Relato erótico

De compras y algo más

Charo
19 de noviembre del 2018

Le habían encargado la compra de unos regalos y de cosas necesarias para celebrar el cumpleaños de un amigo. Odia ir de compras y procuro ir lo más rápido posible. Un incidente en el parking cambió el curso del día.

Sergio – Córdoba

Me llamo Sergio tengo 34 años de edad, mido aproximadamente 1,77 cm. de estatura. Suelo llevar el pelo rapado al uno, y dicen mis amigas que me hace un hombre muy “interesante”. Mis aventuras sexuales son bastante abundantes, ya que estoy continuamente preparado para el sexo, y no pierdo la ocasión de intentar practicar sexo salvaje y apasionado, especialmente con mujeres de mediana edad, mujeres maduritas que me hacen vibrar de pasión
Se acercaba el cumpleaños de un buen amigo y me tocó el “marrón” de tener que ir a comprar regalos y cosas para la fiesta. De mala gana arranqué el coche y me fui al hipermercado de un conocido centro comercial, donde, por cierto, casi no pude aparcar debido al gentío allí concentrado. Rápidamente compré todo lo que tenía que comprar, con la intención de escapar de aquella muchedumbre cuanto antes. Pero al llegar al coche me encontré con la desagradable sorpresa, a primera vista, de una mujer de unos 40 años no muy atractiva, pero con un intenso fuego en la mirada, que con su carro de la compra me impedía salir de allí y como aquella mujer quería cargar un excesivo numero de bolsas llenas de compra en su coche, se estaba haciendo un lío.
Yo, con toda la amabilidad posible, esperé y esperé, pero ella no podía con toda la compra, le costaba realmente mucho esfuerzo introducir toda la compra en el maletero, si conseguía meter el lavavajillas, se le caía la lejía al suelo y viceversa. La comedia duró casi 10 minutos y en una de estas se le cayeron unas latas de refresco al suelo y yo, que estaba ya cansado de esperar, me llevé una muy agradable sorpresa, cuando pude ver a través del escote, demasiado abierto para esas fechas, un canalillo profundo y misterioso, la parte abultada de dos gordas tetas y también se podían distinguir esos dos pequeños montecitos que a mi me vuelven loco, dos rotundos pezones que se marcaban con fuerza en un jersey blanco muy estrecho. Por el canalillo se deslizó una gota de sudor y vi todo el recorrido de la gota, desde el comienzo al final y eso me puso increíblemente caliente. Sentía aquella intensa sensación por el cuerpo, esa maravillosa sensación de calor que me quema las entrañas y que anteriormente ya me había causado algún que otro problema por la falta de discernimiento de lo que lo provocaba. Entonces me decidí a ayudar a la mujer, a cargar sus compras al coche, ya que se estaba eternizando la espera.
– Hola, ¿la puedo ayudar? – le dije amablemente.
– Pues la verdad que sí, ya que me las estoy viendo y deseando para meter todas las bolsas en el coche – contestó.
Con mi ayuda, en un minuto, estaba toda la compra cargada, una parte en el maletero y otra parte en el asiento de atrás, ya que aunque parezca increíble, a aquella mujer ni se le había ocurrido usar aquellos asientos.
Ella, también muy amablemente me agradeció la ayuda prestada, diciendo:
– ¿Como te llamas? – me preguntó.
– Sergio, y… ¿usted señora? – repliqué.
– Elena, pero no me llames de usted, llámame de tú – dijo ella.

– Perdona, pero ahora por fin, podrás apartar tu coche, así yo podré sacar el mío y me podré ir a mi casita – dije con un tono que ya empezaba a ser una mezcla de curiosidad y hastío.
– Ay, que pena que te tengas que ir a casa, pues me podías ayudar con la compra, ya que si no he podido meterla en el coche, difícilmente la podré subir a casa – me dijo ella con una sonrisa seductora.
– Me encantaría ayudarte, pero es que me tengo que ir a casa a llevar mi compra – le contesté haciéndome de rogar.
– Por favor, si me ayudas te prometo que te lo agradeceré espléndidamente – añadió con cierto tono de misterio.
– No sé, no sé… ¿En que calle se encuentra tu casa? – le pregunté Sergio viendo que ya estaba atrapado en las redes tejidas por Elena.
La calle que me dijo estaba, por casualidad, aproximadamente a mitad del recorrido que tenía que hacer yo para llegar a casa, por lo que realmente no me costaba mucho esfuerzo ayudarla y como me lo iba a agradecer “espléndidamente”, al final accedí.
– De acuerdo, pero, ¿como lo haremos? – le pregunté.
– Sígueme con el coche y aparcas cerca de mi casa, yo te esperaré en mi coche, y luego subimos todas las bolsas a mi casa – me dijo, como si lo tendría preparado todo de antemano.
Así lo hice, hasta que llegamos a una lujosa urbanización de chalets, no muy lejos de donde se encontraba el centro comercial. Aparqué el coche y fue hacía donde Elena había aparcado. Ella me esperaba con todas las bolsas fuera del coche, lo que indicaba la prisa que ella tenía, también, por subir a su casa. Cargamos todas las bolsas como pudimos y fuimos hacia el chalet donde Elena vivía, un edificio realmente precioso, con un jardín muy grande, una piscina de 25 m de largo y cuatro calles, que por ser invierno se encontraba cubierta por una lona. Entramos por la puerta principal me quedé bastante impresionado de la cantidad de obras de arte que había en aquella casa. También estaba el suelo cubierto con unas gruesas alfombras que le daban un ambiente muy acogedor.
– Ayúdame, por favor a llevar la compra a la cocina – me dijo entonces.
Así lo hicimos y Elena metió inmediatamente, los productos congelados y precocinados en el congelador, y el resto de la compra lo ordenó como pudo, con evidentes muestras de agitación y nerviosismo. Cuando acabó de ordenarlo todo, Elena me miró fijamente y me dijo con una voz extremadamente sensual:
– ¿Cómo puedo pagarte el inmenso favor que me has hecho?
– No sé – dije haciéndome el despistado – ¿Se te ocurre a ti algo?
– Por supuesto que se me ocurren muchas cosas – dijo ella acercándose a mí ronroneando como una gatita en celo.

Elena se me acercó y comenzó a besarme lentamente el cuello, erizándome todos y cada uno de los vellos de mi piel. Fue bajando una de sus manos por mi pecho hasta llegar al, ya considerable, bulto que se marcaba notablemente entre mis piernas. Cuando sentí la mano de Elena, tocando mi paquete, un escalofrío recorrió mi cuerpo y entonces Elena dijo:
– Ven, subamos a una de las habitaciones.
Apenas cruzamos la puerta de la habitación, me abrazó fogosamente sintiendo ella como mi mano experta la recorre y se detiene en los puntos más sensibles de su cuerpo. Elena no pudo más que abandonarse a mis caricias. Su falda cayó al suelo, mis manos resbalaban por sus muslos, subían de nuevo, dudaban a la altura de la ingle, seguían hasta la cintura, los gordos pechos, que masajeé suavemente. Su busto giró, cayó hacia atrás, zozobró y se dejó caer en la cama. Yo, de nuevo con ímpetu, con prisas, agarré sus muslos, los separé y mi boca se hundió en aquel sexo, entreabriendo la vulva con lengua experta, la recorrí y se la alojé en ella. A Elena unos escalofríos le recorren todo el cuerpo, levantaba la cintura y su pelvis se adelantaba para mejor ofrecerse a mi boca voraz. Mis manos resbalaban bajo el jersey blanco, hacia las tetas, presionando y luego pellizcando las puntas.
– ¡Ah… tus dedos, tu boca… lame y acaríciame al mismo tiempo! – gritaba ella, que se encontraba ya en un estado de loca excitación.
Elena, mientras gritaba estas palabras, no era más que un vientre que se ofrece y yo lo recibía con pasión. Hundí en él, por turnos, mis dedos, mi lengua, agarraba y mordisqueaba los labios, chupaba el clítoris y me recreaba en el fondo de la vagina. En algunos segundos ella sentía que el goce iba a invadirla, tan aniquilador como siempre, pero quiso que la tomase, quería sentir mi dura polla dentro de ella.
– Suéltame un momento, deja que me recupere un poco – me dijo – Quiero correrme con tu sexo largo y duro dentro de mí, quiero que me llenes con tanto furor como has hecho con los dedos. ¡Ven, ven rápido! – suplicó.
Cuatro manos se dirigieron al mismo tiempo, a mi pantalón. Con los botones medio arrancados, la prenda cayó hasta mis tobillos y surgió mi verga, poderosamente erguida. Elena la agarró con avidez pero apenas tuvo tiempo de rozarla con su boca cuando yo me liberé y la penetré con tanta fuerza que se sintió descuartizada, clavada sobre la cama, casi le hacía daño…
– ¡Me haces daño, pero me gusta tanto que me hagas daño…! – exclamó -¡Sigue, dame pronto esta muerte dulce!

Con algunos terribles golpes de cintura la llevé al goce. Ella se retorcía, gritaba, aullaba casi y su vagina se contraía con tanta fuerza que yo, a mi vez y a duras penas, podía retener mi placer. Me retiré un instante para volver a tomarla enseguida haciendo que ella saliera de su éxtasis. Me sentía de nuevo ir y venir en ella. Sus ojos miraban los míos, su respiración era ronca, transpiraba y de su frente brotaban gotas de sudor. Su nuca se tensaba mientras su mirada resbalaba por mi torso y luego se centró en el bajo vientre, viendo la polla aparecer y desaparecer de nuevo en ella. Le fascinaba esta carne brillante y tensa en la que se podían distinguir las venitas violáceas que la surcan.
Luego regresa a mi rostro descubriendo en él los primeros síntomas del placer. Mis labios se apretaban, la nuez sobresalía, formando una bola nudosa en mi garganta. Mis parpados se despegaban, mi boca se entreabría y mis ojos se desorbitaban. Mis manos se hundían profundamente en sus nalgas. Se crispaban, luego se relajaban mientras que el miembro se contraía, luego se salía, retirándose de su vientre y fue a caer contra la cara interior de mi muslo.
Yole cogí una mano y guié los dedos sobre mi sexo apaciguado. Ella sabía que muy pronto, podría hacer renacer la erección y toda su atención se centraba en este deseo que ella creaba. El pene, bajo la caricia, comenzó a vivir de nuevo, a hincharse lentamente. Poco a poco se me endureció y al final volvió a levantarse, lleno de arrogancia.
– Sí, así, con suavidad, ponme a tono otra vez, tenemos todo el tiempo. Acaríciame también con la otra mano – le ordené.
Elena puso la suya sobre mis bolsas hinchadas, las rozaba, las sopesaba, las acariciaba y hacía girar las dos bolas bajo la piel y no pudo evitar presionarlas un poco, delicadamente.
– ¡Que delicioso juego! – exclamó ella.
Elena estaba tan atenta a mi placer que sentía apenas renacer el suyo propio. Su vientre, de nuevo, estaba inundando de calor húmedo. Yo atraje su rostro hacia el mío, lo besé, recorrí con mis labios sus ojos, la boca, la cavidad de la oreja. Nuestras lenguas se buscaban, se cogían, se rehuían, se perseguían. Elena, de pronto, se volvió boca abajo y pegó su vientre contra la sábana. Parecía postrarse como para una adoración pagana. Sus piernas, dobladas bajo el vientre, hacían sobresalir los muslos. Su busto se aplastaba sobre la cama y giró la cabeza como para invitarme a tomarla mejor. Acaricié con la punta de los dedos esa grupa magnifica, resbalé hacia el profundo surco, separé los dos firmes globos y froté en ellos mi vientre. Acaricié ese otro orificio, lo barrené y hundí en él mis dedos como para notar su perfecta elasticidad. Sabía que ése era el lugar donde ella quería que yo se hundiera.

Elena, como supe después, rara vez consiente en el placer de Sodoma, pues teme siempre el doloroso desgarro, pero, en ese momento, me llamaba, me invitaba mediante un estremecimiento de sus nalgas, queriendo atraer al hombre a aquella sima. Ya no podía esperar más, era preciso que yo me hundiera en su mismo fondo. Sus dedos cogieron mi polla y la acompañaron. Ella hacía todo lo que podía para relajar su esfínter. Fui hacia ella y comencé a perforar esa boca oscura, intentando avanzar con fuerza. Incluso dudé en que esta penetración anal pudiera llegar a hacerse, pero Elena se combó más, invitándome con voz excitada:
– ¡Ven, hunde, me abro, sé salvaje como antes, hazme daño, desgárrame!
Empujé lentamente, entré lentamente, me implanté poco a poco. Creí estar empalando ese cuerpo que se estremecía bajo el esfuerzo. Elena tenía ganas de gritar, de dolor, de goce. Por fin los dos cuerpos se fusionaron en ese sodomítico abrazo. Por fin quedé soldado a ella. Mis manos se apoderan de sus mamas, las aplastaban y permanecí inmóvil así, casi suspendido encima de ella. Elena abría la boca, sus músculos se crispaban, hundía su rostro entre las sábanas como si nada en ella existiera más que su culo perforado por mi estaca ardiente que avanzaba. Mi miembro, muy dentro de ella hasta el momento, comenzó a retirarse. Y ella tuvo la impresión de que una sima nacía con su retirada, que hay un vacío en ella que es preciso colmar de nuevo, a cualquier precio.
– ¡Vuelve, no me dejes, vuelve rápido! – gimoteaba ella y cuando el balanceo de la posesión recomenzó, añadía – ¡Sigue moviéndote, deja que mi placer aumente, este placer que relaja mi carne, que hincha mis senos, que desciende por mi garganta, gotea por mis piernas…

Después de este intenso polvazo que echamos, nos quedamos tumbados en la cama, con una satisfacción absoluta, y unos cuerpos que tenían hasta el último músculo resentido del increíble acto sexual que vivimos en aquella habitación. Elena se quedó muy satisfecha con los servicios prestados, y yo bueno yo, ahora voy bastante más a menudo al centro comercial.
Saludos.

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