Relato erótico
Cuanto más cerca…
Por motivos laborales, la hermana de su mujer, tenía que trasladarse a su ciudad y quería saber si podía vivir con ellos una temporada. La casa no es muy grande y las paredes muy “finas” y esto provocó un cambio en su vida sexual.
Paco – Barcelona
Yo diría, amiga Charo, que mi problema comenzó siendo más bien un problema de espacio físico, porque de haber sido mí casa de mayor extensión quizás no se hubiese producido. Además que la construcción es moderna y sabido es que las paredes de hoy en día “transmiten” con facilidad los sonidos, sobre todo en la noche.
Mi mujer, una morena espectacular a quien yo quiero mucho y la que me tenía loco con sus artes amatorias nocturnas, tiene una característica natural muy provocadora y es que ella al llegar al orgasmo desencadena una serie de gritos de placer de intensidad creciente. Ella dice que es una manifestación espontánea que no puede evitar y que le ayuda para alcanzar cumbres de pasión casi desmesuradas. Esto ocasiona en mi una calentura furiosa de modo que más me aplico en la tarea amatoria y ella más grita lo que constituye un círculo vicioso, realmente vicioso, que se puede oír fácilmente en cualquier rincón de la casa.
Mientras estuvimos viviendo solos esta situación descrita era más bien un tema divertido y excitante en nuestras conversaciones, pero ya no lo fue tanto cuando ella me dijo que su hermana soltera, cuatro años menor, se vendría a vivir con nosotros con la esperanza de encontrar aquí en la capital mejores perspectivas de trabajo. Yo no me opuse a tenerla con nosotros y cerca de tres semanas después fuimos a esperarla a la estación.
Mi cuñada tenía entonces 22 años y era morena como mi mujer, pero de figura más bien delgada y mantenía su cabello sujeto detrás de la cabeza con una cinta. Era de carácter alegre y a los poco días estaba totalmente integrada a la familia, había encontrado un primer trabajo y hasta tenía un novio. Esto mantenía muy contenta a mi mujer que no dejaba de decirme lo feliz que estaba de poder ayudar a su hermana.
Los sábados acostumbramos hacer una reunión de familia e invitamos a almorzar a mi suegra, una mujer de 50 años, morena como sus hijas, que ya está en su tercer matrimonio y posee unas tetas gordísimas pero que hay que reconocer que son una maravilla. Mi suegra es una mujer moderna. Fue en ese almuerzo donde mi cuñada, que apareció recién salida de la ducha solamente tapada con una toalla y sin sentarse a la mesa, le dijo a mi mujer:
– Vaya como gritas hermana cuando te corres, ¿eh?
Nadie se movió ni hizo comentario alguno, cosa que ella lo interpretó como una aceptación y continuó diciendo con desparpajo:
– Eres una zorra caliente.
Fue entonces que me di cuenta que en ningún momento habíamos tenido cuidado con los gritos nocturnos de mi mujer y que naturalmente mi cuñada los había oído todas las noches. Esto cambió drásticamente la opinión que yo tenía de mi cuñada y me di cuenta que, mentira o verdad lo que contaba, ella era una potranca joven llena de deseos que no hicieron más que despertar los míos.
A partir de esa noche me empeñé más que nunca en satisfacer los deseos más recónditos de mi mujer a fin de no despertar en ella la menor de las sospechas, pero debí admitir que desde ese momento, mientras le arrancaba los más delirantes orgasmos y mientras ella llenaba la casa con sus gritos, yo estaba pensando en mi cuñada que seguramente en su cuarto, a tres metros de allí, se revolvía de calentura escuchándonos.
Entonces yo me iba al cuarto de baño y pensando en esa yegua joven me masturbaba como un loco como en los mejores tiempos de mi adolescencia y comencé a disfrutar de ese placer inefable de tirarme a mi mujer pensando en su hermana que solo los que lo hacen saben lo morbosamente delicioso que es.
Yo tenía bien claro que llegar a poseer a mi cuñada estaba lejos de cualquier posibilidad porque yo arriesgaba en ello la vida. Conocía a mi mujer y sabía que en un arrebato de celos era muy capaz de meterme un tiro pero, al parecer, este peligro inminente no hacía sino aumentar mi calentura por la muchacha.
Dejaba correr el tiempo y continuaba mi rutina de hacer gritar a mi mujer para que escuchara mi cuñada y mis pajas nocturnas en el baño ya estaban alcanzando niveles enfermizos, estaba perdiendo peso y mi mente permanecía fija en mis deseos incestuosos despreocupándome de todo lo demás. Una vez que un deseo así se instala en la mente, no hay forma de arrancarlo y nos va aprisionando en su hoguera sin dejarnos pensar con claridad. Fue así que llegó el día en que en medio de una de las habituales descripciones de mi cuñada acerca de sus proezas eróticas nos dijo al final:
– Lo que pasa es que quedo tan cansada después de tanto sexo que caigo en sueño profundo y no despierto aunque mi novio trate de despertarme para continuar follando.
Yo oí en silencio cuando mi mujer dijo, dirigiéndose a su hermana:
– A mi me pasa lo mismo.
Por la noche, después de la habitual sesión de griteríos de mi mujer, esperé un tiempo prudencial y en seguida traté de moverla en la cama. La mujer no daba señales de despertar. Me levanté, caminé por la habitación haciendo todo tipo de ruidos, fui a la cocina moví tiestos, tiré otros al suelo, pero nada logró despertar a mi mujer y cuando volvía a mi cuarto, en medio de la oscuridad, oí la voz de mi cuñada diciéndome:
– No seas idiota, no va a despertar – mientras me cogía de la mano y me introducía en su cuarto añadiendo en voz baja – Yo no tengo novio, no tengo nada, pero si no tomaba yo la iniciativa tú jamás habrías salido de las garras de mi hermana.
Me dejé llevar hasta su cama donde mi caliente cuñada, ya desnuda completa, me demostró con erótica elocuencia que era capaz de desencadenar los más deliciosos orgasmos en el más profundo silencio y era también capaz de llevarme a cumbres insospechadas de calentura. Me dijo que había conversado con mi mujer e inventándole mil cosas escabrosas de sus imaginarias sesiones de amor con su novio inexistente.
Días más tarde me enteré de que mi suegra hablaba muy bien de mi, aunque resulte increíble, diciendo que era un magnifico marido y esto se lo había confesado a mi mujer y a su hermana en sus habituales conversaciones. Esta sobre valoración de mi propia autoestima fue la que me llevó a concebir la idea, a todas luces descabellada, de tirarme a mi suegra. La había observado los últimos sábados y si uno la miraba con calma ella era como la suma de ambas hijas. A mi me parecía que ella tenía las tetas de mi mujer, grandes y redondas, y las caderas de mi cuñada, pero lo que indudablemente era propiamente de mi suegra era su culo.
La verdad es difícil describir un culo, pero si puedo decir lo que yo me imaginaba. Yo pensaba que el culo redondo y prominente de mi suegra estaba pleno de una sabiduría que solo pueden dar los años y el trabajo consciente de tres maridos trabajando en el durante en tiempo de deleite, y que a través del ejercicio se había transformado en un culo capaz de enseñar, en un culo didáctico del cual uno podría aprender secretos arrebatadores.
Por otro lado había aparecido en mi una especie de disfrute de ese manjar de los dioses que es el morbo y al mismo tiempo pensaba, ya al borde de la paranoia, que en cierto sentido yo estaba ejerciendo una labor de unión familiar al querer tener a las tres bajo el delicioso yugo de mi polla desbocada. La idea de tirarme a mi suegra se albergó en mi mente como una infección que crecía constantemente, hasta que llegó un momento en que no pudiendo contener ese ya doloroso y quemante secreto se lo dije a mi cuñada.
Nos habíamos acostumbrado a fantasear mientras follábamos y hacíamos imaginarios tríos con mi mujer y yo notaba que mi cuñada se enardecía de calentura cuando yo le describía lo que haríamos, de modo que en medio de esas fantasías yo le conté mis deseos sexuales con su madre. La muchacha pareció como recibir el impacto de un rayo, se desparramó en un orgasmo arrebatador mientras me decía que sería fantástico, que ella tenía como una rabia sorda contra los maridos que ella había tenido, que los odiaba y que la calentaba sobre manera el solo pensar que yo me la tirara, que se imaginaba la escena más caliente que nada y que me ayudaría a lograrlo.
A la luz de estas palabras ambos recuperamos el ardor y follábamos como locos imaginando el momento en que podría follarme a mi suegra, lo que hacía arder aún más a esta yegua joven de mente tan perversa como la mía.
Ese sábado mi suegra vestía unos jeans que ella lucía como si tuviese 20 años menos. Su culo monumental parecía a punto de reventar la tela, sin embrago era justo reconocer que su redondez y aparente solidez me comunicaba una calentura que apenas podía dominar ante mi mujer.
Ese mensaje que parecía emanar del culo de mi suegra parecía captarlo nítidamente mi cuñada que con su mirada y su sonrisa me daba a entender que lo estaba disfrutando tanto como yo. Después de almuerzo mi cuñada y mi mujer nos dijeron que irían a una venta especial de ropa de invierno que había en una de los centros comerciales de la ciudad. Esto no era novedad porque a menudo lo hacían y mi mujer no tenía problema en que yo quedara solo en la casa con su madre.
Besos y lo que sigue ya os lo contaré en una próxima carta.