Relato erótico
Demasiado tentador
Fue a casa de sus suegros para recoger a su mujer. Había ido con su suegro a ver a un familiar. Llegó casi a la hora de comer y vio que aun no habían regresado. Su suegra le dijo que pasara y fue a localizarla.
Ricardo – Cádiz
Pues bien, mi primera experiencia sexual había creado una cierta complicidad entre mi suegra y yo, que, eso sí, no pasaba de furtivas miradas o comentarios en reuniones familiares, que, salvo para nosotros dos, eran absolutamente indescifrables en su auténtico mensaje para el resto de contertulios. Pero, lo que menos sospechaba yo eran las ganas que aún me tenía mi suegra.
La tarde de aquel inolvidable día me encaminé a casa de mis suegros donde, creía yo, estaban esperándome mi mujer y mis hijos:
-¡Buenas! -exclamé al abrir la puerta, como hacemos todos habitualmente, para advertir de nuestra llegada.
– ¡Pasa! -oí la voz de mi suegra desde la zona de las habitaciones.
Cerré la puerta y, mientras me encaminaba hacia el lugar de donde provenía la voz, comencé a decir:
– Pero, ¿todavía no han vuelto?
– No, acaban de telefonear y dicen que el abuelo -así llama mi suegra a su marido cuando habla con su hija o conmigo- todavía tiene cosas que hacer.
– Pues yo traía algo de prisa -comencé a decir- Tenía que ir a…
No me salieron más palabras, al empujar la puerta del dormitorio de mis suegros enmudecí. Mi suegra estaba recostada de medio lado en la cama. El albornoz de satén rosa, abierto intencionadamente, dejaba ver sin recato su bien conservado cuerpo: los pechos, aprisionados en un sujetador de encaje con disimulados refuerzos, se erguían turgentes y provocativos; un minúsculo tanga dejaba al descubierto por completo su culo mientras cubría con precisión milimétrica los rizos de su pubis, todo ello unido a un rostro discretamente maquillado, evidenciaba largos minutos de ensayo para adoptar aquella pose.
– ¿No vas a pasar? -me sonrió.
– Pero ¿y esto? – yo no sabía qué decir.
– Pues, “esto”, es que, el día que me ayudaste a limpiar me quedé con ganas de repetir, pero de otra manera -se levantó, y al acercarse a mi noté como inspiraba profundamente y metía barriga para realzar más sus pechos -Esta vez no estoy sudorosa ni sucia, pero espero que tú me acabes ensuciando y derritiendo -susurró de forma voluptuosa.
Sin dejarme contestar, ya a mi lado, me plantó un lascivo beso y, a la vez que introducía su lengua en mi boca, hacía lo mismo con su mano en mi bragueta.
– ¡Vaya! -exclamó- veo que ya estás preparado.
– ¡Mujer! -contesté, aturdido todavía- ¿cómo quieres que esté?
Pero mi suegra ya estaba en el disparadero y no atendía. Con un suave movimiento de hombros echó hacia atrás el albornoz y este se deslizó blandamente hasta sus pies. Se arrodilló sobre él y, sacándome la polla del pantalón, comenzó a realizarme una descomunal mamada.
Con tierno primor, se introdujo sucesivamente los huevos en su boca, luego recorrió con su húmeda lengua mi endurecida tranca, más tarde chupó, con inusitada delicadez, el glande y, finalmente, se tragó “todo” hasta el fondo de su garganta. ¡Dios!, no sé cuántas veces realizó estas maniobras.
-¡No aguanto más! -recuerdo que atiné a decir.
-Pues, no te detengas -dijo sin sacarse mi polla de la boca- Todavía queda mucha tarde.
Entonces, un conocido y delicioso escalofrío recorrió mi columna. Mis nalgas se contrajeron, agarré con ambas manos la cabeza de mi suegra y fui depositando, en ligeras embestidas, una, dos, tres, cuatro pequeñas descargas de mi tibia leche. Ella, ni se inmutó. Tragó el espeso líquido y levantando su mirada me dijo:
– ¡Mmmm!, parece que mi hija te tiene un poco abandonado.
-Sí -sonreí, mientras mentía.
Desde ese día sé de quién heredó su fogosidad mi caliente mujercita.
-Bueno, mientras te recuperas, voy a preparar un café.
Yo recogí el arrugado albornoz e hice ademán de ayudarle a ponérselo.
– No hace falta -sonrió de nuevo.
Al salir de la habitación, mis ojos siguieron el gelatinoso temblequeo de su descarado culo. Cuando regresó, yo la esperaba completamente desnudo sobre la cama de matrimonio.
-¡Vaya hermosura! -me piropeó mientras acercaba la bandeja con el café.
Me levanté y la ayudé a dejarla en la mesita. Mi suegra seguía con su perpetua sonrisa, así que, me animé, puse una mano sobre su hombro y deslizándola bajé el tirante de su sujetador, tiré de él con más decisión y su teta derecha quedó liberada. Me detuve, bebí, con parsimonia, un sorbo de café y, sin llegar a tragarlo, acerqué mi boca a su pezón y lo bañé cálidamente mientras mi lengua retozaba con él.
-¡Aaah, eres increíble! -susurró mientras inclinaba hacia atrás su cabeza.
No esperé más, la tumbé boca abajo en la cama y le pedí que elevara su culo. Aparté con cuidado la tirilla posterior del tanga y comencé a recorrer con mi lengua sus dos agujeros: ora mi lengua se iba a su ano, ora a su coño. Ella gemía de placer y yo notaba que mi virilidad volvía a apoderarse de mi falo.
Chupé, mordí, introduje una y otra vez mi lengua en sus jugosas profundidades.
– ¡No resisto más! -gritó ella, exhausta.
Entendí el mensaje. Rápidamente me arrodillé y separando todo lo que pude sus nalgas introduje mi polla en lo más hondo de su rezumante coño. A continuación, estiré una mano hacia la mesita e introduje mi dedo índice y corazón en la taza de café que ella no había probado. Tras embadurnarlos bien con el tibio líquido, se los embutí poco a poco en su culo.
– ¡Me vas a destrozar!
– ¿No era eso lo que querías? -contesté.
Me tumbé como pude sobre ella y, sin dejar el doble mete y saca, hurgué con la mano libre. Aparté la parte delantera del tanga, rebusqué entre la rizosa pelambrera y cuando gritó de nuevo, reconocí su abultado clítoris.
– ¡Me matas, me matas de placer! -repetía una y otra vez.
Yo sí que estaba a punto de estallar otra vez y, su chorreante y dilatado coño me parecieron mucho menos apetecibles que su apretadito culo. Así que, saqué mis dedos y apuntando mi polla al lugar adecuado introduje de un sólo golpe toda mi dura verga hasta que mis huevos golpearon sus blandas nalgas.
– ¡Ah, me haces daño! -gritó gimiendo, tratando de revolverse.
– Tranquila, espera un poco -susurré con firmeza a su oído, mientras, apretando mi vientre contra su culo y recostando todo mi cuerpo sobre su espalda, la inmovilicé.
– Revolví de nuevo entre sus rizos y, al oír de nuevo un gemido de satisfacción, dejé de presionar y comencé un suave mete y saca que aceleré poco a poco. Aquello sí que era otra cosa, mi polla recibía una suave pero firme presión en toda su longitud. Lástima, pensé, no poder agradecer a mi suegro el nulo uso que había hecho de la entrada posterior de su mujer.
– Ponte de rodillas con cuidado -sugerí, y apoyando mis manos a ambos lados de su cuerpo logramos, sin tener que sacarla, que se pusiera a cuatro patas. No pude aguantar más, mi suegra se apoyó sobre su codo izquierdo y alargando la mano derecha comenzó a masturbarse entre gemidos. Mientras, yo, desbocado también, no cesaba de empujar mis caderas una y otra vez contra su enorme culazo. Primero explotó ella, y cayó rendida sobre sus pechos, pero esta postura forzó de manera especial la elevación de su culo y la visión de mi polla entrando y saliendo de tan dilatado agujero hicieron que una lujuriosa excitación invadiera todo y cuerpo y estallé en un impresionante orgasmo.
-¡Toma, toma y toma! -era muy poco original, pero no se me ocurría otra cosa que decir.
– Sí, sí, sí, ¡qué bien lo haces, cabrón! -tampoco era muy imaginativa mi suegra.
Tres horas más tarde, sentados en la mesa de la cocina con toda la familia, tampoco elucubramos nada especial.
– Entonces, ¿no os ha importado que nos hayamos retrasado? -preguntó por cuarta vez mi suegro.
-No, no, no, ya te lo hemos dicho mil veces ¿verdad? -dijo mi suegra dirigiéndome una mirada cómplice.
¡Toma, toma, y toma! -pensé para mis adentros, pero tras carraspear contesté absolutamente convencido.
-Nunca se me hizo tan corta una espera.
Como os podéis imaginar no fue la última vez que tuve sexo salvaje con mi suegra, ya os contaré nuestras sesiones la próxima vez.
Saludos para todos.