Relato erótico

Demasiado tradicional

Charo
5 de enero del 2020

Lleva mucho tiempo casada, es feliz, quiere a su marido, pero se dio cuenta que necesitaba más sexo. Aunque a veces provocaba a su marido en algún lugar público y lo ponía a mil, él esperaba a llegar a casa para follar y con la consabida pose del “misionero”.

Esperanza – Bilbao
Me gustaría poder decir que mi marido me tenía desatendida o que era impotente o que yo no le gustaba, yo que sé, cualquier excusa que justificara porque actuaba así, pero no, nada de eso era el motivo. El motivo, simple y llanamente, es que necesitaba el sexo como algunos necesitan el café para empezar el día.
Y todo lo descubrí de la forma más inocente del mundo. Hasta ese día yo me conformaba con el sexo que mi marido me daba que no era poco pero, siempre hay un pero: era un tanto monótono, demasiado previsible y yo siempre había deseado algo más aventurero, más morboso.
En muchas ocasiones intentaba seducirle haciendo locuras en lugares públicos, mostrarle mi braga disimuladamente en un café o echarle mano al paquete en el cine. Él nunca me regañaba por mis excesos pero siempre me hacía esperar a llegar a casa para follarme a lo misionero, como Dios manda.
De vez en cuando practicábamos el 69 pero era raro. Me permitía gustoso que le hiciera una buena mamada (incluso una mala) pero él era reacio a comerme el coño. Ni que decir tiene que de sexo anal nada de nada. No es que yo lo echara de menos que, en realidad no tenía la menor intención de probarlo, pero si me hubiera gustado que me metiera por el ano un dedito al menos mientras me follaba.
Me hubiera gustado que el día que, estábamos en los probadores de unos grandes almacenes, salí totalmente desnuda exhibiéndome para él, me hubiera gustado digo que me hubiera agarrado por el cuello, me hubiera metido en el probador y, ya puestos a meter, me hubiera metido la polla en el coño, pero nada de eso ocurrió. Se puso caliente pero esperó a casa para demostrármelo.
Y lo curioso del caso es que lo que él no me daba, yo no lo cogía de otro sitio que hubiera sido lo suyo… hasta aquel día, como digo, en que descubrí de la forma más inocente el poder del sexo en mi vida.
Aquel día murió la madre de una amiga mía y acudimos al tanatorio a darle las condolencias. Me pareció apropiado vestir de luto para no desentonar con la situación pero, precisamente no tenía ningún vestido adecuado. Acudí a mi hija, que se puede decir que es mi clon, y le pedí prestado uno. El que me dejó y, como era de esperar, me quedaba perfecto, pero la hija es más moderna que la madre y la falda quedaba unos cuantos centímetros por encima de la rodilla, cosa normal para su edad pero no tanto para una mujer de cuarenta y pocos años. Me di cuenta que ese vestido en el cuerpo de mi hija no hubiera levantado tantas pasiones pero en el cuerpo de una madurita que tampoco está mal servida y, está feo decirlo, que todavía conserva las carnes apetitosas fue como si una stripper se hubiera puesto a bailar en medio de la sala 13 del Tanatorio Norte.

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No sé qué coño les pasa a los tíos con las viudas pero es que ver una tía vestida de negro es para ellos estar frente a una viuda y estar frente a una viuda les hace atusarse el bigote, colocarse bien el paquete en el pantalón y lanzarse sobre la pobre mujer como un león sobre la gacela indefensa. La única defensa de la gacela es correr y yo, para que engañar, no me apetecía huir en aquel momento, menos aún cuando vi acercarse a tres sementales babeando mirándome sin pudor las tetas. Luego me enteré que eran hermanos y primos de mi amiga que vivían en un pueblo de la sierra y por eso jamás los había visto antes.
Me rodearon sonriendo tontamente pero con una mirada que me hacía sentir desnuda y, pese a que mi marido estaba por algún lugar cercano, a mí ni se me ocurrió rechazarles. Yo no pensaba ser infiel, nunca antes lo había pensado, pero cuando empezaron a tontear conmigo, alabarme sin freno y comenzaron a jugar a toquecitos inofensivos, supe que si me echaban mano a las bragas me tenían más que predispuesta. Mi única obsesión era que mi marido no nos viera y controlaba en todo momento donde podía estar. Los tíos se debieron dar cuenta del tema y con una excusa cualquiera me sacaron al pasillo para estar lejos de miradas indiscretas.
Yo tonteaba como una colegiala sin pararme a pensar que aquello podía terminar en algo más que un juego. Estaba convencida que todo se limitaría a eso, a un juego de palabras con doble intención y poco más.
Cuando uno de ellos se asomó sin disimulo a mi escote con el consabido y estúpido ‘¿todo esto es tuyo?’, mis piernas empezaron a temblar y de mi coño me llegaron unos ardores peligrosos. Estaba tan caliente que dejé que el audaz hermano metiera uno de sus dedos a modo de gancho en mi escote y tirara de él para dejarles ver mis tetas en todo su esplendor pero, eso sí, castamente protegidas por el sostén. Sus alabanzas a mis tetas desataron un furor uterino que agradecí llevar bragas para absorber tanto flujo como estaba produciendo.
No contentos con eso, otro de los hermanos, aprovechó para meter en mi escote una mano y me acarició las tetas por encima del sostén.
-Lástima que lleves sostén -dijo compungido- unas tetas como estas deben tener unos pezones impresionantes.
Y es verdad que tengo unos pezones impresionantes así que no me hubiera importado que me levantaran el sostén para lucirlos ufana pero no hay que olvidar que estábamos en un rincón del pasillo y, pese a que ellos me rodeaban arrinconándome contra un ventanal, si mi marido, o cualquier otro, pasaba en ese momento es posible que no viera lo que sucedía pero sí podía intuirlo. Así que decidí que hasta ahí habíamos llegado.

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-Es verdad que tengo unos pezones impresionantes -les reté con una sonrisa- pero os vais a contentar con imaginarlo porque nos pueden pillar en cualquier momento.
-Siempre puedes quitártelo -sugirió el hermano que inició todo-
-Estás loco si crees que me voy a quitar el sostén aquí. Mi marido anda por ahí…
-Entiéndeme, ya sé que aquí no, digo en los baños y así puedes lucir tus pezones. Los tres estamos deseando verlos.
Me reí por la sugerencia pero el morbo empezó a envenenar mi mente. Era la situación que siempre había soñado. Mirándole fijamente a la cara dudé en qué hacer. Si aquel capullo se creía que una no tiene ovarios para hacer eso y más, se iba a enterar. Les aparté suavemente y me encaminé hacia el cuarto de baño.
No había dado dos pasos cuando el pequeño de los tres se acercó a mí de un salto.
-Ya puestos, te podías quitar también las bragas. Nos estamos preguntando si te afeitas o no.
Llegué al baño como en una nube. Todavía no podía creerme que estuviera haciendo lo que parecía que iba a hacer.
Me metí en un reservado y me desprendí del vestido. Luego, sonriendo maliciosamente, me quité el sostén que metí en el bolso. Volví a ponerme el vestido y salí del reservado dispuesta a volver con ellos. Ni por un momento acepté la posibilidad de quitarme las bragas pero cuando tenía la mano en el picaporte de la puerta, el gusanillo del deseo me obligó a levantarme las faldas y de un tirón bajarme las bragas. Las desenredé de mis tobillos y también ellas fueron al fondo de mi bolso.
Me esperaban los tres sonrientes y anhelantes y nuevamente ocupamos nuestra posición original con ellos tres alrededor haciendo de pantalla para fisgones indeseados. Nuevamente el mayor me abrió el escote tirando de él y ahora sí pudieron deleitarse viendo mis tetas y un par de pezones erectos y excitados. Nuevamente el otro hermano metió la mano en el escote y empezó a pellizcarme con suavidad los pezones.
– ¡Joder, zorra, es verdad que tienes unos pezones excitantes!
Me debiera haber molestado que me tildaran de zorra pero el morbo provocó que me excitara aún más.
El hermano pequeño me sonrió abiertamente.
-¿Te has quitado las bragas?
-¿Tú qué crees?

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No necesitó más y se lanzó como un poseso a meter su mano bajo mi falda. Cuando la sentí subir desde mi rodilla acariciando el interior de mis muslos fue cuando creí que desfallecería allí mismo y me tendrían que meter en la caja junto con la madre de mi amiga. Por suerte, al capullo no le importó que su mano pudiera provocarme un infarto y siguió subiendo hasta llegar a mi coño. Se entretuvo jugando en mi entrepierna.
-¿No le vas a decir a tus hermanos si estoy afeitada o no? -susurré porque ni fuerzas tenía para hablar-
-No lo está, pero lo que sí está es empapada. La muy zorra está caliente de verdad.
Sí, la muy zorra estaba caliente de verdad, pero no veía la forma de apaciguar mis ardores. Descartado quedaba que aquellos tres me pudieran follar y bien que me hubiera gustado así que me dispuse a disfrutar de un largo y profundo orgasmo si el capullo aquél sabía tratar como es debido mi coño y su hermano seguía pellizcando mis pezones.
-Mastúrbame, cabrón -le imploré nuevamente en susurros-
El hermano del gancho se había quedado fuera de lugar ya que mis tetas y mi coño estaban en posesión de sus hermanos, así que ni corto ni perezoso, se abrió la bragueta del pantalón y se sacó sin pudor la polla. Me hizo apresarla con mi mano y me quedé maravillada con su tamaño y dureza. Aquello era el cielo que siempre había soñado. Le empecé a dar a la manivela arriba y abajo, abajo y arriba lo que, unido a los tejemanejes de los otros dos me puso en el disparadero para correrme. Intuí que iba a ser el mejor orgasmo de mi vida.
-Cariño, nos tenemos que ir -la voz de mi marido me bajó de la nube-
Ni nos habíamos dado cuenta del paso del tiempo. La tarde había caído y por suerte la penumbra nos envolvía. Los tres hermanos abandonaron mi cuerpo sin que mi marido se diera cuenta y el mayor se guardó la polla disimuladamente.
Por suerte digo, estábamos en penumbra, si no hubiera sido difícil explicar los rubores de mi cara, parte por el ardor de la situación, parte por el bochorno de sentirme pillada por mi marido.
Como buenamente pude me despedí de mis “amantes” ocasionales y seguí a mi marido para despedirnos de mi amiga.
Era tal mi calentura que iba a hacer que mi marido me follara incluso antes de cenar, aunque fuera en la maldita postura del misionero.
Lo malo fue que, con las prisas, se me olvidó pedirles el número del móvil.
Un beso calentito para todos.

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