Relato erótico

Dos por una

Charo
22 de febrero del 2020

Había sido alumna suya y hacia tres que no la veía. Estaba guapísima, la saludó y la invitó a tomar un café. Hablaron, rieron y cuando la miró a los ojos, supo que follaria con ella.

Ángel – SALAMANCA
La primera vez que ví a Sandra fue hace tres años y medio. Llevaba puesto un vestido floreado transparente y con el sol le podía ver un minúsculo tanga que destacaba sus formas bien redondeadas. Sus piernas bronceadas estaban bien a la vista dado que el vestido tenía dos cortes hasta la parte alta de sus muslos. Inmediatamente me acerqué y con toda la delicadeza de la que soy capaz la invité a beber algo, dado que eran las tres de la tarde y hacía un calor insoportable.
Aceptó, nos dirigimos a un bar próximo y comenzamos a hablar de todo y nada. Yo no podía dejar de apreciar el volumen de sus pechos y cuando cruzó las piernas, le pude ver sus muslos magníficos. Supe enseguida que haría el amor con ella. Tenía que tocar y acariciar esa piel o me volvería loco. Le propuse encontrarnos al otro día para ir a la piscina. Mi idea era verla en traje de baño y poder apreciar su cuerpo.
Al otro día nos dirigimos a una piscina del barrio y cuando salió del vestuario me quedé sin aliento, pues llevaba un tanga pequeñísimo, con los pechos apenas cubiertos por una porción de tela brillante.
La parte de abajo de su traje de baño, cuando se dio la vuelta para extender su toalla, me quedó tan cerca que tuve la tentación de besarle sus nalgas. Luego me ofrecí para ponerle la crema bronceadora y al hacerlo le acaricié la espalda hasta el límite de la parte baja de su traje de baño. Le extendí la crema por sus piernas y ella cerró los ojos, mientras, mil imágenes se formaban en mi mente. Nos quedamos hasta las ocho y decidimos ir a cenar a un restaurante cercano.
Durante la cena admiré sus ojos azules y su cabello dorado, bebimos un buen vino y luego fuimos hacia una discoteca. Allí nos quedamos hasta la una de la madrugada. Al salir, la cogí de la mano y casi sin darnos cuenta nos encontramos en la puerta de un hotel céntrico. Entramos y pedí una habitación. Una vez adentro, me acerqué, la cogí por la cintura y la besé apasionadamente. Mis manos comenzaron a descubrir ese territorio desconocido tan deseado y la desnudé lentamente, saboreando cada segundo. Su vello púbico dorado dejaba adivinar un sexo rosado y lubricado, me agaché, le separé las piernas, le pasé la lengua por el clítoris y ella puso sus dos manos sobre mi cabeza y me hundió en su sexo.
Al rato me giré y ella atrapó mi polla con sus labios, metiéndosela hasta lo más profundo de su boca. Su lengua hacía círculos en la cabeza y creí desmayarme de placer, pero yo quería retardar el momento de penetrarla. Mientras nuestras lenguas se entrelazaban y su mano me masturbaba delicadamente, yo le metí un dedo en el coño y comencé a frotarle los labios con la cabeza de mi verga. Ella se abrió de piernas y me hundí en su vagina caliente, estableciendo el ritmo de inmediato y cabalgamos unos minutos hasta que ella se sentó encima de mí, sus pechos apuntaban hacia el cielo y podía sentir sus músculos vaginales apretar mi miembro cada vez más duro.

Alcanzamos el orgasmo los dos al mismo tiempo y casi en el acto, ella se agachó y metiendo mi polla en su boca sorbió, hasta la última gota y como la saliva colgaba por la comisura de sus labios, se pasó la lengua y me siguió chupando. A los pocos minutos estuve listo otra vez. Esta vez mi objetivo era practicar todas las posiciones posibles y sobre todo encularla. Su esfínter era pequeño, pero cuando se lo empecé a succionar y a meterle la lengua, se fue abriendo. Entonces apoyé mi capullo, lentamente me fui introduciendo en su culo y cuando tenía la mitad adentro, empecé a bombear despacito, al tiempo que con la mano libre le acariciaba el clítoris. De esa manera le entré toda mi verga.
Su culo estaba bien ofrecido, lo que me permitía sacársela casi hasta la cabeza y volver a metérsela. Cada vez que yo hacía eso, ella se estremecía y su cuerpo temblaba como una hoja al viento, fue entonces cuando me dijo con una voz enronquecida:
– ¡Fóllame, métemela hasta el fondo!
Cuando estaba por correrme, la di la vuelta y se la puse en el coño. ¡Que placer! Nos corrimos otra vez y nos quedamos sin aliento abrazados, nuestros sudores se mezclaban junto con nuestros líquidos. Entonces ella se metió la mano en el coño y se chupó los dedos, se pasó el resto en los pezones y luego, empezando a masturbarse, mirándome a los ojos me dijo:
– ¡Mira como me masturbo, así lo hice anoche pensando en este momento…!
A partir de ese día nos convertimos en amantes, pero ella tenía novio, a quien conocí en su casa un día que fui a buscar unos apuntes de estudio.
Juan, el novio, era de una familia acomodada, eso quiere decir gente de dinero y muy bien ubicada socialmente. La madre de ella tenía mi misma edad, por lo tanto me tuteaba y me consideraba como un adulto que se interesaba en su trabajo de profesor y que mi relación con su hija no iba más allá. Conchita, tal el nombre de la señora, se pasaba horas charlando conmigo, mientras Sandra se encerraba con su novio en su cuarto “a estudiar”. Poco a poco fui tomando gusto a esos encuentros y a los pocos meses, aparecía por las tardes y discutíamos con Conchita de mil cosas diferentes. Ella es rubia, de ojos celestes y un cuerpo delgado pero estilizado. Pechos algo grandes para su talla, y unas piernas increíbles. Estaba separada desde hacía cinco años y el padre de Sandra vivía con otra mujer.
A Conchita nunca la vi como a alguien a conquistar. Yo pasaba mi tiempo libre con ella para charlar y cuando la ocasión se presentaba, hacer el amor con su hija. Muchas veces cenamos los cuatro juntos como buenos amigos. Nadie podía sospechar que una relación clandestina tenía lugar entre Sandra y yo. Cuando festejamos el aniversario de Sandra, organizamos una fiesta con muchas personas. El alcohol me hacía reír y decidí no abusar ya que, después de que los invitados se marcharan, nos encontraríamos unos momentos en secreto Sandra y yo.
Como a eso de las tres de la mañana todos se fueron y me despedí de la familia.

El novio de Sandra se ofreció a llevarme hasta mi casa, pero se lo agradecí diciéndole que prefería ir andando para despejarme un poco. Di dos o tres vueltas y volví a casa de Sandra, me dirigí a la puerta de atrás y esta estaba entreabierta. Con mucho cuidado me dirigí a su dormitorio. Para ello debía pasar por delante de la habitación de su madre. Me saqué los zapatos y de puntillas caminé sigilosamente, pero cuando estaba a menos de un metro de la puerta de Conchita, noté que esta estaba semiabierta, por curiosidad me asomé y pude ver, gracias a la luz que entraba por la ventana del alumbrado público, a Conchita completamente desnuda. A pesar de que había visto muchas veces a Conchita en traje de baño, verla así me puso en un estado de excitación tremendo.
Me acerqué entonces a la puerta del cuarto de Sandra y vi que esta dormía profundamente, por lo que regresé a la de Conchita y me dediqué a observarla. Ella estaba un poco de costado y no podía verla bien, pero dormida, se giró y flexionó una de sus piernas. Entonces decidí entrar y me acerqué con cautela, sin cerrar del todo la puerta, de esa manera podía salir sin hacer ruido y nadie podría ver nada desde del exterior. Me agaché cerca de su cama y pude contemplar sus pechos y su sexo a apenas veinte centímetros de mi rostro. Mi verga estaba a mil, extendí una mano y con la punta de los dedos toqué el pezón de su pecho derecho y al no ver ninguna reacción, me animé y le puse la mano abierta, con la palma rozándole el pezón, y éste se puso duro casi enseguida. Le acaricié el vientre y fui bajando hacia su sexo. Con el dedo mayor de la mano izquierda le rocé los labios, Conchita movió una pierna y su coño quedó más al descubierto.
Me mojé con saliva el dedo y volví a acariciarla. Su clítoris estaba creciendo ante mi caricia, pero de repente Conchita abrió los ojos y me cogió la mano incorporándose en la cama. Yo quedé de una pieza, en la semioscuridad ella me clavó la mirada, furiosa, y me dijo en voz baja:
– ¿Qué diablos estás haciendo en mi habitación?
Yo le dije que me había olvidado algo y que como no quería despertarla, al encontrar la puerta de atrás abierta, pero no me dejó terminar y me dijo:
– ¡Me estás mintiendo, volviste por mi hija!
– No – le respondí – vine porque te estuve observando y decidí darte una sorpresa,
Como respuesta me dio una bofetada, pero cuando me quise incorporar, ella me tiró del brazo haciéndome caer sobre ella en su cama. Nos quedamos así unos segundos y ella, cogiéndome la cabeza entre sus manos, me besó. Desnudarme me llevó dos segundos. Me arrojé a sus brazos y con frenesí me comí cada parte de su cuerpo. Al penetrarla, sentí su coño apretado alrededor de mi verga mientras yo la bombeaba con lujuria y como ella cruzó sus piernas en mi cintura, se la pude meter hasta el fondo. Cuando sentí que me corría se la saqué, me bajé hasta su sexo, le chupé el clítoris, el ano, los labios y noté como se corría en mi boca, dos, tres veces. Quedó rendida y me dijo:
– Ahora te toca a ti, siéntate y pónmela en la boca.

Así lo hice y eyaculé en su boca, mordiendo el borde de la sabana para que no se oyesen mis gemidos.
– ¿Sabes una cosa? – me dijo, después de tomarse hasta la ultima gota de semen – Hace tiempo que te tenía ganas, yo pensé que venias por mi hija, ahora sé que eres para mí.
Nos pusimos de acuerdo para vernos en mitad de la semana, cuando ella estuviera sola y prometimos ser lo más reservados posibles, sobre todo por Sandra.
Así comencé a tener relaciones con las dos, sin que Sandra lo supiera y Conchita tampoco sospechaba que por las tardes, cuando le daba las lecciones a su hija, le daba las mejores de su vida.
Pasaron casi dos años y se acercaba la fecha de la boda de Sandra, para ello decidimos hacer una fiesta de despedida en algún hotel, porque ella me dijo que después de casada deberíamos terminar esa relación. Yo no me opuse, porque de todas maneras, tenía a su madre. Nos pasamos toda una tarde en un hotel en las afueras e hicimos el amor como dos salvajes. La fecha de la boda estaba programada para tres semanas más tarde. Con Conchita me pasé las tres semanas antes de la boda en un estado de euforia increíble, hacíamos el amor dos o tres veces cada vez que nos encontrábamos. Fueron los días más calientes que pasé con ella.
La boda fue magnífica, los invitados súper contentos y Conchita estaba en la gloria. Después de que los novios y el último invitado se fueron, nos dirigimos a la habitación de Conchita para terminar uno en brazos del otro hasta el mediodía.
Sandra y Juan se fueron dos semanas de luna de miel a Francia, y al regresar preparamos una recepción. Estábamos nosotros y los suegros de Sandra, gente rica y muy educada. Sandra también estaba radiante y cuando me acompañó a buscar las ensaladas a la cocina, aprovechamos para darnos un beso mientras yo la agarraba de las nalgas y la apretaba contra mi sexo. Su respiración cambió de tono y me dijo al oído:
– Tengo unas ganas terribles.
– Durante la semana podemos pasar unas horas juntos, si quieres – le respondí.
Asintió moviendo la cabeza, se colocó bien el vestido y me dijo… Pero lo que sigue ya lo contaré en una próxima carta.
Saludos y hasta pronto.

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