Relato erótico
Cena de empresa
En la empresa habían montado una cena para celebrar que llegaban las vacaciones estivales. Normalmente eran un rollo y se le ocurrió invitar a una compañera de trabajo, con la que solía hablar mucho y con el paso del tiempo sus conversaciones eran cada vez más atrevidas.
Jordi – Barcelona
Hacía tiempo que llevábamos tonteando, ella a pesar de ser una mujer casada no le hacia ascos a comentarios calientes que yo intentaba repetir constantemente. Que si hoy debes llevar un tanga muy bonito, que si la minifalda con tacones la llevas muy bien y cosas por el estilo, el caso es que habíamos intercambiado ya algunos correos electrónicos desde nuestras direcciones particulares con frases, deseos o fantasías que a los dos nos habían puestos muy calientes, y un día me decidí.
Llegaban las vacaciones y como era habitual los compañeros de la oficina, decidieron organizar una cena para despedirnos. A mí la idea no me acababa de convencer y las ultimas cenas habían sido un muermo, así que, como decía antes, me decidí proponerle a ella, a Carmen el hacer una cena solos para, excusa barata lo reconozco, hablar del trabajo y comentar lo que podíamos esperar del resto del año después de las vacaciones. El caso es que sorprendentemente accedió sin saber yo que había entendido perfectamente que era una simple excusa lo que le había dado.
Bueno, el día de la cena, me presenté donde habíamos quedado, no muy cerca de su casa porque, no sabía yo aún el motivo, no le había dicho al marido que cenaba a solas conmigo, sino que con los compañeros que nos íbamos a juntar y que seríamos diez o doce. El caso es que naturalmente fui puntual y ella aún lo había sido más pues, cuando llegué, me estaba ya esperando. Llevaba el pelo recogido, unas gafas preciosas nuevas, un collar de perlas al cuello, un color de labios rojo muy llamativo y un vestido escotado, muy escotado y de suave tela que dejaba adivinar que bajo el mismo no llevaba nada más que el pequeño, diminuto tanga que alrededor de su cintura se marcaba, y un pequeño bolso que hacia juego con las preciosas sandalias con tacón que hacían elevar su altura casi diez centímetros.
Me dejó helado tanta hermosura, jamás la había podido contemplar con tanta libertad, con tal escasez de ropa y casi al instante mis pensamientos más carnales se pusieron en marcha y noté como mi miembro se ponía a tono simplemente con ver como su generoso escote me dejaba admirar cada centímetro de sus grandes y preciosas tetas al subir a mi coche. Dos fugaces besos, un saludo y puse el coche en marcha en dirección al restaurante donde había reservado mesa.
La cena transcurrió muy tranquila, alternamos los temas de conversación, trabajo, mis novias, su vida de casada y conforme el vino hizo su efecto y nos trajeron los postres subimos el tono hasta llegar a las confesiones. Le conté, sin ningún tipo de corte, que algún sábado había acabado pegando un revolcón en el coche y ella que era un sitio que nunca había probado para hacer el amor. Hablamos de su escote, de su pelo, del tamaño de mi miembro, hasta que finalmente pedimos la cuenta.
De vuelta al coche ella me dijo que si íbamos a algún bar de copas podíamos encontrar a algún conocido y que ella se sentiría muy incomoda, el caso es que le propuse acabar la velada charlando en algún lugar apartado dentro de mi coche y, de nuevo, ¡oh, sorpresa!, aceptó.
Conduje el coche hasta un descampado que ya había utilizado en otras ocasiones con mis ligues, llegamos y la conversación de nuevo cogió tono caliente, muy caliente y fue ella la que preguntó sobre qué hacía, como me las arreglaba solo hasta que, sin poder evitarlo por más tiempo, me decidí y acerqué mis labios a los suyos a lo que ella respondió con un profundo beso, húmedo, caliente y en el que nuestras lenguas se entrelazaron durante varios minutos.
Ante esta situación mis manos se dirigieron a su escote y pronto encontraron sus duros pezones, largos y muy, muy duros, pero las sorpresas no habían acabado porque Carmen se estaba dedicando a desabrocharme el pantalón, tocando mi dura polla y acariciándola con esmero. Noté, cosa que no me había pasado nunca, que la tenía muy mojada, fruto de mi excitación.
Unos breves movimientos de sus expertas manos y mi verga tomó unas dimensiones exageradas y una dureza poco habitual. Yo había acertado a bajarle los tirantes y me dedicaba a sus preciosas tetas, las acariciaba, pellizcaba los pezones y apretaba con pasión hasta que, de repente, dejó de besarme y empujándome hacia atrás se dejó caer hasta mi polla y se dedico a ella con esmero. Nunca me la habían chupado así, notaba un gran placer y en unos pocos movimientos sentí que estaba a punto de explotar, de correrme y llenar su preciosa boca con toda mi leche, pero la cogí del pelo y se la saqué de la boca de golpe diciéndome ella:
– ¿Te vas a correr, verdad… y no es eso lo que quieres?
Se soltó de mis manos y de nuevo se dedico a mamármela con más fuerza que antes y pasados apenas unos segundos, yo estaba vaciándome en su boca con gran fuerza. No sé como no le entraron arcadas porque en el momento de correrme se la metió hasta el fondo de su garganta. Cuando hube acabado se levantó, se limpió la boca con un kleenex, se recostó sobre el asiento, se quitó el diminuto, transparente tanga rosa que llevaba y me susurro.
– Ahora me toca a mí…
Acerté a poner mis labios sobre su precioso y depilado chocho y me puse también a chupar. Le lamí los labios y el clítoris e incluso el agujero del culete hasta que noté como aceleraba su respiración, pero ella dirigía mi cabeza allá donde más le gustaba hasta que, de pronto, me apartó y me suplicó que le metiera los dedos, que la masturbará, a lo que accedí rápidamente pero notando que con uno no tenía bastante acabé metiéndole tres, incluso cuatro, moviendo mi mano lo mejor que podía.
Sus susurros, sus suspiros se habían convertido en aullidos hasta que su boca comenzó a decir:
– ¡Me corrooo…!.
Una gran cantidad de líquido se le escapó por los lugares que no ocupaban mis dedos, mojándolo todo, su vestido, mi camisa e incluso el asiento de mi coche.
A estas alturas, mi polla de nuevo se había puesto en acción y ella se había dado cuenta así que me despojé de la ropa que me quedaba y pasé al asiento que ella ocupaba. Tenía el vestido enrollado a la cintura, las tetas mantenían una verticalidad asombrosa y su tamaño era más que abundante, se puso a horcajadas mientras me decía, recostada sobre mi pecho:
– ¿Es esto lo que quieres?
Entonces comenzó a meterse muy poco a poco mi polla en su caliente y muy mojado chocho, notando como los líquidos aun fluían de su interior y como comenzaba unos movimientos de metisaca que me estaba proporcionando un gran placer. Los movimientos se fueron acelerando poco a poco hasta volverse casi salvajes. Yo apenas acertaba a cogerle de las caderas para ayudarla y notaba como su humedad iba en aumento, pero mi corrida anterior me estaba ayudando a aguantar, esta vez un poco más de manera que le propuse que me dejara metérsela por el culo. Sin apenas decir nada, fue ella la que hábilmente se movió hasta sacársela del chocho y casi sin empujar se lo metió en el ano.
Se notaba que no era virgen por ese lado, pero a mi me estaba proporcionando una gran excitación con la enculada. De nuevo era ella la que se movía y esta vez aun más fuerte hasta que noté como comenzaba a mojar mi zona púbica y como volvía a repetir las mismas palabras de antes pero esta vez casi chillando:
– ¡Me corrooo… que gusto, que placer…!.
Casi al mismo momento mi segunda corrida le llenaba todo el agujero del culo por completo. Su corrida había sido abundante, hilillos de líquido resbalaban por mis caderas mientras de su ano rezumaban gotas de mi leche. Cuando dejó de moverse acercó de nuevo sus labios a los míos, me besó profundamente y me dijo:
– Gracias, ha sido increíble.
La verdad es que aun no acertaba a comprender lo que había pasado, no había reflexionado sobre mis actos, me había follado a una compañera de oficina que además estaba casada y nos había gustado, y de que manera, a los dos.
Tras unos instantes de relax nos recompusimos la ropa y hablamos de lo que habíamos hecho y ella me confesó que, al igual que yo, hacía tiempo que pensaba en esta posibilidad, que incluso había fantaseado conmigo mientras alguna solitaria noche sin su marido había optado por masturbarse para satisfacerse, así que compartíamos fantasías y, para acabar con las sorpresas quedamos que ante el éxito, el placer y las dos enormes corridas que nos habíamos regalado, que deberíamos repetirlo siempre que tuviéramos oportunidad.
Ahora espero la próxima ocasión para poderla contar a todos los lectores.
Saludos y hasta otra.