Relato erótico
Desahogo total
Se levantó cachonda, se vistió y se fue a trabajar a la galería de arte. Había pintores, electricistas, maquetistas, etc. ya que, por la noche se exhibía la obra de un pintor. Estaba cansada y seguía cachonda, se fue al almacén y empezó a “tocarse” lentamente. Una clienta y amiga irrumpió en el almacén y se la quedó mirando…
Miriam – Barcelona
Era una mañana húmeda de primavera y estuvo lloviendo parte de la noche. En mi cama, con las sábanas alrededor de mi cuerpo, aun recordaba el sueño con el que me había despertado. Estiré mis brazos intentado tocar a mi amante, sin darme cuenta que hacía ya algún tiempo dormía sola.
Me fui al baño dispuesta a darme una ducha y cuando vi el reflejo de mi cuerpo en el espejo, pensé que era hermoso y disfruté del contacto al deslizarse la suave tela de seda que pretendía tapar mi cuerpo. Tenía que darme una ducha rápida, ya que, debía ir al trabajo. Miré en el armario creyendo que daría la respuesta a la pregunta de todos los días. ¿Qué me pongo? Así que como estaba muy excitada, me puse un vestido de tirantes, es largo pero con una abertura lateral que deja ver mis piernas, largas y doradas por el sol. Lo que tenía muy claro es que me pondría la braga tanga de color vino que tanto me gusta.
Deslicé el vestido, que resbaló sobre mi cuerpo, no me había puesto sujetador, pero no pasaba nada, la verdad es que no tengo lo que se dice un gran pecho, pero si el suficiente para gustar.
Iba a ser un día largo, trabajo en una galería de arte y tenía que inaugurar una exposición de pinturas. Al llegar ya había gente trabajando y faltaban muchas cosas por terminar. La mañana pasó entre idas y venidas, los obreros que allí estaban terminando de dar los últimos retoques, no dejaban de mirarme y sentía como mis pezones se ponían duros con sus miradas y eso precisamente les provocaba nuevas miradas.
Cuando me di cuenta era la hora de la comida y todavía me sentía como me había despertado, por lo que, me fui a la trastienda del local y me senté a tomar un refresco. Estaba frío, helado, lo pasé por mi cuello, por mis labios, lo bajé hacia mis piernas, lo deslicé del tobillo a mis muslos, me subí el vestido dejando ver todas mis piernas, llegue a ponérmelo entre los muslos cerca de caliente chocho. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, estaba muy excitada. Oí que la puerta se abría, era una clienta con la que tenía cierta amistad. Se llamaba Mónica, era una mujer guapa, rubia, alta, de grandes ojos azules. Rápidamente se dio cuenta de lo que pasaba y sonrió. Le devolví la sonrisa, pero con cierta vergüenza. Ella se acercó, se arrodilló y me preguntó:
– ¿Nunca lo has probado con una mujer?
No supe que contestarle, pero no puede resistirlo y la besé en la boca sintiendo sus labios sobre los míos, la agarré por el cabello, sintiendo sus rizos en mis manos mientras ella me acariciaba los muslos y apretaba sus uñas sobre ellos. Mis manos fueron a sus pechos y noté su calor sobre la blusa, mientras que ella había llegado a mis bragas tocando con sus dedos mi clítoris. Entonces se acercó a mi oído, susurrándome:
– ¿Por qué no vamos a otro sitio?
Sin decir nada más nos fuimos a su apartamento. Era un piso grande, con una gran luz natural. Fuimos directamente a su dormitorio, había una cama cubierta por una fina colcha de hilo blanco, me senté al borde de cama, mientras, la veía a ella sentada en un pequeño taburete, como comenzaba a quitarse la blusa, se desabrochaba lentamente los botones, dejando ver el sujetador de color melocotón. Era tan hermosa mientras me miraba, con aquellos ojos azules.
Se acercó a mí como una dulce gatita, y me tumbé. Mónica, empezó a lamerme desde el tobillo subiendo lentamente hacia mi entrepierna. Cada toque con su lengua hacía que mi excitación creciera más y más, entonces me quité el vestido dejando mis pechos al descubierto, y me los acarició. Su lengua había llegado a mi chocho, apartó el tanga, y mis piernas se abrieron como si tuvieran un resorte. Sentir aquella lengua como lamía mi clítoris, mientras que, sus dedos se introducían dentro de mi coño me estaba volviendo loca de placer. Mis piernas no paraban de moverse y mis caderas se levantaban intentando ofrecerle mi coño a tope. Ya no podía más, y gimiendo, tuve un largo y placentero orgasmo. Mientras me reponía, la vi abrir un cajón del cual, sacó unas bragas con una polla grande, más bien enorme, y se las puso, diciéndome:
– Ahora voy a darte todo lo que quieras.
Se puso encima de mi cara, y pude ver que la braga dejaba desnudo todo su coño, que no tenía pelo. La oí decir:
– ¡Chupa!
Empecé a lamer a pequeños toques, pues nunca había estado con ninguna mujer y todo aquello era nuevo para mí, pero al poco rato creo que me dejé llevar por el deseo y chupé aquello con gusto, la chupaba como si fuera verdad, pues en nuestro juego así lo era y al final le dije en el peor lenguaje:
– Quiero que me folles.
Ella me sonrío y me fue introduciendo aquel pollón poco a poco, y cuando empezó con sus embestidas, ya me había corrido otra vez. Mi cuerpo deseaba más, y más.
Habían transcurridos varios meses de este primer encuentro y me invitó a una casa que tenía cerca de la playa. Me comentó que allí tenía una gran sorpresa para mí. Acepté sin pensármelo. La casa era preciosa, de color blanco, estaba situada en una pequeña montaña y desde allí se podía ver el mar. Pequeña y muy coqueta, tenía dos dormitorios, un salón con chimenea y cocina con un salón. Me di una ducha, y nos fuimos a pasear, hablamos de un montón de cosas, de hombres principalmente, pues desde aquel día no habíamos tenido más sexo entre nosotras dos. Compartíamos gustos parecidos, en música, en cine, incluso nos gustaba la misma ropa. Al llegar a casa me comentó que esa noche había una fiesta en el pueblo y que iríamos a divertirnos.
Parecía que nos habíamos puesto de acuerdo pues las dos nos vestimos igual. Pantalones vaqueros muy ajustados, y una camiseta que se ceñía muy bien a nuestros cuerpos.
Al llegar al pueblo, vimos una feria con coches de choque, algunas atracciones de niños, una pequeña noria. Nos fuimos a tomar unas cervezas bien frías, nos sentamos en una mesa y sin darnos cuenta teníamos a dos tipos rudos frente a nosotras. Nos invitaron a otra cerveza, después se sentaron con nosotras y nos contaron cosas del pueblo. Al poco rato llegó otro amigo de ellos, que también se sentó con nosotros.
Uno se llamaba Alfonso alto fuerte, curtido al sol, tenía unas manos enormes, de grandes ojos verdes. Otro era más o menos igual, de nombre Agustín, sus ojos eran negros como su pelo, él ultimo, era también alto, llevaba el pelo largo, atado atrás por una coleta, parecía un poco más urbano. Este se llamaba Mariano.
Después de beber varias cervezas y de reírnos de chistes, chismes y cuentos, nos fuimos, a la playa, ya había anochecido. Con ramas y cosas que nos encontramos preparamos una gran hoguera. Creo que fue Mónica la que dijo:
– Como me apetece darme un baño.
Sin más, se desnudo y se marchó al agua, dos de ellos hicieron lo mismo y yo veía como se perdían dentro del agua jugando. Poco a poco el juego fue cambiando, se acercaron a Mónica uno por delante, la abrazaba y la besaba mientras el otro, desde atrás, le acariciaba los pechos. Nosotros dos sentados, inmóviles, observábamos la escena sin perder detalle. Poco a poco la llevaron a escasos metros de donde estábamos nosotros. Los tres iban un poco “salidos”, uno se tumbó en la arena y Mónica sin pensárselo, le puso el chocho en la boca, mientras el otro, se acercó a ella, y le puso la polla en la boca.
Era un espectáculo muy morboso. Mónica, dijo de pronto que iba a correrse, y empezó a follarle la lengua al tío que le estaba dando gusto. El otro hombre, al que le estaba mamando la polla, espero a que Mónica terminara con su orgasmo bestial, y entonces le agarro la cabeza y no paró hasta que le lleno la boca de espesa y calentita leche. Entonces cambiaron de posición, el que le había comido el chocho se levantó, la puso a cuatro patas y se la clavó empezando una rápida follada. Se veía todo entre las oscilaciones del fuego haciendo que la escena fuera más ardiente. El pelo de Mónica parecía fuego, su pecho se movían rítmicamente en cada movimiento. El amigo que se había corrido en su boca, miraba el espectáculo mientras se tocaba la polla. Al poco rato, volvía a tenerla dura y tiesa. Me notaba tan húmeda, que miré a mi compañero, los dos estábamos excitados pero deseábamos mirar.
De pronto, el que se la estaba tirando, se tumbó y Mónica no tardo en subirse encima de su polla y metérsela otra vez hasta el fondo. El otro tío, sin pensárselo, la hizo agachar un poco y sin contemplaciones se la metió por el culo.
Ella disfrutaba, como una cerda, gemía, gritaba y no paraba de pedir más y más. Mi compañero, que se había dado cuenta de mi situación, se me acercó y sin mediar ni una palabra, me bajó los vaqueros, me tumbó en la arena y empezó una comida de chocho que me hizo correr al tercer lametón, pero él seguía en su empeño de hacerme correr. Estaba completamente excitada, notaba su lengua como me recorría desde el ano al clítoris, mientras veía a Mónica que gritaba de placer y de dolor, pero los hombres no paraba de moverse.
Cuando ya llevaba cuatro orgasmos, Mariano se levantó, se sacó los pantalones y me mostró una polla grande e hinchada. Me puso a cuatro patas, así que de frente tenia a estos tres pasándoselo en grande mientras que a mí me metían una polla en el coño. Mónica se dio cuenta. Hizo que pararan y se puso frente a mí en la misma posición en la que yo me encontraba. Uno de ellos se fue atrás y la poseyó como me lo estaban haciendo a mí. El de la polla grande se puso en medio de las dos y comenzamos a chupársela al mismo tiempo, con ello uníamos también nuestras lenguas, mientras que los dos hombres nos daban con fuerza. Al rato sentí como temblaban mis piernas, sentí como se corría dentro de nuestras bocas, los besos de Mónica en mi cara su lengua dulce en mi boca, mientras que los hombres se corrían sobre nuestras espaldas.
Más tranquilos, nos fuimos al mar a lavarnos, jugamos en el agua, nos sentamos al fuego, pues la noche había comenzado a refrescar, y de madrugada nos dejaron en casa, donde me di un baño para quítame la arena que todavía llevaba. Me quedé dormida al instante. Pero la sorpresa todavía no había llegado. Mónica vino a despertarme por la mañana, y me dijo:
– Hoy llega tu sorpresa, pero tienes que jugar. Hoy serás mi Ama.
Me sorprendió pero pensé y ¿por qué no? Al mediodía llegó mi sorpresa. Resultó ser un amigo de Mónica, un mulato de casi metro noventa. Él sería mi otro esclavo. La cosa comenzaba a ponerse interesante. Pero eso ya os lo contaré en una próxima carta.
Besos, Charo, y hasta pronto.