Relato erótico
¡Vaya con la canguro!
Hacía de “canguro” de la niña de unos vecinos. Aquella noche, los padres iban a una fiesta y ella fue allí hasta que regresaran. Sorprendentemente, el marido llego al cabo de un par de horas. Dijo que se había peleado con su mujer en la fiesta y…
Julia – MADRID
Por aquella época, hace unos 6 años, cuidaba bebés de los vecinos para ganar suficiente dinero para continuar mis estudios y para tener algún dinero extra para mis gastos. El nuestro era un vecindario promedio de clase media y la gente es buena, aunque tengo que admitir que hasta esa noche nunca pensé que fueran excitantes algunas de las personas con las que trabajaba. Yo sospecho que la curiosidad extrajo lo mejor de mí aquella noche y terminé tratando a los vecinos un poco más de lo que hubiera esperado. Ellos son Ricardo y Marta, una pareja cerca treintañera.
Yo cuidaba a Julia, su bebé de un año. Pero aquella noche cuando Ricardo, después de haberse ido solo por unas pocas horas, regresó a la casa. Dijo que solo quería ver como estaba su nenita, pero yo podía percibir que algo pasaba. Finalmente Ricardo admitió que él y su mujer habían tenido una discusión en la fiesta en la que estaban y que la había dejado allí. Me dijo que ella pasaría la noche con una amiga y mientras tanto, me preguntó si podría pagarme por quedarme unas horas y hacerme cargo del bebé.
– Me encantaría – le respondí, y luego llamé a mis padres, les expliqué la situación, y me dieron permiso para hacer lo que fuese necesario.
Cuando volví Ricardo me había servido una copa y la chiquita estaba dormida. Podía sentir que él necesitaba alguien con quien hablar, así que instintivamente le ofrecí mi hombro para que se apoyara aunque nunca pensando ni por un minuto que todo aquello conduciría al sexo. Pero en poco tiempo Ricardo se disculpó por charlar continuamente acerca de sus problemas y me preguntó sobre mis amigos y sobre de lo qué me gustaba del sexo opuesto. Una cosa llevó a la otra y pronto hubo un sentimiento de cercanía y nos vimos envueltos en un cálido abrazo. No pasó mucho tiempo antes de que él dirigiera mi mano hacia su cremallera, me incliné y saqué su polla. Arrodillada, cerré lentamente mis labios alrededor de esa verga. Habría dado todo por ver la expresión en su cara en ese momento, pero dada mi situación, tenía que tomar su clara erección como mi única evidencia de cuanto apreciaba lo que le estaba haciendo.
Cerré mis ojos para degustar su sabor y sentirla en mi boca, lentamente, acercando mi lengua a lo largo del borde de la circuncisión. Podía oír su repentino jadeo de placer mientras mi boca se cerraba alrededor de su verga. Su mano me sujetó fuertemente, acercándome más, mientras su cadera embestía vigorosamente hacia atrás y adelante. Mi lengua recorría todo su tallo, sintiendo su pulsante vena presionar mi mejilla. Yo no podía siquiera tocarme el clítoris pues estaba muy excitada por esta aventura prohibida.
Las manos de Ricardo sujetaban mi cabello, pero yo mantenía su polla prisionera en lo profundo de mi boca, esperando ansiosamente que brotaran los chorros calientes de leche que podía sentir que se formaban en sus testículos. Luego sentí las calientes, húmedas y viscosas descargas. Mamé fuerte mientras estrujaba sus pelotas hinchadas con semen y trataba de extraer las últimas y preciadas gotas y degustar su delicioso sabor. Para mi entera sorpresa, después de esto comencé a correrme. De todos los tipos a los que se las había chupado, ninguno me había provocado nunca antes un orgasmo.
Mi chocho se contrajo una y otra vez, enviando olas de placer a través de todo mi cuerpo, luego saqué mi mano del coño y la sostuve en la verga brillante de Ricardo como si me aferrase a la vida misma, respirando jadeante mientras las últimas gotas de leche llenaban mi garganta y me las tragaba. Para entonces ya me había calmado lo suficiente como para dejar que la polla de Ricardo se librara de mi asidero, pero aún me aguardaba otra sorpresa. Podía sentir mi respiración, había chupado lo último de su leche, había abierto los ojos y… parada en la entrada estaba Marta, la mujer de Ricardo. Él la vio al mismo tiempo que yo y su cuerpo se tensó mientras yo saltaba hacia atrás, lista para cualquier cosa.
Marta no dijo una palabra mientras se acercaba hacia nosotros. Yo ya estaba de pie, alisando mi vestido y buscando un lugar donde esconderme, cuando ella puso sus manos en mis hombros y me miró profundamente a los ojos. Una parte de mí pensaba que seguramente la mujer me iba a estrangular en ese instante, mientras que la otra parte sentía un extraño hormigueo en la espalda. Por un momento me tensé, luego me relajé, mientras las manos de Marta me tocaban y presionaban las tetas. Me encontré besándola, lenta y profundamente, su lengua indagaba la profundidad de mi boca, produciendo calor en nuestros cuerpos, hasta la pasión total. Ambas presionábamos fuertemente a la otra, uniendo las vaginas mientras nuestras lenguas se entrelazaban desvergonzadamente justo enfrente de su marido.
Podía sentir las manos de ella desabrochando mi blusa mientras nos besábamos y sus manos pronto tenían un fuerte asidero en mis tetas y me pellizcaba los pezones. El foco de lujuria en mi coño crecía insoportablemente. De alguna u otra manera, los tres nos las arreglamos para ir en dirección al dormitorio. Ahora Ricardo era parte del asunto, ayudando a quitarme la falda mientras tomaba parte en quitar el sujetador de su mujer, así que pude tocar todas sus grandes y suaves tetas.
Los pechos de Marta son mucho más grandes que los míos, y yo, inconscientemente, siempre se los había envidiado. Pero ahora no podía esperar para envolver mis labios en sus pezones y chuparlos como su pequeña hija. Con los tres desnudos sobre la cama, al fin Marta abrió sus piernas satisfaciendo mi apuro por colocarme encima de ella. Mi mirada se dirigía, como si fuera un imán, a su suave y ardiente coño, entonces estiré vacilantemente mi mano para tocarla. Ricardo estaba detrás de mí, acariciándome.
Yo estaba dispuesta a cualquier cosa para darle placer a ella, en mi primera vez con esta mujer. Los gemidos y los gritos de placer de Marta eran entusiastas, diciéndome lo bien que se lo hacía cada vez que yo tocaba su clítoris. La única vez que sus manos soltaron mi cabello fue para abrir más sus rosados y deliciosos labios vaginales. Ricardo había engordado de nuevo su dura y firme polla solo de observar toda la acción. Pronto él regresó a mi lado, arrodillándose del mismo modo en que yo me arrodillé detrás de los dulces muslos de su mujer, y comenzó a jugar con mi coño. Estaba claro que él solamente me clavaría la punta en el coño y llevaría bastante jugo del amor hacia mi ano. Entonces allí me probaría, clavando contra el rugoso y estrecho agujero con insistente fuerza. Finalmente, levanté mi cabeza y presioné hacia atrás hasta que llegué a él, tan fuerte que su grosor se incrustó hasta el fondo, no de mi ano, sino de mi coño.
– ¡Oh, no te detengas! ¡No pares de cómeme el coño! – Marta gritaba y se esforzaba desesperadamente por volver a poner mi cabeza abajo.
Pero ella no tenía que preocuparse. Yo no tenía ninguna intención de parar de comérselo. Ricardo empezó a bombear en mi chocho y se agarraba con fuerza a mis caderas.
Marta estaba fuera de sí debido a la tensión y a la expectativa del clímax que aumentaba dentro de nosotras. Ella estaba retorciéndose por toda la cama tan enloquecida que yo no sabía si podía manejarla todavía lo suficiente como para encontrar su dulce coño y comérselo un poco más. Pero cuando lo encontré, su estremecedor clímax parecía desatar el mío y me corrí a chorros. Mi coño se amoldaba convulsivamente alrededor de la maravillosa verga de su marido, que arremetía contra mí y entonces sentí que dentro de mí brotaba algo con mucho ímpetu, rociando mi interior con semen.
Marta gemía, agitando los brazos mientras orgasmaba y su marido vaciaba su carga en mí. Por mi parte, todos mis músculos y mis articulaciones habían practicado mientras el golpeteo de Ricardo se había repetido unas diez veces. Los tres acabamos casi al mismo tiempo con un retorcijo mental, con una explosión estrepitosa de huesos que nos dejó fatigados y exhaustos. Ricardo lentamente se deslizó fuera de mi coño y nos envolvimos en un montón de brazos y piernas deseosos, sobre la colcha.
Marta luego me explicó que ella había estado disfrutando de actos lésbicos con algunas de sus amigas durante algún tiempo y que también habían estado poniendo a un extraño en su matrimonio. Ahora que nosotros habíamos establecido un trío y que ella me podía compartir con su marido, se sentía mucho más feliz y más segura con respecto a su matrimonio.
Como habréis adivinado, los tres continuamos viéndonos bastante durante la semana y en los meses subsiguientes, pero claro, ya no para cuidar a su bebé.
Besos.