Relato erótico

Nos pillaron

Charo
27 de octubre del 2019

Su mujer estaba de viaje y aprovechó para echar un polvo con su vecina. La mala suerte quiso que el marido los pillara en plena follada. Se pelearon, pero después de varios acontecimientos, se hizo realidad aquello de “Donde las dan, las toman”.

Lorenzo – ZARAGOZA
A veces los acontecimientos nos desbordan y no llegamos a comprender del todo el porqué de las cosas. Allí nos encontrábamos nosotros, en el sofá de mi casa, mi vecina ofreciéndome el chocho apoyada en uno de los brazos de sofá para que yo, con ímpetu, continuara dándole toda mi polla desde atrás. Recuerdo el sonar del teléfono, la insistencia de su timbre, cual campana de un concurso que pone límite al tiempo que teníamos concedido. Recuerdo el susto que se llevó mi vecina, su grito, el intento desesperado por incorporarse.
Demasiado tarde, yo, me derramaba dentro de ella con las convulsiones de un orgasmo que debido a la postura de equilibristas que adoptamos, me hizo caer sobre ella, y enganchado a ella, rodamos los dos por el suelo ante la mirada atónita de mi vecino que se asomaba incrédulo entre de las ramas del jazmín que separan nuestras terrazas. El único movimiento que realizó fue lanzarnos el inalámbrico que se estrelló en mi terraza.
Los oía discutir, él habló de separación, de tomarse un tiempo, no sabía exactamente como encajar aquel varapalo que a traición le pegó su mujer y con el vecino, precisamente. Ella más melosa que de costumbre quitaba hierro al asunto.
– Ha sido una vez, la primera cariño, no volverá a pasar.
– ¿Como sé yo que no volverá a pasar? – se oía lloroso a mi vecino.
– Tienes que confiar en mí. Te lo prometo, ha sido un arrebato que tuve en un instante. No rompamos nuestro matrimonio por un momento de locura.
– ¿Locura? – dijo mi vecino – ¿Llamas locura a la follada que te estaban dando? ¡Pero si aún te escurre la leche por las piernas! ¿O es que esto no es una prueba de que se ha corrido dentro de tu coño? – y le levantó el vestido para demostrar que le quedaba resto de semen en el chocho.
– Bueno, no te pongas así, que ahora me lo lavo y te lo dejo como para estrenar – mi vecina le ponía una mano sobre su paquete – ¿Por qué no terminas tú, lo que empezó tu vecino? Necesito correrme.
Él la rechazó y se marchó dando un gran portazo. Mi vecina se acercó al jazmín y me pidió que le pasara por allí los documentos y el disquete que se había en la mesa. Yo además, le pasé su braguita que encontré tirada en el suelo.
– Últimamente se está convirtiendo en una costumbre pasarte por aquí las bragas – dije – ¿Como se lo ha tomado tu marido?
– En principio, está hecho polvo, pero creo que lo aceptará y llevará los cuernos con resignación.
– ¿Y ahora que vamos a hacer? – pregunté. –
– Será mejor dejar correr el tiempo. Por mi marido y tu mujer. No podemos romper nuestros matrimonios – dijo algo apenada.
– De acuerdo, pero ya sabes si necesitas algo, estoy aquí dispuesto a servirte – me ofrecí.

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– Vale, si este asunto se complica más de la cuenta, contaré contigo – aceptó mi proposición mientras se limpiaba los restos de la corrida, metiéndose las bragas por el inflamado chochito.
Por mi parte, mi esposa llegó sin presentir nada de lo sucedido. Con la tensión de enfrentarme a ella, temí que después de dos semanas de separación, pidiera una merecida recompensa sexual. La fortuna quiso que volviese fatigada y no deseaba otra cosa que descansar.
– ¿Te importa que lo dejemos para mañana? – dijo antes de que yo la abrazara – Es que estoy muy cansada del viaje.
Yo acepté con agrado. Por la mañana todos estaríamos más relajados. Cariñosamente la abracé por la espalda y me quedé dormido cogido a una de sus tetas. Me excita sobre manera que una mujer esté metida en carnes, sin pasarse claro, algunos kilos de más que aumenten un poco sus caderas y sus pechos y que sus mulos se junten para evitar lo que yo denomino el coño entre paréntesis de las delgadas.
Esa mañana me llevé además una gran sorpresa. Introduje la mano por debajo del pantalón del pijama de mi mujer, y noté una suavidad que antes no tenía, su pubis presentaba una carencia total de pelo.
– ¿Te has depilado? – pregunté.
– ¿No te gusta? Lo he hecho pensando en ti.
Sin pensarlo dos veces me abalancé sobre el conejo depilado que lucía mi mujer, para comérmelo saboreando cada rincón de su contorno. Lo notaba extraño, no solo para la vista, era distinto de olor y de sabor, aunque lo disfruté con mucho gusto y tacto.
– ¿Cuando te lo has hecho? – pregunté.
– Fui a una clínica de depilación con láser.
La idea de que aquello fuera perenne me inquietó un poco, luego pregunté como le depilaron el coño, mientras me lo comía nuevamente.
– Fue una mujer, poco agraciada, así que no te hagas ilusiones – me dijo, conociendo mi afición a que me cuente unas historias para excitarme más – Todo muy serio y frío.
– ¿No lo supervisó ningún médico? – pregunté mientras le frotaba el clítoris.
– No, ya me hubiera gustado a mí que me lo hubiera visto un medico – y añadió – o que me lo hubiera comido como tú.

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Esa mañana echamos uno de los polvos más extraordinarios de nuestra vida. La sensación de desnudez que tenía mi mujer, aún con la ropa puesta, produjo un segundo despertar en su sexualidad y no había día en que no follásemos como conejos. Pero esta es otra historia y será digna de contar en otra ocasión.
El conflicto sentimental de mis vecinos no tenía visa de arreglo. Ella intentaba pedirle perdón pero él la rechazaba una y otra vez. Desde entonces no mantenían relaciones sexuales aunque de cara a la galería intentaron dejar ver que si rompían el matrimonio no era por ninguna infidelidad. Era un supuesto orgullo de hombre íntegro que mi vecino pedía a su mujer. En aquella época yo descubrí cosas con mi mujer que me evitó pensar en mi vecina y atenderla como ella se merecía. Hasta un viernes por la noche.
Mi mujer tuvo reunión de la directiva de la empresa en la capital. Viajó por la mañana y después de una larga sesión volvió al anochecer, mareada por lo que se acostó temprano. Nuestra actividad sexual iba viento en popa, no pasaba nada si esa noche no follábamos, y para mí aún quedaba la distracción de la porno del Canal Plus.
De pronto sonó el teléfono. Era mi vecina que me pedía que la acompañase, que después de tres semanas sin comerse una rosca, le apetecía echar un polvo para relajar tensiones. Yo acepté, le di una simple excusa a mi mujer para salir, que creo que no llegó a escucharme y dijo soñolienta un simple:
– Hasta luego.
Dudoso, entré en casa de mi vecina y ella me recibió con un picardías negro que aumentaba su erotismo.
– Pasa – dijo – Mi marido está en su reunión quinielística y volverá tarde. De todos modos no me está haciendo ni caso.
Me ensimismé mirando su pelo bien recortado y lo besé, pensando que echaba de menos algo de pelo en el coño de mi mujer. ¡¿Por qué diablos se lo habrá depilado?!
– ¿Qué piensas? – preguntó mi vecina, al verme parado.
– Nada que tienes un coño muy bonito.
Le abrí la raja con los dedos y mi lengua se dedicó a sacar todo el sabor al clítoris totalmente erecto. Mis dedos buscaron la cavidad rosácea que emergía llamativa entre sus inflamados labios para introducirse en ella iniciando un vibrante mete y saca que provocaban quejidos de placer en la ardiente mujer tan desatendida por su marido.
– Vente – dijo – quiero hacerlo en la cama.
Me senté a los pies de la cama y ella se colocó entre mis piernas, de rodillas en el suelo para poder meterse de una tajada mi empinada polla en la boca. Me realizó una genial mamada, con grandes sorbetones que me dejaban un escalofrío por la espalda además de la saliva que resbalaba por el capullo y caía sobre los huevos empapándolos.

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Prefirió que no me corriera en su boca, al fin y al cabo, la que estaba desatendida era ella. Se tumbó en la cama boca arriba con las piernas dobladas y me comí su chochito. Ella se acariciaba las tetas a la par que apretaba las piernas sobre mi cabeza con la intención de que yo no parara de relamer su jugosa almeja y dedicara toda mi atención a disfrutar de su esencia, mientras la hacía disfrutar como loca.
– ¡Puta… cabrón! – oí decir a mi vecino, que se encontraba en la puerta del dormitorio.
Nuevamente nos cogió in fraganti. Intenté zafarme de las piernas de mi vecina, pero ella las apretó aún más y agarrándome fuerte por los pelos, mantuvo contra su coño mi dolorida cabeza.
– Tú sigue – dijo – en lo mejor no te vas a apartar otra vez. Y tú – dijo a su marido – o aprendes a llegar a la hora de costumbre, o más de una noche te encontrarás con este panorama, al menos que decidas hacérmelo de una puñetera vez.
No lo oí entrar con lo entusiasmado que estaba comiéndole el chocho a mi vecina, pero sí oí como cogía las llaves y cerraba con estrépito la puerta. En principio no supe reaccionar, pero mi vecina me animó a seguir hasta que se corrió, manteniéndome la cabeza apretada con sus piernas. Luego, más tranquila, se aferró a mi sexo y lo engulló primeramente con la boca, para acabar sentándose sobre él, en una soberbia clavada.
Esta vez fue ella quien cabalgó sobré mí, soltando enormes gemidos que le desgarraban la garganta. Así se corrió dos veces antes que yo eyaculara dentro de su raja. Descansamos un momento, apenas me quedaban fuerzas para continuar y así se lo expliqué.
– Mastúrbame – me pidió.

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Aquella hembra estaba bastante falta de sexo y yo dignamente intenté ofrecerle consuelo. Una vela sirvió de improvisado consolador. Yo me dedicaba a meter y sacar de su chocho el cilindro de cera y ella iba tomando diferentes posturas para que le entrara lo más hondo posible. Volvió a correrse en la misma posición que estaba cuando mi vecino nos pilló la primera vez. Yo miraba desde atrás como se deslizaba entre sus labios vaginales la blanca vela. Una vez satisfecha, la besé tiernamente y me vestí para marcharme.
– ¿No has visto mis llaves? – pregunté, pensando en donde las habría dejado.
Ella se levantó y buscó conmigo, sin resultado. Al abrir la puerta, nos encontramos a mi vecino sentado en el pasillo, esperando para entrar.
– ¿Qué haces ahí? – preguntó mi vecina.
– Estaba esperando a que saliera, me confundí de llaves – y diciendo esto lanzó mis llaves para que las cogiera.
Entró dando un beso a su mujer, abrazando su desnudez con ternura.
– Te quiero y no quiero perderte.
– ¿Has visto como ya no te duelen? – le contestó mi vecina mientras le acariciaba la frente.
Me marché de allí, dejando a la pareja fundida en un interminable beso. Entré en mi casa.
– ¡Qué pronto has vuelto! – dijo mi mujer.
Me desnudé y me metí en la cama.
– ¿Te importa que no te folle esta noche? Estoy súper agotado – dije.
– No me extraña, después del polvo que me has echado. Tenemos que hacerlo más veces en la más intensa oscuridad.
Me quedé perplejo, anonadado, y más cuando al encender la luz vi que aún rezumaba semen por su depilado conejo.
Naturalmente, había sido el avispado de mi vecino, con mis llaves.
Saludos.

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