Relato erótico

Cuando menos te lo esperas

Charo
31 de mayo del 2020

Es profesor en la universidad y está casado. Una compañera fue a verlo al despacho y le dijo que tenía un problema. La impresora se había estropeado y tenía que preparar un examen para el mediodía. Él le ofreció la impresora de su casa.

Amadeo – BARCELONA
Querida Charo, todo empezó el pasado 9 de junio, un día radiante, veraniego, cuando una profesora, compañera y amiga de la universidad donde trabajo, muy simpática y de carácter muy abierto, vino a mi despacho y me dijo:
– Perdona Amadeo… ¿puedes hacerme un favor?
Resulta que necesitaba imprimir un examen que tenía esa misma tarde. En la universidad no podía porque había una avería y estábamos sin suministro eléctrico, y como yo vivo cerca, me pidió si podíamos ir a mi casa para que le imprimiera el examen allí. Tenían para varias horas con la reparación, según avisaron en el momento de la avería, y ella tenía que hacer las copias esa misma mañana, pues el examen era a las 3h.
Precisamente unos días antes, mientras desayunábamos casi solos en el bar de la universidad, me confesó susurrándome que estaba pasando una mala época con su marido, pues él casi nunca tenía ganas de relaciones intimas. Yo le confesé que hacía unos años me estaba pasando algo similar con mi mujer, que había perdido el deseo desde hacía tiempo.
Pensando en todo eso, me pareció una buena oportunidad para estar con ella a solas, pues la encontraba muy simpática… ¿y quien sabe? Además, no había nadie en casa, pues mi mujer trabaja fuera de la ciudad y los niños a esas horas están en el colegio. Así que le dije:
– Desde luego, podemos ir ahora si quieres, esta mañana no tengo clase.
Salimos enseguida y nos dirigimos a mi casa, donde llegamos en cinco minutos. Mientras entrábamos le comenté que mi mujer no vendría hasta la tarde, nos dirigimos al estudio y ella, por el camino, me dijo:
– Menos mal, si no fuera por ti… – y mientras subíamos al estudio añadió – Oye, tienes una casa estupenda… me gusta.
Ya en el estudio, delante de mi mesa con el ordenador, me dio el disco extraíble con el documento a imprimir.
Mientras me sentaba y ponía en marcha el ordenador, ella se me acercó por detrás y con suavidad me dijo:
– Parece que tienes el cuello un poco tenso… esto te ira bien.
Y empezó a masajearme el cuello y los hombros. Al rato me giré agradablemente sorprendido, ella me miró con una sonrisa, acercó sus labios a los míos y me los besó fugazmente, diciéndome:
– Gracias por ayudarme.
Le devolví una gran sonrisa y mientras ponía el disco extraíble en el puerto USB del PC, le dije:
– Enseguida lo tendrás impreso.
– Entonces te espero en la sala – me dijo ella – Voy a curiosear un poco si no te importa…

Yo le contesté que se considerase como en su casa y que podía mirar lo que quisiera, pero cual fue mi sorpresa cuando, al terminar de imprimir y dirigirme a la sala, solo unos minutos después, con el documento en la mano, ella… ¡estaba casi desnuda! Llevaba solo el tanga blanco y estaba estirada completamente en el sofá. El resto de su ropa estaba sobre la mesita de la sala. No me lo creía, me quedé inmóvil, casi se me cae el examen al suelo y entonces me dijo:
– Tenía calor Amadeo. ¿No te importa verdad?
– Por supuesto que no… Ya te dije que puedes estar como en tu casa – le dije poco a poco y acercándome a ella.
Se levantó, avanzó lentamente hacia mi, mientras me la miraba de arriba a abajo, se acercó, me tomó por la cintura, me atrajo hacia ella, acercó sus labios a los míos y comenzó a besarme, primero suavemente y al ver que yo le correspondía, siguió más apasionadamente mientras empezamos a abrazarnos hasta que, en un momento de pausa me susurró al oído:
– Tenía muchas ganas de estar a solas contigo.
Sin dudarlo acaricié sus cabellos, su espalda y su trasero mientras le susurraba:
– Yo también tenía ganas, me gustas, estás preciosa.
Empecé a desnudarme mientras yo acariciaba y besaba todo lo que su cuerpo me ofrecía. Acariciaba su trasero, sus senos y sus cabellos. Solo me quedaba el slip cuando se agachó y, poco a poco, lo fue deslizando hacia abajo liberando a mi polla de la tela que la oprimía, dejándola salir. Estaba dura, grande, muy excitada y ella empezó a acariciarla de arriba a abajo, suavemente hasta que, de pronto, empezó a lamerla, a chuparla mientras me acariciaba los huevos suavemente y eso me puso a tope.
Se levantó y entonces me agaché yo, acaricié sus caderas, sus nalgas y sus piernas, cogí su tanga con ambas manos y lo fui deslizando hacia abajo mientras le iba besando el vientre. Poco a poco, desde el ombligo hacia abajo, dejé al descubierto el vello de su pubis, y deslicé su tanga hasta el suelo. Empecé a acariciar con ambas manos su zona púbica y como estábamos junto al sofá, entonces ella se recostó en él.
Sin dudarlo, poco a poco, empecé a lamerle el clítoris, suavemente, de abajo a arriba. La notaba cada vez más excitada, su respiración era más y más agitada y entonces me dijo:
– ¡Mmmmm… ven, ven… acércate más… quiero que me folles, Amadeo!
Me recosté junto a ella y empecé a jugar con mi polla, dura y erguida, rozando su clítoris, acariciándolo con la punta y luego, poco a poco, entrando un poco y saliendo, una y otra vez, aunque cada vez más dentro de su chocho, mientras mis manos no paraban de jugar con sus tetas, redondas y con los pezones erguidos que se los lamía, besaba y acariciaba.

Poco a poco mi polla se fue deslizando más y más, entrando por completo hasta el fondo de su coño y ella, abrazándome fuertemente, me dijo al oído:
– ¡Que buena, me gusta tu polla… puedes correrte dentro, no hay peligro!
Ambos gemíamos de placer y comenzamos a movernos, primero poco a poco, luego más deprisa y después mucho más deprisa. Ella gritaba de placer, me abrazaba, me clavaba las uñas hasta que tuvo un orgasmo increíble.
Unos segundos después, mientras oía sus gemidos de placer y sentía sus uñas, su calor, su humedad y las contracciones de su vagina sobre mi polla, acabé corriéndome completamente, lo que la hizo gritar nuevamente al sentir mi tibio semen desparramarse dentro de ella, hasta el fondo de su vagina. Luego estuvimos así, unidos y abrazados, un buen rato, recobrando la respiración, exhaustos y sudorosos.
Aquella tarde, cuando pasé por delante del aula durante el examen, me devolvió una sonrisa y un guiño de complicidad.
Desde entonces hemos aprovechado alguna oportunidad más cuando se nos ha presentado.
Saludos.

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