Relato erótico
Cuernos consentidos y buscados
Tiene la polla pequeña y esto lo ha acomplejado. El sexo con su mujer era muy básico y conseguir que se la chupara era una odisea. Desde hace algún tiempo su mujer lo acompaña a la empresa y lo ayuda a controlar alguna obra. Poco a poco ha aprendido tanto que desde entonces manda en su empresa y su vida sexual.
Andrés – Almería
Siempre tuve complejo de polla pequeña. No sé si mis 14 cm dan la media nacional, o si es verdad que el tamaño no importa, pero lo cierto es que hubiese preferido un buen pollón, de al menos 20 cm, a una lotería primitiva. Puede que este complejo influyera en la sensación que siempre me quedaba después de follar con mi mujer de que ésta no había quedado convenientemente satisfecha, pese a que me considero un artista comiendo coños. Muchas veces me desperté agobiado tras una pesadilla en la que se follaban a mi mujer y disfrutaba más que nunca la muy guarra.
Gloria, mi mujer, tiene 39 años y está de muy buen ver. Tiene buenas y gordas tetas, aunque un poco caídas después de tres embarazos, y sobre todo, un culo imponente. Es una madurita apetecible que cuando se pone minifaldas todavía pone caliente a más de uno que anda salido por ahí. Nuestra vida sexual puede considerarse normal, con un par de polvos a la semana y he logrado, después de varios años de insistencia, que mi mujer me la chupara, aunque cuando lleva un rato chupando o cuando sale líquido preseminal, siempre le dan arcadas y deja inmediatamente de hacerlo. De francés “bebido” nada, por tanto. Tampoco conseguí nunca, en quince años de matrimonio y varios más de experiencia prematrimonial, follar su culo, tan solo alguna vez logré introducirle mi dedo índice en el ano, teniéndolo que retirar rápidamente al decirme que tenía mucho dolor. Gloria, eso sí, se deja comer el coño todas las veces, dice que tengo una lengua maestra, y eso me hace sentir halagado por una parte y agobiado por otra, pues siempre se refiere a mi lengua, nunca a mi polla de 14 cm. Gloria me dice que tiene buenas corridas, aunque tampoco nunca conseguí follarla más de una vez en un día.
Soy empresario de la construcción y Gloria, desde hace algunos meses, me acompaña al trabajo, haciendo labores de secretaria. Ha ido adquiriendo experiencia en este tiempo, tanta que ya hace sola algunos presupuestos y que, incluso, controla la evolución de algunas obras. El negocio nos va muy bien y en este momento tenemos en la provincia de Barcelona más de cinco obras en marcha y a veces pido a Gloria que vaya sola a algunas obras, dividiéndonos así el trabajo.
Mis encargados, al principio, tuvieron reparos en admitir a una mujer dirigiendo sus tareas, pero poco a poco, van confiando en ella y se dejan gobernar. Especialmente me llamó la atención el cambio de aptitud de Miguel y su cuadrilla, que hacen una reforma en Bagur y que de parar la obra al principio no admitiendo los consejos de mi mujer, han pasado a no dar más la lata, hasta el punto de no saber nada de ellos desde hace algunas semanas. Gloria se encargaba todos los días de dirigir la reforma.
Hace una semana me decidí a visitar la obra de reforma de esta localidad por sorpresa, quería conocer la evolución de la misma y no avisé a mi mujer, ya que se enfadaba cuando seguía sus pasos, pues parecía que no confiaba en ella, según luego me regañaba. Así que esperé a las seis de la tarde, cuando todos los obreros se marchan, y me fui a la obra. Era la reforma de un local comercial para un supermercado, más de mil metros cuadrados, y nos quedaban solo dos meses de plazo para terminarla.
Cuando llegué, la puerta de acceso a la obra estaba cerrada y ya se había ido todo el mundo. O eso creía yo, pues oía de fondo un ruido muy raro, de varias personas, que procedía de la obra. Como nadie me esperaba, y tenía copia de las llaves de acceso, me colé con sigilo en el local a ver qué estaban haciendo. Al final, en una de las habitaciones, todavía en bruto, parece que había una luz tenue y, a medida que me aproximaba, era más fácil distinguir los sonidos, jadeos extraños por una parte, risa y alboroto por otro. Las paredes de la habitación todavía estaban en ladrillo tosco, con algunos boquetes por los que se podía ver el interior, y a uno de ellos me asomé, descubriendo una escena que por poco provoca mi desmayo. Miguel estaba morreándose con Gloria, los dos de pié. Mi mujer con las gordas tetas al aire y su minifalda subida hasta la cintura. Tres obreros más de la cuadrilla miraban la escena sentados en una esquina de la habitación y bebiendo cervezas, mientras que otro, de pie, se pajeaba contemplando la escena.
Miguel besaba a mi mujer con frenesí, como queriéndole comer la lengua, y le chupaba la boca mientras con las dos manos la aproximaba hacia sí agarrándola por el culo. De pronto tanto le comía la boca con violencia, como pasaba a chuparle el cuello o a comerle las tetas, manteniendo siempre bien agarrado el culo, apretando y separando los cachetes de mi mujer.
– Fóllate a esa puta, Miguel, fóllatela bien que ahora vamos nosotros… así, así, Gloria, vamos a follarte mejor que el cabrón de tu marido – decía uno.
No paraban de beber cerveza a gañote y de decir improperios.
Miguel, de pronto, apartó las dos manos del culo de mi mujer y las llevó hasta sus hombros. El dedo pulgar de la mano derecha lo metió en la boca de Gloria, que lo chupaba como un caramelo, con una cara de ramera que jamás le había visto, mientras que con la mano izquierda empujaba el hombro hacia abajo, provocando que Gloria se pusiera en cuclillas. De pronto, la cara de mi mujer estaba ante el paquete impresionante de Miguel, que, aunque llevaba pantalones americanos, hacía ver un enorme bulto que, sin duda, mi mujer conocía muy bien por la confianza con la que abría su portañuela e introducía una de sus manos.
De la bragueta de Miguel salió una polla de considerable tamaño, mucho más grande que la mía, descapullada, sobre la que Gloria se abalanzó. Me sorprendió el comportamiento de Gloria, que a duras penas quería comerme la polla, cuando chupaba con gula el enorme capullo que se le mostró delante. Gloria engullía la polla de Miguel con maestría, sin duda había aprendido mucho en los últimos meses.
Se introducía en la boca los casi 20 cm de Miguel para luego sacarla completamente y hacer como si se pintara los labios. Daba lametazos, escupía la polla antes de introducírsela otra vez casi entera, recorría el tronco de Miguel hasta su base, casi haciendo perder el equilibrio del encargado que todavía tenía los pantalones por los tobillos, besaba los huevos sudados de Miguel, se los metía en la boca y los chupaba como una loca. Miguel jadeaba y disfrutaba, haciéndome un cabronazo, y mi mujer no paraba de darle placer con su lengua, hasta que Gloria agarró la polla de Miguel por su base con las dos manos y empezó a hacerle una paja de campeonato a mi encargado mientras mantenía el capullo en la boca, dando lengüetazos, cuyos chasquidos yo escuchaba a la perfección, a pesar del jaleo que armaban los tres cerveceros mirones.
De pronto Miguel comenzó a tensar los muslos y los gemelos poniéndose de puntillas y lanzando un aullido que rompió mi corazón. Estaba corriéndose en la boca de mi mujer, con abundancia, tanta que Gloria abría la boca y apenas podía contener la leche del encargado que salía a borbotones inundando la boca, la cara, incluso el pelo de mi mujer, que estaba hecha una verdadera guarra, y que disfrutaba con lo que hacía.
Mientras Miguel se relajaba y quedaba exhausto, mi mujer le limpiaba la polla divinamente, como queriendo dar vida nuevamente a la serpiente que tenía delante. Mientras tanto, el obrero que de pie se pajeaba viendo a mi mujer y a Miguel, se acercó rápidamente a mi mujer, y también ofreció su polla a la boca de Gloria que nada más abrirla recibió otra descarga tan abundante como la del encargado. El obrero lanzaba trallazos de leche que cubrían la cara de mi mujer, que aunque lo intentaba, no conseguía captarlos todos con su boca. Allí estaba Gloria, mi mujer, que casi todas las veces se hacía conmigo la estrecha, de rodillas en la obra recibiendo leche a raudales, con las tetas al aire, la falda levantada y el pelo y la cara llenos de lefa, con un rostro desencajado, pidiendo más guerra, como una putona en celo.
Cuando mi mujer hubo terminado de mamar, Miguel y el otro se apartaron a una esquina para beber una cerveza, y los tres obreros que antes observaban, se reían y decían improperios, se pusieron de pie y se dirigieron al centro de la habitación, donde Gloria estaba todavía de rodillas.
– Ven, levántate, que esto todavía no ha sido nada – le decía uno de los obreros ofreciéndole la mano para que mi mujer se pusiera de pie.
Mientras, los otros dos obreros cogían dos bidones de la obra y separándolos un par de metros colocaban en lo alto varios tablones de madera, creando como una mesa rudimentaria que les llegaría a la altura de la cintura. Gloria se puso de pie y el obrero que la alzó se fue con la mano directamente a su coño, separándole las braguitas, y metiendo un par de dedos en su chocho. Mi mujer debía estar muy mojada y caliente, pues los dedos entraron con mucha facilidad y las bragas se veían chorreando. El obrero, con dos dedos en el chocho, le tiraba del pelo hacia atrás y acercaba su boca al oído diciéndole cosas guarras que todos escuchábamos.
– Cómo me gustas. Hoy te vamos a partir el culo, lo sabes, te vamos a follar bien follada, y tu maridito de los cuernos no va a poder entrar por la puerta. Ah, y después de follarte quiero que me des un anticipo, sabes. Pídele dinero al cabrón de tu marido para nosotros, que todos lo días vamos a darte tu ración de polla, como te mereces.
El obrero acercó a mi mujer hasta la zona de los tablones, tirándole de los pelos y le ordenó:
– Ahora desnúdate enterita para nosotros y danos un besito en la polla, putona, que lo estás deseando.
Gloria se quitó la falda y las braguitas quedándose únicamente en tacones, mientras que los tres obreros apostados enfrente se deshacían de sus pantalones y camisetas. Estaban sucios y sudados del día de trabajo y se movían sus hermosas pollas apuntando a mi mujer. El que lideraba el grupo, tenía una polla de enormes dimensiones, unos 25 cm diría yo, con un capullo oscuro y un calibre impresionante. Era un pollón de campeonato que apuntaba al cielo con potencia. Los otros dos también calzaban buenas pollas, una de unos 18 cm y otra de más de 20 cm. Sin duda, mi mujer se iba a dar el lote, la muy puta. Gloria se agachó y comenzó a chupar el mástil de 25 cm, pajeándolo al mismo tiempo. Los otros dos obreros se aproximaron, y mi mujer comenzó también a propinarles lengüetazos en sus respectivos capullos. Cuando las pollas estaban en plenitud de acción, el dueño del súper pollón, que dominaba a mi mujer dijo:
– Vamos a darle su merecido a esta guarra, compañeros.
Entonces mi mujer, que, sin duda, no era la primera vez que hacía esto, se subió a los tablones alzando el culo y poniendo su coño chorreante a la altura del pollón de 25 cm. El obrero no hizo mucho esfuerzo para clavar entera la polla en el coño de mi mujer, mientras que Gloria jadeaba como nunca la había oído y se inclinaba hacia atrás comiéndose al mismo tiempo las pollas de los otros dos obreros, entre lamentos y quejidos de placer. La enorme polla del obrero penetraba a mi mujer con potencia hasta que mi mujer tuvo las primeras convulsiones. Estaba corriéndose como una loca y no dejaba de comerse las otras dos pollas.
Cuando mi mujer se hubo corrido el obrero sacó su polla de 25 cm y comenzó a refregar su capullo en el clítoris de mi mujer, que seguía entonces corriéndose sin parar.
Los otros dos obreros excitados comenzaron a eyacular abundantemente en la cara y la boca de mi mujer, que aguantaba los lechazos y que se derretía de gusto con la polla que acariciaba su clítoris y que demostraba tener mucho aguante.
– Ahora voy a follarte el culo, zorra. ¿Te gusta mi polla, verdad? Pues ya nunca tendrás que hacer esfuerzo para cagar, puesto que te voy a romper el culo. Seguro que el cabrón de tu marido nunca te ha follado como yo te voy a follar.
El obrero cogió por la cintura a mi mujer, que todavía escupía leche a raudales, y la puso a cuatro patas en la mesa, para comerle el culo con muchas ganas. Yo creo que Gloria se corría de gusto otra vez. El obrero, mientras le comía el culo a mi mujer, llevaba la mano a su boca y a su cara, coleccionando restos de leche de las corridas de sus compañeros, y metía la leche en el culazo de mi mujer para que le sirviera de lubricante, metiendo primero un dedo, luego dos, hasta tres, sin que la puta de mi mujer rechistara, todo lo contrario, echaba el culo hacia atrás como queriendo que esos dedos la penetraran más profundamente. Cuando el culo de Gloria estaba bien lubricado, el obrero cogió en brazos a mi mujer y la puso a cuatro patas en el suelo, como una perra. Se puso detrás de ella, agachándose, y apuntó al orificio anal de mi mujer que chorreaba saliva y leche. Yo pensaba que ese pollón no lo aguantaría Gloria, pero, sin embargo, resistió estoicamente. Solo dio un gritito de sufrimiento cuando el obrero apretaba su capullo con fuerza contra el esfínter anal de mi mujer. Pero una vez que traspasó la barrera, el obrero introdujo poquito a poco su enorme polla en el culo de mi mujer, que lo movía en círculos y gritaba más y más como poseída. El culo de mi mujer estaba tan estrechito que, sin duda, esto haría que el obrero, con su enorme pollón, se corriera pronto en las entrañas de mi mujer, dejándose entonces caer sobre ella y comiéndole la nuca en ese momento. Gloria cayó también sobre el suelo con la cara de lado, desencajada, mirando hacia donde yo miraba por un boquete. Estaba guarra, muy guarra, con el pelo pegajoso, todo el maquillaje corrido, la cara llena de leche, y un enorme obrero, sudoroso y satisfecho, sobre su espalda, con una polla de 25 cm en su culo, que había sido la delicia de mi mujer.
Aquella tarde descubrí que en casa tenía toda una puta, un putón verbenero, que sí que disfrutaba con las pollas grandes, con lo que yo no podía darle. Pensé entonces en irrumpir en la habitación en obras y provocar un escándalo, pero opté finalmente por salir nuevamente con sigilo e irme llorando y desesperado.
Llevé al coche hasta un descampado y recordando las escenas que había vivido, comencé a ponerme cachondo y me hice una paja de campeonato. Desde entonces Gloria dirige casi todas las obras, siendo el encanto de todos los encargados y obreros de la cuadrilla. Eso sí, he tenido que subir el sueldo varias veces a toda la plantilla y todas las noches, cuando vuelve a casa, me deja olisquearle el coño y comérselo, notando yo unos sabores raros, que cada vez me gustan más, y que ella comenta que son producto de los desarreglos hormonales propios de su edad.
Saludos de un cabrón consentido.