Relato erótico
Culo de diseño
Lo que más le gusta de una mujer es el culo. Le gustan los culos grandes, de nalgas respingonas y turgentes. Cuando la vio supo que más pronto o más tarde conseguiría meterla en aquella “obra de arte”
Manuel – Lugo
Esto que voy a contar pasó hace tres años. Entonces yo salía con una chica de 20, se llamaba María y era muy golfa. Yo tenía 26. Debe medir 1,64, buenas tetas, pero lo que realmente me enloquecía era su culo. Grande, redondo, de nalgas respingonas y duro como una piedra. Vivía con su hermana compartiendo piso.
La empresa en la que yo trabajo, la había contratado, presentada por mí, para hacer unos trabajos de promoción. Yo no soy un Adonis ni tengo una polla de gigante pero soy un tío resultón. Además tengo buen humor y suelo caer bien al personal. La cosa es que, no sé si por la diferencia de edad a mi favor o qué, pero la chica se me puso a tiro. Había otras de sus compañeras que me echaban ojo y supongo que eso también influyó. Las mujeres son competitivas. Salimos, y en la primera salida, después de un pequeño jugueteo en el coche, me dejó claro que quería guerra.
Debo decir que mi debilidad son los culos, y el de ella era realmente un 10. Increíble. O sea, desde que entramos en la habitación del hotel que pensé en encularla, aunque no estaba seguro de que me dejase.
Para hacer mérito, y compensarla por el magreo del coche, le hice una comida de coño esmeradísima que la dejó chorreante. Mi polla ya estaba muy dura, pero yo no se la quería meter porque estaba seguro que iba a correrme, y quería seguir chupando para que tuviese un orgasmo bestial y se me hiciese más fácil pedirle el culo.
Pero ella me quería chupar la polla, así que le propuse hacer un 69. No hizo falta convencerla. En dos segundos se había subido encima de mí, me había puesto el culo en la cara y la boca en la polla, y chupaba como loca. Mi lengua recorrió esa raja empapada a lo largo y mis ojos enfocaron por primera vez ese ojete. Hermosos. Agarré con las dos manos los cachetes del culo y le pasé la lengua por el agujero. Emocionado, la separé las nalgas un poco más y miré el agujerito que se abría.
Como dije, mi debilidad son los culos, y por ende, he visto muchos. Estaba acostumbrado a salir con chicas de la edad de ella, que tenían el culito como un asterisco cerrado en el que no entraba ni un alfiler. Este no era el caso. Sin trabajo alguno se veía del diámetro de mi meñique. Mi polla se puso más dura mientras pensaba “a ésta me la enculo hoy”, y le metí la lengua en el agujero. Le encantó. Se separó de mi verga, miró por sobre el hombro, y me dijo:
– ¿Te gusta mi culo?
Como quedarme callado no es lo mío, le contesté:
– Me parece que a este culo le encanta mi polla…
Por unos segundos pensé que mi respuesta había sido errónea y que lo había estropeado todo, pero ella me contestó:
– Cómemelo como me comiste delante y te dejo probarlo.
No sé cómo no me corrí en ese momento. Mi polla estaba durísima. Respiré hondo, y me lancé a chuparle el culo. Primero a lamerle el anillo y después a meterle la lengua en el agujero. Su coño le chorreaba y yo ya le había metido dos dedos. Entonces se corrió mientras me decía:
– ¡Cabrón, que bien que chupas!
A mi me encanta que las chicas hablen y ésta, después de la corrida, se soltó. Y yo también.
– Te chuparía ese ojete divino todo el día – le dije.
– ¡Aaah… sí, dale, que me corro otra vez… méteme un dedo en el culo!
No me hice de desear. Le metí el pulgar, y jugué haciendo círculos para estirarlo.
– ¡Fóllamelo… fóllamelooo…!
Le metí dos dedos mientras le pedía que me chupase los huevos. Despacito se los fui metiendo, primero hasta a mitad, y después, hasta el fondo. Jugué un rato más con ese culo. Ella me seguía chupando los huevos y ya me chorreaba saliva hasta el culo. La muy guarra aprovecho la saliva y con la yema de un dedo me acarició la zona de la próstata y el ojete.
– ¡Qué golfa que eres!
– ¿Te gusta esto? – preguntó, haciéndose la ingenua.
– Me encanta, pero ahora no. Te quiero encular ya.
– Bueno, pero pónmela despacio, tienes una polla enorme.
– ¿Te gusta mi polla? – ya sé, era una pregunta tonta.
– Es hermosa – dijo.
Le hubiese preguntado en ese momento si se había comido muchas, pero por suerte no lo hice. En cambio le pedí que se pusiera a cuatro patas al borde de la cama.
– Ofréceme el culo y ábretelo con las dos manos.
– Ponme sólo la puntita y deje que me acostumbre un poco – me dijo.
Miré ese ojete abierto, y pensé en clavársela hasta los pelos, pero le hice caso. Agarrándome la verga, le apunté al culo y despacito apunté la cabeza. Ella lanzó un gemido”, pero no se escapó. Se soltó los cachetes del culo y se apoyó en los codos.
Con la polla bien dura, yo abrí con las manos ese culo precioso y miré como el ojete me apretaba verga. Por primera vez me di cuenta que no había atinado a ponerme condón, pero no era momento de volverse atrás. Y empujé despacio.
– ¡Ayyy… que polla tienes!
– ¿Te gusta, zorra?
– Me duele, pero también me gusta…
– Entonces separa más las piernas… ¡y pajéate mientras te rompo el culo!
Le di tiempo para que se frotara el clítoris un par de veces y empecé a follármela con los tres o cuatro centímetros de la punta de la verga. Un placer.
– ¡Siiiií… la puntita, la puntita…! – gritaba ella.
Entonces empezamos los dos a soltarnos del todo, diciendo lo primero que se nos venía a la cabeza. Era increíble estar enculando así a una chica en la primera salida. Nunca me había pasado.
– ¡Como te tragas mi polla, que ojete tienes, la de pollas que te habrás comido para follar así!
– ¡Un montón, pero la tuya me encanta, es de las mejores que he probado… házmela sentir toda!
De un golpe se la metí a fondo.
– ¡Ayyy…! ¿Qué me haces? – gritó – ¡Me encanta, me voy a correr!…. ¡Sah…, como tengo el coño de mojado…!
– Sí, pajéate, córrete con mi polla en tu culo… – le decía yo mientras seguía revolviéndole el culo.
Empecé a follarle el culo a lo bestia. No paraba de lanzar gritos y me sentía orgulloso de que los vecinos de la habitación los escucharan. Y la seguí bombeando. Le daba con la punta y después toda. Le daba muy fuerte.
– Te voy a dejar el culo roto – le dije.
– ¡Sí, rómpemelo… aaah… me corro… siiií….!
Su mano le daba al clítoris como loca. Yo me agarré mejor de sus caderas y empecé a destrozarle el culo a pollazos.
– Siiií… siiií…- era todo lo que salía de su boca.
Pero de su culo parecía estar saliendo algo más. Me lubricaba la polla con un líquido blanco y marroncito. Aproveché la lubricación para darle más fuerte. Entonces quise ver que sucia estaba la punta y que tan abierto tenía el culo. Se la saqué y el culo se mantenía abierto.
– ¡No me la saques que siento que me corro! – me dijo.
– Córrete todo lo que quieras.
Se la metí de nuevo de una vez hasta el fondo. Y se la saqué. Así dos veces, y la empecé a encular otra vez. Le agarraba los brazos y la sostenía con el torso en el aire, mientras mi polla resbalaba por ese culo maravilloso.
– ¡Ayyy…, me duele, para, me duele!
– Es lógico, pero, no pasa nada.
– ¡Ayyy… que cabrón que eres, me vas a hacer correr otra vez!
Le solté los brazos, cayó de cara sobre la cama y su mano derecha fue a la entrepierna y ella se volvió a frotar el coño otra vez.
– ¿Quieres la leche, cerda?
– ¡Sí, dámela toda, dame la leche!
– ¿En dónde la quieres?
– ¡En el culo, en el culo…!
– ¿No la quieres en la boquita?
– ¡Que cabrón eres! ¿Quieres que te la chupe?
– Sí puta, ¿quieres la leche?
– ¡Métamela por el culo… llénamelo!
No aguanté más. Creo que si se la hubiese dado a chupar, de la calentura, se la comía. Pero era demasiado para la primera cita. Y era más por morbo que por gusto. Además mis huevos no podían más. Y cuando sentí que su culo se contraía de la corrida de su coño se lo llené con cuatro lechazos que entraron hasta a lo profundo de su culo.
Luego me dejé caer sobre su espalda y la besé toda. Aunque mi polla seguía dura. Le aparté el pelo de la cara y la seguí besando.
– ¡Me ha gustado…oooh… sí, me ha gustado…! – decía ella que seguía temblando.
– Tienes la piel de gallina… -dije.
– Sí y ti, ¿te ha gustado?
– Dame 15 minutos que te vuelvo a encular.
– ¡Noooo… ya me arde el culo e incluso mañana me va a doler!
-Bueno, entonces por el coño.
– Eres un calentorro – me dijo.
Y después de un par de besos más, se la saqué y nos fuimos al baño.
Por el momento, nada más, pero hasta otra.