Relato erótico
Cuidando mi jardin
Desde que se divorció, el sexo se fue de su vida. Un amigo de su ex marido la invitó a tomar unas copas, a cenar y un día le dijo si quería ir a su casa para estar más tranquilos.
Lidia – Segovia
Me llamo Lidia, soy una mujer divorciada de 54 años bien vividos, solo que desde que hace cinco años mi marido me dejó, mis relaciones sexuales disminuyeron también. Pero ahora tengo a Alejandro, un amigo de mi marido. Al quedarme sola, me invitó muchas veces a salir a cenar o simplemente a tomar una copa hasta que, en una ocasión, me invitó a su casa para pasar un día, estar tranquilos y así alejarme de todos mis problemas.
Al llegar a su casa, lo primero que vi fue un gran ramo de rosas rojas para mí y en el cual había una tarjeta con una cariñosa dedicatoria. No sé si fue porque el regalo me emocionó o porque yo estaba realmente cachonda por falta de sexo pero la cuestión es que, en ese momento, sin pensarlo dos veces, me abalancé sobre él y le besé efusivamente.
El ambiente estaba muy caluroso y noté como, de repente, mis pezones se ponían duros y al rojo vivo, marcándose descaradamente contra mi blusa. Alejandro me los miró sin ningún disimulo y, con lentitud y sin que yo protestara, desabrochó mi blusa para dejar aparecer mis gordos pechos, presionados por el sujetador. A continuación, en forma rápida, desabrochó también la prenda dejando mis grandes pechos al aire en forma majestuosa, como en una invitación para ser mamados. Alejandro no lo dudó en absoluto y tras cogérmelos con las dos manos y sobarlos un rato sin dejar de mirarme a los ojos, acercó su boca hacia ellos y me empezó a chupar los largos y duros pezones, primero en forma lenta, para al poco rato, hacerlo con gran pasión y frenesí, lo cual me puso muy caliente.
Sin pensar en nada, excitada por aquella caricia que yo tanto necesitaba, pasé mi mano sobre la bragueta de su pantalón y noté un miembro largo, duro y caliente. Entre besos y mamadas en mis tetas, nos empezamos a desnudar mutuamente y luego, totalmente en pelotas, sin atreverme yo a mirar su cuerpo y menos aquella polla que había tocado, pero sí notando como él me miraba, detallando todos los secretos de mi cuerpo, secretos que solo había visto mi marido, me llevó, cogida de la mano, al cuarto de baño. Allí nos metimos en la bañera donde me dijo que permaneciera de pie pero que abriera mis piernas al máximo. Obedecí sintiendo como, en esta postura, mi coño, muy peludo y de labios abultados y salidos, aparecía al completo pero, acto seguido noté como sobre mi espalda empezaba a caer un chorro de gel que, al deslizarse, me producía un placer intenso, sobre todo al llegar a mis nalgas y sentir como bajaba lentamente por la raja de mi culo y bañaba mi coño. Luego él, lentamente, pasó sus manos, masajeando todo mi cuerpo, que hervía de lujuria y pasión.
Minutos después me señaló su polla, enorme al lado de la que tenía mi ex marido, que permanecía duro y brillante, destilando un líquido transparente. Alejandro repitió la señal y, obedeciéndole, me bajé y empecé a mamar su tremendo aparato con ansia y casi con desesperación. Yo había mamado el de mi esposo muchas veces pero aquello casi no me cabía en la boca así que, muy a mi pesar, tuve que contentarme en tragarme el gordo capullo y lamerle la punta mientras con una mano le acariciaba los huevos, gordos y duros, y con la otra masturbaba el tronco del tremendo aparato masculino.
Después, excitada tope, le hice sentar en el borde de la bañera, abrí mis piernas y salté sobre su cintura, dejando escapar un grito de dolor y placer al sentirme penetrada por su hermosa verga hasta lo más profundo de mi ser.
Abrazados, sin dejar de besarnos y con sus manos acariciándome ahora los pechos, ahora el culo, empecé a moverme frenéticamente, cabalgándole como una experta amazona, hasta que me metió un dedo en el agujero del culo, cosa que no me había hecho nunca nadie, con interminables suspiros y chillidos, me corrí como una loca, sintiendo como mis jugos manaban de mis entrañas como una fuente mojando aquella mi segunda polla, que me había hecho suya y los huevos de aquel soberbio macho.
Minutos después, abrimos la llave para darnos una ducha y pasar a la habitación en donde, suavemente, me secó el cuerpo y luego, muy delicadamente, me tendió sobre la cama poniendo una almohada bajo mis nalgas y abriendo mis piernas para dejar a la vista mi delicioso, según dijo, chocho húmedo y caliente que esperaba ser devorado. Se inclinó y colocando su cabeza entre mis abiertos muslos, sacó la lengua empezó a comerme el coño con su lengua cálida, que se movía como si fuera una víbora y me provocaba orgasmos uno tras otro.
Tras dejarme casi destrozada de tanto placer, su lengua abandonó mi coño para, con agilidad y puntería, introducirme de nuevo su enorme polla en el chocho, haciendo que me estremeciera de intenso placer, ya que mi coño estaba muy caliente y su polla muy gorda y dura, lo cual volvió a provocar que me corriera un par de veces más. Dando grandes arremetidas con su polla, me penetraba una y otra vez, haciendo bailar mis grandes tetas como si se tratasen de dos gigantescas campanas, hasta que por fin sentí como su semen caliente salía a chorros y llenaba todo mi ser, haciendo que me retorciera, una vez más, en un nuevo orgasmo brutal.
Al terminar, tomé su polla entre mis labios y empecé a chuparla con la intención de que volviera a estar duro. Después de mamarla intensamente, sentí de nuevo su semen, en mi boca esta vez, y lo tragué con gran apetito y delicia.
Finalmente nos quedamos dormidos, despertando no sé al cabo de cuantas horas, sintiendo las manos de Alejandro acariciando todo mi cuerpo. Me acerqué más a él, le abracé y nos besamos, entrelazando nuestras lenguas y luego, bajando mi mano, llegué a su enorme verga de nuevo dura como un palo. Mientras yo le masturbaba, él llevó su mano a mi coño, me hizo separar las piernas y acariciándome el clítoris, me fue llevando a un lento pero profundísimo orgasmo hasta que reventé gimiendo como una loca y derramando todos mis jugos en su mano y en la cama.
Quedé derrengada sobre la cama, cosa que Alejandro aprovechó para darme la vuelta y colocar, esta vez, una almohada bajo mi vientre de tal manera que ahora lo que quedaba muy a la vista de mi cuerpo era mi gordo culazo pero no entendí lo que quería hacer hasta que se colocó encima de mí, una rodilla a cada lado de mi trasero y la polla entre mis nalgas que él separaba con ambas manos.
Mi primera idea fue apartarlo. Mi ano era virgen y además me asustada muchísimo la gordura de su tremenda verga pero luego pensé que bien se merecía tener algo virgen de mi a cambio de todo el placer que me había dado. Permanecí callada y quieta pero también muy asustada, sintiendo como me ponía algo viscoso en el ano y luego me lo penetraba, primero con uno y luego con dos dedos. Me hacía daño pero era un dolor soportable hasta que, al cabo de un buen rato de encularme con los dedos, el dolor cedió y un muy suave placer invadió mis sentidos, desde el culo al coño. Pensé que me había asustado por nada pero cuando retirando los dedos, algo muy grueso me abrió el ano, el grito que lancé debió oírse en todo el barrio. Le dije, llorando, que se fuera, que se apartara, que me la sacara del culo pues me estaba matando pero, él supo aprovechar la postura en la que me tenía, una postura en la que yo no podía moverme y a él le bastaba inclinarse para que su polla, a base de fuertes empujones, entrara en mi torturado agujero.
Estuve gritando, gimiendo y llorando, hasta que aquel tronco enorme entrara en mi hasta hacerme sentir sus gordos cojones chocar contra mis nalgas. Una vez ensartada analmente por completo, Alejandro se tomó su tiempo, entrando y saliendo de mi recto a una exasperante lentitud. Esta actuación también sirvió para aliviarme algo el terrible dolor del “enculamiento” y al cabo de un buen rato de este tratamiento, el placer había cubierto el dolor y yo ya suspiraba de gusto, momento en que Alejandro aumentó la velocidad de su taladro y casi al instante un chorro de caliente esperma entró en mi culo llenándome el recto y rebosando fuera del ano cuando él sacó se verga con ruido de botella de cava al descorcharse. Permanecí quieta un buen rato mientras él acariciaba mi espalda y mis nalgas, y fue entonces cuando tomé conciencia, a pesar del inquisitivo dolor de mi ano, de lo que me estaba perdiendo al pensar que ningún otro hombre me podría hacer feliz sexualmente después de mi divorcio.
Alejandro me había demostrado que no era así por lo que, desde estas páginas, le doy las más efusivas gracias por ser tan amable conmigo y sobre todo gracias por volver a hacerme sentir toda una mujer llena de vida y con gran deseo de gozar del sexo.
Un abrazo para todos.