Relato erótico
Cosas de familia
Recibió una herencia de una tía suya y conoció a una buena amiga de ella. Era algo más joven que su tía y era una madura con clase y atractiva. Nos cuenta lo que paso y que todavía pasa.
José Manuel – Tarragona
Hace unos dos años, y por una herencia que había recibido de mi tía tuve que desplazarme hasta la ciudad donde ella vivía. Si bien vivíamos a cierta distancia, teníamos una relación estrecha, ya que nos veíamos con cierta asiduidad y hablábamos por teléfono frecuentemente. Así y todo conocí muy pocas amistades de la gran cantidad que tenía, pues su vida social, pese a sus más de ochenta abriles, era bastante intensa.
Al llegar, el conserje del edificio me informó que la llave del piso la tenía una amiga de mi tía, que había sido testigo del accidente y recogió sus pertenencias.
Inmediatamente me dirigí hasta el domicilio de Rita, así se llama la amiga de mi tía. En una situación dolorosa como la que me tocaba vivir, no estaba con mucho ánimo como para prestar atención a otra cosa que no fuera el motivo de mi viaje, habida cuenta que había tenido que dejar mi trabajo y deseaba volver inmediatamente a atender mis obligaciones.
Esperaba encontrarme con una mujer similar a mi tía, cercana a los 80, pero para mi sorpresa era muy atractiva y no llegaba a tener 70 años (confirmado posteriormente por ella).
Estuvimos conversando un rato sobre el accidente, me dio las llaves, me ocupé de la situación, ordené los papeles y dos días después estaba volviendo a mi trabajo, abandonado por estas circunstancias.
Avisé a Juan, el conserje del edificio, que en unos días volvería dejándole mis teléfonos por si necesitaba localizarme con urgencia.
Habían pasado unos diez días, era miércoles, estaba escuchando música y leyendo, cerca de las once de la noche y sonó el teléfono. Era Rita. Se disculpó por haber solicitado mi teléfono a Juan y me preguntó cuando iba a viajar para allá pues necesitaba hablar conmigo. Le dije que estaba en mis planes irme al día siguiente por la noche, para estar allí el viernes temprano y contar con un día hábil para hacer trámites y pasar el fin de semana. Quedé en que la llamaría al llegar. Debo admitir que me sorprendí un poco por su llamada y por algo más que no sabía descifrar qué era…
Efectivamente, como lo había previsto, el viernes por la mañana llegué, dejé mis cosas en el apartamento, me duché y salí con intención de realizar varios trámites. Sinceramente, ni me acordé de llamar a Rita.
Había terminado de hacer lo que necesitaba, eran cerca de las seis de la tarde, tomé un taxi y volví al apartamento, haciendo algunas compras en el camino, pensando en preparar algo para cenar. Saludé a Juan que estaba en entrada al edificio, simulando atender sus obligaciones y tratando de enterarse todo lo posible sobre los pocos vecinos, ya que el edificio solo cuenta con ocho pisos y un apartamento en cada uno. Conversamos mientras nos fumamos un cigarrillo, me ayudó a subir con las bolsas del súper y nos despedimos hasta el día siguiente, pues no pensaba salir.
Me di un baño lento y largo, para aflojar tensiones y relajarme un poco de un día que había sido muy caluroso y por demás complicado en lo que a trámites y diligencias se refiere. Me tapé con una toalla y fui a la cocina para organizar mi cena. Tomé una de las la botellas de vino que había comprado y que abrí antes de entrar al baño, por lo cual en ese momento ya estaba en condiciones de ser saboreada. Me senté en el sofá a disfrutar de mi vinito y me acordé de que no la había llamado a Rita. Tomé el teléfono y marqué. Me atendió ella al segundo tono, me excusé por no haberla llamado antes poniendo como pretexto la cantidad de trámites que tenía que hacer y le comenté lo que había hecho durante el día. Hablamos de las complicaciones, del calor y de que finalmente había concluido todo con éxito. En todo momento noté ese “algo” que me había llamado la atención cuando me llamó para decirme que necesitaba hablar conmigo.
Cuando le dije que me disponía a cenar una ensalada preparada por mí, y con mi tinto, se ofreció para venir y prepararla ella misma.
– No hace falta que bajes. Tu tía me dio una llave de la puerta de entrada para evitar bajar a abrirme – me dijo.
Balbuceé una respuesta y escuché cuando ella colgaba el teléfono después de decirme ” voy para allá”.
Inmediatamente sonó. Atendí y era Juan que me invitaba a picar algo en su casa y ver el partido de futbol, el cual había olvidado por completo. Le dije que no podía, conversamos algo sobre el partido y nos despedimos. Llamé a un amigo para encontrarnos a tomar un café al día siguiente por la mañana, conversamos unos minutos y debí colgar porque sonaba el timbre de la puerta.
Me levanté con toda naturalidad y en el mismo instante en que abría la puerta y vi la figura de Rita, me di cuenta que estaba descalzo y con solo la toalla que me envolvía. Rita comenzó a reírse al ver mi cara mezcla de asombro y vergüenza. Rápidamente me disculpé, la invité a entrar, sentarse y corrí a vestirme adecuadamente. Me puse un pantalón corto y una camiseta, pero seguí descalzo, es mi costumbre pues me da una sensación de descarga de tensiones el contacto con el suelo.
Ella estaba vestida muy casual, con una blusa holgada sin mangas, falda larga y sandalias.
Nos sentamos en el sofá, conversamos muchas cosas. Tomamos la primera botella de vino, me contó todo acerca del accidente, se ofreció a salir de testigo y allí supe que estaba soltera, que en una oportunidad estuvo a punto de casarse y se vio frustrada, de manera que nunca más lo intentó y su vida se limitó a relaciones esporádicas y sin intenciones de formalizar. Y que la última databa de unos cinco años. Debo mencionar que estar con ella me agradaba, por sus temas de conversación, su manera de expresarse, su forma de pensar y además, seguía sintiendo “eso” que todavía no podía descifrar.
Estábamos terminando la segunda botella de vino y se ofreció para traer la tercera, cuando al levantarse dio un paso, volvió hacia atrás y se cayó sobre el sofá.
Quedé anonadado. Inmediatamente me levanté y la ayudé a recostarse y para mi tranquilidad observé que estaba consciente y que solo era producto de unas copitas demás. Le traje agua fresca, la abaniqué y le sugerí que se aflojara la ropa, a lo que asintió aflojándose la falda y, para mi asombro, se sacó la blusa, el sujetador y se puso la blusa nuevamente sin abotonarla.
Allí descubrí “eso” que me intrigaba: Rita me atraía porque me estaba seduciendo y ahora que estaba medio borracha era mucho más notorio. Desde que me conoció que estaba intentándolo y después de haber visto sus pechos, al sacarse el sujetador, no tenía intenciones de resistirme.
Sin pensarlo dos veces, mientras ella se reía por cualquier cosa producto de su borrachera, me acerqué al sofá, le abrí la camisa y sin decir nada comencé a acariciarle los pechos. Por un momento creí que me iba a dar un bofetón, porque abrió los ojos desmesuradamente, pero de inmediato los cerró como para disfrutar las caricias, con lo cual advertí que esto recién comenzaba.
Me asombré por la firmeza que tenían con su edad, ya que sabía que tenía 64 años. Pasé la yema de mis dedos por sus pezones, lentamente y luego los tomaba alternativamente entre mis dedos y se los apretaba a lo que ella respondía suspirando en una muestra palpable del placer que le producían mis caricias. Comencé a acariciarlos con la lengua y al mismo tiempo a bajar mi mano con destino a su almejita. Ella delicadamente me allanó el camino abriendo un poco las piernas y guiando mi mano. Para ese entonces yo tenía ya una buena erección y ella una gran calentura.
Seguí hasta encontrar su pubis. Para mi sorpresa, en lugar de una mata de pelo, encontré una ausencia total de bello; si mi tacto no me jugaba una mala pasada, estaría depilada totalmente, cosa que aumentó más mi excitación. Seguí besando sus pechos y levantó levemente sus caderas como invitándome a que le sacara la ropa que le quedaba. Una vez que estuvo totalmente desnuda, tuve más libertad, como para que mis manos pudieran trabajar más adecuadamente y seguir arrancando sus suspiros de placer.
Allí me dediqué a acariciar sus labios con mis dedos, lubricado en sus propios jugos que ya asomaban sin contención. Al pasar por el clítoris, noté su dureza producto de la excitación y me dediqué a rodearlo lentamente con la yema de mi dedo mayor y cuando noté que sus caderas se levantaban involuntariamente, señal inequívoca de la llegada de un orgasmo, lo tomé entre mis dedos y lo froté hasta que sentí como todo su cuerpo se estremecía y los labios de su almejita se abrían para dejar paso a los primeros fluidos con destino al sofá.
Cuando noté que había acabado, introduje el dedo lentamente en su vagina, que me sorprendió gratamente por su estrechez, imaginando lo que me haría gozar al penetrarla. Mientras tanto, ella había hurgado en mi bermuda, sacando fuera mi erección, aferrándose firmemente mientras acababa. Al querer retirar el dedo, delicadamente me lo impidió, lo que me alentó a introducirlo más y comenzar a moverlo dentro de ella, lo que aumentaba sus deseos y su excitación.
Intentó tomar otra postura y adiviné sus intenciones de chupármela, así que le facilité las cosas acercándoselo a los labios, mientras seguía dentro de su boca moviéndome sin prisa pero sin pausa. Era toda una experta con la boca. Tuve que contenerme para no acabar así que ni bien tuvo su segundo orgasmo me retiré, porque mi primera explosión, quería que fuera otro destino.
Bajé sus piernas al suelo, me arrodillé sobre un almohadón e imaginando y deseando lo que vendría, ella abrió las piernas y levantó las caderas, ansiosa porque mis labios beban de su almejita. Comencé por pasar la lengua por el interior de sus muslos, con el objeto de disfrutar del espectáculo visual de su calvicie, que podía percibir pese a la semipenumbra. Una vez saciado mi sentido de la vista, me posé con la lengua sobre sus labios, gozando de sus jugos y de como Rita se volvía a excitar, manifestándolo con el movimiento ascendente y descendente, que hacía prácticamente innecesario que mueva la lengua.
Así fui abriendo ese conejito sudoroso hasta conseguir una leve penetración que hacía sus delicias y las mías y con mi lengua en su interior tuvo otro orgasmo fantástico.
Luego me posé sobre su clítoris, moviéndome en círculos, hasta que percibí que iba a acabar de nuevo, entonces lo tomé entre mis labios y lo chupé hasta que mi boca se llenó de sus jugos. Lo cual encendió más mi pasión que se hacía notar por la dureza de mi erección.
Rita lo notó y suavemente me indujo a acostarme boca arriba sobre la alfombra. Se sentó sobre mí y puso la punta de mi polla a la entrada de su chocho, introduciéndosela, hasta hacerla desaparecer totalmente
¡No podía creer lo estrecha que era esa mujer a sus 64 años! ¡Y qué bien que se movía!
Tenía cierto temor, porque pensaba que entre mi regular envergadura y su poca estrechez probablemente no fuera demasiado satisfactorio. Pero, afortunadamente me equivoqué.
Mientras ella disfrutaba de tenerme dentro, yo apretaba suavemente sus pechos y pellizcaba sus pezones aumentando su placer que a su vez me calentaba aún más, teniendo que hacer un verdadero esfuerzo para no acabar antes de que ella quedara satisfecha. Allí noté, por sus movimientos más enérgicos que se iba a correr otra vez. Me pidió que yo no me corriera y se inclinó hacia atrás con un último suspiro largo y lánguido en señal de haber tenido el orgasmo buscado.
Y así como estaba se levantó, sacó mi polla de su chocho y se lo puso en el culo. Muy despacio se fue sentando sobre él, haciendo mis delicias. No me dejaba que hiciera nada. Ella se lo iba introduciendo con movimientos ascendentes y descendentes cada vez más profundos.
Mientras acariciaba su clítoris con una destreza que me hizo dar cuenta de lo experta que era en el arte de la masturbación. Estaba observando y gozando cuando noté que estaba totalmente dentro de ella. Comenzó a moverse de un modo fantástico y casi de inmediato se disponía a correrse nuevamente cuando me pidió con desesperación que le soltara toda la leche en el culo.
Yo estaba gozando como pocas veces en mi vida, y no me costó ningún esfuerzo obedecerle y descargar todos la leche acumulados. Acabamos juntos en un orgasmo casi silencioso y largo. Sentía como su culo se contraía y así exprimía hasta lo última gota de mi erección.
Nos besamos en esa posición, se levantó, fue hasta el baño y al rato volvió habiéndose duchado y envuelta en una toalla.
Yo todavía estaba tendido en la alfombra teniendo otro orgasmo con mi mente, mientras rememoraba cada minuto de lo vivido con esta mujer madura que me hizo gozar como pocas veces.
Me duché y volví al sofá donde Rita me esperaba con otro poquito de vino que tomamos casi sin hablar. Nos despedimos con un beso y un abrazo.
Pensé, sinceramente que no la iba a ver más. Pero nuevamente me equivoqué. Nos seguimos viendo, en su ciudad o en la mía y tenemos unas sesiones de sexo maravillosas. La última fue ayer, justamente, en conmemoración de su cumpleaños número 68.
Un saludo.