Relato erótico
¡Es tan “cariñosa”!
En cuanto llego a su casa, la llamo y ella estaba en la cocina. Se besaron, se dijeron cosas cariñosas y poco a poco se manifestaron su amor y sus ganas de tocarse, de lamerse, de…
Roberto – SEVILLA
Amigos de Clima, aquella tarde llegué temprano a casa. Había sido un día de trabajo normal, ni malo ni bueno, pero estaba deseando estrechar a mi chica entre mis brazos y oler el aroma de su cuerpo. Me había mandado una serie de mensajitos cachondos a la oficina y eso le había dado su vidilla a la jornada. Así que en cuanto entré en casa quise saber dónde estaba:
– Hola, ¿hay alguien?
– Sí, aquí, en la cocina.
Dejé mis cosas y me dirigí a la cocina. Allí estaba ella, preparando una receta que seguramente estaba para chuparse los dedos.
– Hola, cielo ¿qué tal?
Le di un piquito en los labios y me puse detrás de ella, estrechándola entre mis brazos.
– Hola, cariño, qué ganas tenía de abrazarte.
– Que bien… ¿leíste mis mensajes?
– Mira que decirme esas cosas… así no hay quien se concentre…
– Solo quería distraerte un poco, cielo.
– Pues desde luego lo has conseguido. Has conseguido hasta que no me pudiese levantar de la silla.
– ¿Y eso?
– Pues nada, que se me puso dura como una piedra. No me iba a levantar allí, con la tienda de campaña en los pantalones.
– ¿De verdad se te puso dura?
Ella empezó a restregar su culo contra mi polla y provocó lo inevitable, es decir, que fuera ganando tamaño.
– Sí, cariño sí, como ahora, ¿la notas?
– Siiií… es verdad. Se te ha puesto durita.
Le di la vuelta y mis labios se apoderaron de los suyos. Me echó los brazos al cuello y nos fundimos en un beso apasionado mientras mi mano acariciaba uno de sus pechos por encima de la blusa, lo que provocó que un suspiro de placer se escapara de entre sus labios. Mi mano descendió de su pecho hasta su coño y cual fue mi sorpresa cuando me lo encontré directamente, sin tela de por medio.
– Oye, ¿no te has puesto braguitas?
– No – me respondió con una sonrisa pícara – Quería esperarte así, con mi flor desnuda para ti.
– ¿Ah sí? Pues esto hay que aprovecharlo – le dije.
La senté sobre la encimera y puse una de sus piernas encima. Su sexo se me ofrecía como el más delicioso de los manjares, invitándome a degustarlo. Me arrodillé en el suelo y acerqué mi rostro a él. Un hilo de flujo asomaba entre sus gruesos labios, hinchados por el deseo. Mi lengua lo recorrió de abajo arriba y un gemido escapó de su garganta. A esa lamida siguieron otras, también en su ano, por encima, sintiendo cómo se contraía con mis caricias.
Mi lengua comenzó a lamer su sexo despacio al principio y luego fue acelerando los movimientos, entrando y saliendo de su coño como si la follara con ella. Empezó a moverse acercando y retirando su coñito de mis labios, pero yo me pegué a ella, introduciendo también un dedo en su sexo, sacándolo y metiéndolo. Luego fueron dos los dedos con que la penetraba mientras mi lengua no dejaba de succionar su clítoris, enrojecido, duro ya, que como un pene diminuto sobresalía de su capuchón.
Los gemidos de mi mujer se hacían cada vez más intensos y su respiración se fue acelerando hasta que con una de sus manos me oprimió la cabeza contra su sexo y empezó a correrse de una forma que hasta las piernas le temblaban. Mi boca no abandonó su coño hasta que el orgasmo disminuyó su intensidad. Quería beber toda la miel que brotaba de su sexo, saciarme con su flujo exquisito.
Cuando se recuperó un poco me incorporé y la atraje hacia mí. Nuestras lenguas iniciaron una danza fascinante. Los besos dulces y apasionados a la vez se sucedían sin descanso.
– Me encanta probar el sabor de mi coño en tus labios – dijo.
– Y a mí me encanta dártelo.
Mi mujer echó mano a mi polla y empezó a moverla en una masturbación deliciosa.
– ¡Qué polla se te ha puesto… qué grande está! ¿Me la vas a meter?
– Sí, claro que sí; ¿quieres que te la meta cariño? ¿Quieres sentirme dentro llenándote con ella?
– Sí, amor; lléname con ella, lléname toda con ella.
Se recostó sobre la encimera y yo, cogiendo mi polla con una mano empecé a acariciar la entrada de su coño con ella, sin llegar a penetrarla.
– ¡Aaah… cómo me gusta eso… siiií…!
Mi miembro iba y venía sobre su raja, frotando su hendidura, su clítoris, empapándose con su flujo, le daba unos golpecitos con ella…hasta que no pudo más y me pidió que la penetrase:
– ¡Fóllame cielo, quiero que me penetres con tu polla inmensa…. fóllame ya!
Empecé a penetrar despacio. Su coño fue engullendo mi polla que iba desapareciendo poco a poco. De su garganta escapaban sonidos roncos que anunciaban lo que estaba disfrutando. Me detuve antes de llegar al final y retrocedí suavemente. Mi miembro apareció reluciente, empapado con su miel. Era maravilloso penetrar aquel coño húmedo, suave, sentir deslizarme en el interior de mi mujer.
Volví a entrar con movimientos también suaves, en un ir y venir pausado, disfrutando al máximo de las sensaciones, introduciendo sólo la mitad de mi miembro. Así hasta que decidí empujar hasta el fondo. Un gemido se ahogó en la garganta de mi chica, quien echó la cabeza hacia atrás y abrió la boca mientras sentía la penetración profunda de mi miembro hasta lo más hondo de su ser.
Subí sus piernas sobre mis hombros y empecé a bombearla despacio al principio, luego cambiando el ritmo y la forma de mis movimientos. Era fascinante tenerla así, gozando, abierta, ofrecida…
Después de un rato así la levanté y después de besarla le di la vuelta y puse su espalda sobre mi pecho, la hice inclinarse y mientras se apoyaba sobre la mesa hundí mi polla de nuevo en su sexo. Tomé su hombro con una mano y su cadera con la otra y empecé a penetrarla rítmicamente, hasta el fondo. Al golpear de mis caderas contra su culo se unió el chapoteo delicioso de su sexo. Un aroma embriagador inundaba la cocina.
– ¡Sí, si, sí, sigue, sigue, no pares… que bien me follas amor!
Empezó a acariciarse el clítoris con una de sus manos en un movimiento cada vez más acelerado mientras mis envites eran cada vez más rápidos.
– ¡Siiií… sí, sí… me corro, me corro, me corro… aaah… aaaah…!
Tuve que sujetarla de las caderas porque literalmente se quedó sin fuerzas, mientras yo presionaba su sexo con mi polla, sin entrar ni salir, simplemente llenándola con mi miembro, echando mi pecho sobre su espalda. Mi boca besaba su nuca con delicadeza y mis manos acariciaban su espalda y sus pechos, apretándolos dulcemente.
– ¡Que bueno… que gusto…!
Mi mujer se incorporó y me echó los brazos al cuello. Nos besamos apasionadamente.
– Que bien me he corrido… pero, ahora te toca a ti.
Volviéndome a besar se arrodilló y tomando mi polla delicadamente se la llevó a la boca. Tuve que apoyarme en la pared para no caerme del gustazo que me dio. Una primera lamida recorrió todo el tronco de mi polla para después empezar a chupar y hacerla desaparecer y salir de entre sus labios. Mientras, con la otra mano me masajeaba delicadamente los testículos, hasta que subiendo mi polla hacia arriba los introdujo suavemente en su boca y los lamió con toda ternura. El placer que me hacía sentir era indescriptible. Sus labios rodeaban mi verga que entraba y salía de su boca. Acaricié su cabeza acompañándola en esa felación absolutamente deliciosa.
– ¡Me viene cielo, me viene… me voy a correr, tómala, tómala toda…!
– Sí, sí, dámela cariño, dame tu leche blanca y caliente.
Empecé a sentir como mi orgasmo empezaba a crecer, como mi semen ascendía por mi verga y retirando la polla de la boca de mi chica justo en el momento oportuno empecé a descargar mi leche en su rostro. Ella recogía un poco en su boca entreabierta y luego lo dejaba escurrir entre sus labios. Era increíble ver a mi mujer con la boca cubierta con mi esencia, escurriéndose entre sus labios, deslizándose por las mejillas y la barbilla y cayendo en sus pechos.
La ayudé a levantarse y de nuevo hundí mi lengua en su boca mientras la suya se enroscaba en la mía. Acaricié su rostro con delicadeza, y mientras la limpiaba le pregunté:
-Tengo hambre ¿preparamos algo para cenar?
Los dos sonreímos.
Un beso.