Relato erótico

Era una diosa

Charo
26 de diciembre del 2019

Estaba pasando las vacaciones con unos amigos en la playa. Cada noche de juerga, resaca al día siguiente y así cada día. Bajo a la piscina de los apartamentos y vio que una chica le observaba desde uno de las terrazas.

Enrique – La Rioja
Yo no soy de mucho dormir, y después de comer me apetece bajarme a la piscina donde un baño puede arreglarme el cuerpo, para luego en la misma piscina ponerme a leer el periódico o alguna revista. Así que eso mismo fue lo que hice. Según terminé de comer me puse el bañador, cogí el periódico y después de oír como todos mis amigos me ponían de loco para arriba, bajé a la piscina.
Por supuesto a estas horas de la tarde no había nadie en el recinto de la piscina, salvo yo, mi periódico y mi terrible resaca. Lo primero que hice fue bañarme durante un rato y de forma casi milagrosa todo ese malestar que me invadía desapareció por completo.
Después de secarme bajo los rayos del sol, me tumbé en el césped y me dispuse a leer. Mientras lo hacía percibí como si alguien me estuviera observando, pero no podía ser porque allí solo estoy yo, pero casi sin querer, me di cuenta de que en una de las terrazas del edificio había una chica que me miraba de forma constante y que ni siquiera retiraba la mirada aún sabiendo que yo veía como me observaba. Me sentía algo confuso e intrigado al mismo tiempo, y quizá también “contento” porque hubiera una chica que no paraba de mirarme, como si quisiera algo de mí.
Me hizo un gesto con la mano diciéndome que esperase que ahora bajaba, que no me fuera y desapareció al interior de su casa.
Me sentía excitado, tanto que casi notaba una leve erección de mi polla. No me empalmé del todo porque en mi interior pensé que me estaba tomando el pelo y que en verdad no iba a bajar, pero cual fue mi sorpresa cuando, al momento, apareció por la puerta del recinto haciéndome un leve gesto de saludo, pero se quedó al otro lado de la piscina. Se limitó a deshacerse de la toalla que traía consigo y de la camiseta que escondía su bikini, su “diminuto” bikini, tirándose directamente al agua.
Era una chica de aproximadamente 1,70 de estatura, ni flaca ni gorda, sino que en su justa medida, o al menos la medida que a mí me gusta. Morena, de largos cabellos ondulados que caían más o menos hasta sus pechos. Su piel era también tirando a morenilla, con lo que se notaba que llevaba tiempo en la playa y que le gustaba tomar el sol. Salió del agua y cuando llegó a mi altura me preguntó:
– ¿Te importa que me siente aquí?
Ella estaba de pie mirándome mientras me hablaba, chorreando todavía gotitas de agua que se deslizaban a lo largo de sus piernas, y yo por supuesto admití, y quería, que lo hiciera.
No tengo ni que decir que oculté como pude el hecho de estar empalmadísimo, así que cogí una postura con la que no se notase nada y me dispuse a prepararme para “atender” a mi nueva amiga.
Quizá ella se dio cuenta de que yo no sabía cómo atacar por lo que, ni corta ni perezosa y sin cortarse lo más mínimo, me invitó a su apartamento con el pretexto de tomar “una copa o un café”.
Nada más entrar en el piso me ofreció sentarme donde quisiera mientras ella preparaba un par de cafés en la cocina, así que yo me quedé en el salón, sin pensar más que en cómo había llegado hasta ahí, como había podido tener tanta suerte, y por supuesto como iba a follármela, porque tenía pinta de exigir mucho y de tener mucha experiencia.

De pronto me dijo, ya con otro tipo de voz mucho más erótica:
– Ve tomándote el café que ahora vuelvo.
Yo no sabía que pensar. Realmente iba a dejar que fuese ella quien dirigiera la operación porque se le veía muy puesta en el tema.
Venía confiada, con cara de saber lo que iba a pasar y exactamente cómo iba a pasar, lo cual como ya he dicho antes, me excitaba mogollón. Su rostro había cambiado sensiblemente. Ya no parecía la chica normalita con la que charlaba hace un ratito, sino que tenía un aire de “viciosa” que me ponía a tope. Me miraba y vio como mi polla había conseguido alcanzar sus 18 cm de longitud. Ahora estaba en todo su esplendor, ya no daba más de sí, estaba preparada para todo lo que se le viniera encima, que no parecía ser poco.
Al fin se decidió a “atacarme”, aunque de momento parecía querer continuar con esa estrategia de no ir a por todas. Simplemente se limitaba a recorrer mi cuerpo con sus manos, como si estuviera explorando el territorio que posteriormente pasaría a ser suyo. Por fin me miró de nuevo, me sonrió de una forma diría que “maliciosa” porque sabía lo que me estaba haciendo pasar, y pasó a la acción. Con su mano derecha cogió mi erecta polla y jugueteó un poco con ella, hasta que en un momento determinado se acercó y comenzó un leve recorrido con su lengua que iba desde mis huevos hasta el capullo. Cuando llegó a este se dedicó en un principio a chuparlo con una cierta intensidad, para pasar luego a tragarse todo lo que podía de mi polla. Yo deje escapar un suspiro por el enorme placer que me proporcionaba. La sensación era increíble, aunque controlable, sin embargo cuando pasó a acompañar los movimientos de su boca con una leve masturbación, no pude evitar dejar escapar uno tras otro gemidos de placer, ahora sí incontrolables. Hasta el momento había mantenido los ojos abiertos para ver cómo me hacía la mamada, lo que me excitaba muchísimo, pero también porque el hecho de ver la cara de gozo que lucía ella, no tenía desperdicio.
Ella se dio cuenta de que no podía mantener ese ritmo si lo que pretendía era que me la follara, así que poco a poco fue decreciendo la cadencia de sus arremetidas contra mi polla, lo que para mí supuso un alivio.
Hasta entonces no me había percatado del hecho de que ella no estaba prestando toda su atención a chupármela, porque con su otra mano se estaba masturbando. Alcancé a ver como había introducido un dedo por uno de los extremos de sus bragas, con el que parecía estar preparando el terreno para cuando llegase la verdadera artillería. Yo también me daba cuenta de que ella estaba alcanzando un alto nivel de excitación. No había más que ver su cara y su cada vez más intenso movimiento del dedo, que por la complicada postura que había adoptado, parecía que se lo había introducido todo en el coño.
Habían pasado ya unos minutos, y tuve que reconocer que había sido una felación exquisita, por lo que pensé que iba siendo hora de que yo le diera placer a ella. Me incorporé y le sugerí que dejase en mis manos la tarea, la dulce tarea de ocuparme de su coño, a lo que ella aceptó “muy gustosamente”.

Nos incorporamos y la llevé hasta una mesa próxima donde tuve intención de tumbarla para así facilitar mi acceso hasta su clítoris. Pero antes de eso le quité la camiseta dejando al descubierto unas tetas magníficas, de un tamaño perfecto, redonditas y firmes. Los pezones, duros como rocas, parecían dos pitones de toro que amenazan con embestirme.
Se tumbó en la mesa como habíamos quedado, dejando el chocho cerca del extremo de esta para que a mí me fuera más fácil llegar hasta él. Recorrí todo su cuerpo con mis manos, deteniéndome en sus tetas, que también chupé con cierta intensidad, a la vez que pellizcaba con suavidad los erectos pezones. Parecía gustarle extremadamente mi forma de actuar, así que me detuve largo rato en estos dos melones tan perfectos que la naturaleza le había proporcionado.
Por su forma de suspirar y retorcerse parecía estar teniendo un intenso orgasmo. Realmente estaba muy excitada, incluso lamía sus propios dedos como si fueran múltiples pollas.
Ahora era el momento de pasar a su coño y hacerle saber lo que es bueno, pensé para mí, y poco a poco fui rozando con la punta de mi lengua cada centímetro de piel que separaba sus tetas del coño. Ya sabía dónde iba y lo que pretendía. Creí que se iba a volver loca de excitación. Cuando llegué a sus bragas, no tuve prisa por quitárselas, aunque tampoco me detuve demasiado tiempo, no fuera que se me pasase la ocasión de provocarle un intenso orgasmo. Con mi boca hice como si le estuviera comiendo el coño, aunque con las bragas puestas. En mi boca sentía lo tremendamente mojada que estaba porque tenía las bragas como si acabaran de salir de la lavadora. Esta parte resultaba también realmente excitante para mí, gracias sobre todo a la lencería tan “adecuada” que llevaba.
Pero llegó el momento de la verdad. Ahora quería comerle el coño de verdad. Quería que me bañase la cara con sus jugos, quería probarlos, averiguar a qué saben los líquidos de esta guarra que tan salido me tenía, así que con un movimiento de gran habilidad le quité las bragas y me deshice de ellas.
Ante mí quedaba un espectáculo como pocos hay. La rajita de esta ninfómana era espectacularmente tentadora. Los labios aparecían delicadamente hinchados para la ocasión y ligeramente entreabiertos, como esperando a que alguien se decidiera a invadir el agujero del deseo. Pero definitivamente lo que más me gustaba en estos momentos era lo abundantemente lubricada que estaba. No me extrañó el estado de sus bragas.

Mi lengua parecía no dar abasto para recorrer una y otra vez la raja de esta chica, así que decidí concentrarme en su clítoris, que al igual que los pezones, aparecía erecto y esperando ansiosamente que me acordase de él.
El día, dio para mucho más, pero ya os contaré como seguimos durante unos días. Un abrazo.

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