Relato erótico
Despido y finiquito
Estaba hambrienta de polla y el vibrador ya no cumplía su función. Quería un tío y se le ocurrió que podría follar con el becario que había en la empresa y que al día siguiente terminaba su trabajo.
Lola – MADRID
Amiga Charo, llevaba tiempo sin probar polla, estaba cansada de mi vibrador y por eso me rondaba por la cabeza una idea atrevida y perversa. Daniel, el estudiante que estaba haciendo su práctica profesional en la oficina, terminaba al día siguiente el período de trabajo que le exige su instituto. La verdad, no tenía un gran atractivo físico, delgado, un poco más bajo que yo y no creía que fuera muy experimentado. Tenía la apariencia de dedicarse más a los juegos de video que a las mujeres. Pero era la solución perfecta, porque así no me involucraba con nadie de la oficina. Apenas si le había hablado un par de veces, pero se veía un chico discreto. En otras circunstancias ni siquiera me tomaría la molestia de mirarlo, pero ahora quería sentir una verga de verdad en mi cuerpo y no un pedazo de plástico con pilas, a pesar de que mi vibrador es mucho más eficiente que algunos hombres que he conocido.
El plan era llamarlo segundos antes de que comenzara el descanso para ir a almorzar. Era una ventaja que no tuviéramos el comedor en el edificio, ya que de lo contrario nuestra ausencia sería evidente. Ir a almorzar fuera permitía pasar inadvertida y así poder aprovechar la media hora en comer otro tipo de carne.
Me acerqué a Daniel por la espalda y, simulando que estaba revisando un archivador que estaba a su lado, le susurré:
– No te gires, solo escucha. Cuando sea la hora del almuerzo, vete a los lavabos de hombres y quédate ahí. Cuando oigas que llaman a la puerta, abre.
Daniel asintió con la cabeza con disimulo y sin decir palabra. Me fui del lugar y arreglé mi escritorio, cerrándolo todo con llave como es mi costumbre. Al dar la hora para almorzar, fui al baño de mujeres y esperé ahí hasta que todos se hubiesen ido. Salí y miré hacia ambos lados del pasillo. Nadie. Confiada, fui al baño de hombres. Durante el trayecto, solo escuchaba voces a lo lejos. Todo marchaba muy bien. Al llegar, golpeé la puerta suavemente y no terminaba mi tercer golpe cuando Daniel abrió. De inmediato, me abalancé sobre él para que nadie tuviera tiempo de verme entrar ahí y sin dejar de mirarlo a los ojos, cerré la puerta con seguro. El baño era pequeño, pero serviría. –
– Considera esto como tu despedida – le dije con mi mejor sonrisa de lujuria.
Lo abracé y comencé a besarlo desesperadamente. Él, me correspondía poniendo sus manos en mi trasero, apretándolo con algo de torpeza, pero sin ser brusco del todo. Confirmé que no tenía mucha experiencia. Luego retiró sus manos para comenzar a desabrocharme la blusa. Lo detuve en el acto.
– Daniel, no te ofendas, pero seré yo quien dé las órdenes – le dije – Haz lo que te digo y lo pasaremos muy bien.
El, con el aliento entrecortado de tanta excitación, suspiró un tímido “bien”. Lo abracé nuevamente para comenzar a darle besos muy profundos, haciendo gala de la versatilidad de mi lengua, húmeda y carnosa.
Él trataba de imitarme, con resultados no muy destacables. No reparé en ello y después de unos momentos, cuando sentí que su miembro se encontraba a punto de reventar de lo hinchado que estaba, me arrodillé y comencé a bajarle la cremallera del pantalón. Mientras hacía esto, le pregunté si se la habían chupado antes y me dijo que su pareja lo ha hecho en un par de ocasiones
– ¿Tienes pareja? – le pregunté.
Me dijo que justamente aquel día hacía se cumplían siete meses que se conocían y pensaban pasar la noche en un motel. Lo miré un momento a los ojos y sonreí con un leve tono de burla y él comprendió que después de esto, no le quedarían muchas fuerzas para hacer un buen papel esta noche. Por fin, al ver su miembro, le pregunté por el nombre de su pareja.
– Se llama Mónica, ¿por qué lo pregunta? – me dijo con respiración muy agitada.
– Porque se ve que Mónica los sabe escoger muy bien – le respondí.
Su miembro era grande y bastante grueso, como pocos de los que he visto. Lo admiré unos segundos, imaginándome lo que sería sentirlo penetrar mi ano. Saqué la lengua y la pasé por su polla desde los huevos hasta la punta del glande, como si fuera el más delicioso helado en el más caluroso de los veranos pero, advirtiendo que Daniel estaba a punto de eyacular introduje tamaño “tesoro” en mi boca. De inmediato comencé a chuparlo con dureza y frenesí, usando lengua, labios y dientes para darle la mejor chupada que hubiera tenido en su vida. Supuse que su semen saldría casi de inmediato, pero se demoró más de lo que esperaba. Entonces comencé a chuparlo con mayor entusiasmo y, en cosa de segundos, expulsó una buena cantidad de semen.
Generalmente, en ese momento, cojo la polla con mis manos para pajearla y hacer que todo ese espeso líquido rocíe mi cara. Las primeras veces me daba un poco de asco y repugnancia hacer esto, pero cuando entendí que a un hombre le gusta, lo tomé como un pequeño sacrificio por futuras recompensas. Sin embargo, en esta ocasión opté por beber y tragarme todo lo que salió de su polla. Estábamos en el baño de hombres de la empresa y no podía dejar semen esparcido por doquier. Podrían culpar a Daniel y acusarlo de inmoral y pervertido. El pobre muchacho no tiene por qué pagar el precio de mi calentura. Al terminar de correrse, le pregunté desde cuándo no tenía relaciones con Mónica. Me dijo que hacía cosa de un mes se habían peleado y que, después de haberlo discutido ayer, acordaron que hoy sería la fecha apropiada para la reconciliación. Eso explicaba la gran cantidad de semen que tuve que tragar.
Comencé a levantarme mientras sacaba los restos de semen que tenía en mis labios. Me puse frente al lavabo y, mirándome al espejo, bajé la cremallera de mi falda, la dejé caer y la aparté con uno de mis pies. Luego hice lo mismo con mi ropa interior. Levanté mi trasero al mismo tiempo que abrí mis nalgas con mis manos y al decir “penétrame”, pude ver por el espejo que Daniel agarraba su miembro con una mano, mientras que con la otra me cogía por la cintura.
Pude sentir como rozaba su poderoso pene con mis nalgas, hasta que por fin, con la guía de su mano, encontró mi ano. Introdujo toda su carne de una sola vez, en una penetración muy profunda, la que hizo más intensa tomándome de la cintura con ambas manos y empujando su cuerpo contra mí.
Tras unos breves segundos, comenzó a darme duros golpes, sacando sus manos de mi cintura para ponerlas en mis pechos, usando al máximo el ir y venir de sus caderas. Yo me apoyaba en el lavabo y abría aún más mis piernas. A ratos, Daniel me levantaba del suelo por la fuerza con la que metía su miembro dentro de mi.
Casi desde mis primeras experiencias preferí ser penetrada por el culo que por el chocho. No es que no me guste una buena verga en mi chocho, pero me daba más morbo por el culo. Por eso le decía a Daniel más duro, más duro. Normalmente, lo gritaría con entusiasmo, pero no era el lugar apropiado. Al cabo de unos minutos, se dio por vencido. Sin sacar su miembro de mí, comenzó a desabrochar mi blusa pero yo lo detuve.
– Te dije que yo daría las órdenes – pronuncié seriamente.
Él desistió y sacó su polla de mi trasero. Yo quería un orgasmo y estaba a punto de tenerlo, así que me di media vuelta, lo miré y le dije:
– ¡Tómame!
Con gran rapidez, me tomó por la cintura y me levantó. Él solo no lo habría hecho, se necesita más que su cuerpo delgado para manejarme como pretendía hacerlo, así que hice un pequeño salto y abrí mis piernas lo suficiente para que pudiera montarme sin dificultad.
– Señorita Lola – me dijo con cara de amante sufrido y cansado – no creo que pueda…
– Solo te pido un poco más, estoy a punto de acabar – le dije.
Daniel estuvo de acuerdo y comenzó a penetrarme, esta vez ya no con las energías de hace un momento, pero sí con la suficiente para poder llevarme al clímax. Le hubiera pedido que me chupara, pero cuando lo besé al comienzo supe que la lengua no era su especialidad.
En cosa de un par de minutos, llegué al orgasmo. Al acabar, abracé fuertemente a Daniel con brazos y piernas y, al cabo de unos instantes, me separé de él para comenzar a vestirme. Le agradecí el servicio. Se deshizo en alabanzas hacia mí y quiso que fijáramos una fecha para otro encuentro, pero le repetí que tomara esto como su despedida.
Al estar completamente vestidos, abrí la puerta muy levemente para ver si había alguien. Daniel se me acercó por la espalda y cerró la puerta extendiendo su brazo por sobre mi hombro, me giró y me besó. Comenzó a abrazarme y yo le correspondí. Era un beso apasionado y para nada comparado con los que me dio al principio.
Al terminar, fue él quien abrió la puerta y revisó si todo estaba bien. Habían pasado 20 minutos y el resto del personal aún estaba almorzando. Le dije que se fuera por el pasillo, mientras que yo me dirigía a las escaleras.
Me marché con un poco de prisa, al comenzar a sentir el hambre por no haber comido nada desde el desayuno. No es un mal chico pensé mientras bajaba las escaleras. Confío en que haya aprendido del encuentro que tuvo conmigo, para que esta noche sea la mejor para él y para Mónica. Tengo mi corazón, después de todo. Un beso para todos los lectores de Clima.