Relato erótico
Días inolvidables
Después de su divorcio estaba estresado y también agobiado por el trabajo. Se fue a pasar unos días a la playa y resultaron los mejores días desde hacía mucho tiempo.
Marcos – Valencia
Me llamo Marcos, tengo 28 años y soy de Valencia. El pasado mes de septiembre comenzaba a disfrutar de mis vacaciones para lo cual fui a pasar quince días a la hermosa localidad alicantina de Villajoyosa. Tenía ganas de vaciar mi cerebro, sacar de él mis problemas cotidianos y, sobre todo, olvidar el maremágnum que había vivido durante gran parte del año a causa de mi estrepitoso fracaso matrimonial y posterior separación. Al día siguiente de mi llegada, me levanté y me dirigí a la playa con la intención de darme un baño, tomar un rato el sol y leer el libro “Hollywood”, de Gore Vidal.
Estaba a punto de marcharme cuando me fijé en una mujer que estaba unos 10 ó 15 metros de mí. Era rubia, sus carnes debían de ser duras, porque no se veía ni un ápice de carne o grasa que sobrase. Le calculé unos 40 ó 41 años y se me cayó la baba cuando liberó sus tetas para tomar el sol. Eran redondas, perfectas y apenas tenían un levísima caída que yo achaqué a la edad, pero tenían todo el aspecto de estar fuertes, prietas y duras, coronadas por un pezón rosadito.
Sus muslos se veían macizos, así como su culo, que no era excesivamente grande pero sí lo que solemos llamar un “culazo”. La visión que estaba contemplando me la estaba poniendo durísima por lo cual tuve que esperar a que se me calmara para poder levantarme, irme al hotel y allí ducharme y pajearme a la salud de aquella hembra. Volví a repetir mi visita a la playa al día siguiente para pasar la mañana de la misma manera que la anterior. Al salir del agua, tras haberme dado un chapuzón, contemplé asombrado que aquella mujer había colocado su bolsa de playa y sus pertenencias al lado de las mías y estaba hojeando mi libro. Para no asustarla, me dirigí a ella saludándola.
– ¡Hola! ¿Te gusta Gore Vidal?
Ella levantó la vista hacia mí y contestó:
– No lo he leído nunca, ¿Qué tal está?
– Este libro está muy bien, porque habla del mundo del cine, que es lo que a mí me gusta – contesté.
A partir de ahí entablamos un diálogo sobre cine, libros y muchos otros temas, lo que me dio a entender que era una mujer muy cultivada. Tras unos veinte minutos de charla caímos en la cuenta de que no nos habíamos presentado. Se llamaba Eloísa y era de Castellón. Yo comenté que, por mi trabajo de representante de joyería, visitaba muchas veces al año esta ciudad. Ella me dijo que iba muy a menudo a Valencia a ver a sus nietos, ya que sus hijas vivían allí. Aquello me descolocó. Si tenía dos hijos y nietos, ¿Cuantos años tenía esta mujer? Por supuesto, no iba a preguntárselo. Decidí que este tema saliese en la conversación por sí solo.
Por cierto, me dijo que sus amigos la llamaban Elvira y como yo era paisano suyo y casi amigo, podía llamar así.
La charla derivó hacia la situación personal de cada uno. Yo comenté que hacía tres meses que estaba separado y ella que hacía año y medio que había enviudado y aquí sacó ella a relucir su edad. ¡48 años!. No era difícil mantener una conversación con ella y así llegamos a las dos de la tarde sin darnos cuenta.
– ¡Que tarde es! – dije yo – Es ya la hora de comer.
– Oye, Marcos, como ninguno de los dos conocemos a nadie en el pueblo, ¿qué te parece si comemos juntos para no estar solos? – propuso Elvira.
– Me parece perfecto – contesté – pero antes podíamos ir al hotel a ducharnos y cambiarnos.
Estuvo de acuerdo y ambos nos reímos al descubrir que estábamos alojados en el mismo hotel. Fuimos a comer a un italiano, donde dimos buena cuenta de unas pizzas, una ensalada y una botella de vino rosado muy fresquito. Al acabar, Elvira me preguntó:
– ¿Qué vas a hacer esta tarde?
– Lo primero hacer una siesta – contesté – y luego iré a dar una vuelta.
Elvira me sonrió y metió la mano por la corta manga de mi camiseta hasta que comenzó a palpar mi tetilla con las yemas de sus dedos mientras me decía casi susurrando:
– ¿Qué te parece si hacemos la siesta juntos?
Me cogió una mano y la llevó a una de sus tetas, que yo sobé por encima de su camisa y, como había pensado, era dura, fuerte, redonda y la caída que tenía era casi imperceptible. También noté que su pezón tenía el tamaño de una cereza.
No recuerdo cómo llegamos al hotel ni cuanto tardamos pero en segundos estábamos en su habitación dándonos un morreo abrazados, respirando como dos toros. Nos desnudamos mutuamente a la velocidad del rayo y caímos en la cama con nuestros cuerpos y nuestras lenguas enlazados. Yo acariciaba y palpaba aquel cuerpo duro y macizo de la mujer que tenía conmigo, hasta que quedé situado sobre ella, comiendo su boca y su lengua. Fui bajando, dando lengüetazos, hasta sus tetas poderosas que me tenían loco. No sé cuánto tiempo estuve besando, lamiendo, mamando, mordisqueando y sobando aquellas dos bolas de carne dura, prieta y sus pezones rosados.
Perdí la noción de la realidad disfrutando de aquellas dos mamas preciosas, perfectas. Mi lengua empezó a bajar por el cuerpo de Elvira mientras sus jadeos y suspiros inundaban la habitación, aunque sin escandalizar. Cuando llegué a su coño, abrió las piernas y vi que, por la edad, carecía de pelo, cosa que me puso cachondísimo. Cogiéndome de la cabeza, Elvira me pidió:
– ¡Cómetelo, cariño, cómetelo que hace mucho tiempo que no sé lo que es esto… házmelo con la lengua, que casi lo he olvidado… quiero correrme en tu boca!
Accedí y con mis primeras lamidas Elvira tuvo unas sacudidas que parecían descargas eléctricas. Mis manos sobaban sus muslos, sus tetas, su culo y pellizcaban sus pezones.
– ¡Aaaah… así, así cariño…! – gemía – ¿Qué me estás haciendo?
Continué con aquella faena que daba gusto tanto a Elvira como a mí y tras unos minutos, sus manos apretaron mi cabeza contra su chocho mientras decía:
– ¡Sigue, sigue así, no pares ahora… aaah… me voy a correr… sí… oooh…!.
Su cuerpo daba latigazos hasta que me pidió:
– ¡Ven conmigo, mi vida, ven… fóllame ahora!
Puso sus manos en mi culo mientras mi polla entraba en su coño veterano y encharcado, mirándonos a los ojos y lamiéndonos las lenguas.
– ¡Ahora! – dijo – ¡Ya está toda dentro… ya está a fondo…!.
Entonces cogió mis riñones entre sus piernas mientras yo empezaba el mete y saca lentamente para que disfrutásemos los dos.
– Me encanta follarte – le dije – Desde que te vi en la playa sólo he pensado en follarte.
– Yo también, cariño mío – contestó – Yo también tenía muchísimas ganas de follarte y ya lo hemos conseguido los dos pero ahora sigue follándome así, que me estás volviendo loca de gusto, sigue así, mi vida.
Continué follándome a aquella maravilla de mujer mientras nuestras miradas seguían clavadas la una en la otra y el uno lamía la lengua del otro.
– ¡Voy a correrme! – dije – ¡Voy a correrme!
– Sí me sigues follando así yo también me correré – contestó y de pronto añadió – ¡Sí… sí… sigue… sigue que me corro… me corro… aaah…!.
Nos corrimos juntos en un orgasmo bestial, salvaje y permanecimos uno sobre el otro reposando tras aquel polvo tan fenomenal. Me encantaba besar, lamer y comer la lengua de Elvira. Tiene un sabor muy especial, tanto que saqué mi polla de su chocho totalmente dura. Cambiamos de postura y Elvira quedó sobre mí, mientras continuaba con sus morreos, besos y lametones en mi boca y cuello. Mordisqueó mis tetillas y esto ayudó a que mi polla se pusiera como el acero. La cogió con una de sus manos pajeándomela lentamente al tiempo que decía:
– Te gano por dos corridas, vamos a por el empate.
Empezó a lamer y besar mi polla, sobando mis huevos. Cuando se la metió en la boca noté la suavidad de sus labios rodeándola y de su lengua dando lametones que hacían que una descarga eléctrica recorriera mi espalda. Pude ver que su lengua lamía mi capullo como si fuera un caramelo, dándome un gustazo tremendo que me hacía suspirar y jadear.
– Voy a follarte con la boca – dijo Elvira.
Se la introdujo en la boca. Empezó a subir y bajar la cabeza lentamente mientras mi placer alcanzaba el infinito. Aquello era literalmente una follada en toda regla. Aceleró sus movimientos de cabeza mientras yo decía:
– ¡Me voy a correr, Elvira, me corro… me corro… aaah…!.
Mi leche inundó su boca y le desbordó por los labios. Se la tragó toda y luego pasó a limpiar mi polla y mis huevos dando lametones. Había tenidos dos corridas fenomenales, como nunca antes había ocurrido, y todo gracias a Elvira, ese cañonazo de mujer. Nos abrazamos, destrozados por nuestros dos orgasmos y dándonos un morreo que dio paso a besitos más tiernos, hasta quedarnos dormidos. Al cabo de tres o cuatro horas nos despertamos, dándonos besos, morreos y caricias. Luego decidimos darnos una ducha. Cuando ya el agua nos mojaba, nos enjabonamos mientras palpábamos nuestros cuerpos dándonos la lengua. Nuestra calentura aumentaba a pasos agigantados. No quedó más remedio que echar un polvo en la bañera. Elvira apoyó una pierna en el borde y con el culo en pompa, me dijo:
– ¡Vamos, amor mío, que los dos lo necesitamos!
Me la follé por detrás y mi polla entró con la misma facilidad que antes. La sujetaba por las caderas y una de mis manos sobaba sus tetas.
– ¡Me estoy corriendo… me estoy corriendo…! – gritaba – ¡Voy a correrme antes que tú… aaah…!.
En breve espacio de tiempo yo también me corrí. Tras este polvo fuimos a cenar y a bailar. Pasamos el resto del tiempo juntos, como si fuésemos una pareja, sin que nos importase la diferencia de edad que había entre nosotros.
Elvira es una mujer liberada, sin complejos y con una sexualidad increíble para su edad. Para sí la quisiera muchas jovencitas de hoy en día.
Un abrazo para todos.