Relato erótico

“Casi” engañe ami marido

Charo
4 de junio del 2019

Desde que se habían casado hacían muchas salidas con los amigos de su marido y sus parejas. Uno de ellos, que no estaba casado, iba a las salidas con “novias”. Lo que ocurrió, según nuestra lectora, no llegó a ser una infidelidad.

Carmen – Cantabria
Hola, me llamo Carmen y soy una mujer que cometió un enorme desliz, una falta que muchos no dudarían en llamar “pecado”, y hasta hoy no me atreví a hablar de eso con nadie. Pero el cargo que tengo de conciencia es muy grande así que decidí aprovechar esta revista para desahogarme contando mi experiencia. Todo cuanto voy a referir a continuación es la pura verdad pero, por razones obvias, usaré nombres ficticios.
Siempre pensé que la amistad de Sergio con mi marido no era buena. Ramón y yo estamos casados desde hace tres años y, durante todo este tiempo, casi nunca salimos solos y, en cambio, las salidas con su grupo de amigos se han hecho una costumbre. Claro que esas salidas son divertidas porque ellos llevan a sus parejas y todos lo pasamos bien. Sergio es el único soltero del grupo y, por tanto, suele cambiar de pareja con bastante frecuencia. Quizás esa condición hace que sea tan desvergonzado y que no desaproveche ninguna oportunidad para hacerme insinuaciones.
Todo ocurrió cuando tuvimos una pequeña fiesta en la casa su casa. Como es costumbre, todos bebieron sin medida menos yo. Debieron ser las 2 de la mañana cuando todos cayeron rendidos en el mismo lugar donde se habían sentado. Sólo Sergio, su novia de turno y yo estábamos despiertos. De pronto, la muchachita le balbuceó que quería irse a dormir.
– Vámonos, mi amor ¿sí?… ya es tarde.
– Adelántate que yo tengo que situar a la gente – le respondió.
Una vez que ella hubo desaparecido, él reinició su asedio.
– ¿Y…? – me preguntó – ¿Cuándo te vas a animar?
– Ya te dije que no – le respondí – Además, tú ya tienes a Mercedes ¿no…? Ella es tu novia.
– Ella es como las otras… una pasión pasajera. Puedo terminar con ella mañana mismo. Yo te quiero a ti.
– Mira… mejor no hablemos esas cosas. Aquí está mi marido y están todos los amigos. Nos pueden oír.
– Qué va. Están bien dormidos.
– No. Mejor no.
– Bueno. Entonces yo me voy a mi habitación a dormir. Tú puedes ir a la de al lado, que está vacía.
– Prefiero quedarme aquí con Ramón.
– No seas tonta, acabarás teniendo frío.
Y, sin decir más, se fue a su habitación donde le aguardaba su novia de turno.
Sergio tenía razón. Hacía demasiado frío así que, con sumo cuidado, hice que Ramón me soltara y lo dejé durmiendo a pierna suelta en un sofá, al igual que a todos los demás. Pero, al dirigirme a la habitación que iba a ocupar el resto de la noche, no pude evitar reparar en que la puerta de Sergio estaba abierta. Quizás hubiera pasado de largo, pero unos jadeos despertaron mi curiosidad así que, con mucho cuidado, me asomé a ver lo que pasaba.

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Mercedes estaba desnuda, arrodillada, pero con medio cuerpo en la cama mientras Sergio, todavía vestido, le pasaba la lengua por el ano, bajaba por el canal hasta el coño y se la metía, causándole un enorme placer. De pronto, él se levantó y se bajó los pantalones para sacar la polla más grande que jamás había visto. Lo apoyó en la entrada del coño, pasó la punta por la raja para lubricarlo y, de golpe, se lo hundió hasta el fondo.
– ¡Aaaaah…! – exclamó ella quedamente.
Mercedes estaba gozando que era un gusto. Sergio la cogía de las caderas para metérsela con más fuerza y se movía frenéticamente mientras ella, un poco adormecida por la bebida, le decía:
– ¡Así, amor, así, métemela toda… fóllame… fóllame… métemela hasta el fondo…!
Fue demasiado para mí. Creí que iba a tener un orgasmo ahí mismo así que me retiré y, siempre con sigilo, entré en la habitación donde iba a dormir. Aturdida por la escena que había visto, destapé una sábana y me acosté vestida. El orgasmo de Mercedes le llegó tan fuerte que pude oírla incluso allí, desde allí.
– ¡Aaaah… que gusto… oooh…!
Casi sin querer, me llevé la mano al coño y empecé a acariciarme el clítoris. Llevé mis dedos más abajo y confirmé que estaba toda mojada por las escenas que había presenciado. Metí dos dedos lo más profundo que pude y empecé a masturbarme. No sé cuánto tiempo pasó pero, de pronto, oí crujir la puerta. Aunque la luz estaba apagada, pude reconocer la sombra de Sergio en el dintel. Mi primera reacción fue la de gritar pero me contuve y, por el contrario, me quedé quieta y fingí estar dormida. Después de algunos minutos, él se acercó a la cama caminando de puntillas y aprovechando que yo estaba echada de costado, se acostó a mi lado.
No pasó mucho tiempo cuando una de sus manos se apoyó en mi rodilla. Yo llevaba bragas y un vestido encima, así que la mano de Sergio empezó a subir hasta encontrarse con mi vientre. Cogió el elástico de la braga y empezó a bajármela muy despacio, como si quisiera evitar que me despertase. Yo casi no podía moverme. Mi corazón latía a mil por hora pero mantenía mi respiración acompasada, como la de la gente que duerme.
Me bajó la braga hasta la rodilla y empezó a acariciarme los muslos. Sergio siempre había apetecido mis piernas y lo demostró en ese momento cuando las acarició de arriba abajo y paseó su mano por toda la piel que tenía a su alcance. Entonces sentí que metía dos de sus dedos en mi coño, pero por atrás y eso me puso en una tremenda disyuntiva. Me di cuenta de que cualquier mujer despertaría ante eso, así que dudé entre dejarle hacer y permitir que se diera cuenta de que yo estaba consintiendo todo aquello, o pararlo de una vez, pero perderme la oportunidad de tener esa enorme polla dentro de mí. Así que, sin girar la cabeza, pregunté murmurando:

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– Ramón… ¿eres tú?
– Sí, soy yo – me contestó tratando de fingir la voz de mi marido.
El diablo había echado las cartas. Sergio creyó que se había salido con la suya al hacerme creer a mí que él era Ramón así que siguió actuando libremente. Después de hacerme una formidable paja con los dedos y recorrer las paredes de mi coño, apoyó la punta de su polla en la entrada. Yo recordé el tamaño y grosor de aquel aparato cuando, minutos antes, se había zambullido en Mercedes y no tuve más que esperar una similar embestida. Pero poco a poco, el tremendo rabo empezó a invadir mi agujero.
Ramón había dejado de hacerme el amor hacía unos dos meses así que mi coño estaba apretadísimo y me daba la sensación de que Sergio me estaba desflorando de nuevo. No. Lo cierto es que aquella verga era demasiado grande y casi no cabía en mi coño. Pero él estaba demasiado excitado así que siguió hundiéndola mientras el placer comenzaba a arrancar mis primeros jadeos:
– ¡Aaa… aaah…!
Entonces sentí un tremendo dolor, Sergio había llegado al fondo. Llevé mi mano hacia atrás y comprobé asombrada que Sergio todavía tenía medio rabo fuera. Me asusté pero, al mismo tiempo, sentí un enorme placer al tocarle la verga, sentir que estaba dura, que las venas las tenía igual de gruesas y que estaba a punto de reventar por la excitación.
Sergio empezó a moverse hacia adentro y hacia fuera pero, cada vez que la metía, el dolor me arrancaba irrefrenables ayes. Cuando parecía que aquello no iba a funcionar, él sacó la polla, que ya se había empapado totalmente con mis jugos y lo apoyó en la entrada de mi ano. Yo me asusté porque nunca nadie me había penetrado, por ahí pero no pude detenerlo. Lubricado como estaba, el glande venció la resistencia del esfínter y se metió todo.
Yo me mordí las manos para no gritar pero, aún así, un “mmmmmm” de dolor escapó por mi nariz. Pero el dolor se pasó bien pronto. Un enorme placer y un morbo que jamás había sentido me invadió así que llevé mi mano hacia su cadera y lo atraje hacia mis nalgas. Él no se hizo esperar y me hundió la verga tan profundo que sentí por primera vez sus huevos en mi carne. Ahora sí, aquel terrible cipote tenía todo el espacio necesario para moverse así que empezó a bombear con fuerza.
– ¡Aaaah… cariño… aaah… métemela… métemela toda, mi amor…!
Él no decía nada. Con el temor de verse descubierto, se limitaba a jadear profusamente mientras metía y sacaba su verga causándome un placer enorme, inmenso, tan grande como ese aparato que exploraba mis intestinos con una furia reprimida por años. Aunque era físicamente imposible, yo sentía que el glande me llegaba hasta el estómago mientras sus huevos golpeaban mis nalgas y sus manos pasaban de acariciarme las piernas a frotarme el clítoris.
– ¡Ooooh… aaah… que gusto siento… que bueno…!

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Entonces sentí cómo su leche me llenaba los intestinos como un chorro caliente, espeso y burbujeante:
Se detuvo. No sé cuánto tiempo estuvo ahí, echado detrás de mí y con su verga metida en mi culo. Tampoco sé en qué momento dejó de estar dura ni cuándo lo sacó y menos sé en qué momento se levantó. Sólo sé que al día siguiente encontré a Ramón en su lugar, que nos levantamos, nos compusimos como pudimos y retornamos a casa.
Nunca más se ha repetido este encuentro, pero siempre recuerdo aquella noche en que le fui infiel a mi marido, pero gocé como nunca antes en mi vida.
Besos cariñosos.

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