Relato erótico

En la nieve y caliente

Charo
17 de mayo del 2018

Se veía esporádicamente con él, pero poco a poco, parecía que la relación funcionaba y además, le ayudo a olvidar la ruptura con su novio. Llegaban las navidades y decidieron ir a esquiar con otra pareja. Fueron las mejores y más calientes navidades de su vida.

Inés F.- MADRID
No había visto a Lorenzo desde el fin de semana en la casa de campo, estaba ansiosa por volverme a perder entre sus brazos, dejar que ese deseo, nos envolviera, hasta consumirnos. Llevaba meses anhelando sus caricias, aquel fin de semana había marcado mi vida y para bien, por fin había superado la ruptura con mi novio, y tenía un futuro lleno de ilusiones. Lorenzo y yo nos íbamos viendo a través del MSN, pero eso no nos era suficiente así que decidimos pasar las navidades juntos en una estación de ski, invitamos a mis amigos Teresa y a Toño a que pasaran la navidad con nosotros, perdidos en la montaña, en un pequeño albergue, alejado a unos pocos kilómetros de la estación de ski para que la multitud no nos molestara.
Teresa y Toño me pasaron a buscar con el coche, yo estaba preparadísima, mi prima se rió al verme bajar las escaleras con semejante maleta enorme, estaba llenísima sobre todo de ropa interior preciosa que había adquirido de tiendas on-line asesorándome de los gustos de Lorenzo. Quería estar perfecta, aunque la verdad es que la vestimenta que había elegido no era del todo cómoda para ir a una estación de ski, una minifalda de cuero con un conjunto con liguero también de cuero negro, muy provocadora, toda de negro. Teresa se sentó conmigo en la parte trasera del coche, mientras Toño nos llevaba hacia la estación de ski. Y teníamos de 6 a 7 horas de trayecto largo y tenso.

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Yo estaba excitadísima por poder volver a ver a Lorenzo, y Teresa no me quitaba los ojos de encima, parecía que me desnudara con la vista. Conforme pasaban las horas en el coche no podíamos apartar los ojos de nuestros cuerpos, al final las manos se nos acabaron escapando, nos empezamos a besar apasionadamente en la parte trasera del coche mientras que Toño nos miraba desde el espejo retrovisor y como el coche tenía la calefacción puesta e íbamos por carreteras secundarias, era difícil que nos viera alguien, así que nos despojamos de nuestras ropas, y dejamos que nuestros cuerpos hablaran por nosotras. Nos devorábamos la una a la otra con mucha pasión saboreando nuestros flujos, dejándonos llevar por esa pasión casi animal que no nos dejaba estar quietas.
De repente Toño dijo:
– Chicas, hay un tipo que hace auto-stop y me hace señales para que detenga el coche.
Nosotras no le hicimos ni caso y seguimos en lo nuestro, así que paró el coche y le dijo:
– No sé si vas a caber entre este par de leonas que llevo detrás.
Nosotras seguíamos con lo nuestro y el chico dio unos golpecitos al cristal de la ventana. Teresa y yo giramos la cabeza para verlo sonriendo y con una cara de deseo descomunal, nos dio morbo a las dos, así que le abrimos la puerta del coche y le dijimos, con voz muy sensual:
– Chico ¿no tienes frío? ¿Quieres pasar dentro?
El tío no se lo pensó dos veces, se sentó entre las dos y nos sacó su enorme polla. Teresa y yo nos abalanzamos sobre ella, nuestras lenguas se buscaban ansiosamente. Empezó a gemir de placer y Toño no nos quitaba ojo de encima desde el retrovisor. Una le mordía los huevecillos y la otra le comía la polla. Ahí estábamos regalándole una buena mamada al tipo aquel que estaba a punto de estallar dentro de la boca de Teresa. Entonces yo le metí un dedo en el culo y el tío estalló en un santiamén. Cuando se repuso, sonrió a Toño y le dijo:
– Menudas leonas, si me descuido me dejan seco.

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Teresa y yo le invitamos a que viniera con nosotras, y él aceptó una vez le dejamos a donde quería ir, pero nos pidió los números de móvil, ya que él no iba al mismo lugar que nosotros, pero estaba cerca. Retomamos el camino, Toño seguía al volante, mientras que nosotras seguíamos jugueteando con nuestros cuerpos. Yo empecé a lamer los pezones de Teresa, que siempre me sabían tan bien, me encantaba tenerlos entre mis labios mordisquearlos y notar como poco a poco se iban endureciendo, igual que los míos al notar como las manos de Teresa los acariciaban suavemente. La verdad es que Teresa y yo nos habíamos liado en alguna que otra fiesta con amigos, pero en el coche nos deseábamos más que nunca. No sé si era el calentón del momento, o el calentón de la emoción de reencontrar a Lorenzo. Las horas fueron pasando, hasta que Toño nos pidió que nos vistiéramos, que íbamos a parar para comer. Sin darnos cuenta había pasado medio trayecto entre caricia y caricia.
Nos vestimos, paramos y fuimos a un bar situado en la plaza del pueblo. Teresa y yo después de tanto ejercicio teníamos muchísimo apetito, nos comimos un par de bocadillos de jamón de enormes y Toño nos observaba sonriente como devorábamos los bocadillos, con la misma pasión que instantes atrás ambas devorábamos la verga del chico. Después de comer nos pusimos nuevamente en ruta pero al llevar el estómago lleno a ambas nos entró el sueño y nos quedamos dormidas apoyadas la una en la otra.
Cuando abrí los ojos ya estábamos llegando a la estación de ski, estaba nerviosa, tenía tantas ganas de ver a Lorenzo, le había anhelado tanto que no podía dejar de imaginar todo lo que íbamos a hacer, me moría de ganas de estar con él en la cama. Ya eran las 7 de la tarde, la hora que más o menos habíamos quedado con él en el bar, y al entrar al bar estaba allí, apoyado en la barra, tan guapo como siempre. Me abalancé sobre sus brazos dándole un cálido beso, mientras Teresa y Toño sacaban las maletas del coche. Salimos del bar, cargamos los trastos en unas motos de nieve y Lorenzo nos guió hacia el refugio. Era prácticamente de noche, el frío se hacía notar en mis piernas. ¿Quien me mandaría meterme la minifalda de cuero? Aunque valía la pena, pues Lorenzo no paraba de mirar hacia mí, y como la mini era tan corta al estar subida en la moto nieve dejaba entrever la goma de las medias y las cintas del liguero.

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En diez minutos llegamos al albergue, era una pequeña casita con dos habitaciones y un salón, con una gran chimenea, con el fuego ya encendido. Lorenzo había ido antes a preparar la casa, estaba preciosa, había una habitación para cada pareja preparada a todo detalle, Lorenzo cogió mi maleta y la llevó a nuestra habitación, entré con él, me acostó sobre la cama y con su dulce voz me dijo me haría entrar en calor. Empezó a acariciar mis piernas heladas como si fuera la primer vez que las tocaba, con una delicadeza con la que nadie las había tocado antes, desató las medias del liguero, me sacó las botas, y empezó a sacarme las medias mojadas por la nieve que saltaba de la moto hacia mis piernas, besaba con sus cálidos labios cada milímetro de piel que iba descubriendo con una dulzura indescriptible.
Mis flujos empezaban a fluir gracias a sus expertas manos, yo me dejé guiar por las manos expertas de Lorenzo que me iban despojando de toda mi ropa, me cogió en brazos, abrió las sábanas y me colocó dentro, se sacó su ropa y se metió entre las sábanas desnudo, me abrazaba con ganas, me besaba con pasión, estábamos sedientos el uno del otro, él se colocó sobre mí, penetrándome suavemente. Había soñado tantas noches tenerlo sobre mí que ya no sabía separar la realidad de mis sueños, acariciaba su espalda mientras que su cálida verga entraba dentro de mí, cada vez más adentro sacándome el frío del cuerpo y dándome calor, sus manos empezaban a acariciar mis pechos y yo acariciaba sus duros glúteos.
Esto no era un encuentro simplemente sexual, no estábamos follando ni dejando ir nuestros instintos, nos estábamos haciendo el amor, cosa que nunca antes había diferenciado, el amor del sexo, esto era casi un encuentro cósmico, cada caricia parecía un regalo de los dioses, nos acariciábamos como si nunca lo hubiéramos hecho, como si fuera la primera y única vez que lo hacíamos. Lorenzo empezó a mordisquearme el cuello, y mil escalofríos recorrían mi cuerpo dándome placer, sentía su polla cálida dentro de mí, como se iba abriendo camino en mí, suavemente sin apresurarse, teníamos todo el tiempo que queríamos para gozarnos y disfrutarnos. Lorenzo intentaba alargar al máximo su orgasmo mientras que yo era incapaz de contenerlos, mi cuerpo se iba contorsionado a cada movimiento de su verga dentro de mí, al final un chorro de leche cálida me invadió, llenándome de calor.

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Nos quedamos en la cama abrazados, notando las convulsiones de nuestros cuerpos unidos. Lorenzo me sacó la ropa de la maleta para que me vistiera, nos vestimos y salimos fuera de la habitación. Los amigos no estaban en el albergue, habrían ido a dar una vuelta. Lorenzo y yo nos fuimos a la cocina a preparar la cena para todos. Después de cenar, nos acostamos, entre el viaje y el sexo estábamos todos agotados.
Lorenzo se levantó antes y me llevó el desayuno a la cama. Al levantarme estaba todo el árbol lleno de regalos con tarjetas, parecía que había pasado Papa Noel, y noté que mi amiga tenía muy buena cara, seguro que se lo había pasado genial. Lorenzo me acercó un regalo enorme, era como una caja dura, era difícil averiguar lo que era, lo abrí con tranquilidad, era como un maletín metálico, al abrir el maletín me encontré con un conjunto de vibradores de todo tipo, estaba verdaderamente sorprendida, a mi amiga, Lorenzo le regaló otro conjunto de vibradores más sencillo que el mío. Había de todo entre los regalos, arneses y conjuntos de ropa interior, parecía que entre Lorenzo y Toño se habían puesto de acuerdo para traer medio sex-shop , aunque en cambio los regalos que habíamos traído Teresa y yo, eran más normales, colonias, ropa… vamos, lo típico.
Aquel día fue un día muy largo, jugamos como críos disfrutando de nuestros cuerpos al máximo, fue la Navidad más blanca y más cálida de toda mi vida, por lo que decidimos volver a la cabaña para fin de año, y montar una buena fiesta para entrar el nuevo año con buen pie así que no desesperéis, muy pronto volveréis a leer cosas sobre Lorenzo, Toño, mi amiga y yo, así que a tener paciencia.
Besos

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