Relato erótico

Descubrí mi sexualidad

Charo
1 de agosto del 2018

Cuando descubrió que tenía la capacidad de disfrutar del sexo tanto con un hombre como una mujer, su vida cambio de rumbo. Es bisexual y disfruta a tope.

Elena – Barcelona
Me llamo Elena y soy la única chica y tengo cuatro hermanos. Recibí, además del cariño de todos los míos, una excelente formación cultural. Domino a la perfección dos idiomas, el inglés y el francés. Esto me permitió estudiar lo que me apetecía y que era medicina y psicología, que es lo que siempre, desde niña y luego de mayor, me ha gustado por encima de todo. Además el hecho de saber inglés me ha permitido el poder traducir obras literarias inglesas de los mejores autores. Incluso, durante algún tiempo trabajé como traductora, mientras realizaba mis estudios, en una importante editorial con distribución en todo el mundo. Esta fue mi primera experiencia en el trabajo. La segunda fue en una clínica privada. Y allí fue donde conocí a Inés, una magnífica enfermera y una guapa mujer. Nos vimos por primera vez en una visita rutinaria que hice al centro médico antes de trabajar en él.
Con Inés, que era ayudante de uno de los médicos, me hice amiga desde el primer momento, en relación a las afinidades de cultura que nos unían. Pronto descubrí la condición de lesbiana de Inés, que también me contó que anteriormente había trabajado como guía turística en Paris, siendo en la capital francesa donde se inició su “aventura” sexual. El inicio de nuestra amistad fue muy bonito e interesante, sobre todo en una excursión que realizamos. Fue delicioso. Nos hospedamos en un hotel que estaba a un kilómetro aproximado del pueblo más cercano y desde el primer instante quiso dormir en mi habitación. A mí, la verdad, no me preocupó lo más mínimo. Como podéis comprender no soy ninguna mojigata.
– ¿Qué opinión tienes del amor entre mujeres? – me preguntó de pronto pero sin dejarme contestar, añadió – ¿Te gusto yo?
– Claro que sí, mucho pero…
Entonces Inés me tomó de la mano y apretándome con su cuerpo contra la pared de la habitación, me dio un beso en la boca que recordaré toda mi vida.
Ningún hombre había logrado que yo experimentara tal sensación y eso que había tenido varias experiencias. ¿Qué me estaba pasando?, me pregunté a mi misma infinidad de veces. Aquella noche dormimos juntas. Inés tenía, y aún tiene, un bonito cuerpo, unos muslos gruesos y pechos maravillosos. Ella llevó toda la parte activa y me dejó bastante satisfecha. ¡Era todo tan novedoso! Era la primera vez que me desnudaba delante de otra mujer, la primera vez que me abría de piernas para ella y la primera vez que una lengua femenina recorría todo mi coño.
Pero, a pesar de mi vergüenza inicial, puedo decir que nunca había gozado tanto, goce que me animó a sacudirme prejuicios y aceptar el amor viniera de quien viniese.

Cuando volvimos a la ciudad, esa noche apenas dormí y me estuve metiendo un consolador que ella misma me proporcionó. Lo cierto es que por la mañana, el chocho me escocía bastante y se lo comenté a ella.
– Ya veremos lo que hacemos – me dijo – Consultaré con un amigo que es especialista en ese tema, pero creo que lo que te ocurre es una cosa normal.
Me extrañó que no me metiera mano. Sin embargo, nunca se puede una imaginar las sorpresas que nos tiene reservada la vida.
Al día siguiente, me tocaba el turno de tarde. Por la mañana, a primera hora, se presentó en mi apartamento el ayudante del médico con el cual yo suelo trabajar. El jefe médico de la clínica lo enviaba a mi casa para que hiciera el favor de traducirle del inglés al español, unos temas de medicina que le habían enviado de Estados Unidos. Sin explicarme el por qué, nada más ver al chico, me gustó. Nunca me había fijado en él pero ahora había sido como un flechazo. El brillo de sus ojos era fascinador y su cuerpo, que adiviné bajo la ligera ropa que llevaba, era fuera de lo corriente. Aceptó gustoso el esperar mientras yo traducía aquellos textos. Yo creía que se había dado cuenta desde el primer momento de que me atraía. Tal vez al principio sin saber hasta qué punto pero era algo que no tardaría mucho tiempo en descubrir. Un deber de cortesía me hizo invitarlo a un café.
Cuando se lo serví, dejé caer unas gotas sobre su pantalón, siguiendo otras, también vertidas a conciencia. Al intentar limpiarlo, le toqué los muslos, luego la polla que ya tenía bastante “despierta”.
– Vamos a la cama – le dije sin perder tiempo y ante su expresión de tremendo asombro -Hoy será un día especial para ambos. Estoy excitada desde que te he visto y eso que ningún hombre me ha gustado a primera vista como me gustas tú. Quiero que follemos antes de que vuelvas con tu jefe.
– ¿Así, sin más…? – preguntó sin salir de su asombro.
– Sí, es lo mejor pues si lo pensamos, no lo hacemos – sentencié.
Nos metimos en la cama. Yo tenía experiencia con hombres, además Inés me había enseñado a gozar con las mujeres así que, al menos para mí, fue una reunión de lo más excitante y placentera. Recibí las caricias más íntimas del macho. Mientras me metía su polla en el coño, me besaba o lamía y chupaba mis pechos, yo no paraba de suspirar y cuando, antes de darme por el culo, lamió, cosa que me enloquece, el agujero metiendo en él, tan profundamente como podía, su carnosa lengua, me corrí como si ya me hubiese enculado con su polla. Así me echó tres o cuatro polvos.
Lo más interesante de mi vida amorosa, hasta ahora, está relacionado con Inés, la mujer más caliente y atractiva que he conocido. Yo procuraba coincidir con ella en la clínica en el mismo turno, con el único propósito de estar cerca de ella. Nuestra amistad, además de sexo, se había hecho muy sólida.

Recuerdo una tarde en la que se celebraba una corrida de toros con dos famosos maestros e Inés me pidió que fuera con ella a verlos, que lo pasaríamos muy bien. Acepté encantada aunque no entiendo un pimiento de toros. Nos acomodamos en los asientos, una fila excelente y al rato llegó, sentándose a nuestro lado, el doctor Barroso, al que yo había visto alguna vez pero al que no había prestado la mayor atención. Inés y él no pararon de hablar durante toda la corrida y solo muy de tarde en tarde, yo podía meter baza.
El espectáculo, en el ruedo, resultó de lo más atractivo y cuando ya los toreros abandonaban la plaza, Inés me dijo:
– Mira, amiga mía, este es el doctor que ha de inspeccionarte la vagina por si la tienes escocida como me dijiste, podemos ir a su consulta dentro de dos horas, cuando haya terminado él de atender a otros pacientes a quienes tiene citados.
Iba a decir que ya no me pasaba nada, pero no me dieron tiempo y no me quedó otro remedio que acudir a la cita. No estaba interesada en dar más explicaciones. Además algo me intrigaba. ¿Qué me depararía la suerte esta vez? A la hora indicada llegué a la clínica y allí me esperaba ya Inés acompañada por el doctor.
Inés me tomó de la mano y me condujo a una de las habitaciones del establecimiento, diciéndome:
– Quítate las bragas, mientras el doctor se prepara.
Tardé muy poco en quedarme sin bragas, tenderme en la cama, la falda levantada hasta la cintura y todo mi coño al aire.
– Tú -me dijo Inés- tranquila, todo saldrá bien y quedarás encantada.
– Lo intentaré – dije.
Guardé silencio y esperé el momento. No tuve que realizar ningún esfuerzo para comprender que Inés me había llevado a la clínica para que disfrutara con el doctor. Este empezó a tocar mi coño de todas las maneras habidas y por haber, rozando mi clítoris con los dedos y abriendo mis labios hasta que, inclinándose entre mis muslos bien abiertos, metió su lengua hasta lo más profundo, mientras que yo empezaba a delirar.
Inés me observaba y como tratando de leer mis pensamientos, sonrió y me dijo:
– ¿Imaginabas todo esto? Y solo es el principio pues él te hará feliz todos los días que quieras. ¿Te gustaría que durmiéramos juntos esta noche?

– Toda la noche juntos los tres – exclamé – ¡Sería maravilloso!
– ¿Tanto me deseas, querida?¿Tan femenina, tan guapa, eres preciosa y te van las chicas tanto o más que los chicos…
La llegada a la clínica de alguien que no se esperaba, interrumpió nuestro “chequeo-médico-sexual” pero quedamos para cenar en mi casa al día siguiente y el momento más deseado llegaría al final. Yo lo deseaba con toda mi alma. La verdad es que me parecía estar viviendo un sueño.
Preparé todo cuidadosamente. Inés llegó con una sonrisa radiante. Se había puesto un vestido ligero, ideal para el momento, que definía sus formas como si estuviera desnuda. Sus pechos, sin sujetador, parecían a punto de estallar. La abracé nada más entrar y nos besamos en la boca. Faltaba, claro está, el plato fuerte. El doctorcito, como ella lo llamaba. Nos sentamos y en una charla muy amena, nos dedicamos a comentar sus “fechorías”, todas ellas exquisitas para el sexo, fuese éste hombre o mujer. Me puso al tanto de cuanto había venido haciendo y me dijo:
– Disfruto mucho cuando el doctor examina a mis amigas porque todas lo pasan de ensueño.
Así estábamos, cuando sonó el timbre. Allí estaba él, elegante, señorial. Al darle la mano, me llevó hacia él y me besó en la boca. ¡Casi me mareo! Aún no me he explicado lo que tenían sus labios, pero era algo muy especial, muy particular.
Nos sentamos a la mesa y en una conversación de lo más erótica e interesante, dimos cuenta de los platos que yo había preparado. Una vez retirada la mesa, nos sentamos en el sofá ante el televisor. Vimos parte de una película, mientras los tres nos besábamos, acariciábamos y desnudamos. Así, entre besos y peladas, conseguimos corrernos los tres al mismo tiempo. Fue algo increíble.
– Ahora acostémonos – dijo Inés – Mañana nos espera un día especial.
Fue una noche ideal. De esas que jamás se olvidan. Hicimos de todo. Hubo penetración de ambas por parte de él y besos y mamadas por nuestra parte. Cedí en todo. Incluso el doctor me dio por el culo. Estaba subyugada, esa era la verdad. Hicieron conmigo lo que quisieron.
Al día siguiente, por la tarde, Inés estaba de guardia en la clínica y habíamos quedado en encontrarnos los tres allí.

Al vernos, ella se desprendió de la bata, apareciendo ya completamente desnuda, yo del vestido y él de los pantalones. Cuando el doctor se quitó la última prenda que llevaba encima, yo ya estaba pegada a su polla, chupándosela mientras Inés hacía lo mismo con mi coño. Lentamente caímos en un profundo éxtasis y quedamos tendidos en los dos colchones que, previamente, habíamos echado en el suelo. Observé que los ojos de Inés brillaban más que nunca por el deseo. Inclinada sobre ella, pasé mi mano por sus pechos, tomé la polla del doctor, retorné al vientre de Inés y seguí hasta su pubis. Me incliné y lo besé. Los dedos del doctor entraron en contacto con mi coño, que ardía. Yo respiraban anhelante y acerqué mi boca a la suya.
– Estás tan húmeda que parece que fueras a disfrutar por primera vez – me dijo.
– Me tienes cachondísima y a punto – le dije – Anda, sigue con tu chequeo.
Lo hizo, una vez más, con la lengua. El cuerpo de Inés se agitó. El doctor nos hacía estragos con los dedos a las dos. Los labios vaginales de Inés eran perfectos, como auténticos pétalos de rosas. En este momento el doctor hundió de nuevo su lengua en mi sexo, pegando los labios en mi clítoris y haciendo estallar, una y otra vez, mi orgasmo sin límites.
– Cuando acabe esto me voy contigo. ¿Te apetece que hagamos el amor esta noche las dos solas… o incluimos al doctor? – me dijo Inés.
Me ofreció sus labios. Aquella fue la noche más intensa y los tres sellamos, con el más profundo placer, todo nuestro amor.
Un beso para todos.

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