Relato erótico

¡Calor, calor!

Charo
11 de abril del 2020

Eran buenos amigos, le gustaba pero nunca habían hablado del tema. La invitó a tomar el sol en su terraza y los efectos del calor se hicieron sentir. Empezó poniéndole crema solar en la espalda y…

María – VALENCIA
Amiga Charo, estaba en la terraza de mi amigo tomando el sol. Desde hace unos años a él le gusta desnudarse completamente y tumbarse sobre su hamaca de plástico para broncearse. Es un hombre moreno, con mucho vello, le gusta hacer nudismo en las calas apartadas y salvajes de la costa alicantina. Tiene una cara atractiva, largas pestañas, nariz recta, labios carnosos y aunque hace unos años tenía una buena figura ahora está algo gordo, pero eso no me preocupa ya que solo imaginarme que estoy magreando su oronda tripa y achuchando sus muslos me pone a cien. Ese día estaba tumbada a su lado, boca abajo, sobre una toalla.
Él, me había animado a desnudarme completamente. Al principio me resistía, pues soy bastante tímida pero él me dijo que allí era imposible que nos viera nadie ya que era un ático de un edificio de cinco plantas que daba a un campo y el edificio más cercano estaba a cuarenta metros. Yo ya había hecho nudismo con él en una playa pero aquella vez esperé a que él se durmiera ara quitarme el bañador. Se trataba de mi mejor amigo aunque nunca habíamos tenido relaciones sexuales, pero nos conocíamos profundamente desde hacía años. Así que me desnudé, algo avergonzada, muy despacio. El parecía no mirar, se había sentado en su hamaca y se estaba extendiendo protección solar sobre sus piernas. A mi siempre me ha gustado su cuerpo y el verle frotarse de esa manera me estaba acalorando. Terminé de quitarme la roa y me tumbé.
En la mitad de la toalla hice un pliegue y sobre él coloqué mi rajita. El suelo estaba deliciosamente caliente y yo empezaba a estarlo también.
Mi amigo me dijo que no me había dado crema y que aunque todavía el sol no era muy fuerte, tenía que darme protección pues yo estaba muy blanca. Le dije que ya me había puesto después de ducharme pero él insistió en que debía echarme más. Entonces le dije que me pusiera en la espalda y el accedió. Se puso a mi izquierda, apretó el tubo y salió un enorme chorro de crema fresca que cayó en mi espalda produciéndome un pequeño escalofrío. Entonces me dijo:
– Tranquila, solo es crema.
Puso su mano sobre mi coxis y empezó a extender la crema muy despacio hacia arriba, desde mi cintura hasta mis hombros, con suavidad, luego la extendió desde mis hombros hasta mis manos, que temblaron en contacto con las suyas, enormes. Cada centímetro de mi piel parecía estar pidiendo más y entonces él dijo:
– Ahora las piernas.
Echó un par de chorritos sobre mis pantorrillas y las frotó con dulzura diciéndome que las tenía muy bonitas y que debía de mostrarlas más a menudo. Entonces exclamé:

– ¿Te parece poco lo que le estoy mostrando?
– A lo mejor no me conformo con eso – me contestó sonriendo y añadió – Ahora los muslos.
Puso algo más de crema sobre ellos y comenzó a extenderla también de arriba abajo desde el hueco de detrás de mis rodillas, que en ese momento ardían, hasta mis nalgas, todo muy despacito, con suavidad, y cuando llegaba a las nalgas, se detenía un momento y con la palma de su mano completamente abierta hacía círculos, apretando ligeramente. Cuando yo ya estaba cerca de mi punto de ebullición, se detuvo y me dijo:
– Ya está y cuando quieras que te eche por delante me lo dices.
Le miré y me dedicó una sonrisa picarona y expectante. Yo estaba deseando que prosiguiera pero me corté y solo le dije que de acuerdo. El se sentó de nuevo y volvió a darse crema esta vez sobre su barriga, haciendo círculos. Yo aparté la vista del excitante espectáculo y me sumergí en los recuerdos de la reciente sensación de ser acariciada por el hombre que yo más deseaba y que por casualidad estaba allí a mi lado tocando una piel que yo deseaba acariciar. Cerré los ojos, puse mi mejilla derecha sobre la toalla mientras mi clítoris, que por entonces ya estaba a cien grados, se frotaba sobre el pliegue de la toalla, en círculos imperceptibles para él.
Seguí imaginando sus manos sobre mi cuerpo, en las plantas de mis pies, acariciando mis bonitas pantorrillas, subiendo sobre mis hermosos muslos y magreando mis suaves nalgas. Tan intensa era mi imaginación que parecía real, creía tener su palma con sus dedos extendidos sobre mi nalga izquierda, y entonces giré mi cara y efectivamente, su brazo estaba extendido y había dejado allí su mano.
– Creo que vas a necesitar más protección – me susurró.
Yo asentí y él dejó resbalar su pulgar hacia el hoyito de mi culo y lo acarició, luego el resto de los dedos resbalaron hacia mi raja y sus yemas tocaron mis labios, haciéndome lanzar un gemido de placer.
– Voy a darte más crema, mi amor.
Era la primera vez que me llamaba así y con esa dulzura pero, en lugar de coger el tubo, seguía explorando mi clítoris con sus dedos hasta que cogió su “tubo” con la otra mano y empezó a llenárselo de crema al tiempo que de mi raja emanaba un líquido calentito. Dos de sus dedos ya entraban y salían de mi coño, haciendo giros y los demás seguían frotando mis labios. Entonces me atreví a preguntarle si tenía caliente el “tubo” y él me dijo:
– Ardiente, mi amor.
– ¿Quieres que te lo refresque?
– ¿Como?

– Con esta boquita.
– ¡Siiiií…! – gritó con cara de asombro.
Me situé delante de su polla, arrodillada, mientras él continuaba sentado, se la cogí y me metí su glande en la boca, recorriendo con mi lengua en círculos ese delicioso fresón mientras él gemía de placer.
Entre sus gemidos y el manjar que tenía en mi boca, me sentía cada vez más fuera de mí. Tengo la boca pequeña pero el deseo de tener esa polla dentro de mí me animaron a metérmela cada vez más. La metía y la sacaba, abría los ojos y él estaba allí mirándome embelesado, lo que me excitaba aún más. Notaba su glande en mi paladar y me lo saqué porque me ahogaba, pero seguí chupando sus laterales hasta llegar a los huevos que agarré, los estrujé y empecé a absorberlos con mis labios.
– Me pones a cien mil por hora – me dijo.
Mi boca se hacía agua. Volví a mirarle y entonces me di cuenta de que no estábamos solos.
Juan, su mejor amigo, estaba de pie a nuestro lado. Ángel le animó a desnudarse y a tomar el sol con nosotros pero él dijo que no quería molestar y yo le dije que no molestaba y que necesitaba que me refrescaran la parte de atrás. Juan se desnudó mientras yo seguía refrescando el “tubito” de su amigo. Volvía a tener su glande entre mis labios, lo besé lo absorbí, lo rodeé con mi lengua y metí su verga hasta que el glande rozó mi paladar y entonces noté que Juan levantaba mis caderas con sus manos. Yo no quería separarme de esa polla tan deseada, así que la agarré sin quitármela de la boca, y apoyé mis pies sobre el suelo. Mi espalda se inclinaba hacia abajo y mi culo estaba a merced de Juan. De esa forma mi cuello estaba más recto por lo que pude insertar de un solo movimiento su polla en mi garganta y mis labios llegaron hasta sus huevos. Juan tiró de mis caderas hacia atrás y mis nalgas chocaron con sus mulos. La polla de Ángel salió de mi boca y yo le dije a Juan que refrescara mi coño y que luego ya me comería su polla. Volví a meter el glande de Ángel en mi boca y otra vez con un impulso su polla hasta la garganta.
Descubrí el truquito de dejarla allí unos segundos y lo hice unas cuantas veces más mientras Juan recorría con su lengua mis labios inferiores. Notaba su nariz y su lengua girando sobre ellos rápidamente. Casi me ahogaba. Cuando me iba a poner de rodillas, Juan quiso antes tumbarse por debajo de mí con su cabeza bajo mi chochete. Ángel seguí gimiendo y su verga cada vez estaba más dura. Mis jugos habían empezado a brotar y los imaginaba cayendo sobre la cara de Juan y de pronto Ángel gritó:
– ¡Quiero darte mi leche!
Saqué su polla y me levanté, le dije a Juan que se sentara en la hamaca para refrescar su “tubo de crema”. El se incorporó admirando la envergadura del arma de su amigo y se sentó ocupando el puesto de Ángel mientras éste se situaba detrás de mí. Yo quedé arrodillada con las piernas abiertas, Juan sentado con su polla algo levantada, y con mis brazos sobre sus muslos.

Ángel se arrodilló también y dejó su polla encima de mis nalgas. Yo notaba su calor y le pedía que me la metiera hasta dentro. Ángel es algo más alto que yo. Estaba de rodillas detrás de mí, sus huevos estaban entre sus muslos y mis nalgas y su pene ardiendo sobre la mitad de mis caderas.
-¿Dónde quieres que te dé mi leche? – me dijo.
– En mi chochito, por favor – contesté.
Ángel se levantó y me asió con sus enormes manos por las caderas haciéndome levantar. Yo tenía cogidos los huevos de Juan con las manos, así que cuando Ángel me levantó bruscamente él sintió el tirón. El cuerpo de Ángel estaba pegado al mío y su verga estaba ahora fuera de mi cuerpo, pero la había colocado vertical entre mis nalgas. La estaba frotando contra ese valle, arriba y abajo. Mis jugos ya se desbordaban. Volví a cubrir la polla de Juan con mi boca y succioné su glande como si fuera un chupete, para consolar mis ansias y Ángel seguía con su movimiento.
– ¿Dónde la quieres, cielo? – volvió a preguntar.
Le repetí que en mi chumino. Detuvo su vaivén, tocó mi clítoris ya completamente mojado, metió su fresón y a continuación todo el pene de un solo impulso. Con ese empellón mi boca llegó a tragarse toda la polla de Juan. Ángel presionaba hacia dentro y yo creía morir, pero entonces retrocedió y mi cuerpo también.
Pero lo que sigue y que es mucho, ya lo contaré en una próxima carta.
Besos, amiga Charo

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