Relato erótico

De los errores se aprende

Charo
24 de abril del 2020

Hace años tuvo una novia y la cosa no funcionó por su culpa. Se la encontró, tomaron un café y hablaron de su relación y se pusieron al día de sus actuales parejas.

Sergio – Madrid
Querida Charo, durante varios años salí con una chica que se llamaba Noelia. De esto hace ya mucho tiempo, hoy tengo 31 y comenzamos a salir a los 23, sin embargo guardo por ella un afecto especial y, a pesar de haber dado por terminada la relación hace más de cuatro años, hemos reanudado el contacto, primero vía e-mail, y ahora incluso hasta nos hemos animado a tomar un café. Cuando comenzamos a salir éramos dos chicos inexpertos, pero sin duda inquietos en el campo sexual, sobre todo yo. Ella empezó con bastantes prejuicios y represiones, pero con el tiempo logramos que nuestra relación se volviera realmente excitante e intensa.
Un día le conté mi fantasía, quería que ella tuviera relaciones con otro hombre para luego contármelo. Era algo inocente, simplemente una fantasía, algo que uno sabe que nunca va a llevar a cabo. A ella le sorprendió la confesión, de hecho se quedó helada, pero para mi sorpresa no censuró la idea.
El tema quedó pendiente, casi como flotando en el aire, durante bastante tiempo hasta que comenzó a hacerse presente durante nuestras relaciones sexuales. En una oportunidad se lo comenté al oído mientras lo hacíamos y noté que ella se excitaba rápidamente acabando en un ruidoso orgasmo, de esos que pocas veces le vi tener.
Los sueños comenzaron a crecer en forma desmesurada. En cada encuentro sexual las fantasías se volvían más intensas y alocadas. De un simple desconocido imaginario comenzamos a fantasear con hombres de raza negra con enormes pollas. Primero uno, después dos, hasta imaginarme a mi tierna Noelia, con tres negros haciéndole el amor salvajemente. La cosa se volvió incontrolable. Lo que comenzó como una idea loca de un novio aburrido de la rutina sexual se convirtió en una especie de obsesión, no solo mía, sino también de mi compañera. Teníamos que llevarla a cabo urgente, aunque sabíamos que jugábamos con fuego.
Una tarde mientras hacíamos el amor, me comentó que había un compañero de trabajo que le hacía insinuaciones permanentemente. Ella era secretaria en una clínica y el muchacho en cuestión era un joven médico residente, “felizmente casado”, pero que se había obsesionado con las piernas de mi novia, algo que no es de extrañar porque eran y son espectaculares. Noelia me confesó que le daba mucho morbo, pero que las cosas nunca habían pasado a mayores porque la ecuación era obvia: él estaba casado, ella tenía novio y eran compañeros de trabajo, en pocas palabras, era un imposible. Sin embargo el tipo le gustaba y mucho, por cierto, Noelia no tuvo más remedio que confesarme que aquella vez que le comenté acerca de un “tercero” mientras hacíamos el amor, pensó instantáneamente en este chico que se llamaba Juan.

Ya estaba el candidato, solo faltaba dar el paso y el tema era como, cuando y donde. Resolvimos que el momento ideal era durante la fiesta de fin de año de la clínica. El encuentro era solo para compañeros de trabajo, no había esposas, ni novias. Ideal. La dejé en la puerta del salón donde se celebraría la fiesta y me fui caminando a casa entre nervioso, angustiado y excitado. La mezcla de sensaciones me descolocaba, realmente no sabía qué sentir. Por momentos me arrepentía de la idea, para luego comenzar a fantasear sobre qué estarían haciendo en ese momento. Muy loco realmente.
Como a las cuatro de la mañana llegó a casa oliendo a alcohol y medio borracha, tambaleándose y llevándose por delante los pocos muebles del living. Le pregunté ansioso sobre lo ocurrido y le pedí que me relatara paso a paso todo lo acontecido. Pero con una mezcla de tristeza y alivio me aclaró que no había pasado nada.
Me dijo que el tio la había sacado a bailar, que se la había intentado ligar toda la noche, pero que se arrugó a la hora de irse juntos. En algún momento se propasó con las manos, pero él mismo se reprimió y no pasó a la fase B. Yo también sentí esa mezcla de frustración y alivio. Y me fui a dormir pensando que toda la idea había sido una locura y que mejor sería archivarla de una vez por todas. Era mejor que volviéramos a ser una pareja “normal” como todas las demás, como todos nuestros amigos a los que jamás les pasaría por la cabeza algo así. O eso suponíamos…
Pasó un mes hasta que Noelia me confesó durante la cena que una compañera de trabajo, se había animado a concretar lo que para nosotros era una secreta fantasía. Era una chica bastante mona, de unos 27 años que salía con un chico de 24 y este le había propuesto tener un encuentro sexual con su mejor amigo, pero en este caso de a tres.
Le brillaban los ojos cuando me relató toda la experiencia. Salieron los tres a comer y a bailar, bebieron mucho y a la vuelta el amigo en cuestión comenzó a acariciar a la novia de su mejor amigo, en el coche. No hubo resistencia de ninguna de las partes por lo que el muchacho siguió hasta pasar a mayores. Aparentemente la chica la pasó muy bien, pero no sabía si lo iba a volver a hacer. Demasiado fuerte como para repetirlo. Ahora sí, el tema volvía al tapete y no era precisamente yo el que lo traía. Noelia estaba más dispuesta que nunca y yo, a pesar de estar de acuerdo con el plan, comencé a dudar sobre los beneficios de esta movida.
En febrero nos fuimos de vacaciones a Brasil. Quince días geniales, mar transparente, arenas blancas, castillos portugueses, algo de buceo y fantasías, muchas fantasías. Yo trataba de ponerle paños fríos al tema, pero Noelia quería darse el gusto. Supuse que si me veía con menos ganas, ella iba a desistir de la idea, pero no fue así. Así que lo acepté, al fin y al cabo fui yo el de la idea, el que le calentó la cabeza durante meses. Además, no es que la fantasía había dejado de excitarme, es que me daba un poco de miedo, eso es todo. El nuevo candidato era el guía que nos llevaba en su bote a bucear en los arrecifes de coral.

Un tipo realmente muy apuesto, nobleza obliga. Con mi consentimiento, Noelia comenzó a pasar más tiempo con él mientras yo me iba a bucear. También había otros turistas italianos, alemanes, holandeses, pero no repararon en lo que hacía o dejaba de hacer mi novia, y si lo hicieron no dijeron nada.
En una de mis zambullidas me puse a observar la escena desde el mar. Él estaba sentado en el borde del bote y ella, de pie, le comentaba algo que no pude entender a la distancia. Por primera vez pude observarla en todo su esplendor. Era muy bella sin duda. 1,65, pelo color caoba, piernas largas interminables, hermosas, todo el resto en su justa dimensión. La verdad que no era exuberante, pero tenía “algo” que la volvía muy apetecible. Mientras pensaba en esto vi como la mano de Paolo acariciaba las piernas de Noelia. Supuse que me iba a enojar, pero me excité como nunca.
Esa misma noche volvimos a las cabañas. Mientras Paolo charlaba animadamente con el dueño de la posada, me fui a comprar unas cervezas y unos palitos salados y sí, dejé sola a Noelia.
Cuando regresé, Paolo ya estaba instalado en la cabaña y cuando me vio entrar se puso de pie nerviosamente pero yo lo calmé con un palmadita en la espalda, como diciendo “no te preocupes que está todo bien”. Nos quedamos charlando un rato mientras disfrutábamos de la cerveza helada hasta que comprendí que hasta que no me fuera no iba a pasar nada entre ellos. Nervios, pudor, llámenlo como quieran. La cosa es que decidí salir y perderme un rato en la espesura de la noche.
Cuando me terminé la cerveza de medio litro, emprendí el regreso. No sabía si entrar, espiar o irme al bar. Estaba confundido. Es que no habíamos aclarado ese punto en cuestión. Decidí espiar como cuando tenía 15 años y fisgoneaba entre las persianas de los vecinos al volver a casa. Esta vez no eran persianas, era simplemente una ventana entreabierta y lo que vi me sorprendió. Una polla muy grande desaparecía una y otra vez dentro de la boca de mi novia. El chico no era tan negro como Noelia quería, era simplemente un mulato, pero el tamaño de su miembro era exactamente lo que ella había estado deseando, y se notaba.
Dejé de espiar, me sentía como atontado. Me senté en el umbral de la puerta a pensar. Es que no podía creer lo que estaba viendo, era como algo irreal. Me parecía increíble que esa misma mujer que hasta hace pocos años se negaba al sexo oral por “asqueroso”, ahora se la chupaba con frenesí a un tipo que habíamos conocido hacía pocos días. Algo pasó en el medio y me lo perdí, pensé.
Cuando recuperé la razón volví al espionaje. Ahora la escena era otra. Paolo se la metía por detrás a Noelia y con cada estocada ella le pedía a gritos:
– ¡Más fuerte, más fuerte!
Supuestamente en ese momento tenía que hacer mi entrada para hacer la fiesta como habíamos quedado. Pero no pude, no pude entrar. Me fui al bar y me tomé cuatro cervezas más viendo por la televisión un partido de no sé que con no me acuerdo quién. Sobre las tres de la mañana volví. La faena ya había terminado y Noelia dormía plácidamente en un costado de la cama.

Quise intentar acostarme a dormir junto a ella, pero me dio asco. La idea de que en esa cama había estado ese tipo transpirando y escupiendo sus fluidos me dio tanto asco que tuve ganas de vomitar. Entonces Noelia se despertó por mi presencia y me preguntó qué había pasado, que por qué llegaba tan tarde. No le contesté y me fui a dormir en el saco de dormir que habíamos traído.
A día siguiente nos volvimos para Madrid. Dos días después nos separamos. Durante meses me estuvo llamando, diciendo que me amaba, que quería estar conmigo, que aquello fue una locura que nunca más se repetiría. Pero yo ya no podía. Lo que vi me sorprendió de tal manera que ya no había retorno para mí. Hace dos semanas, más de cuatro años después, nos volvimos a ver. Estaba hermosa como siempre, pero con una expresión de tristeza y frustración que llamaron mi atención. Estaba casada con un compañero de la clínica, aunque no con el médico con el que habíamos fantaseado en un principio.
Me contó que le costó años olvidarse de aquel episodio y que nunca me pudo olvidar, que se sentía culpable por lo que hizo. Sin embargo, traté de consolarla recordándole que el de la idea había sido yo y etc. La cosa quedó ahí por supuesto.
Ahora salgo con una chica que, hace unos meses comencé a sentir nuevamente esa necesidad dormida de verla con otro hombre y participar del encuentro como trío. Sin embargo no me animé a contárselo. Es que no quiero perderla como perdí a Noelia.
Esta persona me importa mucho y no soportaría pasar por lo mismo de nuevo. ¿Qué hago? ¿Callo o se lo digo arriesgando así lo más importante que tengo en la vida? Ocurra lo que ocurra ya os lo contaré.
Besos y hasta otra.

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