Relato erótico

Cornudo y satisfecho

Charo
23 de julio del 2019

Son cincuentones y, según nos cuenta, su mujer es atractiva y con un encanto que gusta a los hombres. Él, es un cornudo y se feliz si su mujer es feliz. Sabe que a su mujer le gusta la herramienta de su amante y “desprecia” la suya.

Jaime – Bilbao
Mi mujer no es ninguna belleza, no es guapa, es de estatura pequeña y delgada y aun así es una mujer atractiva y atrae las miradas de los hombres. Cincuenta cumplidos, con ojos y pelo oscuro, pero eso sí, con piernas, tobillos y pies notablemente hermosos para su edad. Yo le llevo cinco años y nuestro amigo, otros tantos. A pesar de que me gustan más los cuernos que a un tonto un lápiz, considero que es un poco ligerita, dictadora y déspota desde que va por casa de Fernando y creo que, a escondidas, le encanta más su polla que la mía.
Desde que pienso que además de la vivienda le limpia también el mosquetón al amigo, le encuentro una mirada de felicidad en sus ojos que indica muchas cosas, en particular deseo y satisfacción. Sabe y vale mucho, según dice Fernando. Esto sugiere la posibilidad de que ella se hubiese dejado querer mucho antes de lo que yo imagino. No me importaba tampoco lo que se rumoreaba, quizá con razón, pero esos rumores tenían algo especial que hacía vibrar mi verga como un arpa. Sus ojos solían fijarse en los míos con una mirada que se suavizaba poco a poco. Luego su rostro se sonrojaba como una amapola y desviaba la mirada.
Un día fuimos a comer los tres a un complejo hotelero donde se celebraban un montón de bodas. El almuerzo se sirvió con champán. Todo el gentío se movía en una macro discoteca, y los perdí de vista enseguida. Al estar solo busqué un sitio retirado en el parque anexo y pasé por un lugar rodeado de arbustos donde había una zona de columpios. Allí estaban. Él la columpiaba todo lo alto que podía. Sus falditas negras, al flotar, mostraban todas sus pantorrillas y buena parte de sus muslos por encima de la cabeza de él, momento en que le daba fuertes empujones, agarrándola descaradamente de las rodillas. Mis instintos voluptuosos se desataron viendo las bonitas piernas de mi mujer y los pequeños pies calzados con aquellos zapatos de fina aguja, que había estrenado para la ocasión. Aunque pueda pareceros extraño, incliné la cabeza, ya por el peso de mi testuz, e intenté mirar por debajo del seto para ver sin ser visto, pensando involuntariamente:
– ¡Que encantador chochazo se le ha debido poner en el baile, tan pegada a él… ahora lo quiere ventilar bien! –
Me fui a sacar, allí mismo, la verga para meneármela como un mono a gusto pero me contuve al recordar donde estábamos. Ella intentó detener el columpio mientras yo les contemplaba y reía con estridencia. Todo no duró más de unos minutos. Ella había bebido cava generosamente. Yo también había bebido demasiado y mi polla estaba creciendo. Quizá mi mujer, excitada por el vino, tenía en aquel momento ya el coño más que calentón.
– ¿Qué quieres? – le preguntó ella riendo y mirándole con desafío.
– Haber visto y tocado un poco más, vida mía – le contestó él, riéndose los dos con ganas. –
– ¿De qué te ríes? – volvió a preguntar mi mujer.
– De lo que me gustaría.
– Que extraño y salido eres… hablas en enigmas.

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Se miraron el uno al otro a los ojos. Mi mujer tenía un aspecto voluptuoso como no le había visto nunca. Este es sólo el resumen de un largo diálogo porque fui cauteloso temiendo que me descubrieran pero aún pude oír como ella le llamaba a él Fernando “el gran polla”, y él a ella granito de trigo. ¿Se puede oír algo más cursi? Fernando le pidió que se encontrara con él en los servicios, la besó e intentó palparla sin éxito. Le dijo que fuese tras él a través del tropel del baile. Se lo hará, pensé yo, y deduje que su gruta sería friccionada aquella misma tarde por el aparato reproductor masculino de nuestro viudo amigo sesentón. Luego convinieron en encontrarse al día siguiente por la mañana. Ella iría de compras, sin mi claro. Después se citaron varias veces más.
Han pasado dos años y a mí todavía me gusta mirarlos cuando lo están haciendo y me encanta por supuesto, que joda primero con él, que reciba sus primicias y después lo haga conmigo. Si os contase que Fernando en un principio era tímido y cerraba a menudo la puerta. También era bastante caprichoso y muchas veces no se desnudaba pero como ella estaba loca y colada por su polla enorme, acabó por consentir en todo.
Un día yo estaba en mi habitación y ellos en la cocina y allí, el gachó se la folló sobre la mesa. Yo me lo pensé por lo que tardaban en salir y por el ruidito característico de las patas metálicas del mueble. Cuando él se marchó, ella vino a la habitación. Tenía abundante esperma en la grieta como si la hubiera cubierto un semental. Estaba vestida con una bata larga. Se la subió y me la follé por detrás contra la cama. Creo que fue la primera vez que lo hicimos en estas condiciones, con el coño lleno de leche, y sin haberlo limpiado antes.
Nunca lo hacemos sin hablar de la polla y el esperma de Fernando, que en todo momento es quien lleva la batuta y yo me limito a ser un triste violín de acompañamiento en la orquesta que él dirige y le sabe música celestial a mi mujer a cualquier hora. Bueno, sería mejor decir a nuestra común mujer y si cabe aún más “su” mujer ya que nunca se cansan de placeres mutuos. Aunque las comparaciones son odiosas y más en este triángulo, reconozco que nuestro amigo, aún siendo cinco años mayor que yo y haya pasado la barrera de los sesenta, es bastante mejor macho que yo en la cama, al menos esto hace constar continuamente mi mujer cuando masturba mi polla para que adquiera las proporciones y dureza de la de él.
– ¡Ni que hubieras jodido antes hoy, marido… si tuviera que conformarme sólo contigo…!.
Unos días más tarde descubrí que mi mujer se había enfurruñado momentáneamente con el viudo. ¿Sería esa la razón por la que me había utilizado toda la semana para concentrar todo su placer en él mientras yo practicaba con ella una muy abreviada y bastante poco emocionante manera de hacer el amor? En aquellos precisos momentos sonó la puerta. Venían de cenar fuera para celebrar el desagravio y ver si hacían las paces. Con un suspiro me levanté, accioné el interruptor de la luz y me senté de nuevo en la semi penumbra de la lamparita. Habían estado en un restaurante de moda, disfrutando de una cena íntima sin mi, como yo les propuse.
De pronto oí el ruido de algo que se rompía contra el suelo y la palabra “puta” perfectamente articulada por la voz grave y varonil de Fernando.
– ¡Puta! – volvió a gruñir él mientras mi mujer se soltaba los botones del vestido y se lo bajaba hasta la cintura
– No te necesito, ¿sabes? Puedo pasarlo bien yo solo.

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Mientras soltaba los botones de su bragueta, él soltó ahora una risita, un sonido extrañamente juvenil y atractivo. El aparato del hombretón estuvo visible casi de inmediato. Su polla, tiesa y roja, con el glande hinchado y reluciente como si fuese de cristal, quedó al aire. Mi mujer suspiró.
– Amor, eres guapísimo – dijo – Cada instante te deseo y quiero más.
El tenía los ojos cerrados y la respiración entrecortada. Parecía olvidado de cualquier cosa en el mundo que no fuera la larga y dura barra de carne, tan gruesa como la muñeca que la sostenía, sopesándola entre los dedos. Pensé que si mi mujer había pensado realmente romper con él es que estaba loca. Ya no lanzaba insultos a mi mujer. Se limitaba a estimular sus sensuales esfuerzos mientras su diestra se movía en un movimiento de masturbación frenética con un evocador catálogo de gruñidos, suspiros y entrecortadas palabras ininteligibles. Me pregunté si sería también por la bebida. ¿Estaría tan excitado, cabreado y la tendría tan dura que la eyaculación y el orgasmo le eran imposibles? Desde luego, parecía ser así.
– ¡Oh, cielo mío! – gimió él, lamiéndose los labios y haciendo deslizar sus talones sobre la moqueta, meneando la cabeza de un lado a otro, con las facciones tensas como su verga, en una agonía de placer
– ¡Oh, por favor, reina mía, no puedo…!.
Sus ojos oscuros, por la lujuria se abrieron aún más y la mueca de sus labios se suavizó en una sonrisa atractiva. Se recostó en el sillón, la polla todavía más crecida y rampante pero con el corpachón un poco más relajado. Era como si hubiese encontrado una agradable solución onanista a su problema y estuviera meditando la forma de ponerla en práctica. Mi mujer, incapaz de hablar, se limitó a andar hacia él, sin apartar los ojos de aquel rosado poste de carne viril y de la manaza morena que lo aferraba.
– ¿Quieres ayudarme, cariño mío, por favor? – se limitó a preguntarle él.
Mi mujer acabó de quitarse su gala nocturna. Aquel hombre, que lo era todo para ella, necesitaba a toda costa un cuerpo femenino para obtener su placer y cuando el momento llega, ella es una mujer con la anatomía necesaria para el ariete de Fernando. El sonrió como un fauno, con aprobación, cuando ella se quitó el sostén. Cuando estuvo desnuda como vino al mundo, él tendió las manos hacia ella, la expresión llena de incontenible deseo. Su pollón se tensó todavía más y apuntó, directo, al coño de mi mujer. Cogiéndola de la mano, la ayudó a montar a horcajadas sobre su regazo. Se movió sobre él con puterío, introdujo la gran polla en su potorro y fue bajando con ella dentro en un lento y sensual deslizamiento.
Los dos suspiraron al mismo tiempo, sorbiéndose los alientos y arrumacos mientras él levantaba las esbeltas caderas para llenarla del todo. Suspiró porque, obviamente, mi mujer era el consuelo que esperaba y buscaba como un loco. Ella suspiró porque nunca se había sentido tan colmada y satisfecha. Después de la tempestad llega la calma.

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Él estaba enorme dentro de ella, con el cipote tan vivo, rojo y caliente. La mano de mi mujer bajó, con toda naturalidad, hacia su chochazo. La punta de un dedo se posó con suavidad sobre su clítoris para cumplimentar la deliciosa manera en que se llenaba parte de su coño. El fuego de los ojos de Fernando indicó a mi mujer que le gustaba lo que había hecho. Unidos como dos lapas, se cimbrearon, se retorcieron y se mecieron al unísono en la cuna que era el gran sofá. Ella distendió los músculos interiores que abarcaban todo el enorme pene, lo acarició con sus tetitas y su lengua estuvo a punto de lanzar un grito de triunfo cuando él respondió con un gemido y empezó a contorsionarse. Su gran pollón parecía hincharse dentro del chichi de ella por falta de presión, desplegándose hacia las profundidades de su matriz, llevando consigo un burbujeo de flujos que alcanzó los huecos y rincones más ocultos de la muesca y hasta le pringó los gordos cojones.
Frenética, ella se estrujó y acarició el clítoris al ritmo de las enloquecidas y ruidosas embestidas de placer. Ella fue a por su boca, diciéndome antes:
– ¡Aprovecha marido, venga, mete también tu ridícula manguera!-
Mi cuerpo se unió al de ellos sin dificultad, lo mismo que mi cipote a su hermano mayor en el caliente cobijo. Pero el dulce momento fue tremendo y majestuoso. Nos llegó a los tres a la vez. El orgasmo múltiple pareció caer del cielo como una estrella plateada. Descendió a una velocidad vertiginosa, en un glorioso llamear incandescente y se fundió el río en una creciente marea de semen en libertad. Fernando dejó escapar un grito enronquecido como si lo caparan, silenció su boca con la de mi mujer, en un beso con lengua interminable a la par que yo presionaba mis labios al oído de mi mujer, metiéndole mi lengua en otro largo y húmedo beso.
Otro día os relataré alguno de los muchos encuentros que hemos vivido.
Saludos.

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