Relato erótico
Con mucha marcha
Se compenetran muy bien en la cama, son liberales pero no habían probado follar con otras personas. Aquella noche salieron de marcha y sin proponérselo vivieron su primer intercambio de parejas. Fue una noche loca.
Manuel – Madrid
Soy Manuel, de Madrid estoy casado con una mujer muy guapa de cara y con un cuerpo espectacular. Puede argumentarse que me ciega el amor de marido pero puedo asegurara que son muchos los hombres que se giran por la calle al verla. Es casi tan alta como yo, esbelta pero con muy buenas tetas y soberbio culo. Nos entendemos muy bien en todo y más en la cama pero, de vez en cuando, habíamos comentado lo del cambio de pareja sin acabar de decidirnos. Somos liberales y ardientes pero nos asustaba un poco la idea de vernos follar con otras personas y tampoco sabíamos la auténtica reacción que íbamos a tener, tanto mi mujer como yo, al ver que gozábamos, ella con una polla que no era la mía y yo con un coño que no era el suyo. Así pasaron varios meses hasta que la suerte vino a echarnos una mano.
Una noche del verano pasado, una noche particularmente calurosa, habíamos salido a tomar unas copas y nos encontrábamos en un pub de moda en el mismo Madrid. Estábamos sentados en la barra y mi mujer, que como digo es muy atractiva, llevaba una minifalda muy estrecha de tal manera que, al sentarse en el alto taburete, se le subía muy arriba y dejaba desnudos sus bien torneados y morenos muslos hasta casi las cachas del culo. A mí me ha gustado siempre que los hombres miren y deseen a mi mujer y gozaba con las miradas disimuladas o no que se posaban en sus carnes tan exhibidas. Incluso mi polla estaba reaccionando, endureciéndose, sólo de pensar lo que le irían a hacer todos aquellos mirones si ella se dejara. En un momento dado, me fijé en una pareja como de nuestra edad, que tampoco quitaba ojo de mi mujer. De vez en cuando hablaban entre ellos y sonreían. Eran bien parecidos y vestían elegantemente. Se lo comenté a mi mujer y, medio en serio medio en broma, añadí:
– Quizá esta noche tendremos lo que hace tanto tiempo estamos deseando tener.
Mi mujer siguió mi mirada y devolvió la sonrisa a la pareja. El morbo de la situación, al menos para mí, era increíble. De repente la pareja, quizá animada por la sonrisa con que les había obsequiado mi esposa, se puso en pie y vino hacia nosotros. Ahora fui yo quien pude admirar el precioso cuerpo de la mujer, la curva increíble de sus caderas y el tamaño de sus tetas, mayores aún que las de mi mujer, que un amplio escote en punta dejaba ver casi por entero. Al llegar a nuestro lado se presentaron como Silvia y Vicente y empezamos a hablar. Eran muy simpáticos. Tomamos unas copas, bailamos, bebimos otra vez y acabaron invitándonos a la torre donde residían. Aceptamos y más al ver yo como mi mujer se comía con los ojos al atractivo muchacho. La verdad es que yo también me comía a la muy atractiva mujer. La torre era grande, con jardín y piscina. Nada más pasar por su lado a Silvia se le ocurrió decir que podríamos tomar un baño refrescante ya que el calor era muy fuerte.
Antes de que pudiéramos contestar, la chica estaba en pelotas, con sus enormes y hermosas tetas, de pezones largos y oscuros, y su coño peludo, en el agua invitándome a hacer lo mismo. Miré hacia mi mujer y vi como Vicente la estaba abrazando por detrás y como le sobaba los pechos con las dos manos, por encima del vestido, sin que ella hiciera el menor gesto de protesta, al contrario, parecía muy entregada a esta caricia, hecha por manos de un hombre que no era yo. Eso me dio ánimos. Me despojé de la ropa velozmente y con el rabo tieso como un palo, salté al agua. Cuando saqué la cabeza después del chapuzón, me encontré con Silvia abierta de piernas, abrazada a mí con fuerza, restregando el coño contra mi polla y besándome como una loca. De reojo pude ver como Vicente desnudaba a mi mujer. Me es difícil explicar lo que yo estaba sintiendo en aquellos momentos. Me estaba morreando con una mujer desnuda mientras la mía era sobada por otro. Entonces se desnudó él. Incluso a la distancia en que estábamos, nosotros dentro de la piscina y ellos fuera, pude apreciar que la polla de Vicente era de campeonato. Si la mía mide 17 cm en plena erección, aquella tenía que pasar de los 20. ¡Vaya regalo para mi mujer!, pensé. Desnudos los dos, él la sentó en una tumbona con el coño al aire. El hombre entonces, arrodillado ante ella, comenzó a lamerle el conejo.
Mi excitación era máxima y más porque Silvia me meneaba la polla y agarraba mis cojones, que sopesaba y apretaba dulcemente. Tuve que decirle que parara ya que no deseaba correrme allí mismo, en el agua. Cuando salimos de la piscina, me encontré con que mi mujer, ahora ella de rodillas, estaba mamando la gruesa y larga polla de Vicente que se mantenía con las piernas muy abiertas, sobre su cara. La verga parecía una barra de hierro de gran grosor y los labios de ella aparecían distendidos por completo. Tenía que costarle chupar aquella barbaridad de verga. Me acerqué a ella y metiéndole los dedos en el coño, noté que lo tenía muy mojado, como necesitado de una buena polla. Sin esperar ni un segundo, me cogí la mía con la mano y de un golpe se la metí hasta los cojones empezando a follármela al tiempo que ella continuaba chupando la polla de nuestro amigo. Nada más empezar a moverme en las entrañas de mi mujer Silvia, arrodillada delante de mí, comenzó a comerme los huevos, el agujero del culo, cosa que me daba un gusto increíble, e incluso el coño de mi mujer.
Era fantástico y así, encadenados, llegamos al orgasmo los tres, viendo como, por primera vez, mi mujer se tragaba la espesa esperma de otro hombre. Y no me importaba en absoluto, al contrario, me encendía.
-Bueno – dijo Silvia que era la única que no se había corrido – ahora me toca a mí, me habéis puesto como una perra y quiero que me folléis los dos.
Vicente empezó por lamerle y chuparle los oscuros pezones, endurecidos al máximo, al mismo tiempo que yo le comía el peludo coño. Era increíble la cantidad de pelo que tenía la chica en los bajos. No sólo le cubría toda la raja sino que le subía hasta el ombligo y por detrás le llenaba toda la raja del culo. Nunca había visto yo tanto pelo junto en un sexo de mujer. Así estuvimos un rato hasta que la chica le pidió a su marido que se tendiera en el suelo mientras yo proseguía comiendo aquel coño que chorreaba líquidos en abundancia. Pero cuando Vicente estuvo como ella quería, me apartó y se sentó encima de su polla, empelándose con ella, metiéndosela hasta lo más profundo de sus entrañas. Luego, ya bien penetrada, y con voz entrecortada, me dijo:
– Ahora tú, Manuel me la vas a meter por el culo… hace mucho tiempo que tengo ganas de probarlo pero la gorda polla de mi marido me asustaba… la tuya que es menor, podrá hacérmelo sin tanto dolor… sí, me vas a romper el culo…
Se inclinó sobre su marido dejando su trasero al aire. Me acerqué a ella tremendamente excitado. Me volvía loco por romper un culo ya que mi mujer nunca quiso que se lo hiciera por miedo al dolor y ahora no sólo me ofrecían uno de precioso sino que, encima, era virgen. Apoyé el capullo en la estrecha entrada y apreté con fuerza. Mi capullo no cabía en el agujero pero a fuerza de envites, sin hacer caso de los chillidos que a cada uno de ellos lanzaba Silvia ya que ella misma me decía que siguiera, logré abrirme paso y acabé con toda la polla dentro, hasta los cojones. Distendido el ano de la chica, sus gritos y sollozos, se fueron convirtiendo en gemidos de placer y más por los golpes que Vicente le arreaba en el coño con su tremenda porra.
Cuando empecé el metisaca en el culo, acompasado con el de su marido en el coño, Silvia comenzó a agitarse como una loca hasta correrse por primera vez. Al calmarse un poco, después de esta primera corrida, Vicente salió de ella con su polla tiesa y dura como un palo y se fue hacia mi mujer que tenía el coño ardiendo por el espectáculo que le habíamos ofrecido. El amigo le separó las piernas lo que pudo metiéndole su tranca por entero en la vagina mientras yo seguía dando por el culo a Silvia.
– ¡Sí, que gusto, como la siento… que gorda la tienes, me llena… oooh… así, así, sigue… me corro, me voy a correr… aaah…! – gritaba mi esposa.
Contemplé muy excitado como la polla de Vicente entraba y salía sin descanso del coño de mi esposa, que se retorcía de placer y se apretaba contra Vicente para sentirla aún más profundamente en su cuerpo. No tardaron en correrse los dos casi a la vez y al mismo tiempo que Vicente llenaba de leche el coño de mi mujer, Silvia se corría en mis dedos que le masturbaban la almeja y yo tenía un orgasmo bestial en el redondo culo de la mujer. Había sido nuestra primera experiencia y el resultado fue tan positivo que decidimos seguir con ello, cosa que en la actualidad hacemos con mucho placer para todos.
Un saludo de nuestra parte para todos los lectores de esta estupenda revista.