Relato erótico
Dias de feria y sexo
Fueron a la Feria de Barcelona, como cada año y cada día salían de marcha. Aquella noche, después de cenar, fueron a un club privado y allí alternaron con dos chicas que estaban buenísimas.
José – Valencia
Había ido a la feria de Barcelona con mi amigo Gabriel y, como es lógico, procurábamos salir de marcha todas las noches. Caminábamos por el centro de la ciudad cuando, desde la puerta de un local, se nos acercó un tipo y nos invitó a pasar. Era lo que ellos llaman un Club Privado. En el interior, una gran barra del bar con sus banquetas altas, mesas y sillas en el salón, y un lugar anexo. Los privados. Había un buen número de chicas de edades comprendidas entre 21 y 28 años, vestidas en general en forma sugestiva. Nos sentamos en la barra y pedimos unas copas. Al minuto se acercaron dos chicas. Una era alta, muy atractiva, cabello negro ondulado hasta los hombros, tez blanca como la leche, ojos pardos, sugestivos pechos, descubiertos más de la mitad por el escote, y largas y torneadas piernas. La otra era, también atractiva, aunque un poco más baja. La que se sentó a mi lado fue la más alta. Se llamaba Regina. Su compañera hizo lo propio con Gabriel y nos explicó cómo funcionaba el asunto.
Ellas eran nuestra compañía y nosotros debíamos invitarlas a las copas. Si les pedíamos copas, nos podíamos quedar en la barra o en el salón, si les pedíamos champagne, entonces podíamos pasar a los privados.
Obvio está decir que el champagne era más caro que todas las demás copas. Aceptamos tomar dos copas mientras nos íbamos conociendo. La conversación formal quedó atrás y comenzamos con lo más íntimo y con ello las caricias, manos que buscaban, maniobras evasivas, algunos tímidos besitos, etc.
Había música y bailamos, nos acariciamos, nos besamos. Al segundo trago yo ya había hecho mis cuentas y pedí una botella de champagne para compartir entre los cuatro y para el salón privado nos fuimos todos. Era un lugar con una mesa redonda y un largo sofá que rodeaba la mesa. Todo ella con un tapizado de pana o terciopelo rojo y una cortina que se cerraba dando privacidad al lugar.
El champagne fluía y a diferencia de lo que es común en otros locales, estas chicas sí que bebían lo que había en sus copas. Es decir, no había engaño. En otros lugares, a ellas les sirven productos sin alcohol que se parecen a la bebida real.
El alcohol hizo su tarea y las caricias se volvieron más íntimas. Abrí el escote para acceder a los maravillosos pechos que tenía Regina y los disfruté plenamente. Ella me sacó la camisa y abrió mis pantalones. Así se fue desenfrenando la cosa. Yo le masajeaba el trasero y buscaba su coño, cubierto por sus pantis y una braguita muy sexy. A estas alturas, pedí dos botellas de champagne y Gabriel y la amiga se fueron a otro privado. Entonces Regina se levantó para ir al baño. Cuando regresó, para mi sorpresa y deleite, se había quitado el panty, por lo que tuve acceso a su húmeda raja con toda facilidad. Al poco rato tenía un dedo en cada uno de sus agujeros, luego dos en el ano y uno en el coño. Ella se humedecía abundantemente y fue cuando se sentó sobre mi pulgar y se movía para que yo le revolviera las entrañas con mi dedo. Tenía el ano mojado y ya me estaba besando y chupando con desenfreno el falo. Al rato yo ya no aguantaba con mi calentura y le dije que nos fuéramos a otro lugar donde pudiéramos continuar más cómodos.
– También lo deseo – me dijo – pero el único que puede autorizar mi salida es el dueño.
Llamé al dueño, vino a hablar conmigo, yo con el pantalón abierto y sin camisa y no lo pude convencer a pesar de que ya había gastado una fortuna en champagne. Al ver que no podíamos resolver el problema, ella me dijo que salía a las cuatro de la madrugada así que le contesté que la estaría esperando, pero entonces añadió que no podía ser ya que la iba a recoger su marido, que trabajaba de camarero en un restaurante. Al final me pidió el teléfono del hotel donde yo estaba indicando que me llamaría ya que al día siguiente no trabajaba. Me habló de Pedro, su marido, y me dijo que ellos no se metían los cuernos, pero que compartían todo. O sea, si a ella le gustaba un hombre, lo llevaba a su casa, y él hacía lo propio si se enganchaba con alguna mujer que le gustase. En mi calentura le dije que me gustaría invitarlos a cenar al día siguiente. También le aclaré que mi preferencia era con ella pero me parecía bien si ella quería tener a los dos en la cama aunque yo con ella y él con ella. Los despedimos.
En realidad, ya me había resignado. Esa noche tuve que tomar el asunto en mis propias manos en cuanto llegué al hotel, ya que la calentura me impedía dormir. Tenía el miembro que parecía la quilla de un barco y no podía ni girar en la cama.
Al día siguiente acudimos a la feria todo el día, y regresamos al hotel a las cinco de la tarde. Le había contado a Gabriel lo que había ocurrido. Estaba descansando en mi habitación cuando a las seis y media sonó el teléfono. Era Regina diciéndome que estaban de camino hacia hotel ya que habían aceptado mi invitación a cenar. El tal Pedro era un muchacho bien parecido, rubio rojizo, buen cuerpo, con ojos claros y bigotes dorados. Fuimos a cenar los tres y lo pasamos muy bien. Eran gente simpática. Al terminar la cena, me dijeron que me invitaban a su apartamento a tomar unas copas. Acepté gustoso y con gran curiosidad. Vivían en un pueblo cercano. Yo me senté delante con Pedro, que conducía, y Regina atrás. Durante el viaje sentí las manos de Regina, que comenzaron a acariciarme el cuello. Me colocó de medio lado en la butaca, tomó mi mano y la puso entre sus piernas, abiertas, para que yo accediera a su lugar más íntimo. Yo colocaba mi mano en aquel caliente objeto de mi deseo y miraba lo que hacía Pedro, que permanecía conduciendo sin distraer su mirada. Así llegamos al apartamento, Regina dijo que iba a cambiarse la ropa y Pedro me preguntó si me gustaría ver una película porno. Yo asentí.
Puso la película y casi al instante, Regina regresó en deshabillé. Se sentó a mi lado y comenzó a besarme con pasión. Se me colgó del cuello y me desabrochó la camisa. El marido miraba el video y yo ya paseaba mis manos por todo su cuerpo, con la extraña sensación de que él nos estuviese haciendo de audiencia. Entonces Pedro dijo que, por si queríamos ponernos más cómodos, iba a preparar el cuarto.
Mientras Regina me mamaba la polla como si en ello le fuera la vida, apareció su marido que, cogiéndola en brazos la llevó a la habitación. Ella, por el camino, no se despegó de mi boca, con un largo beso con lengua que me despertaba toda la pasión que llevaba dentro. La depositó en la cama y ambos hombres nos quitamos la ropa, quedando ella entre los dos. Su marido empezó a besarla mientras yo me daba un festín con sus hermosos pechos. Hacía todo lo posible para excitarla, mamándole los pezones, las aureolas, los globos, por todos lados. Bajé por su vientre, fui a sus piernas y me dirigí a su coño. Para entonces, ella jadeaba y se retorcía apretándome su sexo en la boca mientras él le ponía el suyo en la boca, chupándolo ella con pasión. La situación era nueva para mi, insólita pero reunía varias condiciones para que yo estuviese a un millón de excitación.
En muy pocos minutos ella reaccionó a la inundación de esperma que él le deposito en la garganta, tosió, carraspeó y se levantó para ir al baño a hacer gárgaras, supongo. Cuando regresó, se colocó entre mis piernas y comenzó a chuparme la polla fantásticamente. Él se colocó detrás de ella, la acarició y observó como mi verga desaparecía y reaparecía, brillante de su húmedo beso. Yo echaba la cabeza para atrás y con los ojos cerrados, estaba concentrado en el inmenso placer que sentía.
En ese momento me di cuenta de que quien chupaba mi polla, como si no hubiera otra cosa que hacer en el mundo, era Pedro. En el acto perdí la erección. Por delicadeza no le dije nada pero era evidente que así la cosa no funcionaba. Entonces Regina le dijo que la dejara a ella. Regina sabía chupar. A los pocos minutos, otra vez cambió de técnica y fue Pedro quien siguió con la operación pero aunque él era capaz de chuparme hasta la garganta, cosa que ella no hacía, no hubo nada que hacer y volví a perder la erección. Repitieron esto varias veces, con el mismo resultado. Finalmente él se dio por vencido, se acostó y se quedó profundamente dormido. A partir de ese momento en adelante, fue todo gloria y pasión. A la madrugada, me desperté con mi erección en la boca de Regina. Pedro dormía y Regina me suplicó que la poseyera por detrás, justo lo que a mi más me gusta. Como todo un caballero, procedí a sodomizarla con desenfreno total. Se puso de costado, arqueando la espalda para darme acceso a su maravilloso culo. Por la mañana nos despertamos, desayunamos los tres y luego Pedro me llevó al hotel. Esto se repitió las tres noches posteriores, sólo que Pedro desistió de tratar de mamármela. Él se daba vuelta y se dormía mientras Regina y yo éramos como dos conejos, follando en todas las maneras imaginables. Fue fantástico.
Una noche hicimos la doble penetración a Regina. Su marido se acostó en la cama y se la ensartó por el coño. Yo me puse detrás, le lamí el ano, metiéndole la lengua hasta donde pude llegar y cuando tenía el ano lleno de mi saliva, le metí los dedos, primero uno, luego dos, luego tres… Cuando estuvo bien dilatada, tanto que al sacar los dedos se veía su ano abierto y podía ver su interior, le puse la lengua allí y escupí en su interior.
Luego arrimé la cabeza de mi polla, erecta como un poste, y la deslicé dentro. Se fue al fondo con mucha facilidad por la calentura que tenía, y porque hacía fuerza para atrás, para que la empalara más profundo. Le dolía, pero le encantaba. Se fue abriendo hasta que gemía como loca. Mi polla entraba y salía con facilidad. Su ano lubricaba como un chocho. Era increíble cómo le salía jugo de su interior y se derramaba sobre la polla de Pedro, que entraba y salía de su coño. Yo, en cuclillas detrás de ella, le cogía las tetas y pellizcaba los pezones, que estaban duros como pequeñas rocas. ¡Como gemía y se movía! Fue sublime el momento en que Pedro acabó. Nos desencadenó a todos en un orgasmo violento. Yo podía sentir la polla de Pedro a través de la membrana que separa, por el interior, el coño del culo y ella se corrió innumerable número de veces.
Era una máquina de orgasmar. Y cada vez su culo era más jugoso y me apretaba el falo, como si fuera una boca succionando cada vez que yo arremetía. Cada vez que ella se corría, los espasmos me hacían sentir algo indescriptible, hasta que le llené el culo de leche y Pedro el chocho. Le salía leche de los dos agujeros. Cuando se me achicó la polla y sus contracciones me expulsaron de su ano, le salía leche del agujero, corriéndole por las piernas.
Entonces no pude resistirlo y pegué mi boca a su ano para succionarlo y lamerlo. Era celestial.
De vuelta a Valencia durante medio año intercambiamos cartas de vez en cuando hasta no supe más de ellos. Al año siguiente fuimos, con Gabriel, a la edición de la misma Feria. La busqué, pero se habían mudado y no pude dar con ellos. En fin, fue una agradable experiencia de la que me costara olvidarme. Hasta otra.