Relato erótico

Cuernos para mi amigo

Charo
23 de agosto del 2019

Uno de sus mejores amigos es un poco golfo, tiene una novia divina y en cambio le pone unos cuernos a lo bestia. Un día, y sin proponérselo, se lio con la novia de su amigo. Ella no sabe que lleva cuernos, pero él tampoco.

Gabriel – Vitoria
Con vuestro permiso voy a contar una de las muchas sesiones de placer que he pasado con Patricia, novia de un amigo. Habíamos podido quedar, ya que, mi amigo se había ido de viaje.
Estábamos los dos desnudos en la cama y yo dejé caer un chorrito de vino sobre uno de sus adorables pezones y, al contacto del frío, el pezón se puso durito. Ella dejó escapar un gemido, me acerqué y devoré ese pezón, lo chupé, lo mordí suavemente y lo recorrí con mi lengua mientras ella gemía y apretaba mi cabeza contra su pecho.
Es muy cierto lo que dicen por ahí, que la mujer es como una guitarra, si la sabes tocar puedes obtener de ella las mejores melodías. Eso pasaba con Patricia que, sin pedírselo me la había mamado y que, según su propia confesión, era la primera vez que lo hacía, pero lo hizo con lujuria como nunca me lo habían hecho y me encantó. Patricia era otra persona durante el tiempo que estuvimos haciendo el amor, era sensual, angelical y salvaje a la vez.
Al terminar de hacer el amor quedamos agotados, acostados desnudos y todavía bajo los efectos del vino que habíamos bebido, aunque no mucho, solo lo suficiente para desinhibirnos. Se respiraba pasión en esa habitación e iluminados con tenue luz sentíamos la necesidad de entregarnos. Al rato me levanté de la cama y fui al baño metiéndome en la ducha y ella se me unió a los pocos minutos. Nos besamos con pasión y empecé a enjabonarle la espalda, luego bajé por las nalgas, después pegué mi cuerpo al suyo y es increíble la sensación que se siente al resbalar los cuerpos. Al final la apoyé contra las baldosas de la ducha y besé su cuello, hasta que ella giró la cara para besarnos en la boca mientras nuestros cuerpos resbaladizos se movían al mismo ritmo cada vez con mayor intensidad. Entonces apreté sus pechos y dejé que ella sintiera mi erección entre sus piernas.
Inmediatamente y ya muy excitados, salimos de la ducha, la tomé en mis brazos, nos dirigimos a la habitación y dejándola en la cama busqué el vino y las copas. Mientras servía el vino y le entregaba la copa Patricia hizo un movimiento involuntario y algunas gotas cayeron sobre su cuerpo resbalando por entre sus pechos. Nos miramos con complicidad e intencionadamente dejé que las gotas siguieran bajando.
Tampoco Patricia hacía nada por limpiarse o detenerlas y cuando las gotas llegaban a su ombligo, acerqué mi boca lentamente hacia su cuerpo, ella cerró los ojos y recogí con mi lengua el vino que rodeaba su ombligo y luego subí siguiendo el camino que las gotas habían seguido momentos antes bebiendo por la raya de sus pechos y al hacerlo quedé encima de ella, tomé la copa y le di de beber en la boca e inmediatamente nos besamos intensamente.
Ella gemía cada vez más mientras yo bajaba por su barriguita pasando mi lengua hasta que separé más sus piernas y seguí bajando hasta recorrer su sexo, ya húmedo, una y otra vez, deteniéndome en el clítoris. Ahora Patricia dejaba caer el vino por su cuerpo y yo lo recibía justo sobre su sexo.

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Ella se movía con desesperación. A continuación levanté sus piernas, dejé caer unas gotas sobre ellas y las recogía con mi lengua. Bebí vino de sus nalgas y la parte interna de sus suaves muslitos. Sus gemidos intensos y la expresión de su rostro me excitaban sobremanera.
Volví a su sexo ardiente y lo devoré una y otra vez, luego la penetré con un dedo, después con dos mientras devoraba su clítoris. Lo hacía con mayor intensidad cada vez y ella gemía y gritaba de placer cada vez más fuerte y al momento empecé a sentir que sus piernas se contraían. Le venía el orgasmo y al sentirla casi correrse la dejé y me levanté. Quería hacerla esperar y aumentar su excitación al punto de la desesperación.
Ella, entonces, se levantó, me empujó hacia atrás, quedando yo acostado, tomó vino, lo arrojó sobre mi pene erecto y rápidamente lo recorrió con la lengua para después devorarlo completamente. Yo disfrutaba de aquello. Me lo mamaba con una intensidad tremenda, se lo tragaba y me miraba con lujuria mientras lo hacía, acariciaba mis bolas y chupaba la cabecita de mi polla. Patricia cerraba los ojos por momentos y gemía mientras lamía y chupaba. Era yo el primer hombre a quien se la mamaba pero su excitación la había convertido en una experta en su primera noche.
Al cabo de unos minutos se levantó colocando un pie a cada lado de mi cuerpo y se fue sentando. Lo hacía lentamente, disfrutando cada instante y se detuvo justo cuando su chocho tocó la cabeza de mi pene. Entonces lo cogió con su mano y lo dirigió justo a la entrada de su raja húmeda. En esa posición lo rozaba, gemía y me torturaba con el deseo.
Finalmente colocó la cabeza dentro de ella y se fue sentando lentamente sintiendo entrar dentro de sí cada pedazo de mi pene caliente y duro. Al mismo tiempo que bajaba su cuerpo, se movía haciendo círculos con sus caderas. Los dos gemíamos y al llegar hasta el fondo, ella se quedó quieta por unos segundos, gimiendo y suspirando, luego comenzó a moverse muy lentamente en círculos. Seguimos gimiendo y poco a poco aumentaba el ritmo, después comenzó a cabalgar subiendo y bajando, apoyando sus brazos sobre mi pecho y yo acariciaba sus tetas y las estrujaba, pellizcaba suavemente sus pezones e introduje mis dedos en su boca que ella chupó mientras cabalgaba cada vez más fuerte. Por momentos se quedaba con todo dentro y se movía en círculos para luego volver a cabalgar fuerte. La oí gemir más y más fuerte, la notaba contraerse y mientras ella se movía yo respondía a su ritmo con mayor fuerza cada vez. Lo hicimos salvaje, solo oían gemidos pero noté que sus piernas se contraían. Yo gritaba sintiendo que me corría, apreté sus tetas y empujé hacia arriba al ritmo de la cabalgada. Así tuve un tremendo orgasmo y ella, inmediatamente que pudo, se levantó y se puso a cuatro patas y sin dejar de gemir me pidió:
– ¡Dame duro, amor… hazme tuya!
Otra deliciosa sorpresa de mi dulce y salvaje Patricia, multiorgásmica. La cosa me calentó tremendamente, me coloqué detrás de ella y la penetré rápidamente, moviéndonos salvajemente, gritando de placer y mientras entraba y salía de su ardiente cueva, estiré mi mano, agarré el vino y dejé caer chorros sobre su espalda. Ella se contrajo al sentir el frío pero se excitó más exclamando:
– ¡Aaah… amor, así… dame más duro… aaaah… no pares…!.

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Mientras la penetraba con fuerza lamía el vino que corría por su espalda y chorreaba sobre sus nalgas. Yo sacaba la polla al completo y se la volvía a meter con fuerza mientras ella empujaba hacia atrás para sentirla llegar más fuerte. Le di alguna nalgada y lamí el vino de su espalda hasta que sentí que me corría, no podía más, la agarré de las caderas y empecé a bombearla cada vez más rápido, más y más salvaje hasta corrernos juntos en otro tremendo orgasmo.
– ¡Aaaah…! – gritaba – ¡Échamelo atrás, lo quiero atrás! – pedía.
Justo antes de correrme se la saqué y me corrí entre sus nalgas mientras ella se movía sintiendo mi polla dura echársela en el culo, luego se lo rocé por atrás regando todo mi esperma sobre ese hoyito trasero. Quedamos casi sin sentido por un instante, luego me tiré a su lado ella se quedó sobre mi y nos dormimos así mismo.
Al día siguiente desperté, Patricia no estaba a mi lado y por un segundo pensé que había tenido un sueño demasiado erótico y real con mi pequeña amiguita de rostro angelical, hasta que ella apareció vestida y rompió mis pensamientos. Su rostro no era muy alegre y me dijo:
– No sé como llegamos a esto, no sé porque actué así, nunca he sido así, soy muy tranquila, ¿que me pasó, lo de anoche no fue bueno?
– ¿No te gustó? – le pregunté.
– Me gustó demasiado y ese es el problema, nunca lo había sentido de esa manera tan intensa y me da miedo… además lo que hicimos no debió pasar.
– Solo te ayudé a descubrir algo que había en ti, algo que no habías descubierto antes, es parte de ti y te lo estabas perdiendo, pero tienes razón no debió suceder entre nosotros – dije.
– No sé qué va a pasar – dijo y dándome un beso tierno en la boca, se fue.
Los siguientes días no nos vimos ni hablamos mucho, creo que ambos lo tratábamos de evitar y cuando nos veíamos nuestra conversación era forzada. Yo sabía que Juan seguía haciendo de las suyas y la relación entre él y Patricia empeoró.

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Una noche Juan y Patricia vinieron a visitarme a mi apartamento, estuvimos conversando y viendo la tele hasta que, en un momento Juan recibió una llamada en el móvil, luego se levantó y dijo que tiene que hacer algo urgente pero que volvía pronto diciéndole a Patricia que lo esperase pero luego se me acercó y me dijo discretamente al oído que no pensaba volver, que me encargase de llevar a Patricia a su apartamento cuando ella quisiera irse y que luego se inventaría una excusa con ella.
Muchas cosas pasaron pero lo que sucedió os los contaré en otra carta.
Saludos.

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