Relato erótico

Casada. infiel y puerca

Charo
26 de enero del 2020

Hace un tiempo nos envió su primer relato. Nos contaba que estaba de profesora en un instituto y que se estaba follando a alguno de sus alumnos. Ella misma se presenta como, casada, infiel y puerca. Este testimonio, no tiene desperdicio.

Garbiñe – Donostia
Como recordarán los lectores soy una guapa guipuzcoana de 41 años, una de esas cuarentonas estupendas y desde el curso pasado tengo plaza como profesora de inglés en un Instituto de Secundaria de la Costa del Sol. Soy la típica profe “tía buena”, como dicen los chicos, y no solo soy consciente de que se empalman todos los días al verme en clase, sino que también sé que se hacen buenas pajas a mi salud en los servicios.
Físicamente soy una espléndida morena de ojos color miel, pese a que ahora llevo el pelo castaño y bastante cortito. Tengo unas tetas con pezones oscuros, como ciruelas, un culazo de bandera, un coño siempre chorreante lleno de pelos negros y unas piernas muy guapas que me gusta exhibir con minis cortísimas.
Desde que pedí el traslado a este Instituto vivo sola en un apartamento de una urbanización cercana a Málaga. Mi marido tuvo que quedarse en Sevilla por motivos de trabajo y eso lo estoy aprovechando para putear a mis anchas. Como ya conté, desde que estoy liada con Alex, el morbo y el vicio se han adueñado de mi vida. Alex y sus amigos tienen fama en el Instituto ya que forman una de las pandillas más conflictivas y gamberras y siempre están buscando bronca. Acaba de cumplir los 20 y es el tipo de macho que me gusta. Guapo, chulo, cabrón y salvaje. El chico es todo un semental con 25 cm de pollonazo, dos cojones como melocotones de gordos y folla de maravilla, así que me he convertido para él en una hembra sumisa y obediente.
Ahora voy al Instituto casi a diario luciendo pierna, con mini y sin bragas e incluso he llegado a dar clase con unas bolas chinas dentro del coño. Es difícil explicar con palabras la excitación y el placer continuo que producen esas bolas frotando las paredes del higo y los esfuerzos que he tenido que hacer alguna vez que otra para disimular ante mis alumnos las corridas que me han venido en plena aula.
Además de tragar semen, me dejo follar a menudo por los machos de la pandilla en un pinar cercano durante los recreos del Instituto. Después de la tercera hora de clase, los alumnos tienen media hora de descanso y eso lo aprovechan los chicos algunas veces para echarme unos polvazos más o menos rápidos y aliviar la presión de sus cojones.
La última vez que tuve una enganchada así fue un lunes hace dos semanas Llegué en el coche al Instituto a eso de las ocho y media de la mañana. Iba vestida con mi ya habitual mini sin bragas, blusa blanca sin sujetador, chaqueta y taconazos. Como siempre nada de pantys ni medias pero eso sí, con mucho rímel, sombras y pintalabios encima, tanto que más parecía un putón que una profesora.
Allí estaban ya Alex y sus amigos, sentados junto al portón de entrada, y armando follón. Yo aparqué en una de las plazas reservadas y al ver como se acercaban al coche Alex y Sergio. Los dos machos, riéndose, subieron al coche con rapidez, Alex a mi lado y Sergio detrás.
Aquel fin de semana se había presentado en casa mi marido, así que no pude salir a putear con la pandilla, aunque ellos, por lo visto, tampoco tuvieron mucha suerte.

– Ayer no pillamos ninguna guarra, estos tres no han podido aguantar más y se han echado una paja y a mi ya me duelen los cojones así que en el recreo nos vamos a ir los dos en el coche a follar en el pinar, que tengo que descargar. ¡Recuerda que te espero en la caseta y no tardes! -me dijo-
En ese momento, Alex avisó de que se acercaban andando el jefe de estudios acompañado de otras dos profesoras, así que para que no nos viesen juntos los tres dentro del coche en el parking del Instituto, los chicos se fueron pero antes de irse Alex añadió:
– Ahora en clase, guarra, quiero que te pongas a explicar andando por el pasillo o con el culo apoyado en la mesa para que podamos verte bien esas piernas tan guapas que tienes, y ya sabes, la chaqueta abierta y suéltate un par de botones de la blusa para que se te haga un buen escote.
Esperé a que pasasen los tres profesores y después de asegurarme de que no había nadie cerca, abrí con cuidado los condones que me acababan de dar y me tragué allí mismo los cuajarones que contenían. Más tarde, en clase, enseñé bien las piernas para disfrute de los chicos, tal y como me ordenó e incluso, como me dijo después, se me llegaron a ver los pezones por el escote una de las veces que me incliné para recoger un bolígrafo que se me había caído.
Al terminar la clase me dirigí al coche y salí del recinto educativo. Justo antes de salir a la carretera, hay una caseta de electricidad y allí me estaba esperando Alex. Se supone que los alumnos tiene prohibido salir durante los recreos pero él está acostumbrado a hacer lo que le da la gana, así que subió al coche.
El pinar está situado escasos quinientos metros del Instituto y los fines de semana se convierte en el lugar escogido por las parejitas y los novios para pegarse el filetón cuando no tienen otro sitio. Nada más salir de la carretera, Alex se sacó el cipotón por la bragueta y yo, mientras conducía, comencé a pajearle muy fuerte para ponérsela toda dura. Además de los 25 cm que gasta, el cabrón la tiene gordísima, y me es imposible abarcarla con la mano.
Me dijo que metiese el coche unos metros dentro del pinar por una vereda y nada más parar el motor, me apliqué en cascársela con las dos manos hasta que empezó a salir mucha baba preseminal. Entonces, pasando al asiento trasero, me ordenó:
– ¡Venga, guarra, quítate los tacones y súbete encima que te voy a reventar ese puto coño que tienes!
Le obedecí descalzándome, y recogiéndome la mini, me senté sobre su verga hasta que los cojones me hicieron tope. Me cogió por los cachetes y comencé a subir y bajar por aquella barra durísima animada por los gritos e insultos que me dedicaba. Estuve “columpiándome” un cuarto de hora más o menos, durante el cual me corrí dos veces soltando flujo en abundancia que le empapó toda la polla y parte de la tapicería.
Cuando se cansó de esta posición, decidió montarme tumbándome boca arriba en el asiento, me levantó las piernas, las colocó en sus hombros y me la metió hasta el fondo bombeándome muy duro.
Aguantó como un macho y cuando se corrió me llenó el coño de lefa espesa.

Como es lógico, no quiso que me limpiase y te puedo decir, Charo, que es increíble el morbo que produce dar clase notando como todo este pastel pegajoso de cuajarones, me rebosa del chocho por debajo de la mini.
El viernes, al terminar mi clase de inglés, Sergio y Alex me dijeron que nos íbamos a ir los tres a recoger a Belén para tomarnos unas cervezas. Sergio me pidió las llaves para ponerse al volante y Alex me hizo subir detrás, con él. De camino a Málaga, se pegó el gran lote conmigo, comiéndome la boca y magreándome ante la divertida mirada de su amigo a través del retrovisor. Además, para amenizarle la conducción, me subió la mini a la cintura y me hizo ir con las piernas abiertas para que me viese todo el higo y el ojete peludos.
Belén es la guarra de Sergio, tiene 40 años y trabaja de enfermera en un hospital de Málaga. La muy puta está casada con un transportista e igual que yo, aprovecha sus constantes ausencias para meterle cuantos más cuernos mejor. Sergio la conoció las navidades pasadas en una discoteca a la cual la muy puerca solía ir buscando machos para que le metiesen caña de la buena y desde entonces se ha unido a la pandilla.
Belén terminaba su turno a mediodía y la recogimos a la salida del hospital, llevaba puestas unas mallas azules de licra muy ajustadas, una camisa del mismo color y zapatillas deportivas. Subió delante junto a su macho y para que no nos viese ninguno de sus compañeros de trabajo, Sergio nos llevó a un barecito en el paseo marítimo. Pese a que estábamos circulando por zona urbana con mucha gente por las aceras, Belén se desabotonó toda la camisa, obedeciendo la indicación de Sergio y se la abrió para que viese que llevaba las tetas sueltas. Sergio, muy caliente, le metió mano por debajo de la malla y debió de tocar pelo porque exclamó:
– ¡Que puta, va sin bragas y con el coño empapado!
Alex y yo nos reímos y mi macho replicó:
– ¡Ya te he dicho tío, que este par de guarras son capaces de hacer cualquier cosa! – y dirigiéndose a nosotras, añadió – ¡Preparaos para mañana porque tenemos una “ceremonia de iniciación”!.
La dos nos miramos, entre inquietas y ansiosas, pero Alex no quiso darnos más detalles hasta que estuviésemos sentados en la terraza del bar.
La ceremonia de iniciación deben pasarla todos los chicos que pretenden entrar en la pandilla y consiste en que deben follarnos a Belén y a mi, las guarras del grupo, delante de los demás miembros de la pandilla. Allí debe demostrar el aspirante que es lo suficientemente macho para pertenecer a la pandilla. Solo queremos chicos duros con los cojones bien puestos.
Ya en el bar, Alex nos dijo que el aspirante era su primo Gaby, un chico muy guapo y bastante tímido que estudia en el mismo Instituto. Aunque yo no le doy clase, le había visto varias veces con su primo y había notado las ganas con las que me miraba las piernas y el culo cada vez que me veía.
Aquel sábado cumplía los 18 años y, ¿qué mejor regalo de aniversario que poder montarse a dos guarras y entrar así en la pandilla más marchosa y viciosa del Instituto? Además, Belén y yo, nos llevamos una agradable sorpresa cuando Sergio nos dijo:

– ¡Aunque Gaby se mata a pajas, todavía es virgen, así que a ver si lo espabiláis que ya es hora de que moje de una vez!
Belén y yo estábamos muy excitadas con la idea de estrenar a Gaby y decidimos echarnos a suertes quien se dejaba montar la primera.
Lo hicimos a pares y nones, y ganó Belén, así que yo ofrecí mi apartamento como picadero para la ocasión. Los chicos quedaron en aparecer a eso de las nueve de la noche.
Fue una noche bestial pero, os la contaré en otra ocasión.

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