Relato erótico
Con nocturnidad y vicio
Trabaja de noche vigilando una obra. El sueldo no estaba mal, podía ver la tele y descansar. Una noche apareció el director de la empresa con un gran cochazo y acompañado por una mujer impresionante. Le dio un mensaje para el capataz y se fue. Cuando la volvió a ver, iba sola y…
Ángel – Valladolid
Soy Ángel y trabajo de vigilante nocturno en una empresa constructora. Cada vez que se empieza una nueva obra yo me traslado a la caseta que allí instalamos y paso las noches en vela cumpliendo con mi obligación. Luego, a las ocho de la mañana, cuando vienen mis compañeros, me voy a casa a dormir. Regreso a las ocho de la noche y vuelta a empezar.
Todas las noches me llevo la cena a la caseta y alguna que otra vez también me cito con alguna “amiga” para que, echando un buen polvete, me libere de mis tensiones. Pero no quiero contarte esto, ya que es muy normal e incluso vulgar. Lo que quiero relatar es una experiencia que estoy viviendo desde hace unos dos meses.
Una noche, sobre las doce, aparcó un enorme y lujoso coche muy cerca de la caseta. Yo siempre tengo la puerta abierta así que inmediatamente salí para ver lo que ocurría. Mi sorpresa fue enorme al ver bajar del coche a nuestro director general, un hombre de unos 60 años al que yo había visto en contadas ocasiones. Se acercó a mí y al llegar a mi altura me preguntó:
-¿Me conoces, verdad?
-Si señor – contesté fijándome que se abría la otra puerta del coche y una mujer, apoyando un pie en el suelo, nos miraba.
-Perdona, pero tendrías que hacerme un favor. He olvidado darle unas indicaciones al capataz así que, mañana por la mañana cuando llegue, dile que me llame al despacho – siguió el director.
– Así lo haré, señor, pierda cuidado.
Mientras le contestaba, miré a la mujer y pude apreciar que, además de una pierna muy bonita, que ella me mostraba hasta la mitad del muslo, parecía atractiva y de una edad entre 35 a 40 años como máximo. El hombre, dándome las gracias y deseándome una noche tranquila, dio media vuelta y regresó al coche. La mujer seguía con la pierna fuera y no la metió dentro, cerrando la puerta, hasta que él arrancó el motor. Lo curioso es que ella me siguió con la mirada hasta que me perdió de vista. A la mañana siguiente di el recado al capataz y luego, en broma, le comenté que el director había hecho un ligue ya que vino con una mujer más joven que él y, al parecer, muy atractiva.
El capataz me dijo que la describiera y aunque yo le dije que solamente le había visto una pierna y medio muslo preciosos, contestó con una maliciosa sonrisa:
-Era la señora Isabel, la mujer del jefe. Es más joven que él, tiene 38 años, efectivamente está muy buena, no sólo de las piernas… y según dicen las malas lenguas, muy caliente.
-¿Y qué busca una mujer como ella con un hombre que puede ser su padre? – pregunté tontamente.
– El dinero, muchacho, el dinero.
La verdad es que al llegar a mi casa, donde vivo solo, ya me había olvidado de la señora Isabel. Me desnudé, me duché y en pelotas, me tumbé en la cama. Dormí como siempre, como un bendito hasta cerca de las cinco de la tarde. Fui a comer a la taberna de siempre, donde también me preparaban la cena para llevarme, y luego fui a dar una vuelta hasta la hora de volver al trabajo. Así pasaron cuatro días hasta que llegó el fin de semana. El sábado y el domingo, ya que no se trabajaba, yo cobraba un plus bastante apetitoso, para quedarme en la obra los dos días. Sobre las doce del mediodía del sábado, un claxon me hizo saltar del camastro donde estaba echando un sueñecito. Salí fuera de la caseta y allí, a pocos metros, estaba el cochazo del director general.
– ¿Qué querrá ahora ese? – pensé bastante molesto.
Me acerqué a la puerta del conductor y tuve la sorpresa de ver que no era el director sino su mujer. Ahora, a la luz del día, podía apreciar que realmente era muy hermosa. Llevaba una camiseta de tirantes, color azul celeste, que moldeaba un pecho esplendoroso y una falda tan mini que desnudaba sus muslos hasta casi las ingles.
-Perdone que le moleste -me dijo mostrándome, al sonreír, una blanquísima hilera de dientes menudos entre unos labios plenos y de un suave color rosa -Pero es que mi marido nunca me ha querido enseñar como construyen un edificio y aprovechando que él estará fuera todo el fin de semana, he pensado que usted…
No tengo mucha experiencia pero tampoco me considero tonto. En una obra en construcción no hay nada interesante que ver y menos para una mujer como aquella. El muslo que tan descaradamente me había mostrado aquella noche, el despliegue de muslos y tetamen que me ofrecía ahora y además la indicación de que su marido estaba fuera, me hicieron temer una trampa.
-Ten cuidado, Ángel -pensé – Por muy buena que esté, es la mujer del jefe y puede traerte muchos problemas.
Pero tampoco podía negarme a una petición tan simple. Abrí su puerta, ella bajó una pierna y un par de impresionantes muslos apareció ante mis ojos. En el centro de ellos, un minúsculo triángulo blanco. (era la mujer del jefe pero uno no es de hielo). Mi polla pegó dos o tres saltitos y acabó empinada todo lo que le permitía mi slip. Isabel bajó del coche. Era tan alta como yo, gracias a unos zapatos de alto tacón que llevaba. Sus tetas, tiesas, redondas y firmes, mostraban bien a las claras que no llevaba sujetador ya que los pezones se le marcaban perfectamente en la tela. Echó a andar delante de mí, mostrándome aquel largo y escultural par de piernas, al mismo tiempo que menaba el redondo culo. Mi erección ahora era total. Incluso me dolía la polla en la prisión de la ropa.
Pensé que con aquellos zapatos, si efectivamente quería subir a la obra, no tardaría en pegarse un buen morrón. Ella debió pensar lo mismo ya que, al llegar a la escalera metálica que llevaba al primer piso, me cogió del brazo y tuteándome por primera vez, me dijo:
– Perdona, pero es que con estos zapatos…
Subimos. La escalera estaba hecha para una persona y no para dos así que nuestros cuerpos se apretaban. Uno de sus pechos lo tenía yo clavado en mi brazo mientras que su cadera y la mía parecían una sola. Y mi polla a punto de reventar. Estaba tan tiesa y rozaba tanto con mi slip que temí correrme sin remedio. Por suerte llegamos al primer piso y con la excusa de contarle cosas de la construcción, me desasí de ella. Me escuchaba como interesada pero yo sabía que no era así pues, de vez en cuando, sorprendía su mirada en mi entrepierna, donde mi bulto era más que evidente.
Acabada la inspección y ante la imposibilidad de continuar subiendo ya que podía ser peligroso por faltar varios suelos en los otros pisos, iniciamos la bajada. Al segundo peldaño, ella agarrada a mi brazo y nuestros cuerpos muy juntos, Isabel dio un traspié, se agarró a mí de cara clavándome las dos tetas en el pecho, el coño en mi bulto y su boca a escasos centímetros de la mía. Por verdadero milagro no caímos los dos rodando ya que yo tuve tiempo de agarrarme fuertemente, con una mano, a la barandilla. Permanecimos así unos minutos. Ella me miraba a los ojos y me dio la impresión de que removía el trasero para que mi polla se rozara aún más contra su coño. Luego volvimos a la primera posición y acabamos de bajar la escalera.
-Vaya susto – me dijo – ¿Te importa que me siente un rato en la caseta?
Entramos, ella se sentó en la única silla que allí tengo mientras yo lo hacía en los pies del camastro.
-Me has salvado la vida -volvió a decir -Eres muy fuerte y suerte que me has cogido sino me rompo el cuello.
Le dije que no había para tanto y entonces le ofrecí una cerveza, la única bebida que tengo en mi neverita portátil. Al aceptarla, me levanté. La nevera la tengo yo en un estante justo encima de donde Isabel estaba sentada. Levanté los dos brazos para cogerla y en este instante ella pasó la mano por mi bulto preguntándome con toda la cara:
-¿Siempre estás así o he sido yo la causante?
Lo que tanto temía estaba ocurriendo. No dije nada ni cambié de postura. Mi excitación era tanta que ya no me importaba nada, incluso que me despidieran. Noté como me bajaba lentamente la cremallera, como metía la mano y tras pasar el slip, me agarraba la polla que, al instante, había sacado de su incómodo encierro.
-¡Vaya sorpresa! -exclamó apretándomela con la mano -¡Es enorme y que dura la tienes!
Su lengua lamió la punta. Luego todo el capullo y al tragárselo entero, bajé los brazos y miré como me la mamaba. Lo hacía de maravilla. Mientras succionaba mi polla como una verdadera maestra, me fue desabrochando el cinturón, luego el pantalón. A los pocos minutos tenía yo la prenda y el slip en los tobillos, y una de sus manos sobándome, a placer, los huevos. Acaricié sus cabellos, luego sus hombros mientras le iba bajando los tirantes. Sin dejar de mamármela, ella misma se los bajó del todo desnudando los pechos más bonitos que yo había visto en mi vida. Eran tan grandes y tan tiesos que pensé que a lo mejor estaban siliconados. Me importaba muy poco. Lo que cuenta es el resultado. Se los agarré y comencé a masajeárselos mientras yo comenzaba a suspirar por el placer que me estaba dando la mamada.
-¡No sigas! – tuve que decirle -¡Me voy a correr, para, para por favor!
-¡Córrete tranquilo, mi amor! – contestó sacándose por unos instantes mi verga de la boca – ¿Es que no me crees capaz de levantártela de nuevo? ¡Venga, córrete sin miedo, dame toda tu leche que quiero probarla!
No tuvo que repetírmelo. Nada más reemprendió la chupada que, con un profundo suspiro, lancé toda mi descarga al fondo de su garganta y que ella tragó por completo con una terrible cara de viciosa. Me la estuvo chupando un rato, observando yo con sorpresa, que mi polla no acababa de arrugarse del todo. Cuando se la sacó, estaba morcillona. Tras cerrar la puerta de la caseta, que habíamos dejado abierta, me saqué el resto de ropa que llevaba y empecé a desnudarla a ella. Era como siempre me había imaginado a la célebre Venus, la diosa del amor. En aquel cuerpo no había nada por mejorar. Pero lo mejor era el coño. Lo llevaba totalmente depilado. La raja aparecía visible por completo, de labios abultados y los interiores asomando ligeramente. La hice sentar en el camastro, separé sus muslos y arrodillándome entre ellos, acerqué mi boca a aquella raja que me atraía como un imán al hierro. A la primera pasada de lengua, Isabel ya empezó a gemir. Cuando empecé a chuparle el abultado clítoris, estaba tendida de espaldas sobre el camastro, se amasaba los pechos y no paraba de animarme a que siguiera comiéndole el coño.
– ¡Sí, sigue, que gusto me estás dando… qué bien lo haces… sigue ahí, ahí donde estás… me voy a correr… sí, ya me viene, ahora… ya… oooh… me corro, me corro… aaaah…! – decía sin parar.
Cuando recibí todos sus jugos en la boca y que tragué como ella se había tragado los míos, mi polla estaba de nuevo en plan de guerra. Me levanté. Ella me miró y al ver como la tenía de dura, exclamó:
– ¡Métemela… fóllame… dame tu leche ahora en el coño!
Cogiéndoselas por los tobillos, levanté sus piernas, acerqué mi capullo a su raja y, de un solo golpe, se la metí entera. En mi vida me había follado a una mujer con tantas ganas. Mi polla entraba y salía de ella a gran velocidad. Isabel no paraba de correrse. Al menos esa era la impresión que yo tenía al escuchar sus gritos y ver sus contorsiones. Cuando me corrí yo pensé que la vida se me iba por la punta de la polla. Tal fue el gusto que tuve. Descansamos los dos en el camastro, acariciándonos. Ahora que me la había follado volvía a tener pensamientos muy negros. ¿Qué ocurriría si Isabel se iba, queriendo o sin querer, de la lengua?
– Ha sido magnífico -me dijo acariciando mi ahora arrugada verga – Me he corrido infinidad de veces y de verdad que nunca había gozado tanto.
Tengo bastante experiencia en hombres, no tengo porque engañarte ya que me casé con un viejo que funciona muy poco y tengo que buscarme fuera lo que no tengo en casa. Cuando la otra noche te vi pensé que tú podías ser la solución para mi problema. Me gustaste y no me he equivocado. Si quisieras podrías ser mi amante único, vendría a visitarte en la obra done estuvieras y así evitaría que algún día mi esposo se enterara de mis aventuras.
No podía creer lo que estaba oyendo. Venus, una diosa, me estaba proponiendo a mí, un simple mortal, ser su único amante. Acepté de inmediato, antes de que se arrepintiera de su ofrecimiento. La besé enloquecido y a la media hora escasa estábamos follando de nuevo como locos. Nuestra relación continua y, de momento, sin problemas. Ella me visita a la obra algunas noches pero, sobre todo cuando su marido se va de viaje, cosa que ocurre dos o tres veces al mes y entonces nos pasamos todo el tiempo que tiene de libertad, haciendo el amor. Incluso le he abierto el culo, el único agujero que aún tenía virgen.
Un saludo para todos y hasta la próxima.