Relato erótico

De mutuo acuerdo

Charo
14 de octubre del 2018

Desde que habían llegado de vacaciones estaban muy apáticos en sus relaciones sexuales. Lo hablaron y pensaron que la mejor solución seria, ir cada uno por su cuenta y después se lo contarían.

Jorge – Barcelona
Lola y yo formamos un matrimonio un tanto particular en lo relacionado con el sexo. Nos gusta todo, absolutamente todo. De vez en cuando, y en los momentos que nos vemos bajos en nuestra apetencia sexual, nos inventamos algo fuera de lo común para desarrollar nuestra apetencia y que esta vuelva a llenarnos de placer y lujuria.
Hace aproximadamente unos tres meses, cuando era otoño en nuestra ciudad, ocurrió lo que a continuación expongo.
Eran las ocho de la tarde del sábado. Lola y yo, Jorge, estábamos sentados en el sofá de nuestra casa. Llevamos, desde que terminó el verano, una apatía grandiosa en nuestras relaciones sexuales. Mi mujer estaba viendo un programa de televisión y yo ojeando el periódico. Estábamos así desde hacía más de una hora, sin hablarnos ni mirarnos hasta que, con expresión lánguida, Lola me dijo:
– Jorge, deberíamos hacer algo, pues llevamos más de dos meses que no salimos ni hacemos nada, solo estar aquí sentados y no debemos dejar que nuestros cuerpos se estropeen sin darle alegría ni placer. ¿Qué tal si esta noche buscamos alguna forma de darnos satisfacción?
– Llevas razón, cariño, dime si has pensado en algo y lo ponemos en práctica – respondí.
Lola, con cara gozosa y ojos chispeantes, me dijo al instante:
– He pensado en tener una noche yo sola, sin estar tú a mi lado. Salir y hacer lo que me plazca. Como si fuera una mujer casada y te pusiera los cuernos.
– De acuerdo, pero con una sola condición, yo también saldré y nos contaremos absolutamente todo lo que hagamos cuando regresemos a casa.
– Vale, y antes de que sea más tarde me pongo un vestido y me llevas al centro en el coche – terminó ella.
A la media hora se presentó ante mí vestida con una falda de cuero negra que le llegaba a la mitad de sus muslos. En la parte superior llevaba una camisa blanca que no solo era transparente sino que tenía cuatro botones desabrochados para que dejasen ver buena parte de sus apetitosas y grandes tetas. Se cubría exteriormente por un abrigo de cuero negro que le llegaba hasta por encima de las rodillas y llevaba pintados, deliciosamente, los labios y los ojos.
Al instante cogimos el coche y nos fuimos hacia el centro de la ciudad. Al pasar por la parada del autobús del barrio, vimos a un chico de unos 20 años que estaba esperando para trasladarse a algún lugar. Lola, dando un grito, me dijo:
– Jorge, para, llevemos al joven si quiere.
Así lo hice, preguntándole al chico si deseaba que lo lleváramos hacia el centro. Él, muy contento, nos respondió que le acercáramos hasta una parada de metro. Como nuestro coche es de dos puertas Lola se acomodó en los asientos traseros dejando al joven su asiento. Durante el viaje mi mujer se echó sobre los asientos delanteros para charlar con el chico.

Para ello se recogió la falda hasta cerca de la cintura, dejando ver el principio de sus braguitas oscuras, así como tuvo que abrirse descaradamente de piernas. La visión fue impactante. Y esta se completó con la camisa medio desabrochada enseñando las maravillosas tetas. El joven no daba crédito a lo que veía. Lo mismo miraba las bragas, que las piernas que las tetas de Lola. Ella se dejaba mirar y al mismo tiempo se excitaba de la expresión que tenia el chico. Al poco tiempo nos balbuceó:
– Por favor, si no les molesta pueden dejarme aquí.
Cuando abandonó el coche Lola volvió a tomar el asiento delantero. En su rostro se le adivinaba la excitación y sonriendo, le pregunté:
– ¿Donde quieres que te deje?
– Cerca de la discoteca para gente madura que hay en la plaza central – me respondió.
Así lo hice y al llegar nos despedimos con un beso y un ” hasta mañana”. Seguidamente me trasladé a un pub conocido pero donde hacia tiempo no iba por ese lugar. Estaba repleto y me acomodé en la barra pidiendo una copa. Al instante oí una voz que me llamaba:
– ¡Jorge aquí! ¿Qué tal te encuentras?
Eran Luisa y José, un matrimonio amigo. Nos saludamos efusivamente pues hacia tiempo que no nos veíamos, me preguntaron por mi mujer y les dije lo que habíamos planeado. Entonces me indicaron un asiento en su mesa para que les acompañara, así lo hice y nos pusimos a charlar de cosas intrascendentes y después de otras dos o tres copas más Luisa propuso ir a su apartamento para ver una película y poder estar más tranquilos charlando. Les indiqué que me encontraba solo y no era plan de estropearles la noche si tenían algo planeado, pero José dijo que no tenían nada pensado y que podía acompañarles. Cuando estábamos abonando las consumiciones Luisa se acercó a una joven rubia, guapísima, saludándola con un beso en los labios. Estuvieron hablando durante unos minutos y observé como de vez en cuando miraban hacia mí. Al rato vinieron las dos hacia nosotros y Luisa nos presentó:
– Raquel es una compañera de trabajo y conoce todas mis aficiones ya que se las he contado, este es mi marido José, y Jorge es un amigo con el que hemos estado en varias orgías, le he dicho que si nos acompañaba a casa y me ha contestado afirmativamente, así que podemos irnos cuando os apetezca.
Durante el viaje Raquel me contó que tenía 22 años, había realizado el acto sexual con hombres y mujeres, en solitario, en orgías, y todas le habían gustado. Yo la contemplaba extasiado por su exposición y su extraordinaria belleza. Parecía incluso más joven. Era rubia platino, con ojos verdes, labios carnosos, delgada pero no excesivamente, con senos no muy pronunciados y parecía totalmente una modelo de fotos. Llegamos pronto a la vivienda de José y Luisa, nos acomodamos en el tresillo del salón mientras la anfitriona nos preparaba una bebida y José ponía una película porno en el vídeo.

Luisa se sentó a nuestro lado mientras José, por detrás del sofá, abrazaba con dejadez a su mujer. Tanto Raquel como yo nos fuimos calentando, mas que por la película que se estaba viendo, por la actuación de nuestra pareja amiga, ya que José empezó a tocar y masajear los pechos y pezones de Luisa sacándolos al descubierto.
Esta tenía los ojos semi cerrados y su respiración se acrecentaba paulatinamente, se había recostado sobre el respaldo del sofá, se había subido totalmente la falda de su vestido dejando ver sus bragas rosa pálido semitransparentes. Con su mano derecha se tocaba su sexo por encima de la tela mientras que con su mano izquierda sentía la calidez de la piel de Raquel pasándole la mano por su rostro y por sus brazos.
Raquel, siguiendo el ejemplo de Luisa, se había desabrochado los botones de su pantalón vaquero y se estaba realizando una masturbación mientras me miraba lascivamente. Mientras tanto José había aprovechado para arrodillarse frente a su mujer y desplazando sus bragas hacia un lado le estaba haciendo una mamada de coño extraordinaria. Con pasión besé los labios carnosos de Raquel, los mordí, los chupé, los lamí, les pasé la lengua por todo su alrededor e incluso la hundí en toda la profundidad de su garganta. Raquel que no paraba de pajearse, con su mano izquierda me frotaba por encima del pantalón mi excitado miembro. Como el ambiente se había caldeado tanto, cogiendo de una mano a Raquel, me levanté de mi asiento y exclamé:
– Nos vamos al cuarto de los invitados.
Nadie me respondió, pues estando en plena faena era casi imposible de decir algo. Creo que ni siquiera me oyeron. Al verme Raquel puesto de pié y con su mano tendida hacia mí, me siguió sin decir nada. Ya en la habitación nos fundimos en un apretado y apasionado beso. Con lentitud fui bajando sus ajustados pantalones y cual fue mi sorpresa al comprobar que no llevaba bragas. Al ver mi rostro Raquel me explicó:
– Si es cierto, no uso bragas, me encanta que mi coño roce con los tejidos ásperos de los vaqueros para ir todo el día excitadísima. De esta manera siempre estoy dispuesta a recibir una buena verga.
Como ya se había desvestido la tumbé en la cama contemplándola en todo su esplendor. Mientras, yo me fui quitando toda mi vestimenta y me eché a su lado. Con la mano extendida fui palpando todo su cuerpo, pasándosela por los pechos erguidos, duros, desafiantes. La aureola era pequeña, obscura y de su centro resaltaban unos pezones tiesos, no muy grandes, pero terriblemente duros. Le besaba los labios, el cuello, las orejas, los hombros hasta que mi mano se desplazó hasta su estomago y su vientre plano. Su piel era deliciosa, atrayente, cálida. Bajé despacio hasta tocar sus primeros rizos rubios, ensortijados. Solo con la palma de la mano fui desplazándola por encima de la raja que se veía entre su vellosidad. Notaba el calor que desprendía aquel lugar de su cuerpo. Con los dedos abrí sus labios vaginales que estaban totalmente húmedos y tenía mojadas las ingles por el desprendimiento de sus flujos.
Lentamente me eché sobre ella y con parsimonia apoyé mi miembro en la entrada de su cueva. Raquel, levantando las piernas, me rodeó el cuerpo para que la penetración fuera más deprisa. Pero yo quería que ese momento se alargara en el tiempo aunque ella balbuceaba:
– ¡Penétrame, fóllame, por favor, no aguanto más sin tenerte dentro de mí, necesito que me calmes este coño tan caliente que tengo!

Nunca había sentido unos labios vaginales tan apretados en mi polla. Conforme iba penetrándola su piel se ajustaba extraordinariamente a mi miembro, se notaba que, a pesar de sus correrías sexuales, su sexo no se había dilatado totalmente por el paso de miembros de distinto tamaño. Cuando llegué a tener totalmente introducido mi mástil en su interior quedé petrificado, quieto, sin hacer movimiento alguno. Ella empezó a moverse, a coger ritmo, a realizar el metisaca. Yo le acompañaba en sus movimientos hasta que estos empezaron a ser más rápidos, más frenéticos, y Raquel empezó primero a jadear y después a dar gritos de placer. Quise aguantar más tiempo sin correrme, pero fue imposible y tuve una descarga descomunal al mismo tiempo que ella, dando un alarido de placer, se corría. Estuvimos abrazados durante un buen rato y al retirarme de encima de ella me percaté que se había dormido. Sigilosamente me vestí y vine hacia mi casa. Me acosté y cuando desperté mi mujer estaba a mi lado. Al levantarnos le conté mi aventura y esperé impaciente que ella me contase lo que habías hecho así que ahora le cedo la palabra.
Cuando me dejaste en la puerta de la discoteca, entré en ella decidida a todo. Llevaba la intención de pasar una noche lujuriosa, loca de sexo. En el interior vi que estaba llena, no había ninguna mesa libre y la pista de baile estaba hasta los topes. Dejé el abrigo en el guardarropa y me fui directa a la pista de baile, allí estuve bailando varias piezas moviéndome, en algunos momentos, de forma escandalosa, hasta que me percaté de que dos hombres estaban cerca de mí intentando ligar conmigo. Al principio no les hice caso, pero al momento pensé que no debía perder el tiempo si quería tener una noche loca de sexo. Sonriéndoles fui realizando unos movimientos más voluptuosos y me puse entre ambos.
Al rato uno de ellos me propuso ir a la barra para tomar una copa y descansar del baile. Yo asentí y nos fuimos hacia un lugar despejado donde nos sentamos para poder tomar dicho refresco. La conversación entre los tres se fue haciendo cada vez más picante, llegando a ser, en algunos momentos, excitante por su contenido. Yo, pensando que se pasaba el tiempo, tomé la iniciativa y les dije:
– Una de las cosas que más me gusta realizar y más me excita es poder mamar una buena polla.
– Y si son dos te volverás loca de contenta – uno de ellos me contestó.
– Si estáis dispuestos, yo estoy preparada – les dije.
Al instante pasamos por el guardarropa a recoger el abrigo y salimos a la calle. Me llevaban cogida de la cintura y de vez en cuando me besaban en el cuello o me pellizcaban las nalgas. Así fuimos hasta llegar al coche de uno de ellos, que lo tenía aparcado en un lugar donde transitaba bastante gente.

Al ser un mono volumen nos acoplamos en los asientos posteriores, pues había más amplitud. Sin perdida de tiempo y al estar en medio de los dos, empezaron a meterme mano mientras me besaban o me toqueteaban por todas las partes de mi cuerpo. Notaba una mano que poco a poco se iba introduciendo entre mis piernas hasta llegar a mi conejo, mientras otra de las manos me estrujaba con delicia las tetas que ya estaban al aire. Una boca me besaba los labios mientras que la otra me chupaba uno de mis pezones terriblemente endurecido. Yo les había sacado sus respectivos penes y se los masturbaba para que llegaran a ponerse tiesos. Durante un segundo miré hacia la ventanilla del vehículo y observé como la gente que pasaba miraba el espectáculo que hacíamos dentro. Esto me excitó una barbaridad, tanto que me recliné sobre mi asiento y metí la polla de mi derecha en mi boca. Se la chupé con ansia, con deleite, le chupaba los huevos, el glande, me la metía hasta mi garganta, mientras con la otra mano seguía pajeando al de la izquierda. Este ya había metido dos dedos en mi coño, siguiendo un movimiento de entrada y salida que me estaba haciendo ver las estrellas.
Pienso que me he alargado demasiado así que seguiré con la experiencia en una próxima carta.
Recibe los besos de los dos, amiga Charo.

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