Relato erótico

Despedida de soltero

Charo
10 de marzo del 2019

Su futuro cuñado, le tiraba los tejos desde que la conoció. Fue él quien se ocupó de la despedida de soltero de su hermano y cuando le contó que pensaba hacer, se ofreció como voluntaria.

Elvira – MADRID
Hola amigos, me llamo Elvira y he de reconocer que desde que conocí al único hermano del que ahora es mi marido, supe que yo le atraía. No me extraño que Julio, que por aquel entonces tenía los 18 años recién cumpliditos, se fijara en mí, pues yo, con mis veintidós, ya llevaba bastante tiempo volviendo loco a todo el personal con mi espléndido tipito. No peco de inmodestia si aseguro que desde mi cara angelical, de ojos azules y labios gordezuelos, hasta mis largas piernas, sin olvidarme del firme trasero, ni mi espectacular delantera, atraigo a los chicos como las moscas a la miel. Pero también les aseguro que desde que comencé a salir con mi novio no había vuelto a flirtear con ningún otro hombre.
Aunque eso no quiere decir que no me sienta halagada cuando alguno se fija en mí. Por eso toleré las tímidas tonterías de mi futuro cuñadito con bastante indulgencia, ya que sabía que si le contaba algo a su hermano mayor este, con lo celoso que es, iba a montar un buen escándalo. La verdad es que el chico, al principio, se limitaba a espiarme de forma más o menos disimulada, cada vez que pasaba la velada en su casa.
Todavía recuerdo la cara de pasmo que se le quedó el día que, mientras forcejeaba en broma con mi novio sobre el tresillo, aprovechando la ausencia de sus padres, me abrí completamente de piernas, dejando mis picaras braguitas, y algo más, a la vista de Julio.
Debió de gustarle mucho lo que vio pues, desde aquel día, le volví a sorprender en más de una ocasión ocupando lugares muy estratégicos para disfrutar de las mejores vistas de mi espectacular anatomía. Como nunca di muestras de notar su excesivo interés por mí pensé que este desaparecería por si solo. Aunque lo cierto es que me equivoqué del todo. Durante lo que quedaba del año llegué a acostumbrarme de tal modo a verlo rondando a mi alrededor que ya no me acordaba del interés que tenían mi cuerpo y mi lencería para él, pues se pasaba las horas muertas acechando bajo la mesa a la espera de la oportunidad de verme algo.
También recuerdo aquella vez que me quedé dormida en el sofá tumbada sobre los pies de los dos hermanos mientras veíamos la tele, despertándome unas manos que estaban hurgando sobre mis bragas, y que siempre sospeché que fueron las de Julio. Fue el verano siguiente el que yo considero que sacó al fin las cosas de su lugar, pues mi novio insistió en que su hermano se había ganado el derecho de acompañarnos una semana de acampada a la playa, por haber aprobado con matricula el curso anterior.
Mi relación con mi novio era ya total, pues llevábamos bastantes meses compartiendo cama e ilusiones, pensando ya en cual sería el lugar ideal para construir nuestro futuro hogar, por lo que una semana en compañía de otra persona no nos afectaba demasiado.

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Pero la verdad es que ese verano Julio estuvo de lo más impertinente y osado conmigo. Al principio se limitaba solamente a mirarme con sus ojos hambrientos, como de costumbre, pero pronto empezó a enredar al ingenuo de su hermano mayor en curiosas situaciones que casi siempre terminaban con alguna parte de mi anatomía al descubierto.
Lo cierto es que lo hacía tan sumamente bien el condenado que no ha sido sino un tiempo después, cuando todo ha pasado ya, que, al recordar aquellos días, me he dado cuenta de lo bien que nos manejaba para que ninguno de los dos notáramos nada raro.
Es ahora cuando me asaltan ciertas sospechas sobre si las osadas manos que recorrieron mi cuerpo esos alegres días de verano, con mi consentimiento, eran de uno o de otro. Aunque siempre había creído que eran los largos y juguetones dedos de mi novio los que, durante las divertidas peleítas que formábamos los tres, ya fuera en la arena o en el agua, se tomaban la confianza suficiente como para estrujar y manosear mis agradecidos senos, ahora lo empiezo a dudar. Y lo peor es que a menudo le dejaba libertad total para pellizcar pícaramente mis gruesos pezones, por fuera, y hasta por dentro del sujetador.
Y aún hay más, pues incluso le permitía juguetear con mi apetecible trasero, o con mi espeso vello púbico, en aquellas ocasiones en que alguna osada mano, y espero de todo corazón que no fueran las de Julio, se introducía bajo el bikini a la búsqueda de mis dos acogedores orificios, cuando los roces de la peleilla habían caldeado el ambiente. Eso sí, no me cabe la menor duda de que debía ser mi futuro cuñado el pícaro fantasma que me descolocaba siempre la ropa cuando me quedaba dormida al sol, y me levantaba con algún seno ya colorado por la excesiva exposición a los rayos solares, y a sus ojos.
Hace poco me insinúo que ya se había encargado él de preparar la sorpresa final de la despedida de soltero de su hermano mayor caí, como una estúpida pardilla, en su asquerosa trampa.
El muy cuco se hizo de rogar durante bastante tiempo antes de acceder por fin a que le acompañara a su pequeño estudio de la capital, donde se iba a celebrar el gran final de la fiesta. Allí me enseñó la fina tela de gasa que cubría de una pared a la otra, y que serviría, con la ayuda de un par de potentes focos que había junto a la puerta, para hacer destacar la silueta de una de las amigas de Julio, que había accedido a hacer un strip-tease de lo más íntimo para mi novio y el cuarteto de amigos que le acompañarían durante la fiesta.

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Aún no se como se las ingenió el truhán para encauzar la conversación de tal manera que al final fui yo la que le sugerí, de una manera totalmente espontánea, que podía ser yo la que le ocupara el lugar de su desconocida amiga, para darle al novio una sorpresa.
Julio incluso tuvo la desfachatez de obligarme a insistir antes de aceptar, y solo lo hizo con la condición de que yo debía llevar la broma hasta el final, haciendo el strip-tease completo, como si fuera una profesional del espectáculo porno, haciendo así mucho más interesante la gran sorpresa cuando llegara el momento oportuno de descubrir el pastel.
He de reconocer que realmente pasé unos días de lo mas entretenidos buscando la ropa ideal para el espectáculo que iba a realizar, y practicando en la soledad de mi dormitorio los movimientos adecuados para hacerlo el baile de la forma más sensual y provocativa. La noche en cuestión Julio me acompañó hasta su estudio y allí me enseñó como debía accionar los focos en el momento oportuno.
Aparte de una banqueta acolchada que me ayudaría durante el número había dejado también algunas botellas de bebida y aperitivos, para hacer más amena mi tediosa espera. Al revisar el decorado descubrí dos pequeñas cremalleras doradas en la tela, que no recordaba haber visto la primera vez. Una estaba a la altura de mi barbilla y la otra a la del ombligo. Julio me tranquilizó al demostrarme que solo se podían abrir desde el interior, y me aclaró que las usaba la otra chica para ver al público antes de empezar la función. Yo me lo creí todo y, una vez que se marchó a la cena, decidí pasar las horas que me quedaban leyendo las revistas que me había traído y picoteando los aperitivos que me había dejado. Estos eran todos salados y, cuando me acució la sed, me di cuenta de que para aplacarla solo tenía a mano bebidas alcohólicas.
Por eso, cuando por fin llegaron todos los chicos de la despedida, bastante borrachos por cierto, yo me encontraba en un estado de euforia como hacía ya tiempo que no tenía. Mi novio, como no, empezó a exigir mi aparición y, por supuesto, yo no le defraudé.
Los cuatro o cinco amigos que le acompañaban esa noche, nunca he sabido su número con exactitud, se hincharon de aplaudir y silbar, en cuanto encendí los focos y dejé que vieran mi tentadora silueta al trasluz. La verdad es que el exceso de alcohol logró que el baile saliera bastante más sexy y provocativo de lo que había ensayado. Oír sus piropos, y obscenidades, encendió mi sangre. Como mi novio era uno de los que más tonterías me decía decidí ver hasta donde era capaz de llevar su libido y, cuando me quedé desnuda del todo, seguí contoneándome, acariciando mi cuerpo para ver cuanto aguantaba.
Me quedé de piedra cuando le oí, claramente, ofrecerme cien euros si le daba un beso. Como no soy tonta me di cuenta de que la pequeña cremallera que habían situado arriba estaba precisamente para eso y, muy ladinamente, pensé que me había ganado el dinero. Así que apagué los focos y vi, por primera vez, gracias a la bombilla de una lamparita del comedor, como se agolpaban sus siluetas al otro lado de la tela. Segura de que no me podían ver abrí del todo la cremallera y saqué una de mis manos por la pequeña abertura.

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Al momento se adueñaron los chicos de ella, llenándola de besos, pero también pusieron un billete de cinco euros entre mis dedos. Satisfecha, permití que mi futuro marido pegara su boca a la ranura y le di un beso de antología. El muy idiota no me reconoció y aúllo, satisfecho como un bebé, cuando di por finalizado el largo y fogoso encuentro. Me decepcionó un poco que ningún amigo suyo ofreciera una cantidad similar por otro beso, pero mi ego se tranquilizó cuando ofrecieron otros cien si les sacaba fuera una teta.
La cremallera de abajo debía ser la que estaba diseñada para esa función, pues era más grande que la de arriba. Así que cuando la puja subió hasta los ciento cincuenta me senté en la banqueta para estar más cómoda, y dejé que asomara uno de mis pechos al otro lado. Enseguida me di cuenta de que llevada por la euforia había cometido un grave error, pues al momento noté como un montón de manos se apoderaban rudamente de mi seno. Las sombras arremolinadas al otro lado no me permitían saber quien era el que devoraba en ese momento mi sensible pezón, ni a quien pertenecían las manazas que estrujaban el resto de mi seno sin piedad, amasándolo como si fuera jalea. Mi pobre pecho estuvo más de un cuarto de hora en su poder, recibiendo chupetones y mordiscos por todas partes.
Aunque la verdad es que una vez pasado el enfado, y dolor, inicial llegué a contagiarme poco a poco de su apasionamiento, notando como la excitación empezaba a humedecer mi entrepierna de un modo realmente encantador, mientras mi respiración se agitaba. Los billetes que me pasaron del otro lado, cuando por fin se saciaron de mi biberón, apenas sirvieron para consolarme de los moratones que iba a lucir durante varios días.
Pero cuando el insaciable de mi novio me ofreció quinientos euros más por dejarme tocar el culo, decidí que ya se estaba pasando de la raya. Aún así pensé que perder todo ese dinero le podía servir de escarmiento para el futuro y acepté, a condición de que solo pasara su mano por la abertura. Para ello me alejé un poco de la fina tela, y me apoyé en la banqueta, dejando el espacio justo en la cremallera para que solo cupiera un brazo.
El muy zorro quiso aprovechar bien su dinero y, sin apenas deleitarse en mis prietas carnes, dedicó todos sus esfuerzos a hurgar con sus largos dedos en mi orificio más estrecho. De haber sabido que era yo la muchacha que estaba al otro lado de la tela no se habría molestado tanto en juguetear con ese pequeño agujerito, pues ya le había dicho, bien claro, que esa era una virginidad que no pensaba cederle, al menos por el momento. De todas formas pronto desistió del fútil empeño, y deslizó sus dedos por entre mis piernas separadas, para introducirlos a fondo en mi cálida gruta. Como el puñetero sabe donde tiene que tocar, dejé que su ansiosa mano me llevara al borde del orgasmo, pues era lo menos que podía darle a cambio de todo el dinero que me pensaba quedar.
Pero, y todavía hoy no sé si fue por mera casualidad o premeditado, antes de alcanzar el clímax se me cayó el decorado encima. Me quedé a cuatro patas sobre la moqueta, con la banqueta ubicada bajo mi barriga y la tela cubriéndome como si fuera un fantasma. Antes de que acertara a reaccionar noté como la cremallera se abría del todo, dejando mi trasero desnudo a la vista, y un miembro, ya desnudo y listo para la batalla, buscaba ocupar el bello lugar donde antes había estado la mano de mi futuro esposo. Solo me dio tiempo a gritar cuando el grueso aparato se introdujo en mi interior, hasta el fondo, sin la más mínima delicadeza, perforándome como si fuera un animal salvaje en época de celo.
Pienso que me he alargado demasiado así que continuaré con mi relato en una próxima entrega.
Besos y hasta muy pronto

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