Relato erótico

Decisiones de juventud

Charo
14 de octubre del 2019

Se casó muy joven, su novio y después marido era un aficionado al montañismo y a todo tipo de deportes. Ella le acompañaba todos los fines de semana, aunque se aburriera. A veces iba con ellos un amigo y le hacia compañía.

María – Lérida
Lo que voy a contar, no es una historia normal, como veréis si me seguís leyendo. Me llamo María y tengo 31 años, felizmente casada, aunque en segundas nupcias y tengo dos hijos preciosos. La primera vez que me casé tenía tan solo 20 años y era una chica totalmente inexperta. Mi novio, Daniel, era un chico un año mayor que yo, muy amable y dulce conmigo pero, como verás, no sabía lo que realmente era un matrimonio. A Daniel desde siempre le había gustado hacer excursiones, la escalada y la espeleología. Le encantaba subir montañas, perderse en simas y todos los deportes de aventura. Yo le seguía ya que, como novios que éramos, queríamos estar juntos pero la verdad era que a mí me daba tres patadas todo aquello y mientras él se jugaba la vida yo me quedaba en el hotel muriéndome de aburrimiento.
Ya casados, seguimos, como era de esperar, con este ritmo. Él se lo pasaba bomba mientras que yo, a pesar de los libros que me llevaba, no sabía cómo pasar las largas horas en el hotel. Una vez casados y viendo que mi marido continuaba con sus escapadas semanales y yo no quería quedarme en casa sola, le dije que invitara también a Paco. Daniel aceptó encantado y así comenzamos a salir los tres juntos casi cada fin de semana aunque, al principio, Paco parecía estar un poco incómodo.
-Antes estabas soltera -me dijo al preguntarle yo el por qué -Ya no es lo mismo, ahora eres una señora casada.
– Pero yo sigo siendo la misma – le contesté.
– Sí y no – añadió, dejándome algo confusa esta respuesta.
A solas en casa, empecé a pensar en las palabras de Paco. ¿No sería que yo le gustaba? Nunca he sido una mujer espectacular pero si tirando a atractiva. Eran muchos los hombres que me miraban por la calle. No soy muy alta, delgada, con pechitos altos y duros, cintura estrecha y culito de nalgas redondas y salidas. Me gustaba llevar minifaldas y jerseys apretados para enseñar mis bonitas piernas y la agresividad de mis tetas. Quizá sí que Paco se había sentido interesado por mí y mientras Daniel y yo sólo éramos novios aún tenía alguna esperanza pero ahora, ya casados… ¡Que tontos son los hombres! A mí me gustaba Daniel, estaba enamorada de Daniel, o creía estarlo, pero también me gustaba Paco.
En las largas horas que estuvimos juntos, yo me lo pasaba muy bien. Tenía una conversación más rica e interesante que Daniel y le gustaban muchas cosas que a mí me encantaban. Además estaba soltero y no se le conocían ligues. Como decía, todos los fines de semana salimos los tres.
Por las noches, después de cenar y antes de acostarnos, solíamos bajar a la pequeña discoteca del hotel para bailar un rato. Yo bailaba con los dos y más de una vez me hizo el efecto de que Paco, sin dejar de bailar, evitaba el contacto de mi cuerpo.
Todo aquello, tanto si era verdad lo que yo me imaginaba como mentira, me producía un extraño morbo que parecía hacerme sentir viva los fines de semana. ¡Que diferencia con los que habíamos pasado mi marido y yo a solas!

Así llegó el verano. Mi marido quería pasar el mes de vacaciones en la montaña pero yo, tras insistir un día y otro, logré que alquilara un apartamento en un lugar de playa. Me encanta el mar como a él el monte. No obstante, no tardé en enterarme de que más que convencerle yo, le había convencido la posibilidad de hacer inmersión submarina. Pensando que iba a pasarse más tiempo bajo el agua que en la superficie, fue el mismo Daniel quien me dijo que invitara a Paco. Tuve que insistir mucho para que aceptara. No se cansaba de repetir que no llevábamos ni un año de casados y que no estaba bien, que era mi marido el que tenía que estar conmigo y no él y cosas así. Pero, como digo, al final aceptó pero con la condición de pagar él la mitad del apartamento. Tras discutirlo con Daniel, éste le aceptó la tercera parte de los gastos.
El día indicado, a las nueve de la mañana, lo recogimos con nuestro coche y una hora más tarde estábamos en la localidad costera. Subimos las cosas al apartamento, situado frente al mar, a pocos metros, lo colocamos en nuestras habitaciones respectivas y bajamos a desayunar para luego irnos a la playa. Los tres íbamos solamente con el bañador, llevando Daniel una gran bolsa con las toallas y las cremas solares, el tabaco, etc. y Paco, la sombrilla. Yo estrenaba bikini al gusto de Daniel, es decir, muy mini sin ser, por eso, tanga. La braguita me cubría el sexo y un palmo de culito mientras que el sujetador cubría únicamente la parte anterior de mis tetas. Cuando Paco me lo vio puesto, se le abrieron los ojos como platos.
-¿Te gusta? -le pregunté con malicia dando unas vueltas, como si fuera una maniquí, ante él.
– ¡Estás preciosa! – se le escapó.
Digo que se le escapó porque nada más decirlo, se puso colorado como un tomate y miró a mi marido como pidiendo perdón por la exclamación.
– Gracias, cariño – dije yo – Eres un sol – y le di un beso en la mejilla pero para arreglarlo, añadí – Lo ha escogido Daniel.
Desayunamos y bajamos a la playa. Buscamos un lugar más o menos tranquilo para poner las toallas y entonces fue cuando Daniel, dándome dos besos, me dijo:
-Me voy al club náutico a ponerme el traje de bucear. ¿Supongo, Paco que a ti no te interesará ver lo que hay debajo del agua, verdad? – al negar el amigo con la cabeza, añadió – Vendré a buscaros a la hora de comer pero si os cansáis de tanta playa nos encontraremos en el apartamento.
En este momento creo que le odié. Tenía una mujer preciosa, joven, encantadora y caliente, o sea yo, y sólo se acordaba de ella para jodérsela. Miré Paco y le sonreí cuando él movió la cabeza como diciéndome: qué le vamos a hacer, tu marido es así. Pues yo empezaba a estar harta. El diablillo de la lujuria comenzaba a incitarme.

Me tumbé de bruces en la arena, pasé las dos manos a mi espalda y desabroché el sujetador. Me había casado sin saber nada pero ahora conocía perfectamente el poder seductor de un cuerpo de mujer joven y atractiva.
– ¿Te importa, Paco, ponerme crema por la espalda? Tengo la piel muy blanca y al ser el primer día de playa no quiero ponerme como un langostino – le dije.
El chico cogió el tubo, lo abrió, puso crema en mis hombros y espalda pero tardó en masajearme. Tuve que animarle.
La caricia en mis hombros me produjo una extraña sensación. Lo mismo que en mi espalda. Aquel diablillo que yo sentía por primera vez, actuó de nuevo.
-Lo haces muy bien, Paco – le dije sin volverme – Sigue en mis piernas, por favor.
Comenzó por los tobillos y fue subiendo por mis pantorrillas, luego los muslos. Nunca me había sentido tan sobada. Era una caricia suave, nada exaltada o nerviosa pero una caricia total al fin y al cabo. Y mi coño lo estaba notando pues lo tenía muy mojado. De pronto noté las manos en mis nalgas. Paco se animaba y aquello me gustó y excitó aún más. Me giré de golpe. El sujetador quedó sobre la toalla y mis pechos desnudos, al alcance de la mano de Paco. Era el segundo hombre que me los veía. Estiré los brazos hacia atrás haciéndolos erguirse aún más y miré a Paco a los ojos. No pasó ni un segundo que aquellas manos estaban oprimiéndolos, prensándolos mientras que Paco, inclinándose lentamente, buscaba mi boca con la suya. Bajé los brazos, le abracé tan fuerte como pude y nos morreamos como dos locos.
Ahora estábamos apretados, mis pechos clavados en su torso, uno de mis muslos contra el bulto de su bañador y dándonos la lengua sin parar. En este momento Paco dejó escapar un ahogado gemido y en el acto noté, contra mi muslo, la humedad de su corrida.
-¿Tanto me deseas? -le dije en un susurro y sin dejar de abrazarle.
-Te quiero y te deseo desde que te conocí -me contestó intentando apartar su mojado bañador de mi muslos.
– No te apartes, quiero sentir tu corrida, tu demostración de lo que sientes por mí -le dije- Aunque me hubiera gustado sentirla en otro sitio.
– No sabes las pajas que me he hecho pensando en ti – siguió Paco – Mi amistad con Daniel me coaccionaba, además ahora ya eres su mujer.
– Pero puedo dejar de serlo – le dije muy excitada – Tú insiste en darme lo que necesito y me tendrás, seguro que me tendrás.

Estaba como loca. Bajé una mano hasta la entrepierna de Paco, la metí en el bañador y agarré su verga, morcillona. Miré el reloj.
– Nos quedan dos horas antes de que regrese Daniel – le dije – Vámonos al apartamento.
Sin esperar su respuesta me puse el sujetador y lo recogí todo. A los diez minutos entrábamos en su habitación. Me desnudé por entero, dejándole admirar mi cuerpo. Él se quitó el bañador. Tenía una buena polla, aún a media asta, pero yo estaba dispuesta a ponérsela como deseaba mi coño. De un empujón le hice sentar en la cama, me arrodillé a sus pies y me dediqué a lamerle y chuparle la verga un buen rato. Entre lamida y chupada le miraba a los ojos excitándome la expresión que veía en ellos y como le iba creciendo el gordo palo que yo tenía entre los labios. Cuando lo tuvo como yo quería, me lo saqué y me tumbé en la cama, muy abierta de piernas.
– ¡Fóllame Paco, no puedo más, méteme la polla en el coño, hazme tuya de una vez!
Pero no lo hizo. Se colocó entre mis muslos y me hizo una comida de coño, cosa que nunca me había hecho Daniel porque le daba asco, que me llevó al orgasmo más brutal de mi vida. Entonces, mientras yo estaba inmersa en el placer de este primer orgasmo sí que me la metió en el coño, follándome con toda la pasión del mundo. Nos corrimos a la vez sin acordarme yo de que no tomaba nada, ningún anticonceptivo.
Desde este día estuvimos follando todas las mañanas con absoluta tranquilidad, dejándome siempre su leche en mis entrañas, mientras Daniel remojaba sus merecidos cuernos en las profundidades del mar.

Al regresar a Barcelona y realmente enamorada de Paco, preñada de él, se lo conté todo a Daniel. Nos separamos y poco tiempo después me casaba de nuevo, ahora con Paco.
Un beso para todos.

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