Relato erótico

Como una aparición

Charo
3 de noviembre del 2018

Es tímido y sobre todo en lo que a mujeres se refiere. Si además la mujer es alta, guapa, con clase y sensual muchísimo más. Fue a un evento que celebraba una empresa de la que era proveedor y cuando la vio se quedo sin palabras

Jorge – MADRID
Voy a contar una historia tremenda que estoy viviendo desde hace un año con una mujer, con mi reina, y que actualmente domina mi mente y con ello mi vida.
Soy bastante tímido y las mujeres a pesar de encontrarme atractivo la verdad no saben cómo entrarme. No es que yo facilite las cosas tampoco.
La cuestión es que me encontraba en un evento en un hotel organizado por un proveedor de la empresa en la que trabajo. Vamos, que lo mejor eran los canapés y el vino de Rioja, o al menos eso creía. Sí que me fijé que una morenaza espectacular charlaba con todos los hombres que como moscas a la miel se le acercaban. Gordos, feos pero con pasta. La única mujer de la fiesta.
En cualquier otra ocasión habría pensado: “olvídate y a comer”, que ésta ni te va a mirar. Solo mira las carteras y la tuya no es la más potente. Pero era la principal cliente de la empresa y como tenía que presentarme allí me fui con la mejor de mis sonrisas. Acojonado, pero sonriente.
Aproveché que por fin la habían saludado todos los presentes para acercarme.
– Hola -le dije – soy el responsable industrial de la empresa de grúas. No había tenido el gusto de conocerla hasta ahora.
Ahora olía su perfume. Nunca había sentido ese olor tan sensual, tan sexual. Y se me acercaba. Entonces la oí. Vaya voz. Su hombre tiene que ser muy rico o un monstruo en la cama. Ella no hablaría con este lenguaje. Es alta, 1,78 aunque no tanto como yo, 1,85, ojos verdes oscuros, profundos. Bajé algo la mirada y miré su vestido, abierto por detrás. Solo piel y qué piel. Tuve que seguir bajando la mirada. Y ese culo tan redondo. ¡Pero si la abertura del vestido llega hasta la raja del culo!
– Claro, “grúas”, las que más se levantan – dijo sonriendo.
Vaya si además de guapa tenía sentido del humor. Le caía bien. Era evidente. Estuvimos hablando animadamente y era fácil conectar con ella. Por lo menos para mí, pero habían pasado 20 minutos y me dijo que tenía que ir a su casa. Esto toca a su fin, pensé, lástima. Me besó en una mejilla y luego en la otra, pero de repente noté que su mano derecha se despegaba un momento de mi espalda, y… ¡me rozaba los huevos! Me miró. Mis ojos se fijaron en ella y lo expresaban todo. No reaccioné. No pude. ¿Quién podría? Entonces me guiñó un ojo.
– Me encuentro mal – me dijo, pero si no la conocía y ya me trataba como si fuésemos íntimos – ¿Me acercas a mi habitación en el hotel? – añadió.
¿Quién le decía que no? La seguí. Parecía su perrito faldero mientras ella no paraba de sonreírme. De pronto, cuando nadie nos podía oír, se paró.
– Quiero que seas mi amante – me soltó.
¿Comooo…? Esta tía estaba loca. Tremenda pero loca.

– No te preocupes por nada. Llévame a mi habitación – me dijo al oído.
Mi cara de gilipollas tiene que ser en esos momentos de foto, video o lo qué se te ocurra.
– No te pregunto si quieres porque se nota que lo estás deseando -me susurró al oído mientras nos alejábamos por el pasillo.
– Yo… esto… no sé… pero… – balbuceé.
– ¡Calla! – me ordenó, yo callé y ella añadió – ¡Bésame!
Junté mis labios a los suyos. Ella me los humedeció y yo se los empecé a mojar. Eran carnosos e introduje mi lengua, haciendo ella lo mismo al tiempo que su mano derecha me rozó la polla. Luego me la tocó y yo no se lo impedí ni loco. Ella siguió hasta agarrarme los huevos.
– Quiero ponerte a mil – me dijo – Que sepas lo que soy capaz de hacerte disfrutar para que también sepas lo mucho que te voy a pedir. Quiero que seas mi rey. Ahora disfruta.
Sus manos comienzan ahora a recorrer mi geografía, yo con los ojos cerrados por el placer que me está dando, pero mis dedos comienzan la ruta que anticipa todo el gusto que voy a recibir al lado de una mujer como ella. Se pasean por su abdomen para después dirigir sabiamente mi curiosidad, por la atracción que despierta, a otros puntos tan apetitosos como el que acababa de abandonar. Recorrí con gozo esas mamas grandes y duras donde los sensibles pezones ayudaban a hacer una breve parada para saborear esa impresionable y respingona anatomía que concentra, no solo en esta parte, todo el pulso que ahora estamos jugando.
En este momento quisiera comérmela, tenía tantas ganas de poseerla, de que estuviera dentro de mí y de estar dentro de ella que tenía que hacer esfuerzos para no devorarla. Cuando mordisqueé sus labios se lanzó con igual pasión a devorar ese sabor a macho temerario que nos empapaba.
De sus labios pasé a su mentón, de ahí al cuello y avancé hasta su oreja que mordí. Ella se movía masajeando con su espalda mi polla que ya está acerada y corpulenta. Tenía un modo de moverse felino, se dilataba en el tiempo para que así llegase a comprender todo ese aluvión de emociones que me está haciendo sentir. Era un placer sin pausa y con la violencia justa, que se iba sumando hasta alcanzar una nueva cima cada vez.
Una mata de un rubio suave surgía de mi ombligo abriéndose paso hasta coronar un mástil de envergadura orlado con unos cojones generosos. Aún se resistía a tocármela, aunque ahora apuntaba hacia el techo con toda su soberbia. Solo mis palabras, entrecortadas por sus besos obscenos, la sacaron por un momento de la fiebre para prestar atención a mi ruego:
– ¡Quiero que me mames la polla!
Sus ojos sonrieron y sellé esa sonrisa con un último beso. Me arrastré sobre ella y me llegaba ya el sudor de su sexo. Yo tenía la boca húmeda, pues esa es la comida que me hace que se me caiga la baba y que mi verga reviente por tener una mujer brava como ella.

Mi empalmada polla, con el viaje que le estaba dando, llegaba a la altura de su boca hambrienta y le pasó la punta de la lengua por el contorno del capullo logrando que me retorciera de placer y la saludaba abrazando sus humedecidos labios a mi magnífico prepucio.
– Sabe a sexo – me dijo entre jadeos – A litros de sexo en ebullición.
– ¡Sabe de maravilla! – le dije.
Pero ella quería ver mi cara mientras me la chupaba, quería ver mi camino al éxtasis, cómo me muerdo los labios, cómo cierro los ojos.
– ¡Quiero verlo todo y probarlo todo! – me dijo.
Por eso, su voracidad, seguía lamiendo mi cuerpo. Un amante como yo, era un descubrimiento nuevo en cada embestida, uno de esos polvos que te encuentras una vez en la vida y que quieres que duren para siempre. Lo supe al ver como relamía mis cojones cargados de aromas que le encandilaban anunciando el tesoro que guardo en mi polla y lo revalidaba al pasar su golosa lengua por mis muslos.
Mi verga estaba durísima y no quería perder su perpendicular que momentos antes apuntaba al techo, por eso, mientras ella estaba degustando todo mi cuerpo, mi polla tropezaba con sus carnes. Ella giró paseándose lentamente entre mis piernas, casi como si me la follara, poniendo todo mi peso en su cuerpo para saborear pequeños bocados de un plato sensual como el mío. Su lengua tocaba la punta de mi capullo, suspiré y una sonrisa asomó en sus húmedos labios.
– Tranquilo – me dijo – te va a encantar. Esta tarde no haré nada que no te encante, que no te haga gozar como realmente te mereces.
Al mismo tiempo me abrió las piernas para disfrutar de mi virilidad. La base de mi polla es ancha, como de ocho centímetros y tras eso, mi mástil surcado por venas que casi no disminuye de grosor hasta la mitad del recorrido. Mi capullo, de un rosa fuerte y carnal. A esto se une su amplitud de una forma casi cónica que remata en una punta afilada al máximo que me hace recordar a un arpón y todo eso arropado con la piel de mi prepucio.
La cabeza aún estaba empapada con su saliva, pero en lo que ha tardado en girarse unas gotas de semen brillaban en la punta de mi glande. Ese es el primer premio que le di. Su mano agarró mi verga por su base mientras la otra jugueteaba con mis cojones.
De nuevo meneó la cintura como un gato y la punta de su lengua me la lamía. Suspiré, lo que le hizo creer que no lo estaba haciendo mal. Su lengua recorría el contorno del glande, me estaba derritiendo y ella lo notaba con mis sacudidas de izquierda a derecha. Pero su egoísmo buscaba demostrarme una vez más quien estaba al mando, así que dejó de chupármela por un instante y me hizo poner de rodillas mientras su mano, con movimientos acompasados, marcaba el tamaño de mi polla.
– ¿Te gusta? – me preguntó.
– ¡Sí, me gusta…siií… me gusta!
– Pues esto va a más – exclamó – Terminarás viciándote.
Me había salivado al máximo y de nuevo volvió a relamer esa carnal cabeza, sin dejar un resquicio por donde la aspereza de su lengua no me levantase pequeños jadeos. Sus labios besaban ahora mi capullo y comenzaban a abrazarlo para ir chupándome palmo a palmo la envergadura de mi polla.

Sus labios se deslizaban lentamente por esa viril suavidad envolviéndola centímetro a centímetro, su lengua recorría todo el talle coqueteando con su amplitud sin dejar de empapar de abajo a arriba, de izquierda a derecha tan apetitoso manjar. Mi glande chocaba con el paladar y avanzaba en su camino. Ella sentía que mi verga ardía. Intenté acompasarme a sus impulsos y lo conseguí rápidamente. Su mano seguía jugando con mis bolas, pero se deslizaba hacia la raja de mi culo hasta encontrar el ojete de mi ano. Al mismo tiempo continuaba chupándomela y chupándomela, y yo estaba disfrutando a tope. Las gotas de líquido preseminal encharcaban toda la cabeza de mi verga que oscilaba con la mamada. Simultáneamente a esa mamada, sus dedos comenzaron a masajear mi ano con movimientos circulares que eran ayudados por la extrema suavidad de mi ojete.
– ¿Quieres probar su sabor? – me soltó.
Por unos breves instantes dejó de chupármela para empaparme del sabor de mi culo. Como esperaba, superó las expectativas. Con el dedo empapado continuó con el masaje ahora más atrevido. Su dedo llamaba a la puerta de mi cueva y entraba hasta el recibidor para ahí volver a dar dulces giros. Al rato me cogió las piernas y las levantó para ver mi culo sonrosado. Fue ahora su lengua la que tomó el revelo, la que se fascinó al contemplar un culo redondo, terso y respingón. Su lengua saboreaba todo el sabor de mi ano.
Yo estaba gozando plenamente, mi polla estaba tan empalmada por todo el placer que me hacía sentir y que yo le daba, que comenzó a dolerme pues estaba babeando por metérsela a fondo. Mis jadeos aumentaban. La punta de su lengua tanteaba y escarbaba ese jugo en clara competencia con la verga, que meneaba con brío. Mi repentina quietud y unos pequeños espasmos le anunciaron que se acercaba el momento. La punta de su lengua seguía alojada en el ojete y unas pequeñas presiones le anunciaron que me voy a correr como una puta.
– ¡Creo que… que me… voy… creo que… me voy a correr…! – exclamé.
Su mano se paró en la base de mi polla y con la sensibilidad del momento notó como aumentaba aún más el grosor de mi acerada masculinidad.
– Quiero probar esa leche tuya que sacie la sed que me has provocado – me dijo mi reina.
Mi verga apuntó hacia su golosa boca y un primer y abundante trallazo cruzó limpiamente hasta la campanilla. Un rugido acompañó los siguientes latigazos ya en las paredes de su boca que tragaba con una urgencia insaciable todo el semen que me corroía de placer y me agitaba en cortas sacudidas. Fue un orgasmo prolongado que explosionó en todas las partes de mi cuerpo mientras su boca limpiaba mi polla. Un hilillo de semen salía por la comisura de sus finos labios y se escurría, siguiendo el camino de sus delicadas formas. Con feminidad se tocó esos pechos, envolviéndolos con sus manos.
Ahora que la miraba, me costaba reconocer esos senos redondos y rotundos, que son tan perfectos que en otro cuerpo parecerían prótesis. Esa elegancia es la que define su cuerpo. Es esa mujer que hace que se me ponga dura como la piedra con solo rozar su belleza.

La suavidad de sus rasgos acentúa esa feminidad que vuelve a subir otro peldaño al exagerar aquellas partes que reclaman una atención especial: sus pechos, su culo y su cueva. Esas tetas hiperbólicas y redondas que hacen emerger el invento de la mujer, ese culo depilado, torneado y femenino que subraya el esplendor de su belleza y esa cueva de formas perfectas que pone un final grandioso a esa bella sinfonía que es su cuerpo.
La leche había llegado ya a su mentón, ofreciéndome de nuevo la oportunidad de unir dos placeres: sus labios y mi semen. No fue un beso el que le doy, ¡fue un arrebato! Primero le mordí la barbilla arrastrando ese jugo y después mordisqueé sus labios. Mi polla chocaba con su cueva como husmeando la mercancía exquisita que me ofrecía su cuerpo. Sus uñas de gata en celo me arañaban aumentando mi fogosidad. De pronto su voz me dio la orden de despegue con una frase certera:
– Tengo el culito ardiendo, que el muy picarón, con lo caprichoso que es, ahora se muere de ganas de comer.
Lo que sigue y que es mucho, amiga Charo, te lo contaré en una próxima carta.
Besos.

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