Casada y cachonda

Era una fiesta de empresa. Pasaban el fin de semana en la finca de uno de los socios. A su marido le surgió un trabajo, y ella se quedó a pasar la noche.

Maite – BARCELONA
Hola amigos de Clima, después de haber leído los cachondos relatos que me ponen a mil, he decidido probar este género a ver que os parecen mis aventuras. Lo que voy a contar es verídico y solo cambio los nombres.
Me llamo Maite y tengo 42 años. Sin ser una belleza extraordinaria me gusta cuidarme, sobre todo con comida sana y un poco de ejercicio.
Dicen que soy atractiva, buenas tetas, un buen culo y unas piernas bonitas.
Por cuestiones de trabajo mi marido pasa mucho tiempo fuera de casa ya que trabaja para una multinacional y viaja mucho.
Me siento bastante desatendida en el plano sexual. Por ello he buscado algunas formas alternativas, algunas licitas, otras no, de calmar las calenturas que ocasionalmente nos dan a las mujeres. Durante los 8 años que mi marido trabaja en la empresa, le he sido infiel varias veces, pero siempre con mucha discreción.
La primera vez fue en un viaje placer-trabajo donde invitaron a varios empleados como él, un fin de semana en un hotel situado en las afueras de la ciudad.
En la cena de recepción, para mi sorpresa, no había muchas esposas, y las pocas que había parecían señoras demasiado almidonadas como establecer algún tipo de conversación con ellas.
Mi marido me presentó a uno de los principales accionistas de la multinacional y además su mentor, Leandro, un solterón muy guapo de 45 años, que era un gran amigo suyo.
En el transcurso de la fiesta, Leandro le dijo a mi marido que quería que él y dos ingenieros más fueran a conocer los avances de la nueva planta situada a 60 Km. de donde nos encontráramos. Los llevaría el chofer de Leandro al día siguiente. Durante la agradable velada Leandro no perdía la oportunidad de mirar con detalle y cierto descaro mis atributos femeninos, eso sí, cuidando que no lo viera mi marido. Coqueteaba discretamente y me decía muchos piropos agradables, cosa que me empezó a poner cachonda.

Como a las 2 de la mañana, mi marido, que iba algo bebido me dijo que quería acostarse. Yo, estaba caliente de todas las atenciones que me había brindado Leandro y deseaba tener al menos una breve relación sexual, pero nada, el muy tonto se quedó dormido.
A la mañana siguiente sobre las 7 de la mañana ya lo estaban esperando para irse, con más sueño que conciencia, se levantó, se vistió y se fue diciéndome que regresaría esa misma noche o al día siguiente por la mañana. Yo me quedé, como muchas otras veces, mordiéndome de ganas de sentir explotar mi cuerpo de placer, pero parecía que sería otro día de frustración.
Como una hora después llamaron a mi puerta y con la bata a medio cerrar fui a abrir pensando que sería el desayuno, pero cual fue mi sorpresa al ver que era Leandro con el carrito del desayuno. Por amabilidad lo invité a pasar diciéndole que era una sorpresa, a lo cual añadió:
– Sorprendidos son los dichosos ojos que la ven.
Siempre tan caballero Leandro. Comenzamos a desayunar y yo, la verdad, un poco nerviosa por que tenía muchos deseos de tener una relación íntima y allí estaba un hombre guapo el cual además me gustaba, pero me sentía un poco culpable ojo
Desayunamos y el tiempo pasó volando, charlando con él de diferentes cosas, la familia, los hijos, mí marido y poco a poco el tema se fue haciendo más íntimo. El comprendía mis puntos de vista y parecía casi adivinar lo difícil de mi situación como mujer. Poco a poco la conversación fue derivando en temas más calientes, las relaciones sexuales, la frecuencia de las mismas, la calidad, etc.
De repente se levantó y me deje llevar cuando inesperadamente me besó en los labios y empezó a acariciar mis brazos, mis piernas, mis pechos, de forma cada vez más apasionada. El ambiente se iba caldeando y ya no pensé en nada más y desee que no se detuviera.
Instintivamente busqué su miembro, bajando la cremallera para encontrarme con una hermosa polla gorda y dura, que empecé a acariciar con mis manos. No podía dejar de pensar en lo que se sentiría con aquella polla metida en el chocho. Llevaba tres meses sin probar hombre y estaba muy necesitada de rabo.
Entonces me levantó en brazos y me llevó a la cama en la cual hacía unas horas estaba durmiendo con mi marido, pero no me importó. Me tumbó y empezó a desnudarme lentamente. Todo era tan sensual que solo pude emitir un gritito cuando me penetró.

Disfruté de cada centímetro que me entraba hasta que llegó al fondo donde se quedó unos segundos, para iniciar una follada lenta y profunda. Me estaba volviendo loca de placer y lo necesitaba tanto…
La verdad es que no me estaba costando mucho sobrellevar esta culpa, es más me excitaba pensar en eso. Aquella era la primera vez que le era infiel a mi marido, pero podía más el placer que los remordimientos.
Estuvimos un buen rato, primero él arriba luego yo, luego a cuatro patas, hasta que no aguantó más y se corrió dentro de mí.
Estábamos recuperando el aliento, cuando sonó el teléfono. Era mi marido que me llamaba para decirme que no llegaría hasta el otro día porque tenía que controlar unos cambios. Casi no podía contestarle, ya que Leandro en aquel momento me estaba comiendo el chocho. Besaba y succionaba mi clítoris, y pasaba la lengua a lo largo de mi raja, me corrí en su boca justo cuando me despedía de mi marido.
Se me olvidaba deciros que no había nadie más en la casa, por lo tanto, nos dimos un baño y como casi era la hora de comer, bajamos al jardín e hicimos el aperitivo. La comida ya la había dejado hecha la señora que cuidaba la casa y a la que muy oportunamente, Leandro, le había dado el día libre.
Estábamos en una glorieta del jardín, Leandro me estaba diciendo que era muy guapa y que de solo mirarme se había empalmado. Le dije que no me lo creía y cuando me acerqué y toqué su paquete por encima del pantalón, note que estaba totalmente erecto.
Me puse de rodillas, saque su hermoso falo, y lentamente me lo metí en la boca. Según mi marido, dice que soy una artista mamando pollas, por lo tanto, puse en práctica todas mis artes ocultas.
La mamaba y la chupaba como si fuera un helado, pero con una de mis manos le masajeaba los huevos. De pronto aceleraba la mamada y la paja, y volvía a ralentizar. Leandro tenía los ojos cerrados y suspiraba. Sus piernas se movían nerviosas y sus huevos se iban volviendo prietos en mis manos. Sabía que estaba a punto de correrse.

Entonces, agarró mi cabeza con las dos manos, y con unos fuertes movimientos de cadera me folló la boca. Su capullo tocaba mis amígdalas y me provocaba arcadas, pero verlo tan cachondo, me ponía cachonda a mi. De pronto noté como un potente chorro de leche invadía mi garganta. Quise apartarme, pero no me lo permitió, tragándome, por consiguiente toda la carga de sus cojones.
Me levante, fui al baño que había en el jardín y me lavé la boca. Después comimos, nos vestimos decentemente y sobre las 6 de la tarde llegó mi marido.
Le dio las gracias a Leandro por cuidar de mí, y el de dijo que había sido un “placer”. Yo le contesté que igualmente.
Con Leandro mantuvimos una relación que dura hasta el día de hoy. Pero como él, está casado y no tenia mucho tiempo, recurrí a otras alternativas.
Ya os las iré contando poco a poco.
Muchos besos para todos.