Relato erótico
El amante de mi amiga
Conocieron a una pareja en un club de intercambio de parejas. La mujer, tiene un amante y un día le explicó a la suya, que era un chico superdotado y que si quería, podía “probarlo”.
Lucas – Sevilla
Estoy sentado ante una enorme cama de agua, masturbándome, pues frente a mí tengo una escena de sexo fabulosa. Mi mujer, Paula, está a cuatro patas, totalmente desnuda, con su cara lujuriosa, sus ojos entrecerrados, disfrutando de cada embestida, su boca jadea, abriéndola a cada movimiento.
Detrás de ella, de pie, está un joven musculoso, alto, moreno, desnudo, con una polla que muchos envidiarían y la está, en este momento, usando para penetrar por el ano a mi mujer, sin piedad. Por su mirada y sus gestos, está decidido a meterla toda y abrir de par en par esas redondas y hermosas nalgas.
Sus manos se aferran a las caderas de Paula y a veces en sus hombros, para empujarla más hacia él. Cada embestida arranca un grito de mi mujer que, a estas alturas no sé si es de dolor o placer. Sé bien que ella es fan del sexo anal, pero esto, esa enorme verga negra y sudorosa, debe dolerle. ¿Cómo empezó todo esto? ¿Quién es él?
Pues nada menos que el amante de su mejor amiga y esa amiga está en la salita de al lado, consciente perfectamente de todo lo que pasa, charlando animadamente con Damián, su esposo. Pues sí, Norma y Damián son amigos que conocimos con el intercambio de parejas. Ambos son jóvenes y muy agradables. Ella es voluptuosa, destila deseo en una rara combinación de inocencia y lujuria. Su marido es camionero y constantemente sale de la ciudad. Por eso él le buscó un amante para consolarla mientras está de viaje. Es así como ellos encontraron en vuestra revista a un tal Julián. Es curioso como nuestros amigos se referían al amigo antes de que pasara esto, pues Norma, sobre todo, lo “recomendaba”, diciéndole a mi mujer:
– Paula, el chico es un superdotado, apenas te la mete y ya te estás corriendo. El primer día que lo hice luego no podía sentarme.
En ese momento nos pareció exageración, pero luego… Tanto lo dijo, que mi mujer la retó diciéndole:
– Bueno, si tanto lo recomiendas, ya me vienen ganas de probarlo así que me lo vas a tener que prestar.
La amiga le contestó, con una carcajada, diciéndole que sí y las dos pícaras urdieron un plan de seducción.
Así llegó esa noche. No le dijeron nada al chico, que cuando llegó al piso de la pareja se sorprendió de vernos. Quizá esperaba que ella estuviera sola, así que al ver a los dos hombres y a mi mujer se descontroló de momento. Pero lo mejor es que mi mujer se vistió especialmente para la ocasión.
Ese sábado, desde la mañana, la noté excitada, nerviosa, caliente. Sus mejillas ardían cuando salimos a almorzar. Por la tarde hicimos el amor como locos. Ella estaba desatada pero ni así se calmó en su ansiedad, al contrario, mientras se acercaba la noche parecía encenderse más mi mujer. Su atuendo era una minivestido color café, muy escotado de frente y espalda, cortísimo, que dejaba ver hasta casi la confluencia de sus muslos blancos y hermosos, con zapatillas de tirantitos, de tacón de aguja negras, un sujetador negro muy sexy y unas bragas como hilo dental, sin medias.
Así es que, como digo, el chico se descontroló más al ver a esa belleza de mi mujer vestida así.
– Esta noche yo sirvo las bebidas – dijo mi mujer.
Cada vez que se ponía de pie era un espectáculo de puterío. Más de una vez, al dar la vuelta la faldita del minivestido se le levantó hasta dejar ver sus blancas nalgas, a lo que ella, solo después de unos instantes de permitir esa visión erótica, se bajaba un poco el vestido, con un:
– Perdón, pero es que como me ha encogido un poco…
Noté que el bulto del pantalón del chico estaba levantándose. Las escenas de Paula al ponerse de pie eran eróticas y al sentarse y cruzar las piernas, aún más. Era imposible mantenerse ajeno. Incluso el marido de Norma se acariciaba también la entrepierna del pantalón. El chico se acercó alguna vez a Norma para preguntarle que quién era mi mujer. Norma solo le musitaba:
– Espera a medianoche, hay una sorpresa para ti. – Al llegar las 12, el joven preguntó: – ¿Cual es la sorpresa?
Norma sonrió, mirando a los ojos a mi mujer, que se encontraba en esos momentos de pie junto al pequeño bar. Norma se puso de pie, dirigiéndose a mi mujer. Las dos se pusieron frente a frente y Norma, con mirada ardiente, se pegó a Paula y sin más, la cogió de las nalgas, por debajo del minivestido, al tiempo que le decía al chico:
– ¡Esta es la sorpresa! – y pegando su carita a la de mi mujer, unieron sus bocas en un caliente beso.
Las manos expertas de Norma comenzaron a subir por la espalda el vestido de Paula, permitiendo que se viera en todo su esplendor ese culo tan divino de mi mujer y luego le clavó los dedos en la ranura monumental de las nalgas. Estuvieron así un rato hasta que, apartándose, ella despojó del vestido a Paula, quedando sólo en la minúscula ropa interior negra y las zapatillas. Entonces Norma le dijo al chico:
– Mi amiga quiere probar tu verga, Julián, le he contado lo divina que la tienes. ¿Qué opinas?
El chico aún no daba crédito a ver aquello, y a aquellas bellezas. Ahora su polla se levantaba en su pantalón y ya no se preocupaba por esconderlo, al contrario. Entonces Norma se dirigió al chico, llevando de la mano a mi mujer y frente a él, le dijo:
– ¿No vas a decir nada? Quita esa cara de tonto y vete a bañar, que aquí te la guardo.
El chico se levantó nervioso y rápidamente, fue a darse un duchazo, mientras los cuatro, en la sala, estallábamos en risas por la escena cachonda y la travesura que hacían nuestras mujeres. Un instante después Norma empujó a Paula hacia el sillón, sentándola junto a ella y diciéndole:
– Oye, me gustó mucho el numerito, déjame probar un poco más – mientras su boca y lengua se volvían a meter en la de mi mujer y sus manos acariciaban el cuerpo ardiente de Paula, que respondía a las caricias emocionada.
Tuvo gracia cuando su esposo se acercó y quiso también manosear a mi mujer, pero Norma le dio un manotazo diciéndole:
– Nada, hoy ella es de nuestro invitada.
Cuando el chico regresó, traía sólo una toalla en la cintura. Mi mujer caminó hacia él y le tomó de la mano, dirigiéndose los dos a la habitación. Los minutos siguientes los dejamos solos, disfrutando al máximo. Oí el gemido de mi mujer cuando, seguramente, el chico le clavó su enorme verga, pero, contra lo que pensaba, nuestros amigos no hicieron “nada”. Así es que, después de unos 20 minutos, Damián me dijo:
– Oye, tú también estás que te corres, vete a verlos.
No me lo dijo dos veces. Cuando entré, los dos tórtolos estaban en plena acción. Mi mujer le mamaba como una becerrita la enorme verga, hincada frente a él, mientras él acariciaba su pelo diciéndole:
– Así, perrita, así…
Como yo no quería interrumpir, me limité a sentarme en un silloncito al lado, en penumbras, sacarme mi polla y empezar a masturbarme con esa escena, pecando quizá de voyeur. El joven no le dejó un agujero del cuerpo sin meter su verga y por otro lado, ella no permitió que él dejara de hacerlo.
Eran dos gatos haciéndose el amor a lo degenerado, sin reserva, y sin miramientos, sin el qué dirán. Todo era sexo y gemidos. También tuvo gracia que al rato mis amigos entraran en la habitación para “ver cómo iban las cosas”. Me puse de pie a charlar con ellos y de todo esto nunca se percató mi mujer de nuestra presencia. Ni ahora la recuerda.
Un abrazo para todos vosotros.