Relato erótico
Dificil decisión
Había mantenido una historia de amor lésbica con su amiga. La vivieron discreta pero intensamente. Aunque más tarde tuvieron novio las dos, el lazo entre ellas no se rompió nunca.
Esther – Córdoba
La ardiente brisa de la tarde me acarició el cuerpo semi desnudo pero no me ayudó en absoluto a mitigar el calor del verano en la Andalucía del interior. Una gota de sudor, otra más, se escurrió entre mis pechos y rodó por mi costado, el sopor, misteriosamente, me ayudaba a meditar suavemente sobre los acontecimientos de los últimos meses, ¿cómo puede la vida zarandearme y dejarme como una bolsa vacía a merced del capricho del viento?
La llegada de Jaime supuso una auténtica revolución, casi espiritual. Desde la época de la adolescencia nunca había experimentado el amor con tanta intensidad hacia un hombre, creo que nunca había estado realmente enamorada hasta que apareció él, exceptuando a Sandra. Sandra es mi amiga desde que tengo memoria, y mi amante desde hace muchos años.
Nuestra relación surgió de una manera natural e inevitable, el amor de nuestra amistad nos condujo a compartir nuestros cuerpos y de esta manera, sublimarse sin limitaciones. Por otra parte hemos mantenido relaciones hetero con naturalidad, con frecuencia y con placer, y nunca hemos renunciado a nada, hasta que apareció Jaime, irrumpió en mi vida como un huracán.
Es un hombre vitalista, jovial, inteligente, seductor, inquieto, curioso y observador, vive la vida con una intensidad y a una velocidad acojonante. Era inevitable que en poco tiempo asumiera una gran relevancia en nuestro grupo de amistades, sobre todo con el compañero de Sandra, Arturo. Sandra comparte su otra mitad con Arturo desde hace unos tres años, mientras yo he sido, en opinión de ella, demasiado promiscua y mi relación con Jaime le pareció que ponía un poco de orden en mi vida, y yo también lo creí, sin sospechar que el dolor se escondía agazapado como una fiera.
Nuestra relación lésbica es parte fundamental de nuestra vida desde la adolescencia, y la vivimos discreta pero intensamente, aunque la presencia de Jaime, que prácticamente vivía conmigo, añadía alguna dificultad, pero convertía nuestros encuentros en auténticos festivales de amor y erotismo. Creo que entonces era feliz. No quiero extenderme demasiado en el preámbulo, así que resumiré diciendo que Jaime descubrió nuestra relación sumando pequeños detalles y se lo confió a Arturo.
Durante varios días nos observaron al microscopio y, al final, nos contaron sus sospechas. El terror nos atenazaba y lo negamos todo, pero los detalles delatores eran concluyentes. Durante días la tensión aumentaba al mismo tiempo que la magia que existía con ellos se hacía añicos. Al final acabamos reconociendo la evidencia y explicándoles que nuestra relación no competía con ellos, más aún, que con ellos es cuando nos sentíamos realmente llenas.
No podían aceptarlo, aunque el saberlo les producía un morbo guarro. En opinión de ellos, teníamos que elegir. Mi relación fue la primera en deshacerse. Después de mi ruptura con Jaime, necesitaba más que nunca la compañía de Sandra, aunque conocía los riesgos. Salimos los tres juntos esa noche crucial en la que los Dioses se confabularon contra nosotras. Todo empezó bastante bien, el ambiente de copas era muy agradable y el calor del alcohol me animaba cada vez más. A ratos bailando y a ratos en un taburete, varios chicos se me acercaron y como es habitual en ellos, desplegaron toda su seducción masculina, en la que no faltaron algunos toqueteos insinuantes. Como el licor empezaba a golpearme con fuerza, cayó el telón de mi timidez y aceptaba de buen grado los apretones que recibía. Hubiera sucumbido al deseo y seguro que la mañana me descubriría como inquilina de una cama ajena, después de follar como una loca, ya había ocurrido antes. Sandra se acercó al rescate.
– Ven, cielo – dijo tomándome de la cintura, de una forma inequívoca.
– Espera- la retuve.
– ¿Qué te pasa? ¿Te has enfadado?
Me volví hacia ella con esa mirada llena de complicidades.
– No pasa nada, es un buen tío.
– Que nadie le va a hacer daño. Estábamos a gusto… ¿Por qué no sigues con tu rollo?- dijo el chico.
– No te enteras, tío. Esta es mi pareja.
Y en ese momento me pasó la mano por la cara y me besó. Uno de los besos más dulces que jamás me había dado. Correspondí a ese beso ardientemente, a pesar que nunca lo habíamos hecho en público, y nuestras manos acariciaron nuestras cinturas mientras nuestros labios competían en atrapar los otros labios. Nos despegamos ruborizadas, con la sensación de haber sido el espectáculo del local, aunque pocas personas habían reparado en nosotras.
– Esta noche es mi noche. No tienes la menor oportunidad.
Añadió dirigiéndose al chico, pero casi sin apartar los ojos de mí. El pobre abandonó la escena, cortado y casi corriendo. Nos fuimos hacia su mesa y Arturo nos recibió con una sonrisa tensa, pero se le notaba la excitación.
– ¡Venga, bailemos!
Sandra trataba de conducir la situación, nos cogió de la mano y salimos a la pista.
– Os quiero a los dos, ¿es que no lo veis?- pero se dirigía a él. -Ya verás cuánto os quiero.
Después bailamos solas, a veces muy agarradas, otras saltando como locas. Incluso bailé con Arturo, ante la mirada sonriente de Sandra y le notaba un ligero temblor en las manos que me abrazaban y me ceñían. No cabía duda, se estaba excitando, lo podía notar perfectamente en la creciente dureza que sentía en el pubis y en su entrecortada respiración. Yo también empezaba a sentirme completamente húmeda. Sandra nos miraba complaciente y parecía aceptar la situación de buen grado. El resto de la noche transcurrió entre juegos cada vez más eróticos. Sandra se multiplicó por cien y ni Arturo ni yo podremos decir que nos sentimos desplazados en ningún momento. Ya en su casa la temperatura subió varios grados, yo estaba a punto de perder el control y decidí irme a la cama cuando Sandra estaba sobre Arturo en el sofá y él había subido su vestido hasta la espalda y acariciaba sus nalgas, deslizando la mano entre sus piernas y arrancando suspiros de placer de ella.
Tendida sobre la cama, vestida solo con el pequeño tanga y ahogada de calor, alcanzaba a oír los gemidos de Sandra. Mi mano acariciaba mis pechos y mi sexo latía con las imágenes de ellos haciendo el amor a pocos metros. Ni siquiera me dio tiempo al placer solitario, se abrió la puerta y dio paso a Sandra que, completamente desnuda, se abalanzó sobre mí.
– Qué te creías, ¿que te iba a dejar sola esta noche? Nunca te dejare sola mi amor.
Decía mientras me besaba, me acariciaba y yo correspondía a sus besos casi con desesperación. Sandra utilizó todas aquellas caricias que sabía… los besos en el cuello, justo debajo de la oreja, mordiéndome los labios suavemente, acariciando mis pechos y besándome los pezones muy despacio, introduciendo una pierna entre las mías buscando el calor de mi sexo totalmente excitado y entregándome el suyo, susurrando dulces palabras de amor. En ese momento estábamos solas en el mundo, éramos dos amantes que se conocen y se entregan plenamente. Sandra se deslizó de lado y colocó su mano sobre mi sexo, aún cubierto por la tanga totalmente empapada, mientras su boca succionaba mi pecho y su lengua recorría en interminables giros alrededor del pezón.
Casi estaba a punto de llegar al orgasmo cuando sentí, casi sin verla, otra presencia en la habitación, Arturo se había colado y observaba la escena, su excitación era evidente. Sandra extendió una mano hacia él, en una clara invitación a ocupar su lado de la cama. Yo, avergonzada y al tiempo de excitada con la situación, me di la vuelta y me puse de espaldas.
– Ven, mi amor. Bésame otra vez, quiero amaros a los dos, ¡os quiero tanto!
Me hizo girarme hacia ella y nos besamos, situada boca arriba alternaba los besos a uno y otro lado mientras recibía nuestras caricias. Ella acariciaba nuestros sexos al mismo tiempo y nosotros todo su cuerpo, aunque evitábamos rozarnos. Nunca imaginé que sentiría tanta excitación al ver como Sandra acariciaba el miembro de Arturo en un movimiento arriba y abajo y, al mismo tiempo, deslizaba dos dedos por el lateral de mi tanga y acariciaba mi clítoris. Llegué al orgasmo intentando reprimir mis gemidos, el pene de Arturo creció de tamaño en la mano de Sandra, que lo pajeaba con intensidad. Estaba a punto, así que Sandra se giró hacia él y se lo metió en la boca, con la otra mano abrió los labios de su sexo en una clara invitación a mi lengua que no tardó en apoderarse de la dulce cueva. Esto ya fue demasiado para Arturo, que entre la boca de Sandra y el espectáculo de ver a su chica entregar su coño a las caricias de otra mujer dejó escapar un rugido de placer, al tiempo que su enrojecido glande dejaba escapar chorros que nos regaron de semen a las dos.
Arturo se relajó unos instantes, mientras yo seguía con mi cara entre las piernas de Sandra disfrutando del sabor de su sexo y ella respondía a mis caricias cada vez con más pasión. Al borde del orgasmo Sandra se estremeció y su respiración se aceleró, arqueando su cuerpo y atrapando mi cabeza entre sus piernas buscando ofrecer su vagina a una mayor penetración de mi lengua. Arturo recuperó la excitación rápidamente a la vista de esa escena y acercó su cuerpo a los nuestros, todavía evitábamos tocarnos, pero la situación cambió muy pronto a causa de la amalgama de cuerpos, brazos y piernas y porque Sandra provocaba deliberadamente las caricias de Arturo sobre mi cuerpo. De esta manera me encontré con la deliciosa lengua de Sandra en mi ardiente sexo, acompañada de varios dedos que hacía estragos en mi intimidad, y la lengua de Arturo sobre mis pechos. De esta manera cayó mi tenue resistencia y me encontré acariciándole el pene que había recuperado todo su esplendor.
En ese momento estaba dispuesta a todo. Arturo acercó su sexo al mío, elevé mis rodillas hasta los hombros y abrí las piernas, ofreciéndome plenamente. Sentí su glande apoyarse en los labios de mi vagina y recorrerla suavemente arriba y abajo, prolongando el momento más allá de lo aceptable. Entró en mí de un solo golpe y continuó embistiéndome con una violencia inusitada, descargando todo su deseo. Sandra no le permitió terminar dentro de mí, cambiamos la posición, me situé sobre su cabeza para frotar mi vagina sobre su cara. Dos hembras lanzadas sin freno por la pendiente del sexo, mirándonos fieramente de deseo, besándonos con tal fuerza como para rompernos los dientes, mordiéndonos y gritándonos, cabalgando sobre nuestro hombre. Solo podía terminar con el pobre Arturo corriéndose en el interior de Sandra y casi ahogado, con su cabeza atrapada entre mis piernas.
Transcurrió el tiempo necesario para recuperar el aliento. Sandra tomó la iniciativa con esas suaves caricias que solo son posibles entre dos mujeres que se conocen muy bien. Arturo iba a necesitar mucho más tiempo para recuperarse. No hace falta mucho más que las yemas de los dedos y el roce de nuestra piel para inflamar de nuevo nuestro deseo. La delicadeza de su sexo, su calor, su belleza; el dibujo de sus labios, su dulzura, sus ojos, su ternura…
La amo como nunca he amado a nadie. Solo nosotras sabemos cómo explorar nuestros más íntimos rincones. Estaba a punto de llegar cuando se detuvo y volvió su atención hacia Arturo, de nuevo en marcha aunque no del todo recuperado.
– Ven- dijo Sandra con ojos brillantes – quiero que te lo haga por detrás…
Situó a Arturo tendido y a mí cabalgando sobre él de espaldas a su cara; recuperó rápidamente toda su potencia ante la perspectiva que Sandra le ofrecía. Yo, perdido completamente el pudor y ardiente de deseo, abrí mis nalgas con las dos manos, ofreciendo mi ano entreabierto. Sandra lubricó el pene de Arturo con su boca y depositó saliva en mi cueva, luego lo dirigió con su mano hasta que lentamente me fui atravesando las entrañas con toda la longitud de su verga. Me corrí en el acto y empecé a subir y bajar a medida que el orgasmo me ardía con una llama que recorría todo el cuerpo. Traté de acariciarme el clítoris pero Sandra lo impidió empujándome lentamente hasta caer de espaldas sobre Arturo. Éste se apoderó de mis pechos mientras empujaba sus caderas en acometidas cada vez más rápidas y placenteras. Sandra se situó entre nuestras piernas y acariciaba mi vagina con su lengua.
No puedo explicar mis sensaciones al sentir sus caricias al mismo tiempo que su novio me taladraba el ano con una verga que parecía crecer de tamaño a cada embestida y, entre los dos, me hacían llegar a un orgasmo de una intensidad y duración desconocidos. Arturo se vino dentro de mí cuando todavía perduraban los últimos espasmos de mi orgasmo. A la mañana siguiente desperté, la cama estaba vacía y la casa en silencio. Me duché y después me dispuse en desayunar algo. No tardó en llegar Sandra y, por su expresión, supe que algo malo había ocurrido.
– Tengo que contarte una cosa, Arturo y yo hemos terminado. Hace días que me dijo que no podía aceptar nuestra relación como una situación estable, pero que no podía evitar sentirse excitado por ello y que se estaba volviendo loco. Así que me planteó una especie de ultimátum. Tenía que renunciar a mi relación de pareja contigo. Le dije que lo que hay entre nosotras no se puede romper.
– Pero Sandra, tú quieres a Arturo a morir, es tu vida, no puedes renunciar a todos los planes que habéis hecho.
Me sentía completamente rota, hecha pedazos por dentro ante la responsabilidad de la decisión que había tomado Sandra, por mí.
– Pero si ayer estaba todo muy bien…
– Lo de anoche fue como la despedida- respondió con la cabeza baja y sin mirarme a los ojos.
Me lo dijo que Arturo le había pedido vernos juntas y si fuera posible, participar, que tenía un morbo loco con nosotras. Sandra se resistió pero acabó cediendo con la advertencia de que él no intentaría forzar la situación, que ella tendría la iniciativa en todo momento.
– Creo que se lo debía, lo siento – su cabeza seguía baja.
– ¡Oh Dios!- sentí un vuelco en el estómago – ¡Estás loca! ¿Cómo has podido usarme de esa forma?
Sandra ha renunciado a su compañero por mí, pero su renuncia me está destrozando. Ha pagado un precio demasiado caro y me lo ha hecho pagar a mí también. Los recuerdos de esa noche todavía me estremecen en una loca mezcla de placer y de rechazo.
No puedo evitar excitarme y no puedo aceptarlo. Estamos atrapadas en un triángulo que no hay geometría que lo pueda resolver y la quiero más que a mi vida. Han pasado dos semanas y prácticamente no he salido de casa. Sandra ha llamado unas mil veces y ha venido a casa en numerosas ocasiones cada día. No he podido descolgar el teléfono ni abrir la puerta, pero no puedo renunciar a ella, no quiero perderla.