Relato erótico
Dama de día, putón de noche
Hay una frase que dice: “La mujer debe ser una dama en la calle, una señora en casa y un putón en la cama” La mujer que nos ha enviado este relato es exactamente así.
Laura – MADRID
Aquel fin de semana, pensaba descansar, pero en vez de apacible, el fin de semana resultó trepidante. El viernes por la tarde mi marido llegó a casa con la noticia de que había quedado con nuestras parejas amigas Eugenia y Miguel y Nuria y Alberto para acudir a nuestro club de intercambios esa noche. Bueno, no estaba mal un buen desahogo preliminar al relajo.
Mi marido Rubén y yo, me llamo Laura, siempre fuimos muy liberales en materia de sexo. Ya en la universidad follábamos con otras parejas, o no parejas, sin problema por parte de ninguno, con la única condición de que el otro lo supiese. Más tarde nos hicimos socios de un club de Intercambio de parejas donde todo el mundo debe acreditar periódicamente su estado sanitario. Allí conocimos a las otras que acabo de mencionar que son con las que más nos relacionamos, sin que sea exclusivamente. Además, tampoco resulta totalmente intercambio, pues frecuentemente practicamos el sexo en grupo y las chicas, que somos bisex las tres, formamos buenos números lésbicos.
Yo tengo 35 años, morena, 1,65 de estatura, cuerpo bien conservado, tetas más grandes de lo que a mí me gustaría y ya algo caídas por el peso, pero muy atractivas al decir de mis folladores. Mi culo es muy respingón y mis piernas largas y bien torneadas, con los muslos bien macizos. Para acentuar mi atractivo tengo el pubis siempre rigurosamente depilado y, cuando voy a tener sexo me coloco unos grandes anillos de titanio en los largos pezones y en el clítoris. Rubén también se depila los testículos y se coloca un aro rodeando su polla y escroto.
Nuestras dos parejas amigas también son fabulosas, ellas también se depilan y se ponen piercings o tatuajes no permanentes, salvo Nuria, que lleva uno permanente en el pubis con una preciosa mariposa. Nuria tiene 45 años y su marido Alberto 50, ella es de complexión fuerte, un poco gordita, bueno rolliza. Tiene unas tetas enormes de extensas aréolas destacadas por los gruesos pasadores dorados que suelen perforar sus pezones, un culo y unos muslos bestiales que a Rubén le vuelven loco. A mí me gusta su enorme raja del coño, que no para de soltar flujos a raudales cuando se pone cachonda.
Eugenia es más joven, tiene solamente 22 años, y su pareja, Miguel, de 46 años, pero a nadie importa esta diferencia de edad, lo que interesa son sus cuerpos. El de Eugenia es una maravilla, armónico en todos sus atributos, tierno, suave y blanco, como el de una adolescente.
Cuando llegamos al club, después de tomar unas copas, Miguel se acopló con una pareja de lesbianas que ese día tenían ganas de jugar con un hombre. Rubén se refugió en los adorables muslos de Nuria e Eugenia y yo nos quedamos de momento a disposición de su marido Alberto. El hombre tenía caprichos ese día y nos pidió que le regaláramos con un número lésbico. Ningún inconveniente tenía yo para disfrutar de la tierna Eugenia, y menos ella que estaba obsesionada conmigo. Estábamos en la zona pública, por lo que cualquiera podía observar y solicitar participar en el lance.
Cuatro hombres y dos mujeres lo solicitaron mientras estábamos enzarzadas en un caliente 69 ante Alberto, que había accedido a que le mamara la polla una graciosa madurita rellenita con pinta de ama de casa. Eugenia no consintió ninguna intervención pese a que me hubiera agradado una polla dentro de cualquiera de mis orificios mientras ella me destrozaba el clítoris tirando con sus dientes de mi anillo.
Como que estaba tan encelada, le sugerí ir a un reservado las dos solas ya que sabía que terminaría metiendo uno de sus dulces puños en mi coño y eso, en público, acercaría gran cantidad de mirones y de solicitantes de intervención. Pero no quiso. Me susurró que tenía una sorpresa reservada para una puta como yo. Me sorprendió su lenguaje, ya que solía ser comedida en ese aspecto, no como Nuria, que soltaba procacidades a la menor oportunidad, sobre todo si tenía una polla dentro de cualquiera de sus agujeros.
Y me fue llegando la sorpresa. Se presentó desnudo un soberbio semental negro con una tremenda verga, al que Eugenia me presentó como parte de la tal sorpresa. Ella me obligó a mamársela en lo que podía, puesto que el instrumento era realmente fuera de serie en cuanto a longitud. Poco después estaba sobando mis tetas un tipo blanco muy pálido con aire de eslavo que presentaba una tranca relativamente corta pero de un grosor extraordinario. Eugenia me lo presentó como la segunda parte de mi sorpresa.
Mientras el recién llegado dirigía su grueso tronco a mi boca para conseguir poco más que lamidas, ya que me era imposible mamársela a riesgo de desgarrarle la piel con mis dientes, el negro de polla larga hurgaba en mi ano hasta que noté como me la introducía.
En escasos minutos mi humanidad había sido maniobrada de tal forma que el negro seguía usando mi ano y el blanco me follaba la vagina mientras que Eugenia, con el coño sobre mi boca me exigía que se lo lamiese, al tiempo que estiraba de los anillos de mi clítoris y mis pezones desde unas cadenas que no fui consciente de cuando me colocó.
No tardé en experimentar los orgasmos. Los hubiera tenido antes si no fuera porque no se considera de buen gusto hacerlo en la zona pública. Así que comencé a berrear y sollozar sin ningún pudor ante no menos de 30 personas de ambos sexos que estaban aglomeradas contemplando el espectáculo. Entre ellos vislumbré a mi marido y al resto de mis habituales folladores. Me sorprendí a mi misma sintiéndome orgullosa de la exhibición sin el menor asomo del pudor que sería propio de una señora madura, casada y con hijos, de costumbres sociales aparentemente respetabilísimas.
Después de que los dos hombres me inundasen con su semen por ambos conductos, Eugenia me introdujo un tapón anal en cada agujero con la intención de llevarme a un reservado. Nuria se apuntó al número que esperaba y recibió su premio no sin pelear con Eugenia. Ambas me hicieron abrir mis agujeros estando de pié para poder beberse el semen almacenado junto con mis jugos.
Terminamos haciendo un fisting doble a Nuria, yo por el desarrollado coño y la manita de Eugenia por el dilatado culo, mientras comentábamos con risas los detalles de la jornada, lo que la disfrutamos y lo agotadas que estábamos, sobre todo yo.
De regreso a casa, a las cinco de la madrugada, Rubén no estaba de buen humor, pero supongo que no se atrevía a decirme nada pensando que Nuria me habría contado cómo se pasó todo el tiempo aferrado a sus inmensos muslos y comiendo los labios de su chorreante coño, pero que su verga no había funcionado. Caí muerta en la cama sin fuerzas para nada.
A las diez de la mañana, todavía sin reponerme de la extraordinaria noche anterior, recibí una llamada de mi jefe.
Estaba de viaje y me pedía que a las cinco de la tarde me presentase en un determinado hotel, habitación 69, para exponer a una comisión de cinco clientes de una empresa el proyecto que habíamos confeccionado para su implantación en nuestro país, que se habían presentado imprevistamente o que había fallado un fax de anuncio de la visita, que uno de ellos ya me conocía de las conversaciones preliminares y que exigía volver a tratar conmigo. Los demás componentes de la comisión estaban de acuerdo.
El párrafo anterior no se comprendería si no me explicase mejor. Mi jefe es un perfecto inútil para negociar. Es mi amante con conocimiento de mi marido, quien también sabe que los negocios de mi empresa se consiguen a base de mi cuerpo. Mi jefe verborrea y yo convenzo por otro conducto, ya que generalmente los productos o proyectos que queremos vender son deficientes. En fin, hago de puta de la empresa y todo el personal lo sabe y me está agradecido por mantener su fuente de ingresos. A ninguno se le ocurriría reprocharme nada.
A la hora fijada, llamaba a la puerta de la habitación prefijada. Allí había tres hombres blancos y otro y una mujer negros. Nos presentamos formalmente comentando con el que ya conocía la marcha del negocio que llevaba conjuntamente con mi empresa, aunque sabía perfectamente que no era eso lo que les interesaba. Cortésmente me siguieron el juego durante un rato hasta que el conocido se levantó de la silla y, colocándose tras de mí me levantó de la mía con sus manos bajo mis pechos, diciendo:
– Nos interesaría palpar materialmente el “cuerpo” de ese negocio.
– Faltaría más – contesté.
Apartándome del grupo con sensual contoneo comencé a efectuar un lento striptease hasta quedar totalmente desnuda ante todos y exhibiendo mis sugestivos aretes de los pezones y el clítoris. No es que fuera muy artística la cosa moviendo mi cuerpo, pero no lo sabía hacer mejor. La mujer negra, ya mayorcita, le eché unos 45 años, me indicó un lugar de la habitación donde estaba expuesto un buen lote de artículos de sex shop. Tomé un tapón anal y un consolador de mediano calibre y les estuve haciendo una buena exhibición introduciéndome los artilugios durante cerca de 15 minutos, al cabo de los cuales la negra se desnudó mostrando el tremendo cuerpazo que yo me imaginaba. Los enormes pechos caídos mostraban sobre sus extensas aréolas unos escudos metálicos sujetos por un pasador que atravesaba sus pezones.
Cerrando su raja frontal a través de los perforados labios mayores presentaba un candado de mediano tamaño que la impediría totalmente ser usada por ese conducto. Sobre un pecho, en una nalga, sobre los riñones y en el exterior de los soberbios muslos mostraba tatuajes de incomprensible significado. Unos eran dibujos y otros textos. La mujer me tomó de la mano y me aproximó al grupo de hombres aún totalmente vestidos aunque acariciando su polla por encima de los pantalones. Me fue forzando a tomar posturas que mostrasen mejor mis intimidades. Me separaba los cachetes del culo, me abría los labios, levantaba, bajaba y retorcía mis tetas, enseñaba mi boca forzadamente abierta y juzgaba mi dentadura, metía sus largos dedos en mis agujeros untándolos de mis fluidos internos y se los daba a chupar a los hombres Después del concienzudo examen, la negra me tomó de la mano y me dijo:
– Ven cariño, que los hombres ya quieren usarte.
Me condujo al baño seguidas por los futuros folladores. En el baño me inyectó un copioso enema para dejar listo para usar mi ano, mientras ellos observaban. Me insertó un tapón anal para demorar la expulsión. La demora fue demasiado para mi cuerpo, que comenzó a manifestar los dolorosos efectos aunque todos permanecieron impasibles. La negra me detuvo la mano cuando yo misma me iba a despojar del tapón anal e hizo prolongar mi agonía.
– Tranquila, cariño, así estarás más limpita.
Al borde de la desesperación me retiró el tapón y solté todo el contenido de mis intestinos ante la expectante y curiosa mirada de los concurrentes. Me volvió a colocar otro enema pero me permitió expulsar enseguida el ya casi limpio líquido.
Volvimos todos al salón donde se emprendió la más agradable tarea de follar. Uno por uno lamieron mi coño sobre el sofá mientras el siguiente se encargaba de mi agujero estrecho. Las comidas de mis agujeros se acompañaban de las correspondientes exploraciones y del jugueteo con mi anillo del clítoris. Mientras la negra me colocó una cadenita entre los anillos de mis pezones para estirar y dirigir mis movimientos y posiciones. También enganchó otra cadena en el anillo del clítoris para tener dos comandos simultáneamente.
Así me ordenaba las posiciones necesarias para satisfacer a los hombres que pronto comenzaron a tapar mis agujeros con sus penes. Se llegó a las penetraciones dobles y triples con gran placer por mi parte a pesar de mis irritados agujeros tras la sesión del día anterior. Me follaron por cerca de dos horas y se derramaron en mi boca dos veces cada uno, salvo el negro, que lo hizo tres veces.
La cosa se alargó, como fácilmente comprenderás, querida Charo, pero eso ya te lo seguiré contando en una próxima carta.