Relato erótico

Como un ángel

Charo
20 de marzo del 2019

Después de una larga temporada del país, por fin volvía a casa. El vuelo era largo y pesado. Aunque le echó el ojo a una azafata, el cansancio pudo con él y se durmió. Cuando despertó vino la azafata y le pareció que llegaba un ángel.

Rafael – Madrid
Después de una larga temporada de trabajo en una sucursal de mi empresa, tocaba volver a Madrid. Aunque el vuelo era largo (más de 10 horas), estaba tan cansado que no me importaba. Ya dentro del avión y tras despegar, me fijé en ella. Algo más joven que las demás azafatas, sobresalía de las demás por su atractivo; pelo ligeramente pelirrojo recogido en una coleta, fino y esbelto talle, piernas largas acentuadas por la medida de la falda y un culito prieto y firme que se dibujaba dentro de ella, hacían fácil observarla.
Desde que había sido enviado a Argentina, no me había comido una rosca y hacía ya mucho tiempo de eso, apareciéndome ella como un bocado bastante apetecible. De todas maneras fue algo fugaz, porque estaba tan, tan cansado, que tras ese pensamiento caí profundamente dormido. No sabría decir cuanto tiempo pasé durmiendo, pero al poco de despertar noté una mano en mi hombro al tiempo que una cálida y dulce voz preguntaba si quería algo de beber. Somnoliento aún, abrí todo lo que puede los ojos y distinguí el bello rostro de la joven azafata. Le contesté que me apetecía una coca cola y ella me sonrió diciéndome que me la traería.
No tardó más que pocos segundos en hacerlo y tras darle las gracias intenté sacarle algo de conversación, le pregunté si no se sentían muy cansadas en estos vuelos que duran tanto, sobre todo por lo pesados que nos ponemos los pasajeros, que si azafata esto, que si lo otro. Ella me contestó diciendo que era lo normal, pero que en un avión tan grande son muchas las azafatas y que además (para mi sorpresa) el avión llevaba habilitada una bodega especial, que llamó “iglú”, en la que había una serie de camas para la tripulación de cabina y en la que de vez en cuando iban a descansar. No me dijo más, y con una espléndida sonrisa me dijo que si quería algo más, no tenía más que llamarla. Lola, ponía en la chapa que llevaba en la camisa.
Su presencia hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo de cabeza a los pies y sin darme cuenta noté como una incipiente erección se ocultaba bajo mis pantalones, menos mal que sentado esos problemas se disimulan, pensé, a la vez que cruzaba las piernas por si acaso. Ya bajaría. Pero no fue así. En el espacio de primera, que no era mucho, ella no paraba de ir de un lado para otro y ni yo ni mi pene erecto podíamos pensar en otra cosa que no fuera ella.

Su aroma, sus ojos, sus pechos que se insinuaban bajo la tenue y fina camisa, podía incluso imaginarme el aroma de su sexo…
La cosa es que yo también debía de haber provocado (o eso me pareció) alguna reacción atractiva en ella, ya que de vez en cuando me echaba una miradita a la vez insinuante y picarona. Así, el juego de miradas insinuantes y dubitativas permaneció activo durante un largo tiempo. Para que no se quedara la cosa en un primer set, decidí darle un poco de coba y a la vez esconder un poco el abultado problema que tenía entre las piernas, que aún persistía, porque una cacatúa que tenía cerca parecía que se había dado cuenta de mi “pequeño” problema y no hacía más que echarme miradas desaprobadoras y amenazantes, por lo que pulsé el llamador, esperando que fuera ella la que acudiera en mi socorro.
Por suerte fue así y una vez que llegó, con mi mejor sonrisa le pedí por favor una manta, haciéndole ver que tenía algo de frío. Como ella estaba de pié reclinada sobre mí, noté que desvió la mirada hacia mi sexo, miró a su alrededor percatándose de que nadie nos observaba, para después alargar su mano hasta la bragueta a la vez que sonreía maliciosamente comentando que le extrañaba, pues parecía que la zona estaba muy caliente, pero que si quería una manta me la traía en un momento. Cuando volvió y tras presentarme alegando que no me parecía bien que yo conociera su nombre y ella no supera el mío, le pregunté si en algún momento a lo largo del vuelo podría enseñarme ese “iglú” en el que descansaban, ya que tenía curiosidad. Volviendo a sonreír pícaramente, me contestó que no se podía, pero que ya vería la manera de arreglarlo.
O estaba soñando o la tenía en el bote. Mejor sería esto último porque solo con sus insinuaciones, el tamaño de mi verga había crecido más.
Al cabo de media hora y después de imaginarme varias veces cómo iría desnudando ese cuerpo de su uniforme, ella acudió por enésima vez con esa sonrisa suya tan cautivadora y lujuriosa, para decirme que era el momento, que había hablado con sus compañeras y compañeros, y que podía visitar el “iglú”. Me dijo que la siguiera y muy pegadito a ella, la acompañé por el largo pasillo del avión y antes de llegar a la mitad, a la izquierda había una puerta que abrió y tras bajar por unas escaleras, nos encontramos en una especie de contendor con algunas literas. Desde luego que no era una suite, pero para descansar un ratito no estaba nada mal.

Sin que yo me sorprendiera mucho, ella volvió a subir por las escaleras pero para cerrar desde dentro la puerta de entrada. Desde arriba me miraba fijamente, llegando a pensar por un momento que lo mismo no salía vivo del trance. Comenzó a descender por la escalerita diciéndome que quería examinarme bien ese problema de temperatura, aunque ella también dijo empezar a notar alguno. Despacio se desabrochó dos botones de su camisa, dejando entrever dentro de su sujetador blanco, dos bellos pechos, pequeños y desafiantes. Después me dijo que podía quitarme la corbata, aunque la verdad es que lo hizo ella, para luego, con las yemas de sus dedos, recorrer mi pecho, bajando hasta la cintura, tocarme la hebilla del cinturón y después con un solo dedito, pasarlo a lo largo de la bragueta deformada.
– ¿Qué es esto que tenemos aquí?, un termómetro muy caliente, la causa de tus males. Vamos a examinarlo -dijo.
Pausadamente me desabrochó el cinturón, el botón y bajó la bragueta, se me cayeron los pantalones, vaya situación, nos reímos. Con el bóxer marcando mi erección volvió a poner en marcha sus dedos, tocando levemente mi polla desabrochó el pequeño botón del calzoncillo dejando que todo mi sexo erecto saliera por la abertura. La situación tenía mucho de erotismo y excitación pero desde luego que no tenía ni una pizca de buen gusto. Para remediarlo en algo, rápidamente me quité los zapatos y los calcetines, los pantalones y me desabroché la camisa.
Ella mientras tanto se había quitado la coleta dejando su espléndida melena expandirse en el aire con unos suaves movimientos de cuello. Así no iba a disminuir mi erección. Luego se quitó los zapatos de tacón. Nada más. Su juego iba a continuar… Se acercó a mí aproximando sus labios rojos a mi boca, pero solo la rozó. Aprovechó el momento para quitarme la camisa, coger uno de mis brazos y con la corbata atarme la muñeca a una de las barras de las literas. Con su pañuelo me ató la otra, estaba igual que un preso medieval en su mazmorra. Allí de pie, con la polla tiesa y los brazos atados sin poder escapar. ¡Qué cosas!
Tampoco es que hubiera mucho espacio en el cubículo por lo que en el pasillo en el que me había atado, se colocó apoyando su espalda contra las literas que tenía enfrente y casi nos tocábamos, mientras se agachaba para quitarse la faldita del uniforme, acercó la cabeza a mi polla y repitió la operación que antes había hecho en mi boca.

Rozó levemente la punta de mi glande haciendo que un nuevo escalofrío me recorriera de arriba abajo, después me liberó del pecado de llevar aún la ropa interior puesta. Era Prometeo esperando que el águila le empezara a devorar las entrañas, pero esta vez sin dolor.
Tras ello, en una de esas operaciones que solo una mujer sabe hacer, sin quitarse la camisa aún desabrochada, se deshizo primero del sujetador lanzándolo a un rincón y después de sus braguitas. Podía ver claramente ya sus hermosos pezones desafiantes por la gran uve de su escote, la suave curva de su pecho asomando por esa mini ventana, deseaba con vehemencia acariciar, lamer y succionar sus pezones erectos del placer, pero no podía tocar sus pechos, con el mío todo lo más. Ella dio otro paso poniéndose un dedo en la boca en señal de que me callara, ya que veía que yo podía empezar a gritar de locura de un momento a otro, lo lamió a continuación, pasándolo por mi pecho bajando hasta la curva de mi pubis con mi pene, para luego recorrerlo hasta el glande y después bajar hasta mis testículos. Tras ello lo dirigió hasta la cara interior de su muslo y subiéndose ligeramente el faldón de la camisa, descubrirme todo su sexo.
Su vello como el trigo dorado escondía esa caverna misteriosa, ya húmeda, que fue de seguido penetrada por ese mismo dedo trasgresor. ¡Quién fuera yema! Con armoniosa pasividad liberó al dedo de su oscuro viaje y lo levantó hacia mi boca, que no quiso ser menos y se abrió para recibirlo y así saborear el dulce néctar. Y así el calvario no hizo más que empezar. Ella se volvió a agachar, me agarró con las manos la polla, acercó su boca al glande, sacó su lengua aventurera y lo lamió pausadamente, para acabar introduciéndose el glande y dejarlo completamente ensalivado. Pude notar perfectamente el recorrer de sus labios por mi falo. Se volvió a levantar y reanudó el beso incompleto del inicio, abrió su boca y noté su lengua juguetona luchando con la mía, pudiendo notar no solo su dulce sabor sino incluso el salado que mi pene había dejado en ella. Pero tampoco duró mucho ese goce. Esa era la tónica. Placer y espera: castigo.
El tiempo pasaba y pasaba. Y lo que iba a pasar. Con un movimiento rápido se elevó sobre la litera, agarrándose con sus manos a la parte de arriba, y sujetándose con las piernas abiertas en la litera que yo tenía detrás con mi cuerpo en medio. Así me mostraba toda la extensión de su sexo, los labios palpitantes, su clítoris desafiante y los jugos que habían empezado a fluir de su interior. Sublime visión. De lo que no me había dado cuenta es que en esa posición su coñito quedaba ligeramente por encima de mi polla, pero solo podrían unirse si ella desplazaba su cuerpo ligeramente hacia abajo, y eso hizo. Con tremenda precisión inclinó su cuerpo hacia la punta de mi verga, pudo rozar la entrada y comenzó un movimiento oscilante que hacía eso, que se produjera un leve roce entre ambos sexos, nada más.

Algunas veces, con un ritmo desacompasado se inclinaba un poco más logrando así que yo me introdujera brevemente en ella, para luego continuar con el movimiento circular que, claro, al cabo de un tiempo me hizo no aguantar más estallando en un orgasmo como no recordaba.
No me había dado cuenta que esa había sido su intención, follarme de una manera distinta, más provocada por el deseo que por la acción. Y fue realmente alucinante. Sin preguntarme nada me desató tras bajarse de su acrobática postura y quitándose la camisa se tumbó en una de las camas, abriendo ligeramente las piernas haciéndome ver que ahora me tocaba a mí hacer que ella disfrutara. Alrededor de su sexo podían verse aún restos de la batalla anterior, restos de semen y de sus flujos vaginales recorrían sus labios y la parte interna de sus muslos. Era una señal para el comienzo.
Postrándome entre sus piernas agaché la cabeza y comencé a recorrer sus muslos con mi lengua. Allí donde me encontraba con aquellos restos, procedía con mayor cuidado, la mezcla de mis jugos y los suyos producía en mi boca una sensación explosiva. Y explosivos y convulsivos eran los movimientos de ella, según me iba acercado a su placentero coño. Sus labios seguían con el mismo nivel de excitación que había provocado mi orgasmo, abultados y palpitantes. En ese estado comencé a dibujar letras en ellos con la punta de mi juguetona lengua. Le estaba escribiendo y describiendo el inmenso placer que me había demostrado anteriormente. Para finalizar hice que mi lengua penetrara completamente en ella. No era lo mismo que una polla pero gemía y gemía.
Ahora sí que estaba probando la ambrosía, la bebida de los dioses, que ella destilaba por su cavidad, y mi pene ya se había recuperado y estaba dispuesto para una segunda ronda. Me tocaba a mí hacerla sufrir. Colocándome sobre ella cogí mi verga y la hice deslizarse a lo largo de su vagina. Solo con la punta de mi glande me paseé por esa senda, ella me miraba con una sonrisa, comprendía la venganza. Así que comencé a introducir únicamente la punta de mi polla en su cueva una y otra vez, hasta que decidí cambiar el método. Había que explorar lo que aún no conocía, lo que había detrás de la puerta. Suavemente metí todo lo que tenía en el húmedo redil.

No calzo treinta centímetros pero tengo una buena verga y aún así no logré llegar hasta el final. Tenía un coñito vasto y extenso, pero cálido y prieto, confortable y lubrificado. La metía y la sacaba despacio pero sin pausa, para, al cabo de un rato y ante sus suplicantes miradas, incrementar el ritmo hasta que al final los dos nos abandonamos en una gran explosión…
Fue un viaje largo pero muy reconfortante, por desgracia nunca más me ha pasado. Gracias por leerme. Un abrazo.

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