Relato erótico
El botellón tuvo la culpa
Eran amigos, salían en grupo e iban de botellón y, precisamente por el “botellón”, bebieron más de la cuenta y la noche se caldeo a tope.
Lucas – NAVARRA
Amiga Charo, lo que te voy a contar ocurrió aquel día en el que andábamos de botellón en un parque lejos de nuestras casas todos los colegas. Con el tiempo empezamos a tener bajas en el grupo, unos vomitando, otros a casa, alguna pareja al coche… y resultó que nos quedamos Juan, Alberto, Eva y yo, Lucas. Los dos primeros eran compañeros de la facultad, bastante pasados de rosca. Ella era, y es, una amiga del grupo que recientemente había abandonado una relación. El caso es que era la típica tía buenorra que va de seria pero te mira el rabo cuando vas a mear a los árboles de al lado. En más de una ocasión me la he meneado mientras ella hace como que sigue hablando en el botellón. En fin, una calientapollas pero con clase.
La conversación empezó a derivar en que el sexo era la base de la existencia humana.
– Que te lo digo yo, que donde esté un buen polvo, nada de nada… – dijo Juan.
– Hazle caso a este que sabe lo que dice – añadió Alberto.
– Sí, si yo no digo que no, pero también hay otras cosas importantes en la vida – terció Lucas.
– Sí, claro que las hay, pero el sexo es crucial, basado en el erotismo y el juego se convierte en un aliciente importante del yo social – dije yo.
Llegado el momento, los dos empezaron a decir que el sexo anal proporciona en las mujeres un orgasmo diez veces mayor que el vaginal. Todos estábamos de acuerdo excepto Lucas, que se quedó callada y bajó la cabeza.
– ¿Bueno, qué… tú qué opinas? – pregunté yo.
– No sé, alguna vez me he tocado por ahí pero mi ex no quería hacer nada de eso – dijo Eva.
– ¡Que pedazo de imbécil era el pobre! – exclamaron Juan y Alberto ala vez.
– Pues cuando llegues a casa mastúrbate y justo en el momento de correrte métete un dedo en el culo – le dije – Vas a flipar.
– No sé, ya lo probaré – contestó tímidamente.
Entre risas y bromas se nos fue echando la hora encima para coger el autobús de vuelta a casa. Juan y Alberto se quedaban por la zona de bares y yo decidí acompañar a Eva a casa. Esperando en la marquesina a que llegara nuestro autobús le volví a preguntar si era verdad que su ex no la había propuesto anal. Ella respondió afirmativamente que nunca lo habían hablado y que a ella, lejos de apetecerle realmente, no le hubiera importado.
– Pues hazme caso, fóllate a ti misma por los dos agujeros esta noche y verás como mola – la animé.
– ¿Tú lo haces?- me preguntó.
– Alguna vez – reconocí – Justo cuando me voy a correr ensalivo mi dedo índice y me lo meto un poco. Es algo diferente pero muy placentero. No es que lo haga siempre, pero cuando me da por ahí y lo hago me gusta bastante.
Una vez montados en el autobús, el tema de la conversación se fue haciendo más personal. Hablábamos sobre las veces que nos pajeábamos o sobre con quién lo habíamos hecho. Yo le conté como tenían las tetas y el coño las pibas que ella conocía y yo me había follado y ella me hablaba sobre las pollas de sus ex. El caso es que, prácticamente solos en el bus, y charlando de eso, se me empezó a poner como una piedra. Ella lo notó porque yo me la colocaba constantemente para no hacerme daño con el calzoncillo.
– Pues con todas las pollas que ha visto, no sé, las cuatro o cinco que he tocado… si te digo la verdad… – me dijo ella.
– ¿Qué?
– Que… la que más que ha gustado es la tuya. Me gustaría verla más de cerca. ¿Me la dejas ver?
– ¿Cuando me has visto la polla? – pregunté.
– A veces cuando vas a mear en los botellones te miro un poco.
– ¿Y me has visto correrme en los setos alguna vez?
– Sí. Espero que no te enfades conmigo.
No estaba enfadado. Simplemente súper excitado. Eva llevaba un pedo que no sabía lo que decía.
– Pues espera – dije.
Me puse de pie y sin que se notara mucho ni me viera el conductor me bajé el pantalón y los calzoncillos tapándome con la sudadera por fuera. El bulto que se hacía era acojonante. Ella no apartaba la vista de él y yo decidí poner unas normas.
– Como no quiero que mañana te arrepientas de nada, júrame que no me la vas a tocar. Que solo vas a verla un rato.
– Vale.
Entonces destapé mi verga dura, casi morada, totalmente hinchada y comencé a moverla a un lado y otro. Desenfundé el pellejo dejando el capullo al aire. Mi excitación era tal que sin quererlo empecé a pajearme ante sus ojos. Ella miraba obnubilada y no tardé en decirle:
– Súbete un poco la camisa y deja tu tripa al aire.
– Tío, que me van a ver.
Pero miró a los lados y se destapó. Me fijé en el piercing de su ombligo y no pude aguantar más. Mi giré un poco como pude y orienté mi polla hacia él. De mi verga comenzaron a salir chorros de semen caliente que chocaron contra su piel y parte de su camisa arremangada.
– Que calentita. Como me gusta que se corran encima de mí.
Los últimos chorros los envié al suelo del autobús. En dos paradas más llegaríamos a su casa. Muy serio y algo avergonzado me la guardé sin decir nada. Ambos estuvimos callados hasta bajar del bus.
– Venga, que te acompaño – le dije.
– No, no es justo – me contestó ella – Yo también quiero masturbarme ahora.
– Pues hazlo en casa. Que yo me voy a dormir.
– ¡Que no, gilipollas, que quiero que me veas y metas tú el dedo en mi culo cuando me corra! – exclamó.
Yo sabía que si hacía eso, a la mañana siguiente no iba a ser capaz de mirarme a la cara y quise ponerla a prueba.
– Vale, vamos al parque aquel.
Fuimos al banco más oscuro del parque de al lado de su casa y antes de llegar se fue quitando las bragas por debajo de su falda. Me las dio, como regalándomelas, y yo acepté guardándolas en mi chaqueta, no sin antes olerlas y empezar a empalmarme de nuevo. Al sentarse me quedé de pie mirándola y se levantó la falda tapándose la cara. Su coño allí, mirándome a los ojos. Ella parecía reírse debajo de la tela. Comenzó frotándose lentamente alrededor de su precioso conejo sin dejarme que la viera los ojos. Entendí que su juego era no mirarnos a la cara y lo acepté.
Su coño era oscurito, sin depilar, y con los labios grandes y rugosos. Muy pronto introdujo un dedo en la cavidad y comenzó a meterlo y sacarlo mientras con el otro se frotaba el clítoris suavemente. Yo decidí que me iba a hacer otra majestuosa paja a su salud y bajé la cremallera dejándomela de nuevo al aire. Eran las 5 ó 6 de la mañana así que no corríamos peligro de ser vistos y al oír el sonido tan característico que yo estaba haciendo, me preguntó:
– ¿Te estás haciendo otra?
– Sí, mirando tu coño… ¿Te importa?
– ¿Te gusta?
– Es precioso… y avísame antes de correrte, ¿eh?
– Claro…
Yo me pajeaba lento porque no quería correrme pero en mi cabeza surgió otro plan mejor. Antes de que me avisara me puse de rodillas, tiré de ella sacando parte de su culo del banco y con mi dedo índice totalmente mojado por mi saliva, lo deslicé hasta la entrada de su ano.
– ¿Qué haces?… todavía no…
– Ya verás como te gusta, putita mía.
Se lo clavé lentamente mientras ella se retorcía de placer y la follé con el dedo un rato largo, frenando ella su dedo vaginal para disfrutar más del mío. Entonces lo saqué, me mojé el dedo corazón y le volví a clavar los dos en el culo.
– ¡Eso duele! – exclamó.
– Tú sigue con el clítoris que verás luego.
Con la otra mano me seguí tocando la polla hasta que noté una pequeña convulsión en su cuerpo.
– Me queda poco – me dijo.
En ese instante acerqué mi boca a su clítoris haciendo que ella retirara su mano y lo abracé con mi lengua un segundo. Su orgasmo era inminente. Me reincorporé, saqué los dedos de golpe y poniéndome un poco de pie, con las rodillas flexionadas, le metí mi polla en el culo violentamente.
– ¡Aaaah…! – gritó.
– ¡Córrete, golfa, córrete!
Y vaya si se corrió. Mi polla quedó espachurrada en su culo al ritmo de sus contracciones. Cuando empezó a relajarse comencé a bombearla frenéticamente.
– ¡Me haces daño, cabrón…!
– Espera un minuto y sabrás que es lo que hago.
Deslicé mi mano hacia la entrada de su coño y metí tres dedos. Las contracciones empezaron a resurgir.
– ¡Te vas a correr otra vez, para mí! – le dije.
Todo esto mientras miraba la forma de su cara a través de la tela de su falda. Apoyó las manos en el banco y se arqueó brutalmente mientras gritaba. Le tapé la boca metiendo parte de la tela en ella mientras se corría como una perra en celo. Segundos después dejó de moverse. Su culo se cerraba impidiéndome el paso y yo ya estaba a punto de acabar. Me puse de pie y me la cogí con la mano. Aparté la falda de su cara y pude ver que estaba completamente ida. Con la mirada perdida en el vacío. La boca semi abierta y la respiración descontrolada. La agarré del pelo a lo bestia y la incorporé de su postura tumbada. Mis chorros comenzaron a salir.
– ¿No te gustaba que se corrieran en ti?… Pues toma mi leche, puta, en tu puta cara…
Los chorros la impactaron en los ojos, en la nariz, en los labios y la barbilla. Su cara era un poema. Seguía prácticamente inconsciente por el placer y mi lefa chorreaba por sus mejillas.
Por un instante tuve miedo de que se hubiera quedado imbécil para siempre y la abofeteé la cara. Mi mano chapoteó con mi corrida. De repente exclamó:
– ¡Que corrida… ha sido la mejor corrida de mi vida! ¡Me has abierto el culo, cabrón y mañana no voy a poder sentarme! Pero que placer.
– ¿Ha merecido la pena?…
Me miró sin contestar. Se limpió con un dedo toda mi lefa llevándosela a la boca. Se la tragó. Se tragó tanto como pudo. De repente se levantó del banco y me besó en la boca a modo de respuesta. Pude apreciar el sabor de mi semen todavía en sus labios.
– Ahora llévame a casa que me tiemblan las piernas.
La agarré de un brazo y la dejé en su portal. Nos dimos un largo beso de despedida en el que pude tocar y apretar sus tetas bajo el sujetador… Puede que me quedara con ganas de vérselas.
A la noche siguiente Eva no bajó al botellón. Semanas después me confesó que le daba vergüenza mirarme a la cara. No hemos vuelto a hacerlo, pero ella siempre me recuerda a solas que está agradecida por aquella noche. Que soy su desvirgador anal y que por eso, siempre que me falte un culo que follar, ella me prestará el suyo.
Eva, aquella noche la llevo grabada a fuego en mi memoria. Ojalá algún día, cuando se tercie, volvamos a aquel banco de tu barrio.
Saludos y hasta otra.