cama dimos rienda suelta a nuestra lujuria contenida tanto tiempo.
– A mí me gusta arriba – me dijo cuando ya tenía mi polla en la entrada de su hermoso coño.
Ella misma me dio la vuelta y me fue montando poco a poco, puso la cabeza de mi verga a la entrada de su coño y se dejó caer sobre ella, lanzando un grito de placer y triunfo al sentirse casi traspasada por mi gruesa verga. Sentía su coño apretadito, a pesar del uso que le debía haber dado en su vida.
– ¡Ayyyyyyyy… que gusto… uuuffffff que hermosa polla tienes… que gusto… que gus… tooo… así… así…! – gritaba empujando su cuerpo sobre el mío – ¡Así… por favor… más… másssss… es dema… sia… do…. ayyyyyyy… me estoy corriendo de nuevooooo… aaah…!
Realmente su coño era como un guante, estrecho a pesar de su edad y súper caliente. Entre gritos me hizo correr a mí también y se juntaron en su coño sus líquidos con mi leche en un orgasmo simultáneo que hacía tiempo no experimentaba. Era una mujer súper caliente. Quedamos desmadejados en la cama respirando entrecortadamente, con los sentidos casi perdidos, pero con una felicidad tremenda de haber descubierto esa pasión que ambos sentíamos y que ahora sería una entrega mutua por mucho tiempo. Después de descansar un rato, nos duchamos juntos y yo regresé a mi trabajo, poniéndonos de acuerdo sobre lo que le diríamos a mi mujer y la forma de volver a juntarnos, pues nos quedaba mucho todavía que hacer entre ambos.
Desnuda, me acompañó a la puerta de su casa, prometiéndome que se pondría solo un vestido, sin bragas ni sostén, cada vez que la visitara, quedando en evidencia que era solo el comienzo.
En otra ocasión ya contaré otras aventurillas vividas con mi querida amiga.
Saludos y besos de los dos.

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