Relato erótico
¡Como he podido ser tan puta!
Lo que tenía que ser una comida entre cuatro parejas, acabo siendo una verdadera orgía, pero la protagonista femenina, solo fue ella.
Cecilia – Ciudad Real
Aquel día, mi marido, y yo, Cecilia estábamos comiendo en casa de unos amigos. Éramos cuatro matrimonios a la mesa. Todos de edades parecidas, rondando la cincuentena las mujeres, y pasándola los hombres. Nos conocíamos desde hacía años y el ambiente era extremadamente cordial. Yo me daba cuenta de cómo me miraban los maridos, incluido el mío. Y es que seguía estando buena a mi edad. Alta, con melena rubia, senos grandes y desafiantes rematados por gruesos pezones, largas piernas, solo se notaba mi edad en la cintura, donde había acumulado algún kilo, y en las nalgas, donde se apreciaba algo la celulitis. Destacaba en el grupo, pues salvo Juana, la mujer de Luis, también rubia y agraciada de cara, las otras dos no eran excesivamente atractivas.
En el momento de preparar el café nos juntamos todas las mujeres en la cocina. Allí, me dijeron que querían irse al cine, a ver dos películas seguidas, que los hombres se quedaran viendo la tele mientras ellas se iban, o jugando a las cartas. Yo les dije que prefería quedarme, que me apetecía echarme una siesta, pues había tomado demasiado vino en la comida. Y algo más que no sabía lo que era. Tomamos el café los cuatro matrimonios, y al terminar Juana les dijo a los maridos que se largaban al cine ella, Gema y Carla.
Luis, Jorge y Ricardo no pusieron pega alguna, ni Manolo, mi marido, tampoco. Al cabo de unos minutos se fueron las tres mujeres y yo me senté en el sofá, a mirar la tele, esperando coger un sueñecito. Desde la mesa, los cuatro hombres me miraron. Luis le dijo a Manolo en voz muy baja:
– Desde luego, tu mujer aún está buena a rebosar. ¿No te enfadarás por la pastillita que le he puesto en el vino? La pondrá cachonda a tope, a pesar de notar cierto sopor.
Manolo sonrió y contestó que no, observando como el vestido negro que ceñía mi cuerpo se me había subido al sentarme y dejaba la mitad de mis muslos al descubierto. No le di importancia y empecé a notar una cierta somnolencia, cerrando los ojos para descansar un poco. Entonces, Luis pidió en voz baja permiso a Manolo:
– ¿Dejas que nos sentemos en el sofá al lado de tu mujer?
Manolo, que siempre había sido un voyeur, le dijo que hicieran lo que quisieran. Se sentía inquieto, expectante, sabedor de lo que podía pasar. No lo pensaron más y al momento Luis y Jorge estaban sentados uno a cada lado de mí, que seguía dormitando. Ricardo se quedó con Manolo observando la situación, contemplando como Luis comenzaba sus escarceos. Lo primero que hizo éste fue subir algo más mi vestido metiendo luego una mano hacia su entrepierna. Yo me desperté automáticamente al notar como me sobaban, miró a los dos hombres que tenía al lado, y también a mi marido y al otro que seguían sentados.
– ¿Qué haces, Luis? No está bien que te aproveches de mí, que estoy algo bebida – exclamé.
Pero Luis no me dejó continuar. De un manotazo, ayudado por Jorge, me subió el vestido hasta la cintura. Entonces miré a mi marido y le dije:
– Manolo, me están metiendo mano. ¿No te enfadas?
El no le contestó, me miró sonriente, aceptando el hecho. Pronto me abrieron de piernas y me dejaron con las bragas a la vista de los cuatro. Jorge, entonces, me cogió por el cuello y me acercó los labios empezando a besarme en la boca. Yo no protesté, abrí los labios y junté mi lengua con la de Jorge, jugando un excitante juego de lenguas, mientras Luis introducía una mano dentro de mis bragas por un costado y llegó a mi empapada raja, que recorrió metiendo un par de dedos en mi coño.
– ¡Qué buena está tu mujer, Manolo! Nos la vamos a tirar – dijo Luis – ¿Verdad que sí, puta, que eres una gran puta?
Yo le pedí que no me insultara, pero me sentía incapaz de discutir. Me abandoné, dejé que le quitaran todo el vestido, que me dejaran en el sofá en bragas y sujetador, muy excitada, demasiado para lo que en mi era normal. Estaban sobándome el chocho y acariciándome, en círculo alrededor del clítoris. Estaba caliente como nunca lo había estado, yo misma me saqué los pechos por encima del sujetador y pedí que me chuparan los pezones. Luis y Jorge me complacieron y noté un espasmo de gusto cuando los dos me lamieron y mordieron los dos pezones a la vez.
De la mesa se levantaron entonces Ricardo y mi marido, con las pollas fuera del pantalón, se acercaron al sofá y mientras los otros se ocupaban de mis pezones, ellos me hicieron coger con las manos sus dos pollas, que comencé a masturbar, sintiendo oleadas de flujo en mi coño, recorrido por los dedos de Luis, a los que acompañaban desde hacía unos momentos los de Jorge. Pero como las bragas molestaban un poco para el tocarlo libremente, Jorge sacó una navaja y las rasgó, rompiéndolas violentamente. Los trozos de braga se los repartieron y guardaron los tres amigos. Sin bragas, abierta de piernas, solo con el sujetador, y con cuatro hombres atacándome, me sentí bien. No me reconocía, había perdido la vergüenza, el pudor. Solo quería continuar la orgía que había comenzado, donde yo era la principal protagonista.
Ya estaba a punto de correrme, ya que los dedos de Jorge y Luis frotaban mi clítoris con gran energía, cuando pedí que me insultaran, que me dijeran barbaridades. No podía dominar mi calentura de hembra en celo.
– Zorra, mala puta, lamerías las pollas de cien negros, golfa, guarra que te lo harías con cualquiera, golfa…- me dijeron entre otras cosas.
Ya no pude más y me corrí chillando:
– ¡Bandidos, cochinos, sois todos unos cerdos, penetradme, folladme de una vez!
Entonces Luis me cogió por el cabello, me levantó, y me arrancó el sujetador, quedando así desnuda del todo en medio de los cuatro, que no perdieron ni un segundo. Me rodearon, abrazándome, me metieron mano en el coño y el ano, notando varios dedos en mis dos agujeros sin saber de quiénes eran. Me sentí inmolada, violada, humillada, entregada a los machos con deseos brutales de sexo. Me morreé con Ricardo, cogí pollas, sentí dolor en los pezones por los mordiscos que me dieron, también en las tetas que me las estrujaron con saña. Así puestos, los cuatro hombres se quedaron rápidamente en pelotas, me llevaron al dormitorio tirándome del pelo y dándome palmadas en las nalgas y las tetas. Yo gritaba de dolor.
– Di que eres una mala puta, que quieres castigo – me dijo mi marido.
– ¡Soy una mala puta, quiero el castigo! – me oí repetir mientras era arrastrada hacia el dormitorio.
Allí se echó primero Ricardo en la cama, y luego me pusieron a mí encima. Mi marido me lamió el culo y me dilató el agujero para que Ricardo me la metiera de un golpe por el ojete. Yo bramé de dolor, sintiendo que el ano se me desgarraba.
– ¡Bestia, que daño me haces, pero no la saques, dame bien por el culo! – grité.
Pero enseguida me di cuenta de que quería entrar otra polla por el mismo agujero. Era Luis, que intentaba meterla también allí, dentro de mi dilatado y ocupado ano. Poco a poco, haciéndome un daño terrible, logró introducirla y clavarla junto a la de Ricardo. Inexplicablemente yo sentí, después de sufrir por unos momentos el tremendo dolor de la penetración, un extraño placer. Notaba las dos pollas en el culo y acabó gustándome. Moví el culo para darles marcha, mientras chupaba las pollas de Jorge y mi marido, que me las pusieron al alcance de su boca. Al cabo de unos minutos, una cascada de semen inundó mi ano. Se corrieron a la vez las dos pollas metidas en él y yo iba a gritar pero no pude. Una nueva descarga de semen, esta vez en mi garganta, se lo impidió. Mi marido se corrió sin sacarla de mi boca y aunque tuve una arcada, la superé.
– Vamos a mearnos dentro en su culo – oí que alguien decía.
Fue una sensación divina, notaba como aquel líquido caliente llenaba mi culo y después bajaba por los muslos. Cuando acabaron de mear me las sacaron, me dieron la vuelta en la cama, me dejaron abierta de piernas boca arriba, y vieron como mi agujero rezumaba semen y orina, manchando las sábanas. Así, en esa pose lasciva y guarra, Jorge me poseyó metiéndome la polla dentro del coño hasta los huevos. Mi marido me tocaba, a su vez, el clítoris para que volviera a correrme, no tardando en hacerlo, emitiendo alaridos de gusto.
Pero Jorge me la sacó cuando notó que estaba apunto de correrse, subió su polla hasta mi boca, me la hizo abrir y descargó su leche allí.
Nos quedamos después los cinco tumbados en la cama, hasta que Luis miró el reloj y dijo:
– Todavía faltan tres horas para que vuelvan nuestras mujeres. Tenemos tiempo de otro asalto.
No tuve fuerzas para protestar, estaba tirada boca arriba ofreciendo mi abierto coño a los hombres. Me notaba cansada, pero no podía impedir que esos cuatro machos excitados siguieran disfrutando de una hembra como yo. Por eso, cuando al cabo de un rato estaba otra vez con dos pollas dentro, esta vez juntas en el fondo de mi coño, intenté disfrutarlo. Me gustó que me apretaran enloquecidos con rabia las tetas, que me pellizcaran los pezones hasta hacerlos sangrar, me arañaran y palmearan las nalgas hasta dejarlas rojas como tomates maduros y que me llenaran de leche el chocho y el culo.
Embrutecidos de sexo, no me dieron descanso hasta que se hartaron de poseerme y gozarme. Destrozada, una hora más tarde, me levanté, dejando a los cuatro hombres tirados y medio dormidos en la cama. Fui al lavabo, me duché, me puse el vestido, sin nada debajo, pues habían desaparecido mis bragas y mi sujetador, y sin decir nada a mi marido me marché dejándole una nota, poniéndole que no me buscara hasta el día siguiente, que ya hablarían del por qué me había puesto tan caliente y depravada al acabar de comer.
Tomé un taxi y me fui a un hotel de cinco estrellas. No quería ver a nadie. En una tienda del mismo hotel me compré unas bragas, un sujetador y un neceser de aseo. También un bocadillo en el bar de la planta baja. Subí a mi habitación, me desnudé, me comí el bocadillo con una cerveza y me acosté. Estaba avergonzada, pero recordando lo sucedido, comencé a tocarme el coño y no pude evitar que me viniera de inmediato un gran orgasmo. Me dormí después, sin parar de insultarme a sí misma, diciéndome sin parar:
– ¡Pero cómo he podido ser tan puta!
Saludos.