Relato erótico
Días felices
Llevaban muchos años casados, trabajaban muchas horas y decidieron “regalarse” unas vacaciones en Palma de Mallorca. Disfrutaron de sus cuerpos a tope.
Julián – Badajoz
Querida Charo, me gustaría contarte lo que ocurrió hace unos años cuando fuimos de vacaciones con mi mujer a Mallorca, un lugar espectacular. Nos alojamos en un hotel cinco estrellas rodeado de palmeras y todo tipo de vegetación, playas amplias, agua tibia y sol permanente. Un paraíso compuesto de 200 bungalows distribuidos en grupos de cuatro y separados entre sí por bellísimos jardines. Realmente, un lugar de ensueño. Disfrutamos mucho de nuestra estancia. Mucha playa, copas y diversión continua nos acompañaron.
El calor, la playa, el ambiente todo, nos mantenía más que excitados y hacíamos el amor cada vez que teníamos oportunidad. Podía ser a la mañana antes de desayunar, a la siesta, al regreso de la playa o a la noche. Eran encuentros apasionados, dulces, con tiempo para hablar, fantasear y experimentar trucos nuevos. Después de 25 años de matrimonio esto era fundamental y aprovechamos todo el tiempo. No teníamos preocupaciones ni horarios ni que pensar en cuentas por pagar. En una palabra no teníamos el “stress” habitual de nuestros días en nuestra ciudad.
Mi mujer iba a clases de gimnasia en la piscina mientras yo paseaba deslumbrado por las bellezas naturales del lugar y sobre todo por la de las mujeres que, casi todas haciendo topless y con diminutas tangas, pululaban por allí. Si no, me ponía a leer algún libro mientras tomaba sol en una hamaca.
Un día mientras hacíamos el amor le dije a mi mujer si no le gustaría que invitara a algún chico a participar de nuestra cama pero ella se negó enérgicamente. Entonces le recordé que no había dejado de darme cuenta de que cuando venía el camarero a traernos alguna bebida ella siempre lo atendía en forma muy amorosa, como coqueteándolo y que lo miraba con agrado. Se sonrojó, sonrió y reconoció que sí lo hacía y que si el muchacho en cierta manera le llamaba la atención no era como para que lo metiéramos en la cama con nosotros.
Dejé pasar unos días y volví a insistir con el tema pero ella volvió a negarse y como acabábamos de hacer el amor y dijo que tenía algo de sueño, la dejé en la cama, apenas tapada con la sábana, me levanté y llamé al bar del hotel para solicitar una bebida. Sabía que el joven de marras iba a venir, porque era el que atendía nuestros bungalows. Mientras él llegaba me fui a dar una ducha.
La distribución del bungalow no tenía mucha intimidad que digamos porque se entraba en un living donde había unos cómodos sillones y una mesita baja y justo detrás, a un nivel más elevado, se encontraba la cama donde reposaba mi mujer. Cuando entraba cualquier persona si había alguien en la cama la veía, porque no existía ni un biombo que separara un lugar del otro. Lo único que estaba fuera del alcance de la vista de la persona que entraba era el baño, que era inmenso y contaba con todas las comodidades que uno se pueda imaginar.
Así fue que cuando el camarero tocó a la puerta, salí de la ducha y tapándome con una toalla lo invité a pasar.
Cuando entró sus ojos fueron directamente hacia mi mujer que estaba en la cama, sobre todo porque ella giró su cuerpo apartándose la sábana que la cubría y dejando al descubierto parte de su culo y todo su coño. El muchacho se percató que yo lo estaba mirando y se sorprendió, incluso parecía que iba a pedir disculpas, pero le sonreí y él también lo hizo, aunque no volvió a mirarla. Se retiró, me tomé lo que había pedido y estaba empezando a vestirme cuando mi mujer se levantó y dijo que iba a ducharse para salir luego a divertirnos un rato.
Fue entonces que le dije que cuando llegó el camarero ella se movió en la cama quedando con parte de su cuerpo al descubierto y que creía que no había sido casualidad. Volvió a sonrojarse y dijo que no, que era incapaz de hacer algo así. Fue entonces que le insistí con tener relaciones con el muchacho y ahora su negativa no fue tan terminante. Dijo que no, ¿qué como iba a hacer eso con un desconocido, qué sucedería si se llegara a saber de ello con nuestras amistades? Le parecía algo feo para conmigo, y otras cosas que ahora no recuerdo.
Sonreí, porque pensaba que ya estaba todo listo y le dije que no se preocupara por mi porque era yo el que se lo estaba proponiendo y que además no debía pensar en que se enterarían nuestros amigos porque estábamos muy lejos de nuestra ciudad, con una persona que no sabía quien éramos y que nadie más que nosotros dos y él estaríamos enterados de lo que pasara. Medio a regañadientes accedió así que mientras se duchaba hice una escapada al bar para arreglarlo todo. Suponía que el joven no se opondría a tener sexo con mi mujer y así fue efectivamente.
Cuando se lo propuse se asombró pero luego, aceptó venir a compartir el lecho con nosotros. Quedamos que yo haría un pedido especial de cava al bar y esa sería la clave para que él viniera a tener sexo con mi mujer.
Al salir ella de la ducha yo ya había regresado y se preparó para irnos a dar una vuelta por el hotel, poniéndose una ropa que le quedaba muy sexy peor yo le dije que antes de salir íbamos a tomar una copa y aceptó. Fue entonces cuando hice el pedido de cava al bar. Cuando el muchacho llegó descorchó la botella y sirvió las dos copas. Le acerqué una a mi mujer, propuse un brindis y cuando ella me preguntó el motivo le contesté que por el regalo que le estaba a punto de dar.
Creo que no sospechó de qué se trataba aunque cuando el muchacho se le acercó y la tomó por la cintura besándola en la nuca me miró, sonrió y me dijo en voz baja:
– Eres un pícaro incorregible.
Verla así y pensar en lo que iba a suceder me hizo poner dura la verga. Puse música, bailaron un par de temas seguidos y noté como el pantalón del joven dibujaba una larga pieza de carne por debajo de la tela, produciéndosele una suave erección a raíz de mirarle el escote a mi mujer y tenerla cogida de la cintura. El debería tener alrededor de 25 años y como nosotros casi lo doblábamos en edad constituíamos un trío bastante singular, pero con ganas de divertirse y pasar una noche que podría llegar a ser inolvidable.
Mientras bailaban mi mujer me miró con una sonrisa cómplice y una ola de rubor iluminó su bello rostro. Con un destello de lujuria dijo algo que me reventó la cabeza:
– No sé si voy a poder con los dos.
Estaba todo dicho. Mi mujer, que había quedado en medio de ambos, enlazó nuestras cinturas con sus brazos y mirándome con una mezcla de lujuria, alegría y agradecimiento, me dio un profundo beso con lengua que yo respondí bajando la mano hasta alcanzar su culo, que desbordaba desde su pequeño tanga. Mientras le tocaba las nalgas, suspendió su beso y girando la cabeza miró al joven y le dio un beso que lo dejó duró y dura también a su verga como se podía ver claramente bajo su pantalón.
Ella parecía una diosa sexy. Sandalias con tacones muy altos y finitos, un diminuto tanga, un sujetador de media luna y aro modelador, que elevaba sus pechos como dos globos apenas tostados por el sol, con pezones erectos y duros. Llevaba los labios y ojos intensamente pintados, que le daban un aire especial. Todo estaba listo para la fiesta y ella, desafiante, nos preguntó que era lo que esperábamos mientras se tomaba otra copa de cava.
Nosotros tardamos una fracción de segundo en quitarnos la ropa. Luego, con aire de calentura y mirada de fuego, mi mujer se me acercó y comenzó a besarme. El camarero, expectante, se acariciaba la polla que iba tomando forma y consistencia. Después de unos instantes ella se subió a la cama, se colocó en cuatro patas con el culo para arriba apoyando su cabeza en el colchón y con ambas manos se abrió los cachetes en la más elocuente provocación para que la folláramos como una perra.
El chico dio un brinco y se fue derecho a chuparle el coño y el culo. Hundió la cara entre las nalgas y chupó desesperado, subiendo y bajando, introduciendo la lengua entre los pliegues y esperando enloquecerla. Mi mujer gritaba, temblaba, gemía, suspiraba y se corría sin parar. Nunca la había visto así y me sorprendía. Entonces subí a la cama y me coloqué frente a su boca. Ella me atrapó la polla con los labios como si fuera una aspiradora y comenzó a mamar con una fuerza y deleite como nunca antes lo había hecho conmigo y eso que era algo frecuente que practicábamos. Tuve que hacer un esfuerzo para no acabar rápidamente, ya que la situación me volvía loco.
Me soltó de golpe y mirándolo al joven le pidió que la follara. Este retiró entonces su cara del agujero del culo, se puso un preservativo, tal y como habíamos quedado, apuntó su verga, dura como un hierro a los pliegues del coño y la hundió en un solo movimiento hasta los pelos. Se movió vigorosamente durante más o menos diez minutos hasta que se detuvo y escupiéndole el agujero trasero empezó a presionar con la punta de su polla lubricada y brillante. Empujó y entró en el culo de mi mujer que se dilataba como una flor. Su buena verga se abrió paso hasta perderse en el agujero tan preciado de mi ardiente y adorada mujercita y sentí celos, debo confesarlo. Empezó a moverse y ella a correrse incansablemente, emitiendo sonidos, moviéndose y retorciéndose como nunca.
¡Qué cosa tan sórdida estaba presenciando! Mientras ella me mamaba desesperadamente, un desconocido se la estaba follando por el culo. Estábamos muy calientes los tres y un poco “achispados” por el cava. El camarero se corrió pronto y por suerte llevaba puesto una protección porque al retirar su polla del culo de mi esposa y quitarse el preservativo, derramó una cantidad impresionante de leche sobre el suelo. Eso provocó que, a pesar de la sensación extraña que sentía, yo me corriera en la boca de mi mujer. Ella se tomó toda mi leche y después nos desplomamos los tres sobre la cama con los cuerpos enredados y exhaustos.
Yo gocé a mi manera observándola en una actitud desenfrenada y promiscua, disfrutando totalmente de su sexualidad. Después nos lavamos y antes de que el muchacho se retirara tomamos otra copa de cava.
Fue una experiencia especial de la cual no estamos arrepentidos.
Besos de los dos.